Bien ;) Con el móvil es un rolloooooo
Habitación de Morga adolescente (posters) XD
Iré actualizando este post ;)
El tipo tenía un aspecto normalito: ni muy alto, ni flaco ni gordo, ni fuerte ni fofo. Lucía un bigote y perilla bien recortados, cabello rubio lacio y cortito, en una cara mediocre, redonda, donde lo más destacable eran sus ojos castaños, vivaces, que no escondían una ladina crueldad. Ahora brillaba la inquietud, la urgencia. El miedo.
-Tres kilos de café, tres de tabaco, tres botellas de bourbon; antibióticos, ansiolíticos, dos cajas de munición. Y compresas.
El bigotes esgrimió una sonrisa incrédula al escuchar las peticiones de Morgana. Ella no sonreía, lo miraba con hielo verde en sus ojos.
-¡No puedo conseguir todo eso para esta noche!
-Vamos, vamos, Parvel querido. Tú puedes, eso y más. No nos jodas con lloriqueos, no es tu estilo.
Ese era Candy Moon, un transexual al que le iban los tíos. Ponía en contacto a la gente, era discreto. Morga se fiaba de él, bastante, y al revés lo mismo. Candy, con su larga melena violeta y su mirada sempiternamente seria, los observaba desde el sofá raído y leproso, con una media sonrisa escéptica y el eterno pitillo fundido en su boca.
Taylor Parvel apretó la mandíbula. Por mediación de Candy, Morga supo que era un intermediario de medio nivel, metido en cualquier clase de asunto turbio: tráfico de mercancías, de información, de personas. Trabajaba para un par de tribus mafiosas, extendió sus negocios, sus redes, amplió los grupos con los que colaboraba y al final resultó que se pasó de listo, sisó por aquí, vendió más de la cuenta por allá, engañó a unos, se acostó con otros. Circulaba el rumor de que tenía las horas contadas. Y el tipo, junto con su familia, quería pirarse de NY con el culo intacto. Y ahí entraba Morgana.
-Esta noche lo mismo eres un puto fiambre -dijo Morga con su cínica sonrisa maquillando sus generosos y agrietados labios.
La idea era sacar a Taylor por un lado y a su familia por otro: la mujer, embarazada de siete meses, y su hijita de cuatro años. Pero Carol, la esposa, también tenía las manos huntadas de los negocios sucios del marido, tal para cual, y era una mujer de carácter.
-O salimos todos, o ninguno. Es la última palabra de Carol, maldita zorra -había declarado Parvel- Supongo que soy un tipo afortunado, una mujer que te ama así.
-Y con ese culo. Hasta yo me la tiraría -se burló Moon.
-Gilipollas maricón.
-Podríamos añadir su culo al pago -se cachondeó la freelance.
Parvel daba vueltas por la habitación, indeciso.
-Ya puedes ser la hostia de buena, tía. De ti dependen cuatro vidas.
La exmilitar no le hizo caso. Le hastiaban los comentarios idiotas. Recordó una cosa, miró a Taylor:
-¿Cómo es tu mujer? El físico.
Taylor la miró de soslayo- Más baja que tú, de formas similares, más delgada.
-Añade media docena de bragas y sostenes.
-Como no, también su pintalabios y su perfume.
Morga ladeó la cabeza, entrecerró los ojos.
-Parvel...soy la única puta que te la va a mamar, ¿capicci, gilipollas? -Parvel asintió, resignado-. Bien. Iremos por las alcantarillas. -No era necesario mencionar lo peligroso de un viaje nocturno en coche. Y tampoco tenía tiempo de apalabrar con seguridad una barcaza para el Hudson. El encargo, la fuga, fue muy precipitado-. En seis horas nos vemos. O no. Ligeros de equipo. Candy se encarga de los detalles. Le entregarás todo a él. -Con estas palabras Morgana desapareció a grandes zancadas de la asquerosa habitación.
Parvel la vio marchar, encendió un cigarrillo, se giró hacia Candy. No había llegado tan alto por chuparse los dedos, era más listo y hábil para los negocios que Moon, y por supuesto más que Morgana. En estos momentos sus astucias o mañas servían de poco cuando su vida y la de sus seres más queridos estaban bien jodidas. No cabían regateos de ninguna clase.
...
Los hermanos gemelos Stuart eran buenos guías, pero la ponían nerviosa, con sus miradas vidriosas de psicópatas, su aspecto patibulario y su silenciosa presencia. Imprimían demasiada velocidad a sus piernas en los paseos por las cloacas y tenías que estar corriendo tras ellos. Por eso llegó a un acuerdo con el viejo Bianchi el Cojo, que llevaba media vida viviendo entre mierda y ratas. Morga había recorrido dos veces ya el alcantarillado, una con los gemelos y otra con el Cojo, se había escrito un mapa mental de los pasadizos y túneles e incluso marcado las zonas por las que pasó; sin embargo aquello resultaba un endiablado laberinto hasta para una mente entrenada. Mejor ir sobre seguro. En cuanto a confianza, la suficiente en estos tiempos donde nadie resultaba trigo limpio.
Morga esperaba en el callejón, a unos pasos del viejo y apestoso Bianchi. No se decidía si el guía olía peor que la inmundicia que los rodeaba. El Cojo se sorbió los mocos, tosió, escupió, le mostró su sonrisa rota, sus ojos dos agudos alfileres grises.
-Tardan.
-Te veo nervioso, viejo.
El Cojo carraspeó, escupió de nuevo- Vamos a pasar por unas galerías que no me hacen puta gracia. Se escuchan ruidos raros últimamente. Me da mala espina.
"Que solo sea eso".
Apareció Candy con los tres "paquetes". Tendió a Bianchi una bolsa con una botella de whiskey y un paquete de tabaco. El viejo no perdió tiempo en mamar del alcohol. Candy se dirigió a Morga:
-Está todo, nena, menos el bourbon -enseñó dos botellas de ron- Las braguitas molan. Vas a estar preciosa con ellas. -La mujer puso los ojos en blanco; Morgana también.
Morgana se fijó en el trío. La niñita de pelo largo y rubio estaba visiblemente asustada, no se despegaba de las piernas de la madre, Carol. La preñada era mona, rubia tirando a pelirroja, lucía un bombo impresionante, lo mismo paría trillizos o un caballo. Su mirada azul era severa, inquieta, dio un repaso a la militar y a Bianchi. Morga les ofreció un trozo de tela para que cubriesen nariz y boca.
-Pues adentro.
Candy Moon se acercó a ella- Espera, zorra idiota. Te daré mi bendición -La militar bufó. Candy besó la medallita que colgaba de su cuello, se hizo la señal de la cruz en la frente y luego en la de Morga mientras susurraba algún rezo. Besó en las dos mejillas a la exmarine.
-¿Ya?
-Sí, incrédula. Menos mal que mi fe vale por los dos.
Moon se apresuró a desaparecer y ellos cuatro siguieron al Cojo que ya desaparecía agachándose por uno de los accesos a las lúgubres y deprimentes alcantarillas.
...
El viejo Bianchi, aunque renqueando, se movía más rápido de lo habitual en él, en alguna ocasión lo pilló mirándola de reojo, y con una expresión de inquietud en su careto barbudo que la hizo sospechar. No llevaban ni diez minutos iluminando con las linternas y pisando mierda, inmundicias y orines, cuando Morga ya tenía su pistola en la mano cerca de la pierna. En aquel trabajo nunca se era demasiado paranóica. "Me cago en la puta, viejo, no, no, no me habrás jodido".
Al poco cruzaban un sala encharcada donde flotaban restos de todo tipo y textura, sin faltar los orgánicos. Fue cuando saltaron sobre ellos, de súbito, varias siluetas encapuchadas y armadas, de menor altura que Morgana, rodeando al grupo. Morgana giró de una a otra, apuntando con su pistola, contabilizó cuatro y se quedó encañonando a la de la derecha, un tipo más bajo que el resto, gordo, que empuñaba una recortada directamente hacia ella. A la izquierda una figura más alta sujetaba una gruesa barra de hierro; detrás, alguien con un cuchillo de matarife, parecía una chica; delante, una figura más delgada, apuntando con una semiautomática, el brazo pegado al cuerpo, notó Morga. Bianchi chapoteaba como un ganso escapando del matadero perdiéndose y alejándose a través de un oscuro pasadizo.
La emboscada estaba servida.
Morga apretó la mandíbula, frunció el entrecejo y sus ojos se redujeron a dos líneas de brillante ira verdeja. Cambió de objetivo y el cañón de su arma apuntó al muchacho de enfrente. En la penumbra sucia, le dio la impresión de que eran bastante jóvenes. Este tomó la palabra:
-No,no,no, preciosa. Nononono. Esto no va contigo. Baja tu juguete, deja la mochila, tus botas, la chaqueta, da media vuelta y desaparece con tu culito intacto.
"Y una mierda, capullo".
Morgana no respondió. Conocía como funcionaba el negocio. Estaba jodida y la dejarían tiesa. Transcurrieron unos pocos segundos, tan solo se oía el correteo repugnante de las ratas y el goteo del agua negra. Escuchó a la niña, atrás, que gimoteaba.
-Vamos, putilla, no hagas el primo. Queremos los paquetes, tú nos interesas una mierda. Te dejo las botas, va. Soy un ti
Morga abrió fuego. No dejó terminar la frase, su brazo, su mente y su cuerpo, actuaron como un todo, ejecutando una danza previsualizada al fondo de sus retinas. Primero disparó al de la escopeta, luego al charlatán, siguió con el de la izquierda. Hubo cuatro detonaciones. Cuando iba a apretar una vez más el gatillo, el mamarracho de detrás tenía sujetada a Carol, se protegía con su cuerpo y la amenazaba con el cuchillo en el cuello. La madre atenazaba a la nena contra sus piernas. Taylor estaba caído cerca de la pared, con un balazo en el hombro.
La embarazada parpadeó, una señal, se arriesgó a un leve movimiento hacia un lado. Morga disparó, la chica del cuchillo cayó con un boquete en la mejilla. Morgana se apresuró corriendo sobre la fétida agua estancada, se aseguró, con su cuchillo, de rematar al gordo, que había logrado enderezarse en el suelo, y al que la amenazó antes. El tercero estaba muerto. Se giró, alertada, cuando escuchó un par más de detonaciones: Carol descargó dos tiros al cuerpo inmóvil de la muchacha.
Morgana controló los accesos, ordenó a Carol que colaborase. Aguardaron unos minutos, nada sucedió. Examinó los cadáveres, "Puta mierda, son unos críos. Piojosos gilipollas". El mayor podría tener dieciocho años, el gordito, quince.
-¿Y el cabrón ese de viejo? -preguntó con ira en la voz Carol.
Morga negó con la cabeza. No tenía sentido intentar pillarlo, no lo encontraría en el dédalo de túneles. Se centró en el hombro de Taylor:
-Es una herida limpia. Entrada y salida.
-Soy un tipo suertado, eh! Menudos subnormales -señaló con la cabeza hacia los muertos. Morga lo miró como quien mira a un idiota descerebrado. Habían estado a un parpadeo de palmarla.
-Si me hubieran cegado con las putas linternas yo estaría en su lugar. No pensaron en eso, los capullos -Morgana no comprendió al principio. Algo no encajaba. Su mente engrasada empezó a atar cabos. Hilvanó una hipótesis-. Si os vendían a los jefes sería un puntazo para ellos, para su reputación, un trampolín. Bianchi nos vendió. Hijo de perra. A unos mierdas que se comen los mocos.
Se ocupó del balazo. Se puso en pie una vez vendado el brazo.
-Seguimos.[/B{ -No atendió a las protestas ni preguntas. Morga no veía otra posibilidad. No las tenía todas consigo, sin embargo confiaba en no perderse.
Pero erró el camino en un par de ocasiones. Aparentaba seguridad, aunque en su interior se cagaba en todo. Avanzaron, despacio, atravesaron galerías infectas y muy oscuras, se cubrieron de mierda, cruzaron bajo una cascada de agua, orines y suciedad varia, y tuvieron que descender unos pocos metros por un pozo debido a un derrumbe que bloqueaba el paso. Les llevó toda la noche, y pasado el amanecer de largo, Morga asomó su melena negra al cielo plomizo de NY tras levantar una pesada tapa del alcantarillado.
Las Tres Cruces, el cabrón de Killer. Un camión. El mangante Parvel, la ambiciosa preñada Carol y su hijita camino de una turbia libertad. Cuatro fiambres apenas destetados alimentando a los carroñeros del submundo. Business. Putos negocios.
Faltaba el Cojo Bianchi.
...
La noche maullaba. Morga torció una sonrisa: era bueno saber que algunos astutos gatos sobrevivían. Caminaba a medio centenar de metros detrás del viejo. Cojeaba Bianchi, no se detenía, bamboleando sus huesos, monótono, decidido. Lo alcanzó ya en el interior de un herrumbroso y maltrecho puente sobre el rugiente y oscuro Hudson. Bianchi se dio la vuelta de improviso, esgrimiendo un mellado machete.
-[B]Tú. Ya tardabas.
-Me entretuve cazando ratas. Me queda una, gorda, vieja, fea y apestosa.
Bianchi probó suerte, atacó. Un minuto después se encontró arqueado de espaldas en la barandilla con medio cuerpo fuera del puente, un brazo roto y la cara machacada por los puños de Morgana y el acero de las columnas. El cojo balbuceó:
-La...la ragazza. Era la figlia del mío sobrino. Ella y el suo fidanzato querían soldi y brillare con los capos. Laboro. Parvel fligio de puta. Teodorina et Marco no te hubieran danneggiato.
