-¡Señor Echorion! -exclamó Agnor sorprendido.
Inmediatamente se puso en pie e hizo una reverencia.
Arkyn era consciente de que el momento era delicado. Sabía que Agnor era un guerrero pero hablaba bastante bien para estar acostumbrado a manejar una espada. Y era consciente de que su audiencia estaba formada por hombres de armas. Era él el que no encajaba allí. Un bardo, más propio de las tabernas que del campo de batalla. No dudaba de que aquellos hombres eran más abiertos a la hora de tratar con un igual, con alguien que supiera lo que era el combate y hubiera mirado a la muerte a los ojos, que con un músico que vivía entre el vino y las mujeres.
Consciente de aquel desprecio, aunque no fuera aparente, había dejado que su compañero hablase primero. Él se había limitado a escuchar, eso sí, con los oídos bien abiertos. Torció el gesto cuando Agnor expuso las cartas sobre el posible trato con los clanes de Saralainn ya que le hubiera gustado esperar un poco antes de revelar aquella información pero al final había resultado provechoso. El mismísimo Lord Echorion había hecho su aparición.
- Aran Meletyalda1 - saludó poniéndose en pie y haciendo una cuidada reverencia formal. No sabía si le entendería pero si no contaba con que su curiosidad saldría a la luz. Y sabía que le gustaría el título.
Ahora le tocaba a él hacer su trabajo.
1 Su majestad.
Echorion hizo un ademán con la mano para responder a las reverencias y saludos que le brindaron los presentes. Era el legítimo Príncipe y señor del feudo más poderoso de Cardolan, y desde su infancia estaba acostumbrado al dulce veneno de la adulación hacia su persona. No obstante, había dejado atrás aquel niño soñador que huyó en medio de la noche de su hogar para exiliarse en Arthedain, a cientos de leguas de su destino. Era cierto que ese niño aún le hablaba de vez en cuando, pero la voz que más escuchaba era otra. Provenía del futuro, y las palabras de Arkyn parecían dirigidas a él, al Príncipe que será. El Príncipe que escribirá un capítulo importante de la historia de Cardolan en estos tiempos tumultuosos.
-Aran Meletyalda, repitió con una leve sonrisa, ese título me lo reservare para cuando ostente el cetro que me pertenece por derecho de sangre y de obra, Arkyn. Y cuando llegue ese día, me acordaré de los días pasados. De los que apoyaron en el destierro. De los que cabalgaron conmigo, y de los que sangraron por mí. Porque yo soy Echorion. Hir Rochon. "El Príncipe Que Cabalga".
-O Forven telitha1, dijo Barahir y el capitán Melechtor y Aelloth se unieron a la promesa explícita de tiempos mejores. No era un grito de guerra, más bien una convicción que les empujaba hacia una meta gloriosa.
Barahir y Echorion habían recibido ambos una educación de acorde a su noble cuna, para que llegado el momento pudieran estar a la altura de la grandeza que se esperaba de ellos.
1"Llegará desde el Norte"
Era consciente de que la presencia su persona exigía un nuevo rumbo en las conversaciones, pero Echorion guardó silencio. “El Rey era el dueño y señor de los tiempos, de las palabras y de los silencios”, le habían enseñado. Finalmente habló, y su voz era melódica y fluida, pero poseía una fuerza poco habitual: -Hace ya tiempo, comenzamos el camino que nos sacará del destierro y que acabará en el Salón de Trono de Minas Girithlin. Cada paso, cada decisión que he tomado, ha sido pensando en ese destino que nos aguarda, dijo a sus hombres. Luego se quedó en silencio nuevamente. La propuesta de Sil Auressë venía con un regalo envenenado. ¿Qué contará la historia de él? ¿Qué se escribirá si llegara a hacer una alianza con los clanes de Saralainn para recuperar el trono?
-No fui yo quien declaró la guerra contra los clanes de Saralainn, dijo alzando la voz y mirando a todos los presentes. Dominaba la escena, y sus manos acompañaban sus palabras para darles aún más fuerza. –No la empecé, pero seré yo quien la termina. Ya sea por diplomacia o por la victoria en el campo de batalla, traeré la paz a mi pueblo. Llegado el momento, se puede abrir un diálogo con el caudillo Lanaigh, al que no otorgaré el título de rey que tanto ansia ostentar. Nos reuniremos con él, y con los otros clanes si fuera preciso.
A continuación Echorion se acercó a Agnor, y se puso delante del guerrero. Le había llamado la atención si franqueza y valentía a la hora de entablar una negociación, aunque había rozado la imprudencia al mostrar todas sus cartas tan rápido. –Dime, Agnor de la casa de los Guthild. ¿Acaso no es cierto que los hombres de Sil Auressë son hombres libres? ¿Y que ningún juramento les obliga a permanecer allí si desean marchar? La mirada de Echorion estaba fija en Agnor, y sus ojos de azul oscuro brillaban con intensidad. Quedándose pendiente la confirmación, añadió: –Tuyas han sido las palabras, y a ti te pediré la respuesta a lo que voy a ofrecer. Os brindaría mi protección. Cualquier casa o enemigo que os ataque, lo hará también contra mí. Y no voy a exigir el mismo compromiso por parte de Sil Auressë hacia mí. Es la carga que le corresponde a quien quiere el bien de todos.
