Partida Rol por web

Turno 1D

Aaren cargó con furia hacia el enemigo más próximo. Durante un instante, el trasgo dudó pues la imagen del hombre alto y rubio que se aproximaba a grandes zancadas blandiendo un martillo era aterradora. Y ese momento de duda le costó, y no reaccionó a tiempo para evitar la embestida. El golpe le dio en la pierna, y el orco gritó de dolor y se protegió con el escudo.

Turno 1D

-¡Espías! ¡Espías de la fulana elfa! ¡Cargad flechas!, gritó el orco que había visto algo entre las rocas. Era consciente de que su unidad era de exploración, y no destacaban en el combate cuerpo a cuerpo. Pero sus flechas brillaban con una pasta verdosa...

​Turno 1D

Hasgo había parado y cargado la flecha. Ahora apuntó al orco que parecía dirigir a los otros. Y disparó... O quiso disparar. Pues en ese momento algo de aire con arena entró en sus ojos y tuvo que desistir.

Maldijo su suerte. Entonces vio algo en lo alto de la meseta. Formas moviéndose y al parecer luchando en el borde, y un par de cuerdas por las que subían orcos, y otras sin nadie.

-¡Aaren!, gritó por encima del viento. -¡Corre hacia la pared!, señaló. -Yo te cubro aquí. Había más orcos en lo alto de la colina a su izquierda y la carga de la caballería estaba próxima. Ellos estaban a pie, y pronto el lugar se iba a convertir en un hervidero. En una marea negra descontrolada que se iba a mover por toda la caldera.

Turno 2D

EL golpe fue bueno, al menos lo bastante como para que el Orco se tambalease por unos segundos.

La adrenalina ascendía por mis venas como un enjambre furioso. Acompasé la respiración a mis movimientos y me preparé para seguir presionando. Aquel Orco debía caer ya. Entonces escuché la voz de Hasgon sobre los chillidos el explorador orco que instaba al resto a cargar sus arcos.

Volví la vista hacia el muro, pude observar las las cuerdas que descendían desde la meseta y supe lo que Hasgon intentaba decirme.
Me deshice del Orco al que encaraba con un empujón de escudo y eché a correr como alma que lleva el diablo hacia la cuerda más próxima.

La arena se metía en mis ojos irritándolos, entorpeciendo visión. Corría a todo lo que me daban las piernas, pero ligeramente ladeado, no quería perder de vista las mortíferas flechas verdes de los Orcos. Con el costado izquierdo orientado hacia los exploradores, preparé mi escudo por si llegase a necesitarlo.

Turno 2D

Aaren comenzó a correr. Más de cien metros le separaban de la pared de piedra. Se protegía con el escudo lo mejor que pudo. La pared vertical de la meseta se veía cada vez más elevado delante de sus ojos. También pudo ver media docena de cuerdas y en algunas había orcos subiendo. Y en lo alto parece que estaban luchando. Entonces uno de los trasgos cayó desde lo alto como resultado de un golpe, y se escuchó un grito desgarrador mientras caía al vacío. Al mismo tiempo, una veintena de flechas volaron hacia el borde de la meseta desde la izquierda de Aaren, donde había una multitud de orcos. No tuvo tiempo de mirar más, pues los orcos que tenía a sus espaldas también soltaron sus flechas.

Dos de los orcos de atrás dispararon a Hasgon^O1-O3, pero ambos fallaron. El que había recibido el golpe del martillo de Aaren ahora corría hacia Hasgon. El hombre de Girithlin por fin pudo soltar su flecha, y el proyectil impactó en el pecho del líder orco haciéndole sangrar. Los nuevos orcos que llegaban de la colina, de mayor tamaño, se dividían entre Hasgon^OB2 y otro que iba a cortar la retirada de Hasgon hacia la meseta^OB1. El tercero, un explorador, cargó flecha apuntando al hombre de Echorion. 

Entonces el último de los orcos^O5 soltó la flecha hacia Aaren que se alejaba corriendo. La saeta orca dibujó una parábola perfecta e impactó con brutal fuerza en el cuello del dúnadan. El dolor le aturdió, pero siguió corriendo unos pasos más por inercia. De reojo vio como seis orcos más se separaron de la gran marea negra que se abría ante sus ojos. Aún se encontraban a más de cien metros, pero ahora el muro de la meseta parecía alejarse ante sus ojos.

Turno 3D

Corría desesperado en dirección al acantilado, no podía dejar de hacerlo...en mi mente solo existía la visión de mi propio cuerpo propulsado hacia delante como una manada de búfalos. Huía de los Orcos, de la muerte...de la oscuridad que me perseguía, al otro lado de la pared de roca que se elevaba a menos de 100 metros de donde me encontraba, me esperaba la libertad...o al menos un atisbo de ella mucho más certero que la muerte que acechaba a mis espaldas.

Al acercarme vi caer a uno de los Orcos desde la meseta. Aliados...pensé...si logro trepar hasta la cima tendré una posibilidad.

Entonces escuché el zumbido de las flechas. Miré atrás un instante y vi a Hasgon, los enemigos se cernían sobre el como una jauría de hienas. no lograba ver a Cathael en la lejanía y por un momento pensé en regresar...no podía abandonarlo a su suerte, no después de que se hubiera ofrecido para cubrir mi retirada.