Morga escupió en su mirada un profundo desprecio envenenado. Soltó la muñeca del viejo y alzó su pierna mala dejándolo caer al río.
- Vete a criar malvas con la puttana de Teodorina.
La mujer se perdió en la neblina de la entrada/salida del puente, canturreando bajito una cancioncilla:
"Ellos remaron y navegaron/ remaron en el lago tenebroso./ Naufragaron y se hundieron/ se ahogaron, se hundieron/ profundo, profundo/ en la ciénaga del olvido silencioso.
Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 00.22 am.
Cassandra entró en su habitación con la cabeza descubierta, un bote apretado en la diestra y la mente llena con todo lo que le había pasado. La charla con Robin había apartado momentáneamente los acontecimientos ocurridos después del reconocimiento, pero al cerrar la puerta éstos volvieron. Varias imágenes pasaron en rápida sucesión y su corazón volvió a acelerarse, y a pararse de nuevo.
La información de Jimmy quedaba en un segundo plano, no podría concentrarse en eso mientras no arreglase el otro asunto.
Se acercó al armario y dejó ahí el preparado que le había dado el chico. Luego se giró mirando a su alrededor, como buscando algo por la habitación aunque en realidad lo que quería estaba dentro de ella. Se fue a pasar la mano por el pelo, en un gesto de nerviosismo que hacía años que no llevaba a cabo, y al apartar el mechón de su rostro se quedó como congelada. Recordando.
Debido a su don Cassandra aprendió a observar siempre, a fijarse en los detalles y no simplemente mirar. Como resultado había adquirido buena memoria y podía volver a visualizar lo que había visto. No todo, ni para siempre, pero recordaba lo importante el tiempo suficiente.
"-Me mola tu rollo, Cass. Eres la tía a la que hubiese dejado entrar en mi dormitorio de quinceañera..."
-¿Y cuál es mi rollo? ¡Qué! ¿Y si yo no quisiera, qué? No se contempla la posibilidad de que yo no quiera entrar, de que no seas irresistible...- Levanto la cabeza y entonces un dedo en mi frente interrumpe mi queja mental -Si no la conociese...-, arqueo una ceja y me callo las protestas. Espero, seguro que hay algo importante al final. El rostro de la ex militar se planta delante mío -La verdad es que...-
"-Lo bueno es que te vas a correr como nunca en tu vida. ¿Qué sabes de los zombis del Soho, de sus primas arpías, y de toda su puta familia?"
-¡Queeeee!...- ladeo la cabeza y aparto todo de mi mente, sé que es su forma de ser, de hablar, no he de quedarme con sus formas si no con lo importante, me quedo pensando en su pregunta -Omega. Él me dijo que los oyó, y que conocía a alguien que conocía a alguien que había entrado y salido por los túneles del metro. Leyendas... ¿o algo más?
-De esos zombies sólo lo que me contó alguien que los oyó. -me muerdo los labios un instante, espero que no sea eso lo que le ha pasado -De lo demás... nada seguro.
El rostro de Morgana se acerca más y su labio superior se frunce -¿Qué le pasa a su labio? Parece...-, estoy a punto de hallar una respuesta satisfactoria cuando comienzan a moverse para volver a hablar y mis ojos suben para mirar los suyos. Hay un brillo casi imperceptible que emana de ella, en sus ojos, en todo su rostro. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que la he visto así y me sobran varios -No parece la misma Morgana de siempre, está diferente-. Sus palabras me bombardean y la sigo a saltos, creo que he captado la idea principal pero su última pregunta me descoloca.
-¿Dentro de qué? -pregunto preocupada por si me voy a meter en algún grupo secreto, tanta pasión en Morga me asombra y me asusta a partes iguales.
"- Es una forma de hablar. Quería decir que si me echarás un cable con esto."
Hay un cambio en su tono, es más suave, menos autoritario que en su anterior discurso. Asiento relajándome pero de inmediato un nuevo gesto, acompañado de una extraña pregunta, me envaran.
"-¿Puedo?"
-¿Puedo qué? ¿Para qué?- mi ceño se frunce, pero intento encontrar un sentido lógico y creo que lo consigo. Debe querer palpar mi cabeza -Seguro que sigue creyendo que me voy desplomando por las esquinas cuando nadie me ve-. Relajo la cara intentando no pensar en el hecho de que me va quitar mi "armadura", mi escondite.
-Claro...
Su mano roza mi pelo al deslizar la capucha hacia atrás, aparta el mechón que siempre intento que me esconda y luego se posa en mi, pero no hay examen ni nada, simplemente se queda quieta como acunando mi cabeza. Noto el calor que desprende y siento el deseo de recostarme en esa mano amiga, de cerrar los ojos y descansar en la seguridad que me brinda su presencia. No lo hago porque seguro que ella tiene un motivo para hacer lo que está haciendo, no quiero interrumpirla, pero no sé qué hace parada. Lo único que se me ocurre es muy improbable que lo haga alguien como ella -Entonces ¿qué?-
Me mantengo en el sitio sin apartar la mirada, sé que no es bueno contrariar a Morga pero la situación está empezando a ser extraña. De nuevo sus ojos chispean y su labio se eleva, esta vez acaba en una medio sonrisa que no tengo ni idea de lo que significa. Comienzo a pensar que estoy siendo víctima de alguna broma extraña, de una novatada o de cualquier otra prueba de lealtad, y entonces se acerca. Veo sus labios entreabiertos acortando la distancia que los separa de los míos y por fin entiendo lo que ocurre, o lo que va a pasar si no hago nada. -¿Cómo? ¡Cuándo! No, no, no... No puede, no es seguro...- -Claro que sí, nunca ha sido tan seguro- -Sí que lo fue, era como ahora. Buena gente que resultó ser un fraude, por eso perdiste la fe en las personas.- -No en todas, además entonces no estaba Trish, no era lo mismo...- oigo dos voces peleando en mi interior, intentando tomar el control. Sé que ambas mienten, pero eso ya da igual, ya está aquí.
Sus labios rozan los míos con suavidad, un calor se propaga desde ese punto a todo mi cuerpo y me pego anhelando seguir sintiendo, pero un fogonazo de responsabilidad me invade y me alejo despacio, con dudas, miro al suelo buscando una calma que no siento.
-Yo... lo siento -por quedarme, por apartarme-. No sé si... -es complicado- no puedo -no pensar-. No sé -otra forma-. Mejor lo dejamos para otro momento, estoy... cansada. -Mentira.
"-Me ha gustado. Ha sido de puta madre."
El aire se escapa en silencio de mi boca en un arrebato de incredulidad -Si ha sido sólo un instante...- estoy a punto de levantar la cabeza para saber si lo dice en serio, pero veo sus pies retroceder un paso y noto el frio que se instala donde antes estaba su cuerpo -o quizás una eternidad- cierro los labios intentando retener lo que ya he perdido.
Morgana comienza a hablar y me da un golpe en el hombro -¿Está nerviosa por el beso? Ella que tanto ha vivido... ¿Bollera? Nuestra amistad... No, no, NO.- Niego con la cabeza, todavía estoy mirando al suelo mientras contesto de forma seria. Estoy cansada y abrumada por las implicaciones de lo que ha pasado, pero no pienso rehuir mis responsabilidades.
-Yo haré mi guardia. No has sido tu sola, no eres gilipollas y ha sido... interesante, pero no debe a ir a mas. No quiero joder el ambiente que hay en el refugio por un "tal vez".
Levanto la cabeza e intento suavizar las palabras con un esbozo de sonrisa, pero ese "tal vez" casi se me atraganta al ver sus ojos. No puedo negarme que la he besado porque he querido, lo que no sé es porqué, y no puedo con la falta de respuestas. Necesito saber, estar a solas y pensar. Veo un brillo en sus ojos y me preparo para su estallido, pero no llega, suelto el aire que ni sé cuándo he retenido y oigo su voz.
"-Si a ti te vale, a mí también."
Siento dolor en el pecho, como si una mano me apretase por dentro y redujese mis órganos a una pelota, a una masa sin sentido.
"-No quiero que hagas tu guardia esta noche. Aunque te creas capaz, pienso también en la seguridad del Centro. Soy la jefa, como diría Nick. Te sustituyo. Si te empeñas, la haremos juntas."
Abro la boca para coger un aire que no me llena y la vuelvo a cerrar. Quiero decir tantas cosas... pero sé que no debo, dejo caer los hombros y acepto.
-Vale. Pues... voy a descansar. Hasta... luego.
"-Hasta luego, de acuerdo. Ha sido...interesante. Sí."
Sus ojos me miran profundamente y yo aprieto la mandíbula para concentrarme y no dejar de mirarlos. Asiento y doy un paso atrás mientras me subo la capucha, me quedo con la cabeza inclinada hacia abajo. Por fin vuelvo a poder esconderme en sus sombras. Con seguridad pero despacio me dirijo a la salida con las manos en los bolsillos, salgo igual que entré, la misma figura en la misma posición, pero no soy la misma.
Al volver a ver toda la escena, y rememorar sus pensamientos, un suspiro de incredulidad se escapó de entre sus labios -Patética. Primero no te das cuenta, luego no piensas y al final la cagas- ese era un buen resumen objetivo de lo que había pasado. Ahora tocaba el difícil, saber el por qué de sus actos.
Massachusetts, hace 8 años
Hijo de Galilea - Primera Parte
Una inusual cantidad de cuervos se había aglomerado en un deshilachado árbol de corteza negruzca, Kane lo vio a casi un centenar de metros, así como su coro disfuncional que preñaba el ambiente. Pero había algo más, la respuesta a los cuervos, tres hombres rodeando un hombre tirado en el suelo cuya edad rondaría los cuarenta años, a los graznidos se le unieron las risas de los hombres en pie y los sollozos del desgraciado que recibía las patadas del trío de matones.
—¿Cuántas veces te hemos dicho que para pasar por nuestro territorio has de pagar, Joe? —espetó uno de ellos, soltó otra patada en la boca del estómago del tal Joe.
—Yo no.. ugh.. solo quería llegar a casa.. no.. —suplicó llevándose las manos al estómago. La cara estaba totalmente sucia por el barro y la sangre, cegándole de forma dramática.
Kane tragó saliva, hacia una semana que había tomado la decisión de marcharse y buscarle, pero realidad era mezquina y golpeaba al joven pistolero en la cara. Por su mente danzaban las palabras de su mentor: "Si haces tuyas todas las causas de este mundo, nunca podrás afrontar la tuya". Un mentor que había dejado atrás, pero que seguía con él en cada una de sus decisiones.
—¡Eh, tú! ¿Qué coño estás mirando? —el grito de uno de los matones le sacó de su ensimismamiento, sin darse cuenta se había quedado parado a pocos metros de la escena, los tres tipos se encararon a Kane que se tensó.
—Yo.. —miró hacia el tal Joe, destrozado y humillado, que parecía haber escuchado que los castigadores se dirigían a alguien y alzó la voz suplicando ayuda, Kane apretó los labios —. No quiero problemas, ¿vale? Yo tengo mi camino, vosotros el vuestro.
El que parecía el jefe de los matones se creció ante Kane, parecía que iba a soltar una perorata para intimidarle, pero se fijó en el revolver y el machete que llevaba consigo el pistolero. Hubo un cruce de miradas, sus colegas también se dieron cuenta, resolvieron que no les beneficiaba enfrentarse a Kane.
—Está bien, sigue pa'lante y déjanos con nuestros asuntos, ¿capisce? —movió violentamente la mano para que siguiera el camino, el coro de cuervos tronó a la expectativa, casi ansiosos.
Kane acercó la mano al revólver, presto a defenderse si hiciera falta, y asintió rodeando a los tres matones, sin perderlos de vista.
—¿Oiga? ¿Oiga? ¡Por favor...! ¡Ayúdeme, por el amor de Dios! —suplicó el desgraciado uniendo lágrimas de impotencia al barro y la sangre, arrastrándose patéticamente en el suelo. Solo recibió otra patada acompañada de risas de los malechores.
Kane siguió adelante, sin volver la mirada, cabizbajo. Atrás dejaba risas, gritos de socorro, violencia, abusos y cuervos. Junto a él una densa capa de vergüenza que le ahogaba el alma.
Massachusetts, hace 8 años
Hijo de Galilea - Segunda Parte
Llamarlo granja sería ser generoso. Apenas era un compendio de chatarra afincada para dar una sensación de hogar, lo que uno podía identificar como granja eran los campos arados que la rodeaban, arañazos en la tierra que pretendían sacar algo bueno de ella cuando hacia ya mucho tiempo que no era así. Alguno lo llamaría fe, otros voluntad humana, ¿supervivencia? No, resignación. No había nada más, seguir luchando, pues la otra opción era abandonarse hasta morir. No era ese el destino de los inquilinos de aquella granja, el suyo era ser consumidos por las llamas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kane a los pocos espectadores que se habían reunido para contemplar la estampa, tardaron un poco en reaccionar, lo hizo una mujer delgada, pelo cano que debería tener una edad avanzada.
—Lo de siempre, forastero —acuñó la vieja a la que le faltaban varios dientes —. Los fuertes aprovechándose de los débiles, los débiles a la merced de los fuertes, ¿qué importa? A nadie le importa ya.