Echorion asintió ante sus propias palabras. –Además, en este momento de necesidad, respondería a vuestra petición de auxilio. No me sobran hombres, pero mi capitán Melechtor reuniría a un contingente para partir pasado mañana. Así que os enviaría a uno de mis capitanes y jinetes para hacer frente a lo que sea que nos amenace. Y la alianza se quedaría así sellada de palabra, y de obra.
El Príncipe desterrado respiró hondo, buscando en los ojos de Agnor la respuesta que ansiaba oír. –Arkyn y Lord Barahir redactarán los documentos y se firmarán pergaminos, dijo haciendo un gesto con la mano como si de algo molesto pero necesario se tratara. –Pero es aquí, y ahora, cuando yo te extendería la mano a ti, Agnor de la Casa de los Guthild. A cambio, te pediré dos cosas que os diré ahora si queréis oírlas. Ambas estarán en tu mano para darme. ¿Qué decís?
Ciertamente Agnor se sentía como si hubiera metido la mano en un cepo. Con razón o sin ella sintió que aquel hombre le estaba tendiendo una trampa. Y no entendía qué necesidad había de eso. Sabía que en esa tienda se había gestado una pequeña encerrona, y que esos capitanes y señores habían ido directos al más débil y menos preparado para la política procurando que su palabra firmara decisiones que no le correspondían. Él no era más que un soldado que obedecía las instrucciones de Curudae y Khôradur por el bien de Sil Auressë. Nada más.
-Señor... yo... -titubeó. La última vez que había visto a Echorion fue para tantear la adhesión de su casa y de sí mismo al ejército del príncipe. Eso era lo único que se le ocurría que Echorion podría pedirle: abandonar Sil Auressë-. Así es, Sil Auressë es un hogar para hombres libres. No se pide más que lealtad a un proyecto que mira por el bien de Cardolan y los cardolani. Decidme, mi señor ¿qué es lo que necesitáis de mí? Bien sabéis que poco tengo más allá de mi palabra. De lo demás... está en ruinas.
-La palabra de un hombre lo es todo, Agnor, le contestó Echorion. A continuación se dirigió a todos los presentes: –A nuestro alrededor todo está en ruinas, y si miramos atrás, nos damos cuenta de todo lo que se ha perdido para siempre. Pero nosotros cabalgamos. Y delante se abre un nuevo horizonte, un nuevo proyecto para Cardolan.
Volvió su vista a Agnor y a Arkyn. –Yo prestaría un contingente de hombres para auxiliar a Sil Auressë de forma inmediata, como he dicho. Lo que os pido es sencillo. Una vez solventado la amenaza, podré contar con el apoyo de Sil Auressë. Y estaremos un paso más cerca de mi destino. Mi primera condición es que cuando yo sea recibido como aliado en la aldea, les hablaré a los hombres de mi sueño. Y los hombres que libremente querrán cabalgar conmigo, lo podrán hacer. Más que una condición, es una promesa que le hago a vosotros, y a Sil Auressë. Por muchos que me quieran acompañar, me llevaré como mucho el mismo número de hombres que envié a protegeros en un primer momento. No llevará ni un hombre más de los que os presté, porque también los necesitaréis. Y todos voluntarios. Hombres libres, como decís.
Observó un instante el impacto de sus palabras en los dos, asintiendo con la cabeza ante la evidente justicia y ecuanimidad de las mismas. –La segunda condición, Agnor, es que tú seas uno de los que me acompañe en mi campaña. Liderarías el contingente de Sil Auressë hacia la batalla, y el escudo que portas, el de la Casa Guthild, cabalgaría conmigo al sur. Te doy hasta el alba para tomar tu decisión.
Dando la reunión por concluida, Echorion se dio media vuelta para salir de la sala. Barahir le acompañó, dejando a Arkyn, Agnor, Aelloth y Melechtor junto a la mesa.
Agnor quedó pensativo cuando Echorion salió. Tal y como temía, se le ofrecía a él, un mero soldado, la opción del todo o nada. La misión se había pervertido: se ofreció para escoltar a Aelloth, y a Arkyn en su labor de establecer contactos diplomáticos, con la pequeña ayuda que podía ser el haber conocido brevemente a Echorion en el pasado. No iba a ser más que eso. Pero lo que era una aparentemente sencilla misión, en la que sólo debía estar en segundo plano, se había convertido en algo complicado que exigía de él más de lo que sabía hacer. O creía que no sabía hacer.
Sentado mirando el suelo, con los codos en las rodillas, meditaba sobre lo que debía hacer. Echorion se había mostrado justo y generoso. No solo accedía a aliarse con Sil Auressë, sino que ofrecía apoyo militar, un pequeño contingente con el que enfrentarse al tal Khatog. A cambio ¿qué? La libertad de hablar ante Sil Auressë para buscar reclutas sin mermar sus fuerzas. Y aquello otro... ¿qué pensar sobre eso?
