Partida Rol por web

Maldita sea Russef no es una cuestión de miedo, sino de sentido común. Mi voz es grave pero pero firme, una sensación admonitoria se apodera de mi y mi voz va adquiriendo tintes funestos. ¿Acaso no has sentido el halito de la misma muerte en tu nuca?¿no es cierto que has oido el lamento de espiritus sin reposo buscando el calor de los vivos para aliviar su eterno frío?¿y no es más cierto que los vivos deberían dejar a los muertos en paz?.

[B]Puede que tal vez desees la unirte a ellos, yo aún conservo algo de la sabiduría de mis ancestros, los hombres de Númenor.

Por el mismisimo Elros juro que no huire ante ningún espectro, pero tampoco me dirigire a una horrible condenación por un sentimiento de curiosidad.
Finalmente la sensación va disminuyendo y con voz más o menos calmadada le hablo a Russef:
Si quieres ir, ve Russef, mi caballo y yo te esperaremos, pero seria mejor que nos concentraramos en llegar a Sil Auressë.

Quiza Earnil tenía razón y era un loco que buscaba el peligro, pero siempre había sido así de curioso, y no niego que más de una vez la curiosidad conlleva su propio riesgo.

Avanzo solo hacia la luz, subiendo la colina y ocultandome cuanto podía al acercarme más, intentando ver que estaba ocurriendo.

Cuando Russef parte, le maldigo, ato las riendas del caballo a un árbol o a algun lugar firme y parto tras el siguiendolo sigilosamente con el arco tensado, procurando que no le maten.

Russef avanza con paso seguro hasta regresar al campamento, y de allí hacia la colina. Ya queda menos para el amanecer, y la extraña luz azulada es apenas perceptible entre la niebla, como si la inminente llegada del nuevo día fuera a dispersar aquello que se había agitado durante la noche.

Lo que observa Russef al bajar hasta la colina hasta el otro lado es, en efecto, un campo de batalla. Las lanzas clavadas en el suelo, los estandartantes hechos jirones... Por la cantidad de tumbas improvisadas, no parece haber sido una gran batalla. Pero no hace muchos inviernos del día en el que se libró. Las puntas de las lanzas no se han oxidado demasiado.

Earnil le sigue a Russef desde la distancia, con el arco preparado. Al llegar el dúnadan junto al camino, el hombre de Saralainn se encuentra ya bajando la colina hasta que Earnil le pierde la vista entre la fina niebla que se ha formado. Al otro lado de la colina está el origen de la extraña luz, que parece haber menguado en intensidad. En breve llegará el nuevo día, y los espíritus de la noche suelen descansar de nuevo.

Guardo el arco, saco mi espada y el main gauche y con un sudor frio en la frente,me interno en la niebla siguiendo al imprudente Russef...hacia lo que yo creo una muerte segura.

Armado con la espada y el main gauche, Eärnil llega hasta el antiguo campo de batalla y se adentra en la niebla. Ha perdido de vista a Russef. A su alrededor, observa cientos de lanzas, espadas rotas, escudos partidos... La mayoría de las armas están clavadas en suelo, indicando el lugar del último descanso de algún guerrero. La batalla tuvo lugar no hace muchos inviernos, ya que ni el óxido ni los saqueadores han destrozado demasiado las tumbas improvisadas.

Aunque la luz azul tenue ha bajado de intensidad, la sensación de presencia de algo que no pertenece al mundo de los vivos sigue palpable. Angustia, terror, vidas truncadas, inacabadas... Y el frío vacío. Entonces, una ligera brisa disipa un poco más la niebla, y a los pies de Eärnil, un pequeño animal asoma su hocico desde un agujero en el suelo. Parece una hutia. Está olisqueando y mirando hacia el este, esperando ansioso el nuevo amanecer que no tardará en llegar, completamente ajeno al horror que reina en la noche.

La luz del sol disipa la niebla, y todo rastro de presencias espectrales del campo de batalla. Sólo quedan las lanzas clavadas en el suelo. Pero incluso a plena luz del día, uno siente escalofríos. Algo ha inquietado a los espíritus de los caídos estos días...

Earnil y Russef ya se ven en medio del campo de batalla que ahora presenta un aspecto menos siniestro.

Signos de una batalla y espiritus de espectros de guerreros del pasado. No pintaba bien la cosa, pero fuese lo que fuese, no era de nuestra incumbencia y poco podíamos hacer.

- Salgamos de aquí cuanto antes. Esta batalla no es nuestra, de momento, susurro al final de la frase sin saber porqué.

Al localizar a Russef y viendo el panorama que aunque menos alarmante no deja de producir incomodidad, pienso que es hora de marcharse de ese lugar maldito que turba mi espiritú.

-¿Russef, ya has satisfecho tu temeraria curiosidad?, vamonos, aquí estamos de más.

Los dos regresan al camino y siguen avanzando hacia Sil Auressë. El recuerdo del campo de batalla y de la presencia de criaturas de las tinieblas sigue presente. El viaje transcurre en silencio, y el buen tiempo acompaña. El día siguiente, pasado mediodía, pueden ver a lo a lejos un carromato un poco apartado del camino. Alrededor se mueven cinco o seis personas, parece que están intentando arreglar algo. También hay dos caballos, además de los dos caballos que han estado tirando del carro. Al avanzar un poco más, pueden ver algunos cuerpos en los alrededores, como si hubieran sido objeto de un asalto.

Las personas junto al carro no se percatan de la llegada de Russef y Eärnil, están demasiado ocupados intentando levantar el pesado carro. Debajo del mismo parece que hay al menos uno trabajando en algo.