—Esos bastardos han violado a Olivia, y a las niñas.. —añadió rabioso un hombre joven de piel negra, apretaba tanto los dientes que casi se le podía escuchar serrarlos —. Si hubiera estado aquí...
—Si hubieras estado aquí ahora estarías, con suerte, ahí dentro, Billy. No seas idiota —reprimió la anciana con más preocupación que indiferencia —. ¿Qué hubieras hecho, eh? ¿Hacerte el héroe? ¿Con qué? ¿Con tu cara bonita? No, ahora estaríamos lamentando la muerte de otra persona, Billy..
Kane escuchaba la conversación en silencio mientras miraba las llamas extenderse por el paraje, frunció el ceño y bajó la cabeza, dispuesto a seguir su camino.
—Que desgracia —se lamentó la vieja —. Primero Joe y luego su familia, al menos podrán reunirse en el Cielo.
El pistolero se paró en seco, volvió la cabeza, se vio impelido para preguntar aunque de alguna forma sabía la respuesta.
—¿Qué le pasó a Joe? —tragó saliva según preguntaba. La vieja le miró con suspicacia, extrañada.
—Los cabrones que hicieron esto lo mataron hace tres días. Querían cobrar su impuesto de protección —escupió al suelo combativa —. No tenían dinero, las cosechas se habían ido a la mierda, lo mataron a golpes y luego se vinieron a cobrarlo de su mujer e hijas..
El joven Billy se volvió hecho una fiera alejándose del grupo sin decir nada, Kane le siguió con la mirada un rato hasta que su atención regresó a la anciana.
—¿Por qué te interesa eso, forastero? Solo estás de paso, buscando a alguien, como dijiste, ¿qué te importa nuestra desgracia? —Kane sintió la mirada de la vieja con inquisitivo peso, el pistolero se encogió un poco, aterido por la circunstancias, la mirada de aquella anciana poseía algo extraño e inusual.
—Tienes razón —murmuró —. No es asunto mío.
Kane empezó a alejarse ocultando sus titubeos con un paso firme, su inseguridad con una máscara de suficiencia, su culpabilidad con justificaciones.
—Nunca es asunto de nadie, quizá esa fue la razón por la que el mundo se fue a la mierda —suspiró con amargura —. Porque los hombres buenos que podían hacer algo dijeron.. no es asunto mío.
Las palabras de la anciana incitaron a Kane a volverse hacia ella, pero cuando miró ya no había nadie. El pistolero se quedó paralizado, seguía habiendo gente, pero la mujer anciana no estaba. Con aquella incertidumbre en el cuerpo, se volvió hacia el camino para proseguir su búsqueda. No quería oír, no quería escuchar, solo tenía un objetivo, una obsesión, no le quedaba otra.
Connecticut, hace 7 años
Hijo de Galilea - Tercera Parte
Los días se sucedían en una concatenación gris que iba marchitando la esperanza de Kane. No importaba cuantos rumores persiguiera, no importaba cuantos contactos sonsacara, el vacío y la desinformación reinaban en un sendero que por momentos sentía que no le llevaba a ninguna parte. Pero en esa oscuridad acerca del destino de quien seguía buscando se le añadió otra, una más densa y palpable, que iba emponzoñando su alma lenta e inexorablemente.
Los abusos, los asesinatos, los robos, las coacciones, la violencia, un mundo enfermo huérfano de la justicia en la que una vez tanto creyó. La obsesión de Kane por encontrar lo único que le quedaba le habían cegado, el recuerdo del granjero apaleado, de su familia y hogar en llamas, y la duda, ¿y si hubiera intervenido? ¿hubiera cambiado algo?
—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —murmuró uno de los parroquianos a la barman de un pequeño local de un enclave perdido de Connecticut. La mujer, una mujer de treinta y pocos, con el rostro amartillado por una viruela, movió la cabeza dubitativa.
—Tres días. Ha bebido, ha dormido, pero está pagando y no monta follones. Me vale que sea así —repuso la mujer mientras recibía la mirada perpleja del cliente, un instante después las puertas se abrían dando paso a una pequeña camarilla de tipos con aspecto de pandilleros, los miró de soslayo ante de seguir hablando —. Vino buscando a alguien, pero ya ves que pinta tiene, no creo que haya encontrado a nadie..
—¡Jeannine! ¡Cuanto tiempo! ¿Cómo va por el barrio? —preguntó una entusiasta mujer algo más joven que la barman, tañida a cicatrices y piercings. La aludida apretó los dientes.
—Como siempre, Rider, ¿qué narices quieres? —le respondió combativa, la pandillera rió divertida al unísono con sus hasta cuatro lacayos. Alzó las manos.
—Tranquila, Jeannine. Solo he venido a ver una vieja amiga, no tengas esos humos —sonrió como un tiburón. Jeannine recordaba bien como había acabado la última visita de Rider y sus hombres, con un par de muertos, medio local destrozado, un precio pequeño para echarlos de ahí, pero molesto para la dueña del local.
—Lárgate tú y tus perros de mi bar —ni corta ni perezosa sacó una escopeta de debajo de la barra, la amartilló, Kane escuchó ese sonido, no estaba cargada, pero no se movió de su apatía en el rincón más profundo del bar. Jeannine apuntó a Rider —. Largo, zorra. Créeme que no me importará limpiar tus putas vísceras de aquí si hace falta.
La pandillera miró fijamente a Jeannine, como si aquello fuera una gran broma, echó a reír maníaca y ella misma desenfundó una pistola con la que apuntó a la barman.
—No has tenido que hacer eso, Jeannine. No, no. Un pajarito me dijo que el otro día tuviste problemas con los chicos de Bart, y el pajarito me dijo que esa preciosa escopeta que tienes ahí.. gastaste tus últimos cartuchos en sacártelos de encima —profirió una sonrisa malévola, confiada, apuntaba a la cabeza de Jeannine.
—¿Quieres apostar? —la barman apretó los dientes, pero mantuvo la fachada mirando a los ojos de Rider.
Kane había abandonado parte de su letargo al percibir armas en la escena, uno de los pandilleros se había acercado a él para tantearle. El penoso estado del pistolero no le convertía en una amenaza, por lo que por el momento le ignoraron, a Kane le dolía horrores la cabeza. En la barra las apuestas subían, las dos mujeres se miraban la una a la otra con ferocidad, pero el farol de Jeannine no había funcionado.
—Apostar es lo que hace divertido esto, ¿no crees? —todo sucedió rápido, el disparo de la pistola de Rider tronó por la estancia, pero lo mismo hizo la escopeta de Jeannine. Un último cartucho guardado en la recámara del arma de la barman estalló expulsando su contenido, pero erró el tiró. La bala de Rider atravesó el cráneo de Jeannine provocando que la trayectoria del arma de la dueña del local se desviara peinando el cráneo de la pandillera y estrellándose contra el techo. Rider empezó a reír histérica —¿¡Lo ves!? ¿¡Lo ves, zorra estúpida!?
Rider se subió a la barra y empezó a recoger sus ganancias, los pandilleros reaccionaron como un resorte a la victoria de su jefa. La paralización general de la parroquia local, que contemplaba con estupor y horror el desenlace, no mejoró, ateridos por las amenazas de los pandilleros que empezaban a vaciarles los bolsillos. Era una escena penosa, en pie en la barra la demente líder pandillera celebrara su victoria mientras sus lacayos desvalijaban a todos los presentes, apalizaban los que se resistían y se reían de los que se meaban de miedo.
—Eh, tú, borracho de mierda, ¿no me oyes? —llamó uno de ellos a Kane, impactado por lo que acababa de ver —. Dame todo lo que tengas, o te rajo, gilipollas.
Kane alzó la mirada hacia el pandillero que lo amenazaba, la cabeza le aullaba de dolor y los efectos del alcohol aun volaban sobre su mirada. Pudo ver a un tipo no mucho más grande que él esgrimiendo torpemente una navaja oxidada, Kane se preguntó como unos tipos tan patéticos eran capaces de poner en jaque a tanta gente. Pero era una pregunta estéril, el pistolero echó mano de su bolsa y vació su escaso contenido sobre la mesa.
El tipo no pareció molestarse en cachear a Kane, con el mísero trofeo y haberse pavoneado delante de él parecía suficiente botín para él. Se reunió con el resto mientras escuchaba una cacofonía lejana, una pelea y el sonido de otro disparo acompañado de risas de hiena. Cuando regresó el silencio, solo se escuchaban los sollozos de una mujer, las hienas se habían marchado. El pistolero se puso en pie tambaleante, se arrastró por el local hasta contemplar la dantesca escena. La mancha de los sesos de Jeannine en la pared, un par de muertos en el suelo, otro agonizando con una mujer tratando de salvarle.
—Ayuda.. ayuda.. por favor.. —suplicó la mujer mirando a Kane que apenas se tenía en pie, el pistolero, a pesar de su estado, sabía la implacable verdad de esa herida en el cuello.
—Déjalo.. no puedes hacer nada por él —negó con la cabeza, la mujer entonces pudo fijarse en el revólver de Kane, ahora visible al levantarse, y algo en ella prendió en llamas.
—¡Estabas armado! ¿Por qué no hiciste nada! —le recriminó a Kane con los ojos teñidos de furia y dolor.
—No era asunto mío, ¿entiendes? —cuajó la mandíbula, se acercó tambaleante hasta una mesa y tomó una botella con licor destilado del local —. No era mi jodido asunto...
La mujer se levantó furiosa, empujó a Kane presa de la histeria y la impotencia, el pistolero no se resistió.
—¿No era asunto tuyo? ¿No lo era? ¡Nuestro pueblo te abrió las puertas! —empujón tras empujón, la fuerza de la mujer se iba desvaneciendo. Kane callaba, sabía que en el fondo la mujer tenía razón, una gota más en un vaso de vergüenza cuyo borde no atisbaba a ver.
—¿Qué haré yo ahora? Mi marido está muerto.. yo.. —se llevó la mano al vientre, para Kane no hubo necesidad de ninguna palabra más para comprender aquel gesto —. No sé que haré ahora.. ya no hay justicia en este mundo...
Algo había impresionado a Kane, quizá aquel gesto natural y temeroso de la mujer. Un resorte lejano cuyo eco se hizo cada vez más grande en su cabeza hasta golpearle la sien. El pistolero echó el licor al suelo con los ojos hundidos, rehuyó los ojos de la mujer y se puso en pie. Apenas un hilo de voz surgió de sus labios.
—No la hay.. —murmuró poniéndose en pie y contemplando la horrible estampa del bar, las miradas acusadoras de todos los que ahí quedaban vivos —.. pero siempre nos queda otra cosa.. cuida de tu hijo, que no te lo arrebaten, es lo único que te quedará de tu marido..
Kane intentaba mantenerse en pie, pero la fuerza del alcohol y el dolor rampante de su cabeza le impedían mantener una firmeza en el camino. Salió del bar sin tener claro que iba a hacer ni hacia donde ir, desenfundó su revolver y lo miró con los ojos encogidos, a punto del llanto.
—Cuando decidas luchar por un ideal, procura ser digno del arma que empuñas.
Kane comprobó la munición, bala por bala, tragó saliva asumiendo lo que iba a hacer. Pero una voz en su cabeza se fue haciendo cada vez más insistente. Porque ahora sí era asunto suyo.
Connecticut, hace 7 años
Hijo de Galilea - Cuarta Parte
Apenas quedaba media hora para el amanecer, un viento frío se había arrebujado en la orilla del río por donde Kane había rastreado a Rider y sus hombres. Tampoco es que hubiera sido una tarea complicada, las risas de la loca líder de los pandilleros se podía escuchar a lo lejos, las pisadas sobre el barro eran otro indicio, estaban muy confiados en que nadie iría a su cubil. La noche empezaba a clarear, pero era lo suficientemente oscura como para cubrir su avance hasta que llegó a lo que creía que era el perímetro del campamento de Rider. Kane había esperado paciente hasta que acabaran todos dormidos tras su juerga, agazapado junto a las raíces de un árbol muerto mientras los escuchaba beber, reír y follar. Durante ese tiempo pudo contar que había hasta siete miembros, contando a Rider, en el grupo.
Era una decisión temeraria, pero los efluvios del alcohol aun le cercaban, la claridad había pasado a segundo plano mientras la necesidad de hacer algo bullía en su interior. Cuando finalmente se decidió, avanzó por detrás de una de las chozas de chatarra del campamento, los ronquidos cubrían cualquier avance ruidoso que pudiera hacer, de esa guisa sorprendió a uno de ellos que había salido a mear.
Kane le cogió por la espalda, del cuello y lo arrastró hacia atrás apretando para evitar que diera la alarma. Pero todo intento por hacerlo silencioso se fue al traste, el pistolero tropezó con un tabique de cemento que le hizo perder el equilibrio liberando al pandillero de la presa.
—¡Hijo de puta! —gritó, no era una alarma, pero graznó tan sonoramente como si lo hubiera hecho. El tipo intentó embestir a Kane mientras recuperaba la posición, pero el pistolero pudo esquivarlo justo a tiempo para que la cabeza del pandillero chocara contra la chatarra de la choza. El estruendo consiguiente no le dejó lugar a dudas de que si alguien quedaba dormido en el campamento, se habría despertado.
Aprovechando el aturdimiento del pandillero, Kane cogió el tabique que le había hecho tropezar y lo incrustó en la cabeza del matón reventándole la cabeza. Esta se abrió como un melón regando la pared y la ropa de Kane, que jadeaba tras el esfuerzo, pero no tenía tiempo para descansar. Todo el plan de subterfugio se había ido a la mierda.