Pero mis pensamientos de gloria se quedaron ahí, en un quejumbroso anhelo de esperanza, apagado por la punzante sensación de una saeta atravesada en mi cuello.

Cuando sentí la flecha, me pareció un golpe irreal, amortiguado como el sonido sordo de un martillo sobre una campana a dos metros de tus oídos. Seguí corriendo, casi por inercia, pensando cuan dulce seria mi final, anticipando mi caída sobre el arenoso suelo de la llanura. ¿Acaso alguno de los jinetes de Echorion alcanzaría a ver mi cuerpo tendido inerte bajo la capa de polvo suspendido, mientras cargaban en el frenesí de la batalla?
No lo creía, pero la idea de no ser capturado con vida, me reconfortaba.

Entonces llegó el dolor...un dolor punzante y agudo, como mil aguijones envenenados que pugnasen por abrirse paso a través de mis arterias.
Pero las piernas no me fallaron inmediatamente...aguantaron, mas pesadas e indolentes, pero vivas aun.

Eso solo podía significar una cosa...milagrosamente el disparo no había sido fatal...mi mente, volvió a enfocarse en un único canal...no podía dejar de correr.

Turno 3D: Resolución

Aaren corría por inercia, sin mirar atrás. Los orcos que le habían disparado iban a tener que cargar, y la distancia era cada vez mayor. Pero de su izquierda llegaban nuevos exploradores que estaban más cerca del muro. La distancia era ahora de unos cincuenta metros a ellos. Pero no había vuelta atrás. Agachó la cabeza y siguió corriendo. De reojo vio alguna silueta de combatientes cerca del borde de la meseta, en lo alto. Pero tenía que fijarse en la meta. Ya pudo ver algunas de las cuerda que colgaban. Había orcos en la base de la meseta, pero en todo lo ancho. Y otros subían por alguna cuerda. Pero vio una zona sin enemigos que coincidía con la parte donde estaban luchando. Allí se dirigía.

Corría y corría, el aire empezaba a faltarme, pero mis pulmones conseguían filtrar el oxigeno suficiente para disponer del alivio necesario con cada bocanada. El polvo de la llanura se acumulaba en mis ojos y mi garganta ...no tuve tiempo de ver como le iba a Hasgon, pero tampoco podía permitírmelo. Solo esperaba que Cathael hubiese llegado a tiempo para recogerlo y que ambos pudiesen alejarse de allí en su montura...
Hubiese regresado con gusto de entender que existía la mínima posibilidad de derrotar a los orcos por nuestra cuenta, pero después de los primeros intercambios, quedo patente que seria imposible.
Hasgon era el líder de nuestro grupo y como tal esperaba que hubiese valorado bien su situación.
En cualquier caso, en mi estado seguramente resultaría mas un estorbo que una ayuda. Si regresaba solo me esperaba la muerte y quizás estuviese empujando al guerrero de Echorion a permanecer expuesto mas tiempo del recomendado para intentar apoyarme...
Nuestro camino se habían separado irremediablemente. No volveríamos a vernos, con suerte hasta el final de la batalla...esperaba no tener que enfrentarme a la muerte del joven Cathael, había prometido a su padre que cuidaría de él y en aquellos momentos esa posibilidad se escapaba a mi control...sobre todo porque apenas podía cuidar de mi mismo.
Sentía la sangre descendiendo por mi cuello hasta mi pecho, empapando mi cota...no sabia cuanto tiempo podría aguantar la perdida de sangre antes de perder el conocimiento, ni lo grave que era mi herida...en cuanto lograse un pequeño respiro intentaría vendarme con un trozo de ropa, pero aquel momento no parecía próximo...las fuerzas empezaban a traicionarme, y hube de forzarme hasta la extenuacion para seguir corriendo...me dirigí a la zona donde estimé que podría ascender con mas facilidad, la mas alejada del combate que se libraba en lo alto y apreté los dientes en un postrero y titánico esfuerzo

Turnos 4D y 5D

El dolor punzante de la flecha hizo que los pies de Aaren no respondieran bien, y las ráfagas de aire levantaban polvo que se metía en la nariz y en los ojos. Incluso se tropezó un poco, tocando el suelo con las manos. Pero no llegó a caerse, y trastabillando siguió avanzando.

De los seis orcos que llegaban desde su izquierda, tres cargaron flecha. Los otros tres siguieron corriendo, y se encontraban ahora a menos de treinta metros de Aaren.

De repente se escuchó algo desde lejos:

¡Un cuerno! ¡El cuerno de Melechtor!

Algunos orcos se miraron confundidos. Pero uno disparó con mortal puntería, y la flecha le impactó en la espalda, atravesando armadura y desgarrando músculos. El dolor le hizo gritar a Aaren. Entonces escuchó a capitanes orcos gritando órdenes, y comenzaron a moverse como animales de rebaño.

Y vio la cuerda... Estaba allí, al alcance de la mano.

