Reincorporándose tras la oración multitudinaria que inició el Hermano Vorgen su ánimo y espíritu de lucha se levantó con él. No es que no confiara en el Alto Mando, pero tenía la experiencia en combate suficiente para saber que el frente nunca era como lo pintaban en aquellos discursos, sin embargo, no todo el mundo estaba preparado para entregar su vida al Emperador así como las tropas regulares de la Guardia Imperial, era comprensible en cierto modo.
La presencia pseudo-divina del Marine Espacial reforzó su convicción, uno de los elegidos del Emperador los acompañaba en el asalto, incluso se había molestado personalmente en reforzar las embarcaciones, era muestra más que evidente para él de que el Emperador en persona tenía la mira puesta en aquel desembarco, no podía defraudarlo.
Ultimó los detalles con el resto de Acechadunas antes de embarcar, compartiendo y recibiendo consejos de lo aprendido durante los entrenamientos, actuarían por separado, pero en una misión conjunta, su papel sería importante para llegar a la playa - Hermanos, nos veremos en la arena una vez más, recordad las medidas de coordinación para establecer la zona de reunión, el Emperador está con nosotros - se despidió mientras lanzaba una fugaz mirada en dirección a Vorgen una vez más - hoy más que nunca.
Maʿa s-salamah
Vorgen terminó de rezar y se dirigió a su lugar dispuesto a ocupar su puesto en la barcaza y miró a los soldados que tenía alrededor. Buenos hombres, todos ellos. - Hagamos nuestro trabajo. Tomemos esa playa. - dijo simplemente con una convicción total de que esa playa sería suya al final de día. No sería fácil, pero aun así lo harían de igual manera.
El Sargento selicano evitó todo lo que le fue posible los hacinados interiores de la embarcación en la que le había tocado viajar. A falta de estepas por las que poder cabalgar con total libertad sobre su montura, le tocaba sentir un viento húmedo y salado mientras avanzaban por mar cabalgando unas bestias metálicas que carecían de nobleza.
Tras un taconazo molesto sobre la cubierta, Sir Henry alzó la mirada y la posó en el horizonte.
Aquellos insensibles monstruos de frío metal habían engullido escuadras de soldados enteras y, por lo que veía en lontananza, no tardarían en vomitarlas para quedar de nuevo vacíos, tal y como habían sido concebidos: Sin nada.