Del interior de la choza salió otro matón alertado, con las legañas aun en los ojos, y tres más se pusieron en pie que habían estado durmiendo al raso alrededor de la hoguera central.
—¡Ha matado a Vinnie! ¡Maldit..! —no dejó tiempo al recién aparecido acabar la frase, Kane le lanzó el tabique contra el pecho en un ejercicio de pura fuerza bruta que casi se rompió los tendones del sobreesfuerzo, no lo había matado, pero quedaría derribado un buen rato. Ahora el problema llegaba en forma de tres de ellos que se lanzaban a por él, las cosas se complicaban para el pistolero.
Kane fue a desenfundar su revolver, pero ahora fue él el sorprendido, otro tipo que había salido dentro de la choza le soltó un puñetazo que lo hizo tambalear de lado y el revolver cayó al suelo. El siguiente golpe fue un bate de beisbol de madera que se encajó en su estómago, Kane se dobló ante las burlas de los cuatro matones que ya le cercaban.
—Mira, es el borracho del bar de Jeannine.. un puto héroe —dijo otro que le soltaba un puñetazo en la cara, Kane giró la cara con lo que sentía que le saldría un feo cardenal en el ojo. El pistolero le miró desafiante con una sonrisa provocadora en los labios, los pandilleros se reían, tras ellos veía aparecer a Rider, sentía el halo del fracaso sobre él —. Verás cómo te hago sonreír ahora, hijo de puta..
Sacó esa navaja oxidada con la que le había amenazado en el bar, uno de los matones lo cogió de los brazos inmovilizándole para que el primero dibujara la nueva sonrisa con el arma. Kane se resistió, pero la presa era férrea, solo podía ver como inexorablemente se acercaba la hoja de la navaja a su cara. Pero la voz de Rider se impuso sobre sus matones.
—¿Qué coño pasa, aquí? —la voz de Rider paralizó la demente cirugía del pandillero de la navaja, los demás abrieron paso a su jefa que se acercó a Kane que seguía forcejeando. Rider echó una ojeada a los dos caídos con desdén, volvió pronto su atención al pistolero con una sonrisa maníaca —. ¿Un puto valiente? ¿Un tío con huevos?
Kane siguió forcejeando sin decir nada, pero Rider aplaudió entusiasta e hizo un gesto con la cabeza a uno de los matones que salió a buscar algo.
—¿No respondes, valiente? ¡Joder! Si hasta estás bueno y todo, un buen polvo te metería, ya lo creo que sí.. lástima que.. —tendió la mano a la nada, pronto le pusieron un machete en la mano, Rider acercó la cabeza a Kane con esa sonrisa de psicópata —. ..pronto te vayas a quedar sin huevos.. ¿eh?
Las hienas volvieron a reír, lo suficiente para que bajaran un tanto las fuerzas de su presa y propinara un cabezazo a su líder reventándole la nariz. Kane la miró con una sonrisa sarcástica, con la frente ensangrentada, dándole a la muerte la mejor de la sonrisas.
—Cabrón.. mi cara.. mi puta cara, ¿lo veis? ¿lo veis? ¡Mamón!
Quizá fue la adrenalina, la confianza de los matones, el entrenamiento de su mentor o el Destino que había movido sus hilos, pero Kane hizo un potente tirón hacia abajo cuando veía que el machete de Rider iba a abrirle la cabeza. Pero la testa que encontró fue la del matón que lo inmovilizaba. La sangre salpicó todos los presentes, la presa cedió y Kane se coló rodando entre los matones a por su revolver. Al dar la voltereta notó que tenía una costilla rota con toda probabilidad, pero ignoró el dolor y exigió aun más de su cuerpo, y su cuerpo se lo dio.
Antes de que ninguno de los presentes reaccionara, una velocidad sobrehumana envolvió las acciones de Kane. Cogió el revólver y descerrajó tres disparos consecutivos que acertaron a los tres matones restantes, con el mismo impulso se puso en pie apuntando a Rider, pero la psicópata ya había echado mano de su pistola apuntando a Kane. Ambos se cruzaron miradas.
—¿Otra apuesta, valiente? ¿¡Otra!? —gruñó Rider menos burlona que en el bar, ambos se miraron a los ojos sabiendo que aquello iba a terminar en pocos segundos. El pistolero se concentró sosteniendo la mirada a la pandillera, la tensión se mascaba, aunque Rider le miró extrañada —. ¿Qué murmuras, hijo de puta?
—Aunque camine por el valle de las sombras de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo, Señor.
¿El Destino? Puede. Justo en ese momento el sol salía de su letargo anunciando el nuevo día, los rayos cegaron por un instante a Rider, ambos dispararon a la vez. Ella temiendo perder su ventaja. Él respondiendo al disparo. La bala de la pandillera atravesó el brazo de Kane limpiamente, pero la bala del pistolero reventó el cráneo de Rider. Kane fue consciente que de no ser por la ceguera momentánea del amanecer el destino de la bala hubiera sido muy distinto, el pistolero cayó al suelo de culo con los ojos abiertos, ignorando el dolor de la herida que acababa de recibir.
Gritó de tensión, de furia, de agonía, de vergüenza, de felicidad. Toda la contención hasta ese momento estallaba de dentro hacia fuera como un torrente imparable, miró los cuerpos que lo rodeaban, la agonía de los que aun quedaban vivos y su propio estado lamentable. Era la primera vez que mataba de ese modo, se arrastró hasta el machete de Rider y lo cogió, se puso en pie tomando una perspectiva superior del campamento.
—Porque el Señor ama la justicia, y no abandona a quienes le son fieles. El Señor los protegerá para siempre, pero acabará con la descendencia de los malvados.
Debía atender sus heridas, el pueblo no quedaba lejos, se arrastró por las chabolas y recogió cuantas cosas creyó que pertenecieran a la gente a quien habían estado robando. El pecho le dolía, el estómago le dolía, el brazo le dolía, pero miró al cielo amaneciendo. Apretó los labios, lloró en silencio y volvió paso hacia el pueblo.
Rhode Island, nueve meses después
Hijo de Galilea - Epílogo
—Deberías ser más cuidadoso, yo no te enseñé a ser un temerario —reprendió el Tuerto Jeff a Kane, su pupilo, viendo como se acariciaba la cicatriz del agujero de bala que le había dejado el disparo de Rider. El pistolero miró a su mentor, puso un amago de gruñido en el rostro, luego resopló —. Eso resopla. Quizá para los demás seas una suerte de héroe, un justiciero o qué carajos sé yo, pero para mi sigues siendo un crío, un crío temerario cegado por ideales que le van a conducir a la muerte prematura.
Las palabras de Jeff eran lanzadas sin contemplaciones, removió el fuego de la hoguera del campamento que los dos nómadas habían preparado en medio de la nada. Una pequeña cena familiar.
—Cambio las cosas. Para esa gente.. ¿qué se supone que haces tú? —respondió enojado Kane mirándole a los ojos que, si bien Jeff era tuerto, la costumbre hacia que el pistolero viera los dos orbes del anciano.
—Para empezar, no cagarla. Hacer las cosas bien. Y no pierdo el tiempo en niñerías —amonestó ceñudo, encendió uno de sus puros. Aquello era algo que Kane nunca había descubierto, y a fe que le había preguntado, pero no sabía de donde coño sacaba los puros. Pero lo cierto es que siempre tenía uno, y siempre que le echaba bronca lo tenía encendido.
—Salvo gente, niños, padres, madres.. —apretó los dientes tratando de defender su postura —. Eso es más de lo que hice contigo, ¿para qué me entrenaste entonces? ¿No era para hacer justicia? ¿No me decías eso?
—Sí, justicia. No venganza. Por eso es lo que haces, vengarte —resolvió salomónico, prosiguió sin dejarse interrumpir —. Sí, Kane, te preparé para hacer justicia. Para una guerra. No para ser un sicario.
En ese punto Kane estalló levantándose contra Jeff, este ni se inmutó.
—¿Guerra? ¿Tu puta guerra secreta? ¿De la que siempre dices que no estoy preparado para saber? ¡No me jodas, Jeff! —sacudió el cuerpo dando la espalda al viejo pistolero —. Llevas toda la vida diciéndome que se prepara algo gordo, algo importante, pero nunca me dices nada, ¿sabes? Empiezo a creer que todo esto son monsergas, que estás chalado.. que solo me dices eso.. porque estás loco y yo he estado siguiéndote porque.. porque no tenía otra cosa.
Jeff endureció un tanto la mirada, pero no respondió, movió las ramas para remover el fuego haciendo saltar algunas chispas. Echó una calada antes de hablar.
—No es algo que podamos evitar, chico —dijo con serenidad —. Si crees que me divierte esto, que todo esto es una gran broma de mal gusto y yo soy su director.. ojalá fuera cierto. Pero no es así. Porque no se trata de ti, no se trata de mi, se trata del Destino.
La beligerancia de Jeff se había atenuado, eso hizo que Kane se relajara también y se volviera hacia él.
—Si en todo esto está metido el Destino.. no lo sé, pero estoy haciendo algo.. algo bueno. Sé que no es lo quisieras, pero alguien ha de hacer justicia por toda la gente que no puede defenderse, eso debes entenderlo.. —razonó volviéndose a sentar apoyando los codos en las rodillas con la mirada clavada en el fuego.
—Kane.. sé que lo que haces es una salida, una liberación —suspiró tratando de ser más contenido en sus opiniones —. Lo que has pasado es muy reciente, Diana.. —echó el humo hacia el fuego —. Pero estás adentrándote en un camino de tinieblas. Te conozco y sé que sufrirás. No eres como esos a los que matas, no eres un monstruo, pero por cada persona a la que arrebates la vida una parte de ti se irá con ella. Dejarás ser el hombre para ser el monstruo, ¿sabes lo horrible que es levantarte un día y que te dé igual a quien le quitas la vida? ¿Que incluso te dé placer hacerlo?
El pistolero no respondía, frotaba las manos nervioso, Jeff acercó la mano a su pupilo.
—No, sé que tú no quieres ser así. No lo querría, Diana —sabía que mencionarla era entrar en arenas movedizas, pero no se amilanó porque sabía que tenía razón —. Y yo tampoco. Te he criado desde que tenías ocho años, te conozco. No tires por tierra todo lo que has conseguido, todo lo que eres, todo lo que puedes llegar a ser. Vuelve conmigo, acaba tu adiestramiento, y tendrás las respuestas que quieres.
Kane no parpadeaba mirando a las llamas, desenfundó su revólver y lo miró con detenimiento. Al sostenerlo sintió todas las heridas que había recibido en esos ocho meses, y recordó todas las muertes que había provocado con él.
—Me has entrenado. Me has criado. Pero.. hay algo que no.. que no está bien, Jeff —se iba fijando en cada detalle del arma, con lentitud ceremonial —. Lo he buscado, he buscado por todos lados a mi hijo, pero.. es como si se hubiera esfumado. Nadie sabe nada. Nadie ha visto nada. Estoy.. perdido. Y esto.. —tomó el revólver con firmeza —. ..esto es lo único que tengo para cambiar las cosas. Si no son para mi, quizá sea para los demás. He elegido mi camino, Jeff, por favor.. no me lo pongas más difícil. Sé que no es el mejor, pero.. es lo que soy ahora, lo que puedo ser ahora.
El viejo pistolero miró a su alumno en silencio, la luz de las llamas competían con la luz de su puro para ver cuantas sombras podían reflejar en la mirada de este, la cual estaba firmemente clavada en Kane.
—¿Sabes cómo te llaman? El hijo de Galilea, creen que eres una especie de ángel vengador o una mierda así, quien te llamara así tenía una pájara de aúpa —suspiró negando con la cabeza —. Está bien.. no insistiré. Es tu camino, es tu decisión.
Sin esperar el gesto de Kane, vio como este le acercaba su revólver.
—Te he fallado, Jeff. Es justo que te la devuelva, no soy quien esperabas que fuera —dijo abatido, avergonzado. El viejo escupió al fuego, miró al muchacho con severidad.
—¿Eres idiota, chico? Esa arma es tuya. Es el arma de un guerrero. Y a pesar de que ahora estés tomando esta decisión, a pesar de que te estés equivocando y te vayas a arrepentir.. —hizo una pausa, se acercó un poco a Kane, le puso la mano en el hombro como siempre había hecho cuando le daba un consejo —. Sé que te he entrenado bien y sabrás encontrar el camino correcto cuando sea el momento. Confía en tu instinto, he entrenado a un gran guerrero, y de eso no tengo ninguna duda.
La emoción atoró la garganta de Kane, ya era raro ver a su mentor hablando de ese modo, pero no esperaba que en ese momento, después de su desaprobación, después de haberlo desafiado, después de renunciar a todo por una mujer, por una familia dando la espalda a lo que Jeff decía que era su destino. El viejo miró el revólver que sostenía entre sus manos su pupilo.
—El arma de guerrero debe tener un nombre —dijo con solemnidad.
—Raguel —alzó el revólver, lo contempló y miró a su maestro —. La llamaré Raguel.
—El arcángel de la justicia y la armonía, es un buen nombre, al menos recuerdas las cosas que te enseñé —miró a la cena, movió la cabeza hacia la hoguera con una sonrisa torcida que encontró otra de Kane —. La cena, chico. Ayuda a este anciano.