Había dado su palabra a Sil Auressë y respondía ante Curudae y Khôradur, y en el caso de ir a la guerra ellos deberían decidir a quién poner al mando. Alguien más capaz que él mismo, sin duda, con más experiencia. ¿Era traición irse a la batalla con Echorión llevando el estandarte de Sil Auressë? Sí, si iba en contra de la palabra del Senescal. ¿Estaría el Senescal en contra de ir a la batalla si era apoyando de un aliado generoso y para beneficio de la propia ciudad?
Bebió un poco de vino y lo paladeó chascando la lengua.
-Aelloth, antes de irnos de Sil Auressë prometiste buen usquebaigh al llegar aquí.
-Cierto, y soy un hombre de palabra, Agnor, contestó Aelloth. -Tengo una botella en la tienda, voy a por ella. Al rato regresó y la puso encima de la mesa. Y sonrió. -Ahora que lo pienso, es curioso que vayamos a brindar con la bebida de los clanes de Saralainn. ¡Pero he de reconocer que saben destilar un brebaje realmente bueno!
El capitán se había quedado observando al joven Agnor en silencio. Sus dudas, su sufrimiento... Le recordaban el día que Echorion le ofreció algo parecido. Aquella noche la había pasado en vela. Echorion decía que el guerrero se encuentra a la vez en el futuro y en el pasado precisamente porque vive el presente con más intensidad que los demás. Melechtor no estaba del todo seguro de haberlo entendido. Los discursos de Echorion a menudo rozaban lo místico. Pero de alguna forma se sintió identificado con el joven oficial de Sil Auressë.
-Un hombre responde de sus palabras, de sus juramentos, y de sus obras en esta vida, dijo ensimismado mientras echaba el fuerte licor en cuatro copas. -Pero únicamente carga con eso, que no es poco. Llegado el momento, Lord Echorion pedirá voluntarios para su causa. Voluntarios que entrarán sabiendo quién les dirigirá, o con quién cabalgarán. Si te han elegido para representar a Sil Auressë aquí, y ya antes para servir de oficial, es que quizá ven en ti algo que tú aún no hayas visto.
Alzó la copa para brindar con los presentes. -¡Por la gloria que nos espera! Fue el primer brindis de la noche, pero no el último...
La prioridad era la supervivencia de Sil Auressë. Cómo llevar adelante lo personal se vería con el tiempo.
-Brindemos pues, ¡por la gloria!
La decisión estaba tomada.
El día siguiente, antes del amanecer, Agnor salió de la tienda al patio central. La decisión estaba tomada. Era pronto, y aún estaban los soldados del guardia del alba. Y el capitán Melecthor.
-Entonces, ¿has tomado tu decisión? ¿Convoco a los jinetes para partir mañana?. El capitán prefirió aclarar el asunto lo antes posible. Tenía ganas de partir, pero la decisión última no estaba en sus manos. En cualquier caso, cumpliría con su deber.
Agnor durmió sorprendentemente bien, e incluso despertó él solo antes del amanecer, descansado y fresco. La decisión ya se había tomado la noche anterior pero las formas eran las formas, y ahí estaba ya el capitán Mellechtor cumpliendo con ellas.
Agnor asintió con la cabeza.
-Convocadlos, mi capitán. Acepto la propuesta del señor Echorion y doy por finalizada la misión para las que se nos mandó aquí -le tendió la mano a Mellechtor-. En el tiempo que estemos aquí antes de partir no quiero ser un lastre. Si puedo ayudar en cualquier cosa no tenéis más que decirlo.
El capitán aceptó de la mano tendida de Agnor, y le agarró casi del codo y puso la otra mano en su hombro. -Me alegro de tu decisión. Nuestro señor Echorion ya contaba con ella, ya que pasado media noche abandonó este campamento.
Así era la vida del Príncipe Desterrado. Destinado a definir el futuro de Cardolan, en sus jóvenes hombros cargaba con las esperanzas y las vidas de muchos, pero no podía dormir en un sitio fijo ante el miedo de ser asesinado por sus enemigos.
-Vamos, tenemos mucho que hacer Agnor. Hay que preparar los caballos, las sillas, las armas, las provisiones...
En breve abro una escena nueva para el contingente donde viajará Agnor.
Arkyn, sé que andas liado últimamente. Está previsto que Arkyn se quede en el campamento para preparar los detalles y flecos del acuerdo de la alianza o pacto, donde podrá desplegar sus habilidades diplomáticas. Avísame por el Off de la disponbilidad y de ritmo, y te abro otra escena a medida.
Creo que ha sido una bonita escena en general, ¡gracias a los dos!
Salen de la escena: Agnor y Arkyn
Para seguir lectura cronológica: 14.4.2. La desaparición de Sir
Para seguir la historia de Agnor: 14.4.3. Refuerzos para Sil Auressë
Para seguir la historia de Arkyn: 14.4.5. El pacto con el Príncipe Que Cabalga