Resultó difícil mantener la formación cerrada, pero Agnor marcaba el paso de la pequeña unidad. Estaban pendientes del terreno donde Aaren, Hasgon y Cathael habían hecho el reconocimiento. No los vieron, pero Tarbrand vio las lanzas clavadas en el suelo como banderas que les indicaban el camino a seguir.

Entonces escucharon con claridad el cuerno de Melechtor.

Era la señal acordada…

-¡Elevad los escudos!, gritó Caldrim por encima del ruido de los caballos. Ya pudo ver a los orcos reagruparse. Esperaba pronto una lluvia de saetas. –Mantened los escudos en alto. Y cuando carguéis, apuntad a la segunda fila.

Era un buen consejo, pues los caballos aplastarían en cualquier caso a los primeros orcos. Fue lo último que se le escuchó, pues ya había comenzado la carga.

-¡Garan Gwalorn! ¡GARAN GWALORN!

Los caballos pisaban la hierba y levantaban polvo a su paso cada vez más veloz, y el sonido de los golpes de sus cascos cada vez más atronador. No había vuelta atrás, y las crines de las monturas se movían como banderas cuando cabalgaron.

Algunas lanzas llevaban banderas rojas, pero aquella unidad no llevaba estandarte, excepto la cabeza de un orco clavada en una lanza. La batalla estaba próxima, y los jinetes escucharon el latido de un tiempo pasado, pues no iban solos mientras cabalgaron.

La hueste orca les vio llegar hacia ellos por su retaguardia. Eran unos treinta, pero para ellos parecían ahora muchos más. Y tal vez eran. Sonaron trompetas de los caballeros y respondieron los orcos con sus cuernos. Volaron saetas y los capitanes de los orcos gritaron órdenes para recibir la carga. Pero los atacantes sólo escuchaban el eco de las voces del pasado glorioso. Y cabalgaron.

Las ráfagas de viento traían los ecos del pasado, y cada caballero se sentía un eslabón más de una cadena que se podía trazar hasta los tiempos del Reino de Arnor, y más allá, hasta las brumas de Númenor y los primeros edain que se enfrentaron a la oscuridad y a la sombra. Igual que ellos ahora, otros antes cabalgaron.

Cabalgaron hacia el enemigo, y al mismo tiempo cabalgaron a los cuentos y a las leyendas de un reino decadente, cuya única ambición en aquellos tiempos aciagos era terminar de morir con algo de dignidad.

Cabalgaron atravesando polvo y ceniza, espadas y escudos, carne y vísceras. Cabalgaron unidos por una causa, por un hilo de esperanza, por una tenue luz en la penumbra. Pues eran heraldos de la Justicia, espadas libres de feudos sucumbidos, fieles al Príncipe Exiliado, hombres valientes luchando por una causa, caballeros de Casas desaparecidas, Jinetes de Acero… A todos ellos, el destino les había unido en la Loma, y la Roja Tempestad eran ellos, pues juntos como hermanos lucharon, y juntos cargaron contra el enemigo en la batalla. Y juntos iban a escribir con espadas y lanzas una página de la historia de un reino perdido.

Y cabalgaron. Hasta la muerte y el fin del mundo, hasta la gloria de lo eterno, por la meseta polvorienta a través de la lluvia de saetas… Hasta la marea negra de huargos, orcos y engendros de la oscuridad, hasta las fauces del destino aciago, hasta chocar con escudos y lanzas, hasta teñir la tempestad de rojo con la sangre de los enemigos.

Chocaron los escudos y las lanzas una y otra vez. La tempestad se tiñó roja y ellos cabalgaron. Entonces, después de la primera carga, aún de día, el sol se apagó en el cielo, y el combate se tornó más encarnizado. La señal del enemigo por fin había sido desvelada. Y aún así, cuando la esperanza se desvanecía, cuando el sol se apagó en la bóveda celeste y la noche venció al día, cuando los orcos lanzaron gritos de júbilo y con ánimos renovados les devolvieron los golpes… Incluso entonces, ellos cabalgaron.

Sonaron las trompetas para una nueva carga. Cabalgaron mientras quedaba uno solo. Hacia el enemigo que les superaba diez a uno, hacia la oscuridad y el tormento, cabalgaron.

Para defender las tierras azotadas por calamidades y guerras mezquinas, para rescatar aunque sea por un fugaz instante, el espíritu de los dúnedain que fundaron el reino que se había roto en pedazos…  para decir a la muerte y a la oscuridad que aún quedaban fuerzas en el reino perdido. Cabalgaron y cabalgaron y cabalgaron sin temor a la muerte, sin flaquear sus fuerzas, escudos sin emblema en alto, las espadas libres desenvainadas y las lanzas rojas sedientas de sangre.

Cabalgaron, y por un momento se elevaron por encima de la decadencia, de lo humano y de lo mortal. Y entonces, rozaron lo eterno de las leyendas y del recuerdo colectivo. Cabalgaron y sintieron el eco del pasado glorioso de los hombres de Oesternesse. Cabalgaron como reflejo de aquello que una vez fue. Cabalgaron y junto a ellos iban los antepasados, los señores y los príncipes que ahora moraban en las tumbas de Tyrn Gorthad.