Boston, hace 18 años
Hubo una vez - Primera Parte
—Siguen llegando noticias desde San Petersburgo, donde las autoridades rusas confirman el cierre de tres clínicas clandestinas donde se practicaban cirugías ilegales para buscar una cura para la peste neonatal, el escándalo.. —la televisión se cerró repentinamente, la voz de Claire sustituyó la del presentador de la CNN —. Vamos, vístete, tus padres llegarán en una hora y media al aeropuerto, ¿no quieres ir a recibirles?
El niño quiso quejarse, pero la experiencia le dictaba que enfrentarse a su tía era una pérdida de tiempo. Si él era tozudo, ella tenía ocho años más de experiencia en ese campo. Pero eso no quería decir que no podía intentarlo.
—¡No quiero ir al aeropuerto otra vez! ¡Que coñazo! —espetó el muchacho poniendo morros, Claire miró a su sobrino admonitoria, el pequeño sabía lo que llegaba.
—Vuelve a decir eso, y tu madre tendrá que comprar jabón porque se acabará en casa. ¡Vamos! ¡Marchando! ¡Uno, dos, uno dos!
La derrota del conato de resistencia fue absoluta, el muchacho remugó unos instantes más antes de ponerse en marcha para vestirse. En veinte minutos tomaban el coche rumbo al aeropuerto de Boston, Claire era buena conductora a pesar de tener dieciocho años, era la hermana pequeña de la madre del niño que, secretamente, guardaba cierto amor platónico por su tía. Rubia, ojos azules, atlética, era el arquetipo de la belleza norteamericana, pero en aquel inocente amor infantil vencía la timidez y la realidad a las verdaderas intenciones del niño.
No había excesivo tráfico a esa hora, en pleno verano, era un julio caluroso. La radio anunciaba lo buen día que haría, las próximas películas de estreno y los partidos del fin de semana, un perfecto día normal.
—Tu madre me dijo que este curso no has sacado buenas notas, ¿qué te pasa? ¿estás enamorado o qué? —empezó a hablar Claire haciendo que el rubor de las mejillas del chico estallase —. Venga, no te pongas así, ¿quién es ella? ¿la conozco? —preguntaba con afán de chinchar a su sobrino, este se revolvió enérgico entre carcajadas de Claire.
—¡Nadie! ¡Las chicas son tontas! ¡Tontas como tú! —gritó cruzándose de brazos poniéndose de morros, la risa de su tía no hacía sino alimentar la frustración del chico.
—Oh, vamos, no te pongas así —dijo guardando una risa residual, iba a decir algo más cuando el coche de quejó, el motor empezó a toser. Claire bufó sorprendido, condujo el vehículo a duras penas a la cuneta —. Genial, y ahora el puto coche se jode.
Obviamente, todo adulto que se precie, no suele estar a la altura de las correcciones a los pequeños en cuanto a tacos.
—Quédate dentro, ¿vale? Voy a mirar lo que le pasa a este cacharro.
Saliendo del coche, no es que Claire fuera una experta, pero una ojeada no se la iba a quitar nadie. Estuvo diez minutos con el capó arriba, fue cuando un tipo se acercó a ellos tras aparcar un coche negro. Caminaba con firmeza, con una gabardina larga, cabello lacio y canoso, barba con el mismo aspecto, con unas gafas de sol. Daba toda la pinta del típico paleto del sur, el muchacho se le quedó mirando con extrañeza y curiosidad, este se detuvo junto a la parte delantera del coche, a una distancia prudencial de Claire.
—¿Problemas con el coche? —preguntó el hombre, el niño se asomó para ver la conversación. Claire se volvió hacia él con cautela, a pesar de que era una vía transitada, no podía dar por sentado nada. Menos con las pintas de aquel tipo.
—Creo que ha sido el carburador, aunque no tengo mucha idea de estas cosas —respondió la tía sin bajar la guardia, el hombre se encogió de hombros, echó una mirada fugaz al chico cuyo escaso segundo quedó grabado a fuego en el joven.
—¿Me permite, señorita Cassidy? —que mencionara el apellido hizo que Claire se pusiera en guardia, la consiguiente pregunta de cómo sabía su apellido se resolvió con una rápida respuesta del hombre, que mostró una identificación —. Lo siento, tuve que presentarme antes. Me llamo Jeffrey Haas, U.S. Marshal.
—Que conveniente que hayas aparecido, marshal —miró con suspicacia a Jeffrey tras mirar la identificación, se preguntó si estaría relacionado con su hermana, jueza en Boston —. Perdona que sean tan desconfiada.
—Descuide, ser desconfiado es signo de nuestros tiempos, ¿me permite? —había algo caballeroso y arcaico en aquel hombre, el muchacho enseguida se vio intrigado por este, las escasas miradas que compartieron evocaban en el chico que aquel hombre tenía algo especial. Tras varios minutos, Jeffrey reparó el vehículo, con Claire y su sobrino en el coche dispuestos a continuar, el marshal les miró desde la ventanilla.
—Lamento vuestra pérdida, pero a partir ahora las cosas van cambiar, tened cuidado —sin dar tiempo a réplica, se apartó alejándose hacia el coche con el que había llegado. Claire se quedó perpleja, miró a su sobrino y carraspeó volviendo a arrancar el coche.
—Hay de gente más rara en este mundo..
Aquel vaticinio siniestro se cumplió aquel 26 de julio de 2020. Las televisiones retransmitieron la encarnizada pelea entre aquellos dos seres míticos en los cielos de Washington, en su descenso derribaron a un avión comercial que volaba desde la capital hasta Boston. Los padres de Kane iban en ese vuelo, regresando de un viaje de trabajo para casa, las cámaras grabaron el momento justo cuando el avión se convirtió en una enorme bola de fuego haciendo que las más de doscientas personas que volaban en él se convirtieran en un destello. Una macabra estrella que señalaba que el mundo había cambiado para siempre. Era el principio del fin.
Boston, una semana después
Hubo una vez - Segunda Parte
—¿Es que tienen que venir a tocar las narices todos los días? ¡Largo! —gritó Claire moviendo las manos para alejar una jauria de periodistas que se habían agolpado a las puertas de la casa esperando arrancar declaraciones de ella o de Kane —. Les voy a denunciar por entrar en propiedad privada. ¡Fuera!
Era la quinta vez que Claire los echaba, al poco tiempo acechaban de nuevo como buitres esperando una noticia. No era para menos, una semana después del incidente de Washington todo el mundo se había vuelto loco buscando respuestas, al no encontrarlas los medios fijaron su atención en los familiares de las víctimas del vuelo derribado, como si una retorcida lógica les llevara a pensar que estos pudieran aportar algo a la tragedia.
—Malditos chalados —gruñó la joven mientras encendía un cigarrillo, miró a su sobrino, encogido sobre el sofá mirando la televisión. Claire suspiró y se se sentó junto a él, cambió el canal de noticias por uno de dibujos animados, aunque ella sabía que el llevaba rato sin ver nada. Se acurrucó junto a él —. Eh.. tendrías que comer algo, no puedes estarte quieto sin hacer nada..
Claire, en realidad, no sabía cómo afrontar la tragedia. La pena y el dolor también corroían sus entrañas, pero había decidido ser fuerte por su sobrino, que tras saber de la muerte de sus padres se había quedado en estado de shock. No se había separado de él desde el incidente, y no recordaba haberlo escuchado llorar, solo largos y lúgubres silencios acompañados de respuestas monosilábicas. Pero Claire no estaba hecha para esos silencios dramáticos, cogió a Kane y se lo puso sobre su falda.
—¡Escucha! Sé que tus padres han muerto. Sé que están pasando cosas terribles. Pero no puedes quedarte quieto —aseveró Claire mirándole fíjamente con sus dos ojos celestes —. Esto —puso su mano sobre el corazón —. Sigue latiendo, sigues vivo y eso, Kane, eso es algo que tus padres celebran ahí en el Cielo, ¿de verdad crees que se sentirán felices si te ven triste y solo?
Esperaba que con sus palabras lograran reblandecer la coraza que el chico se había alzado a su alrededor. Asintió lentamente, dubitativo, a esa ventana se agarró su tía.
—Kane.. si has de llorar, llora. Si has gritar, grita. Yo también estoy triste, muy triste, pero no quiero estarlo más viéndote a ti así, ¿lo entiendes? —suavizó el tono de voz, un impulso maternal hizo que abrazara a su sobrino con firmeza, ella no contuvo las lágrimas —. Tus padres te pusieron a mi cargo, y a mi cargo seguirás, ¿de acuerdo? Nadie nos va a separar.
El niño se aferró a su tía, un amago de sollozo se liberó en su garganta, pero ninguna lágrima recorrió sus mejillas.
—¿Me lo prometes? —balbuceó temeroso. Una sonrisa confiada y segura asomó en los labios de Claire.
—Te lo prometo, cariño. Te lo prometo —respondió apretando al niño contra él, con calidez y firmeza.
El resto del día pasó envuelto en una extraña calma cotidiana, la conversación les había ayudado un poco y el niño se dedicaba a mirar los dibujos animados. Claire había decidido poner un poco de orden en la casa, pero a cada paso que daba los recuerdos venían a ella como alimañas esperando sacar su parte. Su hermana mayor, Ann, jueza federal, aparecía sonriente junto a su sobrino y su marido, Adam, un abogado de prestigio hijo de pastor protestante, que llamaran Kane a su sobrino había sido bastante sonado en el seno de la familia de su cuñado. ¿Y ella? La hermana menor, llegada cuando nadie la esperaba ya, pero querida igual. Siempre había querido ser cantante, había tenido algunos pinitos en Youtube, pero algún que otro novio posesivo nunca le habían permitido despegar en su carrera. En ese momento la casa sonó, los recuerdos de Claire se esfumaron frente a la realidad.
—Como sean otra vez los putos periodistas.. —bufó mientras lanzaba una sonrisa a Kane, que había vuelto la mirada hacia el recibidor, abrió la puerta decidida a echar del jardín a más curiosos. Pero se quedó parada —. ¿Usted?
Era el marshal que les había ayudado de camino al aeropuerto, su indumentaria apenas había cambiado, se quitó las gafas de sol revelando un detalle que aquel día le había pasado desapercibido, era tuerto del ojo izquierdo.
—¿Señorita Cassidy? Reitero mi pésame por su pérdida —saludó educado, Claire se quedó un tanto bloqueada, ello invitó a Jeffrey a proseguir —. Tu hermana no te habló de mi, pero soy un amigo de la familia. Me pidió que os protegiera si les pasaba algo.
Claire no sabía cómo reaccionar, ¿de qué iba ese tío? Mostró una sonrisa nerviosa, a un paso de coger el bate de beisbol que había tras la puerta.
—¿Por qué debería creerte? —preguntó calculando el tiempo que necesitaría para coger el bate.
—Porque el Destino ha empezado, y cada uno tiene su papel en él. Tú tienes el tuyo, yo tengo el mío y Kane.. tiene el suyo —dijo con una convicción dogmática, con su único ojos clavado en Claire, que temblaba ante aquella mirada de absoluta firmeza.
—Tu no eres marshal, ¿verdad? —preguntó con un hilo de voz, Jeffrey suspiró largamente.
—No, no lo soy —respondió sin evasivas, mantuvo la mirada —. Pero sí es cierto que conocí a tu hermana y que he venido a protegeros.
Boston, tres semanas después
Hubo una vez - Tercera Parte
—No tengo mucho que decir sobre ellos, apenas conocía a Thomas, y de Helen.. ella era única. Un alma indomable, justa e incorruptible —la voz de Jeff era solemne, cascada por el tabaco que fumaba sin medida, pero su porte era firme ante las tumbas de los padres de Kane. Después de semanas tratando de recuperar sus cuerpos por el desastre aéreo, finalmente un halo de reposo podía acompañar a la familia.
Claire sujetaba con firmeza la mano de Kane, el muchacho permanecía en silencio, con la mirada fija sobre las tumbas de sus progenitores, tan quieto que parecía una más de las estatuas de aquel cementerio. Había más gente, vecinos y espontáneos que se habían unido a la despedida. Claire intercambió una mirada con Jeff, este asintió lentamente y la mujer miró de soslayo animando al chico a intervenir. Este se resistió apretando los labios, negó con la cabeza clavado en el suelo, Claire amagó un suspiro triste y se animó a tomar el turno de Kane. Había asistido al entierro con su guitarra, pues quería dar una última despedida a su hermana y su cuñado, procuró sonreír mientras sustituía a Jeffrey que, a la vez, este tomaba su lugar junto a Kane.
No dijo nada, solo empezó a rasgar las cuerdas y empezó a cantar. Era una voz dulce, contenida por la emoción, que acompañaba una canción tranquila y profunda. Nota a nota, verso a verso, la mirada de Kane se iba alzando buscando a su tía que, en ese momento, le pareció algo hermoso más allá de toda medida y, a la vez, con un incierto tono de despedida. Ella sonrió de vuelta, un mudo mensaje de que todo iba a ir bien. Jeffrey puso la mano sobre el hombro del chico, apretó suavemente sin robarle la atención a Claire.
—Hubo una vez alguien que perdió a sus seres queridos, pero que los honró siguiendo adelante, porque el ciclo siempre permanecerá sin romperse —mientras la canción seguía, Kane miró a aquel misterioso hombre que había aparecido en su vida, sus miradas se cruzaron y luego volvieron a Claire. El muchacho sintió un escalofrío profético, las palabras de Jeffrey se habían colado en él.
