No mintieron. En diez minutos exactos, los transportes llegaron. Desde camiones estándar de tropa para ellos, hasta grúas para cargar con los taladros hades hasta el destino en que deberían ser usados. No se tardó demasiado en tener todo listo para el viaje y, una vez todos estuvieron asegurados, subieron a bordo de los camiones y se pusieron en marcha. Fueron unas cuantas horas de traqueteos por carretera, pero por lo poco que les decían desde la cabina, todo iba de acuerdo al plan. Las trincheras no estaban tan cerca de la ciudad, y se había calculado todo con tiempo de sobra para que llegaran a su destino.
Y así fue. Una trinchera más, una de tantas, aunque es cierto que en esta casi se podía adivinar al enemigo un poco más allá. La zona, en superficie, era un auténtico estercolero, como les habían advertido, y los milicianos que había allí desplegados no ayudaban a alegrar el ambiente. Salpicados de barro más allá de lo que parecía humanamente posible, y con un lenguaje corporal que expresaba un hartazgo difícil de traducir con palabras, apenas les dedicaron una mirada al pasar.
Su destino era otro. Un búnker de mando, o lo que fue un búnker de mando, sumergido varios metros en la tierra de aquel lugar, y en la roca después. Los taladros se descargaron cerca, y se introdujeron a través de unos pasajes que habían sido evidentemente ampliados en tiempos recientes, hasta quedar todos en una sala diáfana a varios metros de profundidad, ante una pared de roca.
-Su objetivo. Ya conocen la dirección y distancia. Tan pronto como los taladros hayan sido revisados, será el momento de empezar. ¿Alguna pregunta?
Arthur se encogió de hombros. No era muy de preguntar y su cometido parecía sencillo. Solo tenía que conducir el maldito taladro, no era tan complicado.