La sonrisa de la mujer iluminó a los presentes, vivía cada estrofa con la fuerza de mandar la melodía al cielo donde los difuntos pudieran escuchar. El silencio que siguió a su canción fue profundo y sentido, lágrimas derramándose, sollozos enmudecidos, y Claire, con los ojos vidriosos, miraba a los que tenía al frente. Pero sus ojos no buscaron a Kane, sino que contactaron con los de Jeffrey. Entre ambos hubo un mensaje mudo, revelador, que escapó a la percepción del chico que ahora lloraba por la muerte de sus padres.
—Tengo cáncer, Kane —anunció esa tarde, ya en casa, con los dos arremolinados en el sofá. Jeffrey les había dejado a solas, consciente de lo que debía suceder. Los ojos del muchacho se encogieron, un horror primitivo y desolador agarró su corazón y lo comprimió hasta lo absurdo.
—No.. no.. no.. ¿y te vas a poner bien, verdad? —balbuceó en respuesta buscando una respuesta afirmativa de su tía, ella sonrió con firmeza, con la energía que la caracterizaba. Pasó la mano por sus cabellos, suavemente.
—Claro que sí, los médicos me han dicho que hemos podido detectarlo pronto, pero tendremos que ser fuertes. Tendrás que ser fuerte para mi, ¿verdad? —Claire se negaba a perder la sonrisa, preñando de energía su actitud, su mirada, su habla. No había ni deseaba otra opción —. Mientras haya vida, hay esperanza. No hay que rendirse nunca, ¿recuerdas?
Paralizado por la noticia, Kane solo pudo abrazarse a su tía, ella lo recibió con calidez. Lo estrechó contra su cuerpo mientras aparecía Jeffrey por el marco de una de las puertas, Claire y él intercambiaron miradas, y el brillo de estas no era halagüeño. Pero a pesar de haberse deslucido, en la mirada de la mujer había resolución, y acabó por sonreír confiada.
Boston, ocho meses después
Hubo una vez - Cuarta Parte
Los meses acorralaron al tiempo, al principio fue sutil, pero al paso de las semanas aquello que se había desencadenado en los cielos de Washington se iba cobrando cada vez más porciones de un mundo que colapsaba. La nieve cubría Boston en una ola de frío que se había ido arrastrando desde Navidad, unas buenas Navidades para esa peculiar familia que se había formado en la Residencia Cassidy. Claire había peleado con ferocidad contra el cáncer que la gangrenaba por dentro, pero la continua falta de recursos, los saqueos crecientes y los cortes eléctricos, cada vez más frecuentes, habían dejado a la joven con la incapacidad de seguir con el tratamiento. Todos sabían de esta realidad, pero nadie hablaba, era la normalidad el mejor bálsamo al que podía aspirar Claire, uno que Kane se esforzaba en administrar entre las peculiares clases que recibía de Jeffrey, muy interesado en que el muchacho estuviera en forma.
Pero aquella última semana la enfermedad había vencido la resistencia de Claire, postrada en la cama recibía las atención de su sobrino que no se separaba de ella en ningún momento.
—¿Hoy no tienes entrenamiento? —preguntó febril a Kane con una sonrisa, a pesar de los surcos de la enfermedad que se iban cebando en ella, mantenía una belleza serena que parecía ser incapaz de serle arrebatada. El muchacho negó acercándose a la cama.
—Jeffrey dice que debo entrenar, pero no quiero. Yo quiero estar contigo —repuso con firmeza cogiendo de la mano a su tía, ella respondió con una risa débil.
—Debes hacerle caso. Se preocupa por ti —regañó con dulzura, acarició los cabellos del chico —. Debes ponerte fuerte, ahora que la tele no puedes verla apenas, esos kilitos de más deben desaparecer.
Kane se ruborizó, se puso de morros, pero no se alejó de su tía, que reía contagiosa. Parecía tan mayor de repente, se repetía, y aquello le aterrorizaba.
—¿A qué viene esa cara, tonto? Se acabó la comida basura, los bollos, algo bueno.. algo bueno tenía que traer todo esto.. —sin perder la sonrisa, con sus dos ojos azules enclavados en los del chico. Un silencio entre ambos se rompió ante la derrota de Kane ante la realidad.
—Me prometiste que no te separarías de mi —musitó tembloroso, aquello hizo que la mirada de Claire refulgiera frustrada, pero pronto recuperó su brillo cálido, tranquilo. Tomó de la mano a su sobrino.
—Sé lo que te prometí, y lo siento por no poder cumplir con mi palabra —se lamentó apretando con suavidad la mano del chico —. A veces.. la vida no es como nosotros queremos. Debemos aceptarla, disfrutar del tiempo que tenemos y agradecer que.. me puedo despedir de ti. Mi sobrino favorito.
Era su único sobrino, pero de algún modo ella hacía que esas palabras tuvieran una fuerza arrolladora, como si entre miles, él fuera único. Kane se quejó balbuceante, pero Claire se incorporó someramente para abrazar y apagar sus lamentos.
—No llores, no llores.. soy afortunada. Afortunada de tenerte a mi lado, afortunada de poder despedirme de ti —cobijó con un beso en la frente sus palabras, se separó y tendió la mano hacia su vieja guitarra, tan vetusta como ella ahora —. Dámela.
Obediente, Kane saltó de la cama recogiendo el instrumento para dárselo a su tía. Claire acarició su madera con lentitud, como lo hiciera con un amante, sonrió a su sobrino para empezar a rasgar las cuerdas.
—There are loved ones in the glory.. Whose dear forms you often miss.. When you close your earthly story.. Will you join them in their bliss?
La voz angélica de Claire vibró junto a la guitarra, se arremolinó ante el rostro de Kane, que contemplaba atónito como de repente las fuerzas de su tía regresaban.
—Will the circle be unbroken.. By and by, by and by? Is a better home awaiting.. In the sky, in the sky?
La voz de Claire, en ese repunte de energía insólito, volvió a apagarse poco a poco. Las caricias a las cuerdas se iban frenando, sus latidos apaciguando, pero su voz permanecía cristalina y firme, junto a una sonrisa que no se apagaba.
—One by one their seats were emptied.. And one by one they went away.. Now the family is parted.. Will it be complete one day?
Sin fuerzas para sostener la guitarra, esta se deslizó lentamente a un lado de la cama quedándose junto a Claire. Kane miró a su tía tembloroso, pero la sonrisa de esta abarcó todo el miedo y el dolor de ese momento, lo desterró. Con un último esfuerzo acarició su mejilla suavemente.
—Sí.. volverá a estar completa, pero aun no.
Claire murió esa noche. Lo hizo en paz, sin los dolores que la habían estado golpeando las semanas anteriores. Al contrario que con la muerte de sus padres, Kane pudo despedirse de ella, pero no abandonó su vera hasta bien entrada la mañana siguiente. Moría con una sonrisa en los labios, consciente de que su sobrino quedaba en buenas manos, Jeffrey acompañó el luto del muchacho con escrupuloso silencio. Aquel hombre miraba al chico en silencio, consciente de muchas de las cosas que debían pasar aun y por las que debería atravesar. Después de enterrar a Claire junto su hermana y su cuñado, Kane miró al que sería su mentor. Él asintió lentamente, miró hacia uno de los muchos caminos que salían de aquel cementerio y escogió uno.
No volvería nunca más a casa.
Manhattan, hace tres años
Hubo una vez - Epílogo
Kane se tambaleaba febril por la pérdida de sangre que le causaba el corte de cuchillo que había recibido en el costado. Había juzgado mal dar por muerto aquel tipo, y se la había jugado. Bueno, ya no se la jugaría a nadie más. El dolor era soportable, pero la progresiva pérdida de sangre eran un problema, necesitaba encontrar un sitio donde pararse y curarse, pero en aquellas ruinas las opciones eran limitadas. Una tos muy fea asaltó su garganta, esputó sangre por la boca provocando que el pistolero maldijera entre dientes.
—Vamos.. no me jodas.. —siseó apoyándose en un retorcido tronco de árbol. Su respiración pesada se acompasaba con su corazón, que latía por momentos cada vez más lento —. No me voy a morir aquí. Me niego.
Esa negación le empujó a dar unos pasos más, pero se tropezó cayendo al suelo con cierto patetismo. La sangre manó con más fuerza, Kane aplicó la compresa sucia contra la herida, sabiendo que aquello no iba a solucionar nada. En el suelo buscó con ojos vidriosos opciones, pero encontró otra cosa, unas piernas de mujer. El pistolero se esforzó por mirar más arriba, y a quien vio le sobrecogió el corazón, los latidos lentos se violentaron vibrantes.
—¿Clai.. Claire..? —musitó tragando saliva.
Allí estaba, con una sonrisa amplia y dulce, tal como siempre la había recordado. Los ojos abiertos de Kane no hicieron ni el ademán de parpadear, temían que al hacerlo la figura de su tía se evaporara enseguida. Ella no habló, solo volvió la cabeza mirando a su sobrino con fantasmal silencio y se llevó la mano al oído invitando a este que escuchara. El pistolero no comprendió al principio, pero afinó el oído peleándose con la cacofonía de silencios del páramo. Lo escuchó, un rumor atenuado, vibrante y cálido, Kane buscó con los ojos a su tía, pero la concentración le había distraído. Claire ya no estaba ahí.
Confuso por la alucinación, se esforzó por ponerse en pie siguiendo el sonido. Paso a paso, quebrando la necesidad de caer de lado, el sonido cobró nitidez y se volvieron voces, las voces en canto y el canto en música. Procedían de una solitaria iglesia enmarcada en el corazón de las ruinas de Manhattan, como un faro de luz en medio de la tiniebla más lóbrega. Kane se arrastró hacia aquel lugar como pudo, y esa música.. esa canción..
—Esa canción..
Las palabras se le agarrotaron en la garganta, sus ojos se encogieron hasta hundirse, su paso se aceleró torpe. Una necesidad absoluta de alcanzar las puertas de la iglesia le hizo ignorar la debilidad, se derrumbó junto a la gran puerta de madera que cerraba el edificio, empujó con fuerza con el empuje que le daba aquel hallazgo. La puerta cedió con sorprendente facilidad, aquello hizo caer de morros a Kane, pero levantó la mirada para encontrar un coro angelical cantando aquella canción.
Gateó unos pocos metros, entonces vio aquella figura etérea y hermosa, elevándose con su voz de serafín por encima de los demás, rubio de ojos verdes, que lo contemplaba desconcertada junto al resto del coro. Kane se admitió que nunca antes pudo haber escuchado una voz parecida que, dirigiendo aquel coro perdido, le impulsó de la necesidad de llenarse de aquella voz cálida y dulce que curaba el alma con esa canción que le despertó cuanto había olvidado. Aquel golpe a sus emociones no quedó indemne, el pistolero se hundió en el llanto como no lo había hecho en años, el coro se había parado, pero sus voces permanecían en su mente.
—¿Qué ha ocurrido, hijo? —preguntó una voz solemne y cálida, el reverendo vio la sangre e hizo señales para que buscaran algo para atenderle.
—Padre.. soy un pecador.. ¿por qué he visto a un serafín junto al Trono? no merezco.. yo.. —balbuceó débil, escondiendo el rostro sollozante.
—El Señor nos bendijo con nuestro serafín hace años... Y hoy, a través de sus caminos inescrutables, te ha traído a nuestra puerta —dijo con una mirada profunda y sonrisa sincera mientras cogía la mano del pistolero.
Se escuchaban disparos, explosiones, detonaciones; gritos desgarradores de angustia, de dolor; ruegos de auxilio, clamando por un poco de ayuda. Y por todas partes gente corriendo desesperada, huyendo, buscando un medio de escape, trepando a los pocos camiones y autocares que quedaban, a cualquier tipo de vehículo que pudiera ponerse en marcha y sacarlos del infierno caótico de esa zona de la ciudad. En un intento por escapar del tormento de la masacre, del hedor a putrefacción y carne quemada que emanaba de centenares de cadáveres, multiplicado por cien debido al sofocante y pegajoso calor.
En medio de la demencial cacofonía menos de una docena de soldados con equipo completo de campaña y fuertemente armados custodiaban un autobús de civiles afanándose y aullando maldiciones para que se apresurasen a subir. Estaban casi listos para largarse. Esas eran las órdenes. El sargento Fleming no se decidía a dar el pistoletazo.
Los soldados discutían. No era un pelotón homogéneo, pertenecían a diferentes unidades, unidos por diversas circunstancias tres meses atrás. Las balas aullaban aquí y allá. Los proyectiles rugían destrozando muros de los edificios colindantes. La mayoría quería dejar a los civiles a su suerte. No había control por parte de los mandos, la armada se desmoronaba. Dos grupos paramilitares controlaban la ciudad en disputa con las pequeñas unidades del Ejército USA y los policías que todavía se mantenían cumpliendo su deber.
Fleming cabeceó, inquieto, pero ya había tomado su decisión, influenciado por los cabecillas que deseaban esfumarse y sálvese quien pueda. Primero los soldados, luego el resto. Su unidad ya había comido suficiente plomo durante los meses anteriores, nadie podía reprocharles su retirada y tomar una nueva posición uniéndose a las tropas en el sur de la localidad.
-¿Señor? –Morgana, aparentemente incrédula, no entendía esa orden. De pie, sujetando con firmeza su fusil, sudaba bajo el casco- ¿Señor? –repitió con su suave voz.
-No me jodas, Morga. No te hagas la idiota. Está claro, nos piramos.
-Para ti soy cabo primero Whiterocks, soldado Di Luca.
-Tu puta madre.
-Morgana, ya me has oído. Mueve el culo –exigió Fleming.
-Las directrices del centro de mando no son esas, señor.
-¡Venga, ya! Eres un puto coñazo. Desde el principio. Tú eres la primera en saltarte las órdenes cuando te sale del coño –ese era el cabo Swiff- ¿Y ahora quieres hacer de mamá de esos jodidos mierdas? –añadió con tono burlón-. Tía, vete a la mierda. Aquí manda el sargento, y los demás estamos de acuerdo.
Morga entrecerró los ojos. Su mirada albergaba cuchillas afiladas al rojo.
-Pues iros a tomar por culo. No sois marines, sino unas putas mariconas que solo saben mamar puros babosos.
Discutieron. El tono de voz se elevó. Alguien apuntó con una pistola a Morga. Ella levantó su M4 en respuesta. Karla Félix, desde la puerta del bus, la apoyó son su fusil, lo mismo que Rufus Brans a través de una de las ventanas del vehículo.
-¡Capullos! ¡Bajad todos las armas, panda de descerebrados! –gritó Fleming. Nadie obedeció.
Los militares no comprendían la actitud del trío. Los dos bandos se intercambiaron insultos y amenazas. De nada sirvieron las voces del sargento en demanda de calma. Los refugiados estaban nerviosos, alarmados, preguntaban, algunos chillaban presas del pánico; los niños lloraban.
-Pon en marcha este puto trasto – ordenó Karla al conductor. La resolución de los tres la tenían clara-. Vamos, Morga. Cumpliremos el deber de un soldado –escupió hacia los otros. Rufus fumaba, sin apartar el ojo de la mira ni el dedo de su fusil.
Morgana retrocedió, despacio, hacia el bus. Torció la boca en una mueca desagradable.
-Te estás equivocando, cabo. La estás cagando. Del todo –dijo Fleming, sombrío y furioso.
-Estos son los hechos, sargento. Los putos hechos. Sois desertores. Unos cabrones hijos de puta desertores.
Con esa declaración la marine se ganó miradas asesinas hacia su persona, una nueva riada de desprecios y desafíos. La tensión ardía más que el fuego de Satanás. Morgana entró en el vehículo, tras ella Karla, se cerraron las puertas, el motor agitó con sus ronquidos la estructura entera y maltrecha y el conductor arrancó sin demora. Se abrieron paso por la calle cubierta de socavones, giraron a la izquierda y encararon una avenida en llamas.
Morgana y Karla se sonrieron, alzaron los brazos y chocaron las palmas de sus manos.
-Zorra hija de puta –saludó Karla.
-Cabrona deslenguada –contestó Morga.
Más al interior, Rufus levanto el dedo pulgar hacia ellas. No sonreía. Pero el lacónico Rufus nunca lo hacía.
El plan iba sobre ruedas.
To be continued…
No hacía mucho desde que los dos viajaban juntos, intoxicados por el amor, el deseo y el ansia de aventuras que compartían. Alexia había dejado el garito hacía sólo unos minutos tras sacarle al violinista la promesa de encontrarse una hora después.
Apenas le había dado tiempo a extrañarla cuando el hombre se sentó en la mesa desde la que Axel observaba a los parroquianos. En un primer momento su cuerpo entero se tensó como por instinto, el mismo instinto que le hacía saltar cuando dormido Alexia lo acariciaba de forma inesperada.
Sin embargo, cuando su mirada se cruzó con el único ojo del tipo, Axel se relajó un tanto. El hombre rondaría los sesenta y tantos, tenía una frondosa barba gris y un parche cubría su ojo izquierdo. El que aún le quedaba tenía una tonalidad verde y cristalina, como un trozo de cristal pulido por la arena de la playa en esos tiempos en los que la orilla del mar aún era un lugar seguro.
Iba vestido con una gabardina marrón que parecía haber conocido tiempos mejores y un sombrero cubría su cabeza dejando escapar una mata abundante de cabellos menos grises que su barba. «Jeff», se presentó, «El tuerto Jeff». Su voz tenía algo difícil de identificar. Era suave y áspera al mismo tiempo y su cadencia parecía llena de miles de cuentos e historias. Le invitó a una jarra de cerveza tibia y él mismo se bebió tres en el tiempo que duró la charla. Tenía una conversación amena y su mirada se teñía con cientos de secretos cada vez que lo miraba. Una sonrisa se retuvo en la comisura de sus labios cuando Axel anunció que era hora de que continuase su viaje, la sonrisa de quién confirma algo que ya sabía, un «ya te lo dije» personal y silencioso.
—La vida es fácil ahora, pero se complicará —dijo, contemplándolo con su único ojo—. La perderás y una parte de ti se perderá con ella. Aún es pronto, te queda mucho por viajar, mucha gente por conocer... Pero recuerda esto: cuando sientas que ya has caminado todo lo que tienes que caminar, encontrarás el lugar donde debes estar. Busca a Nick Bennett cuando eso suceda.
Después de eso el tipo sacó un pitillo y una caja de cerillas y lo encendió. El humo no tardó en envolver su cabeza de mirada demasiado sabia para un mundo en decadencia y Axel no tardó en dejar aquel local para ir en busca de su compañera, con las palabras de aquel hombre reverberando en su mente hasta grabarse de forma inconsciente en algún lugar de su memoria.
Pasó el tiempo. Se perdieron el uno al otro y el mundo zarandeó a Axel de un rincón a otro de aquella maltrecha ciudad. Llegó el día en que su pierna suplicó clemencia y supo que había dejado de ser pronto. Al hombre... no volvió a verlo. No, al menos, hasta el día en que el Destino decidió que comenzaría su historia, pero de alguna manera ese hombre seguía presente en su mente, rodeado de una sensación de curiosidad.
Ruinas de Boston, hace 15 años
Paciencia y tiempo
—Mal. Mal. Otra vez mal. Te he dicho que no abras los ojos. Si abres los ojos, ¿de qué te sirve el entrenamiento? —amonestó Jeffrey mientras observaba a su alumno desde un pequeño montículo de chatarra, sentado con el puro en la boca. Kane estaba delante de una hilera de latas, expuestas a unos veinte metros de él, era un ejercicio sin demasiada complicación. Tirar las latas con piedras, salvo el detalle que debía hacerlo con los ojos cerrados.
—¡No puedo evitarlo! —se quejó el joven —. Suficiente he accedido a este ridículo juego tuyo, deberías taparme los ojos con una venda, así no abriría los ojos por..
—¿Por qué? ¿Por inercia? ¿Por qué eres incapaz de obedecer una orden? —interrumpió el viejo estrechando la mirada, echó una calada del puro para luego dispersar su humo delante de él —. No, chico. Disciplina mental, eso te falta. Dispersión, dispersión. Te distraes, no enfocas. Ahora repite.
Kane iba a quejarse de nuevo, pero consciente de que no iba a sacar nada positivo de un nuevo enfrentamiento verbal con su mentor se resignó, tomó una piedra y cerró los ojos. Había intentado acertar a las latas en una docena de intentos, todos ellos con fallidos, pero en un natural acto de rebeldía trató de engañar a Jeffrey entreabriendo los ojos, lo justo para ver lo que tenía delante y apuntar. No le fue mal, tras dos intentos acertó la primera lata, poco después de la segunda, Kane se sentía orgulloso del éxito.
—Bravo. Parece que ya vas aprendiendo algo —sin previo aviso, el viejo tomó una piedra y se la lanzó a su pupilo, este la vio con los ojos entrecerrados y la esquivó. Cuando vio que Kane sorteó el proyectil, Jeffrey echó una calada —. ¿Me crees imbécil, niño? ¿Crees que no veo como abres los ojos? Debería bajarte los pantalones y azotarte para que aprendas a obedecer tus mayores.
La humillación implícita por la amenaza de Jeffrey hizo estallar al muchacho, una rabia volcánica estalló que lo llevó a encararse con su mentor.
—¡Eres idiota! ¿Por qué cojones he de hacerte caso? ¡No eres nadie! ¡Nadie! ¡No necesito nada de lo que me dices que he de aprender! —rabió el joven mirando fíjamente al tuerto —. Desde que murió Claire solo me mangoneas, me tratas como si fuera una herramienta. Pues, ¿sabes? ¡Estoy cansado! De ti, de tus mierdas, de tus entrenamientos.
Kane esperó la respuesta igualmente volátil de Jeffrey, pero el viejo pistolero no actuó como esperaba, o temía, el muchacho. En cambio echó una larga calada a su puro, quemándolo por completo, pero antes de que cayera al suelo ya tenía otro en los labios.
—Tienes razón. No tienes porque hacerme caso. Puedes largarte, a cualquier sitio —dijo con seriedad —. Pero los dos sabemos que no durarías una mierda solo, ¿un chaval de trece años vagabundeando entre los restos del fin del mundo? Eso tiene un nombre: carnaza.
Kane apretó los labios, dispuesto a replicar, pero Jeffrey prosiguió sin dejarle hablar, con el humo del nuevo puro rodeándole ya.
—Te preparo, Kane. Tienes un don. Eres especial. No hay muchos como tú, pero los hay, gente especial —explicó algo críptico —. Quizá debí haberte explicado esto hace tiempo. No lo sé. Nunca he tenido críos, ni los voy a tener. Pero.. se avecina una guerra, Kane. Una definitiva, una que no tiene fecha, y todos tenemos un papel que desempeñar en ella. Incluso tú. Tienes alma de guerrero, a pesar de lo que has sufrido, a pesar de lo que puedas creer, dentro de ti late un guerrero esperando despertar —la convicción con la que Jeffrey afirmaba aquello dinamitó cualquier oposición por parte de Kane —. Sé que soy duro, exigente, desagradable, imbécil, pero cuanto hago es por tu bien, para asegurarme que puedas valerte por ti mismo el día de mañana.
Un silencio entre ambos, el mismo silencio que arribó tras la muerte de Claire, de largas jornadas en las que Jeffrey respetó el duelo del chico hasta que este decidió volver a hablar.
—Dime, ¿cuales crees que son los mejores guerreros? —preguntó de repente mirando con atención a su pupilo, este se quedó perplejo, descolocado por la pregunta.
—Yo.. no lo sé. ¿El Capitán América? ¿Superman? —la respuesta del adolescente, irreflexiva, inocente hasta cierto punto. La respuesta hizo sonreír a Jeffrey, una sonrisa honesta, puede que hasta divertida consciente de que para Kane no habían muchas referencias.
—Un escritor dijo una vez que los mejores guerreros son el tiempo y la paciencia —antes de que Kane tomara parte en la respuesta, el tuerto se tomó la molestia de explicar, se puso en pié y se acercó al chico —. Tiempo, porque es implacable y a todos alcanza, y paciencia porque si eres capaz de armarte de ella, ningún reto te superará. Kane, necesitas tiempo y paciencia para ser lo que has de ser, querer correr y tomar atajos es una tentación absurda, por sino dominas la base tu formación se derrumbará. ¿Crees que es una tontería derribar latas con piedras y los ojos cerrados?
Incluso ahora, Kane asintió lentamente, pero no dijo nada. Jeffrey esbozó una sonrisa cínica, aspiración de tabaco, un nuevo silencio breve.
—Los chicos de hoy en día. La motivación debería llegaros con las palabras de los grandes.. —se quejó amargamente. Todo fue muy deprisa, cuando Kane pudo darse cuenta el revólver de Jeffrey había salido de su funda y disparaba dos veces. El anciano no miraba hacia dónde disparaba, seguía pendiente del rostro de Kane, pero sorpresivamente acertó dos de las latas en pié de lleno que, no conforme con eso, las latas rebotaron arrastrando consigo el resto. Uno hubiera dicho que la casualidad se encontró con la habilidad de disparar a ciegas de Jeffrey, pero Kane era consciente, lo supo, que aquella carambola en la que hasta diez latas cayeron al suelo sin dejar ninguna en pié no era ningún golpe de suerte —. ..y no con demostraciones pueriles de habilidad —zanjó enfundando su revólver, se volvió de nuevo a su montículo ante un atónito Kane.
—Vuelve a colocar las latas en su sitio. Vuelta a empezar. No vas a cenar hasta que tires una de ellas. Sin trampas. Sin trucos. ¿Queda claro, chico?
Fue Karla quien conversaba con la pequeña tropa de paramilitares junto a la furgoneta. Cuatro tíos con fusiles y caras poco amistosas revisaban el material intercambiado. A diez metros de ellos, junto al mini autocar en marcha, vigilaba Morgana, y dentro del vehículo lo hacía el lacónico Rufus. En dos de las ventanas de los edificios adyacentes asomaban sendos cañones negros apuntando directamente a Morga. Estaban cargando en la furgo la segunda y última caja de armas con los HK416 y la munición. Dos de los pasajeros regresaban al microbús con el par de maletas de medicamentos y alcohol (bourbon, ron, ginebra) canjeados por el armamento del ejército USA suministrado tan amablemente a los paramilitares por Morgana y sus dos compinches.
Esta era la segunda vez que negociaban con ellos. Seguramente no habría más encuentros.
El viento arreciaba y levantaba una polvareda insistente y molesta en el amplio callejón desierto donde los dos grupitos cerraban el negocio. En el interior del bus el puñado de civiles contenía el aliento, lo que querían y deseaban más que otra cosa en este mundo era salvar el culo y escapar de la ciudad. Su única posibilidad consistía en mantener la boca cerrada y acatar cualquier orden o directriz de los tres marines. Un bebé lloraba en brazos de su madre. Un anciano rezaba encogido sobre sí mismo. No se escuchaba apenas nada más, salvo a lo lejos apagados cañones y muy, muy cerca el corazón de Morga latiendo exageradamente fuerte, los pistones de un motor pasado de revoluciones. Controlaba la situación, observaba a Karla, maldecía para sus adentros. Se mordisqueaba los labios.
Karla iba colocada. Mucho. Las pastillas comenzaron su efecto. Morgana apretaba la mandíbula como si con ello pudiera evitar que su amiga la cagase. Karla se estaba enrollando con esa gente, bromeaban, incluso le ofrecieron un cigarrillo y estaba ahí, la tía, tan tranquila, fumando. Diciendo gilipolleces y riéndose. Vio como el barbudo jefe de los paramilitares estrecha la mano a Karla y esta regresaba, despacio y caminando hacia atrás, hasta el bus.
-Sube de una puta vez –masculló Morga.
-Relaja tu coño, marine –replicó, despreocupada, Karla.
Ambas entraron en el mini autocar, este arrancó, despacio, alcanzó el principio del callejón, giró a la derecha y enfiló una avenida cubierta de cascotes desparramados en todas direcciones salpicada de cadáveres. Karla sonreía igual que una boba, sus ojos enrojecidos, su lengua afilada y larga cotorreaba. No era la primera vez.
-Son buenos chicos, Morgana. Nos largamos y dejamos las putas cosas como están.
-Y una mierda. Seguimos con el plan –resopló Morgana.
-Que no. Que se queden con las putas armas. No vamos a volver a esta puta ciudad. Tenemos lo que queríamos. Nos vamos a forrar.
Morgana taladró con la mirada a Karla. Sus ojos verdes adquirieron un tinte negro penetrante y amargo como la bilis –Déjate de hostias – Intercambió su mirada con la del sombrío Rufus, este se encogió de hombros. Tanto le daba. Extrajo el aparato de uno de sus bolsillos y se lo pasó a Karla.
-Hazlo – exigió Morgana. Karla paseaba la vista entre el objeto gris sobre su mano, la cara de Morgana y la de Rufus.
–Que no, joder. Todo ha ido bien. Que se maten entre ellos y toda su puta madre y se rompan el culo unos a otros. Me la suda. Ya no es problema nuestro nada de lo que suceda aquí. Coño, que no, te digo, Morga.
Morgana miró de hito en hito a Karla. Meneó en desaprobación la cabeza. Se mordió el interior del labio inferior. –Trae. Putas pastillas de mierda- Arrancó de las manos de su amiga el detonador.
-Vete a tomar por el culo. No hay necesidad, Morga. Los planes se cambian sobre la marcha.
Morgana no respondió. Rufus abrió la boca a la vez que comproba el localizador que señalaba la posición de la furgoneta – Cien metros más y estamos fuera de su alcance.
-¡Conductor, acelera! –Morgana se encaró con Karla, probablemente su mejor amiga que quedaba con vida. Mostró sus dientes componiendo la mueca de una loba en plena cacería- Estamos en guerra. Esos mierdas son el enemigo. Si ellos no nos han reventado la cabeza es su puto problema.
El microbús tomó velocidad, sorteando cuerpos y escombros. Morga apretó sin titubear el pulsador negro.
De fondo retumbó una nueva y fortísima explosión cuyos ecos se desparramaron en salvajes ondas a lo largo de todo aquel barrio desolado y en ruinas.
Norte de Manhattan, hace cinco años
Ángeles y fantasmas
Aquella noche llovía a rabiar. Era fácil creer que si había alguien ahí arriba, se había cansado y había decidido acabar con todos. El granizo golpeaba la chapa del tejado de la improvisada cantina del bar "Bowling Time", un local venido a más dentro de una aldea de chatarra en la zona de los Yonkers, al norte de Manhattan. Kane había estado frecuentando la zona, estaba siguiendo la pista a un grupo de pandilleros que la gente llamaba "Las Serpientes de Yonkers", a los cuales se les atribuía algunas desapariciones y secuestros. Pero era la cuarta noche esperando, y ni rastro de las serpientes. Solo idas y venidas de mercaderes, locales y viajeros, quizá los rumores eran eso, rumores. Pero a veces Kane se sorprendía de su propia paciencia, por lo que se recostó en el pequeño refugio montado para la vigilancia y se dispuso a esperar una noche más.
—¿No hay éxito esta noche tampoco? —dijo de repente una voz femenina, burlona, que tomó por sorpresa al pistolero. Kane reaccionó como un resorte llevándose la mano a Raguel de inmediato.
Era una mujer joven, Kane adivinó que de su misma edad aproximadamente, de ojos claros y llamativo pelo azul corto. Estaba acuclillada sobre un muro derruido mirándole por encima de la cabeza. Mostró las manos a Kane indicándole que no tenía intenciones hostiles.
—¿Quién eres? —preguntó el pistolero con la mano en la empuñadura de su revólver, sin desenfundarlo. Kane miró a los ojos de la mujer, cauteloso. Le había sorprendido, y aunque Kane no era un lince, verla en esa posición era imposible que no se hubiera dado cuenta.
—Iovanna, tipo duro —se presentó con una sonrisa ladina, divertida por ver la reacción provocada —. Llevas varios noches aquí esperando, ¿eh?
El fogonazo de un relámpago cercano alumbró el espacio entre ambos, lo siguió un trueno que hizo temblar el propio edificio. Kane chasqueó la lengua mirándola furibundo.
—No es asunto tuyo —replicó para risa de Iovanna, negó con la cabeza y bajó del murete con agilidad. El pistolero se tensó, no quiso perder de vista ni un segundo a la mujer.
—Claro, claro.. nada es asunto de nadie. Tranquilo, pistolero. Solo he venido a hablar. He terminado un trabajo, me aburría, te vi, y me acerqué —se apoyó en el mismo murete del que había bajado. Ahora que Kane se fijaba, estaba mojada, llevaba varios cuchillos diseminados por una ropa añeja cubierta por una chupa de motero.
—No quiero hablar con nadie. Lárgate —respondió arisco, molesto por asumir que le habían sorprendido de este modo. Iovanna no pareció darse por vencida.
—Bueno, si no quieres hablar, podemos follar. Te has montado un buen puesto aquí, en peores sitios lo he hecho —soltó una carcajada divertida, breve, para creciente cabreo de Kane —. No pongas esa cara, joder. Anda.. mira esto..
Iovanna lanzó algo al pistolero, y Kane lo tomó como acto reflejo. Era una chapa oxidada con el símbolo de un puñal y una serpiente enroscada alrededor de la hoja. El hombre miró a la mujer interrogante, ella se encogió de hombros.
—La llevaba el cabecilla de los Serpientes. Los esperabas a ellos, ¿no? No van a venir, no van a ir a ningún lado. Me he encargado de ellos —dijo satisfecha de si misma —. Ha sido un ajuste de cuentas, pistolero. Ellos mataron a mi cliente, yo les he matado a ellos. Ya es malo para el negocio que tus protegidos palmen, que encima los que lo han hecho sigan vivitos y coleando perpetuando tu cagada —se encogió de hombros y chasqueó la lengua —. Negocios.
Kane respiró profundamente, miró hacia el exterior y el granizo acentuaba su caída. Salir con ese tiempo no era la mejor de las ideas, suspiró y se sentó a un lado mirando fijamente a Iovanna.
—No todos los mercenarios hacen eso. La mayoría se encogen de hombros y buscan otro cliente —dijo con algo menos de rigidez.
—Yo no soy la mayoría. Tengo mis estúpidos principios, ¿sabes? ¿Y tú? ¿Por qué esperabas a esos idiotas? ¿Ajuste de cuentas? —la mujer se sentó en el murete, frente a Kane. Ambos se miraban con atención, compartiendo cierta aura que no sabían decir cual, una afinidad invisible.
—Sí, eso mismo. Ajuste de cuentas —mintió de forma tan descarada y obvia que Iovanna soltó una carcajada. Tenía una risa bonita, vivaz.
—Mientes, cabrón. Apuesto que es personal. Conozco esa mirada. ¿Qué te hicieron esos cabrones? ¿Te mataron al perro? ¿Se te llevaron a la novia? —la mirada de Kane hizo que Iovanna se callara de golpe, consciente de que había metido la pata y había tocado temas que era mejor no remover para el pistolero. Se esperó un nuevo bufido, pero no llegó.
—Mataron a un padre de familia que protegía a su hija de ser violada. A ella la acabaron violando de todos modos —narró con crudeza —. Iba a hacer justicia.
Iovanna miró con atención a Kane, su mirada divertida se había tornado en curiosidad. La mujer se fijó en un detalle, un detalle en forma de tatuaje en la mano derecha. Abrió los ojos ligeramente.
—Espera.. tú me suenas. Ese tatuaje.. —divagó unos instantes —. ¿Eres el jodido Hijo de Galilea? El tatuaje de pájaro.. el revólver.. justiciero.. —se acercó a Kane gateando, curiosa, hasta sensual por su figura atlética y se quedó arrodillada delante de él —. Venga, no me jodas, ¿eres tú? No me mientras, joder. ¿Qué más te da?
Kane suspiró y miró hacia la tormenta, tomó su guante y escondió la mano tatuada debajo de él. Aquel gesto fue una confirmación para Iovanna que rió divertida.
—Es una golondrina. No un.. pájaro —corrigió el pistolero.
—Una golondrina, una gaviota, un búho.. tiene alas, vuela, ¿qué importa? —se encogió de hombros aun con cierta euforia por haberle reconocido —. ¿Sabes que una vez me ofrecieron el sueldo de un año por matarte? Tranquilo, amigo, no acepté. Creo en lo que haces, matar a bastardos e hijos de puta. Pero yo no lo hago gratis, soy más codiciosa, ¿sabes? Hay que comer..
Kane respondió con una sonrisa sardónica, no era la situación que esperaba tener aquella noche. Iovanna se inclinó ligeramente hacia él, sugerente, así como su sonrisa.
—Oye.. lo de follar sigue en pié.. y más ahora que sé quien eres.. —no iba a negar que a Kane le parecía atractiva, y, en cierto modo, como hombre, tenía sus necesidades. Estuvo tentado de ceder, apenas un segundo, pero volvió la cabeza —. Está bien, tranquilo pistolero. Nada de sexo esta noche. Pero joder, una charla no nos la quita nadie, ¿no?
Era jovial mientras él era sombrío. Curiosa cuando él era reservado. Vibrante contra quietud. Iovanna le contó su trabajo como mercenaria, de cómo había decidido dejar de aceptar trabajos que la obligaban a realizar acciones de dudosa moralidad. Nada de asesinatos, robos, extorsiones.. el mundo era una mierda y ella no quería contribuir a hacerlo peor. Aceptó proteger, cuidar y vigilar, escogiendo cuidadosamente a sus clientes siempre que podía. El último cliente que la había contratado, un comerciante del oeste, había emprendido negocio con los tipos equivocados. Los tipos equivocados, los Serpientes, le robaron el dinero, los artículos y la vida en un descanso de Iovanna, y la mercenaria había decidido finiquitar a esos asesinos por.. reputación comercial.
Kane no contó mucho acerca de él o lo que hacía. Se limitó a escuchar y a quitar hierro a sus acciones como el Hijo de Galilea. Se atrevió a contar un par de cosas sobre sus viajes, animado por el entusiasmo de Iovanna, pero poco más pudo arrancar al pistolero. Estaba claro que se atraían, pero mantuvieron cierta distancia a pesar de los coqueteos iniciales de Iovanna. La tormenta amainó al amanecer, despejando un día claro y limpio.
—Ha sido una buena noche, pistolero —sonrió estirándose. Kane asintió lentamente recogiendo sus cosas —. Pero aun no me has dicho cómo te llamas.
—Kane. Me llamo Kane —respondió finalmente, tendió la mano a Iovanna que, sonriente, hizo un amago de dársela. Se avanzó y le dio un beso en los labios, fugaz y travieso. El pistolero se la quedó mirando, un poco descolocado.
—¿Qué pasa, pistolero? Me has estado evitando toda la noche, qué menos que llevarme el beso, ¿no? —bromeó guiñándole el ojo, Kane negó con la cabeza resignado —. Buen viaje.. Kane. Quizá nos volvamos a ver.
—Tengo una pregunta.. antes de que te vayas —inquirió el pistolero mirando a Iovanna, ella le correspondió con su habitual curiosidad —. ¿Cómo lo has hecho? Solo había un acceso. Debería haberte visto entrar.
Ella sonrió ambigua, divertida, se encogió de hombros mientras daba un paso atrás.
—No solo tú tienes tus leyendas, Hijo de Galilea. Si hay Ángeles Vengadores.. ¿por qué no pueden haber.. Fantasmas? —Iovanna miró de repente a un lado, como si hubiera visto algo peligroso. Kane reaccionó automáticamente hacia esa dirección, pero no había nada. Frunció el ceño, volvió la mirada hacia el lugar donde estaba la mujer y ya no había nadie. Se había esfumado, buscó por todos lados, pero.. simplemente se había evaporado
—Fantasmas.. ¿eh?
Pues nada, un pequeño Retazo presentando a Iovanna, el personaje de prueba que me he hecho en la otra partida xD