Tharbad, el día 1 de Gwaeron de 1644 de la Tercera Edad
Estimado y distinguido Hîr nin Berephar, os quería expresar nuevamente mi gratitud por haber podido conversar e intercambiar opiniones en nuestro encuentro. Largos años habían pasado donde la vida y las responsabilidades nos habían mantenido en lugares distantes, aunque no distantes en el pensamiento. Nos une un lazo irrompible en forma de recuerdo de una persona amada que ya no está, y el presente de un joven que se enfrenta a un mundo sin futuro, sin esperanza, sin honor…
Por ellos dos, por el recuerdo y por el futuro, he decidido apostar por el sueño que están creando en medio del caos y de la desesperación que ahora es el territorio de Cardolan. Desconozco lo que depara el futuro para Sil Auressë y para sus gentes, pero en aquel lugar he visto un atisbo de esperanza de futuro, y una voluntad de recuperar una parte de nuestro glorioso pasado. En el Norte, el legado de Númenor siempre estuvo más presente, y me niego que mi hijo, vuestro sobrino, pierda ese vínculo con el pasado que nos hizo, o que pierda la esperanza. Han sido años duros en los que tal vez he perdido ese vínculo sagrado entre padre e hijo, pero quiero remediarlo. Y también recuperar la relación de respeto, cordialidad, amistad y hermandad que me ha unido siempre a vos.
Por ese motivo, recibí con gran alegría vuestro interés en el pequeño proyecto. Soy consciente de que Sil Auressë dista mucho de las complejas relaciones políticas e institucionales a las que os habéis enfrentado a lo largo de vuestra dilatada carrera. Pero vuestros consejos y opiniones serán más que bienvenidos, y estoy convencido de que en poco tiempo podrá poner las bases para el desarrollo de Sil Auressë.
Os paso mis mejores deseos, y alguna información sobre este asunto que como ya he advertido, conlleva la más alta de las apuestas para mí y para mi familia en lo personal y en lo económico.
Ahora he de partir a tratar unos asuntos en Tharbad, que vive tiempos convulsos. Pero en breve os volveré a enviar una carta.
Deseando veros en persona próximamente, y que los valar nos guíen.
Siempre a vuestro servicio,
Gildûr
Berephar leyó la carta una vez más antes de dejarla en su mesita. Gildûr se había dirigido a él como Hir nîn, “mi señor” pero reservado para ciertos cargos políticos o públicos, como el de Rheinhîr que Berephar había ostentado tantos años en Linhir, y aún conservaba de manera honorífica. Toda una vida dedicada al servicio al Rey y al reino de Gondor.
¿Qué necesidad tenía de ir a una diminuta aldea en el Reino del Norte para explicarles cómo organizar su gobierno y economía? ¿Qué podría aportar un anciano como él?
Junto a la carta había algunos documentos. Un organigrama de cómo se gestionaba el feudo, y algunos informes…
Pero Berephar se quedaba recordando su vida. Cómo había conocido a su mujer, cómo había llegado a Magistrado. Su tiempo en Harondor… Nombres, lugares, vivencias y recuerdos con los que solía aburrir a los jóvenes que no entendían que el presente que viven es hijo del pasado, y a su vez padre del futuro.
Si algo fascinaba a Berephar era coleccionar cosas. Podía pasar horas, embelesado, mirando sus colecciones. Por lo general coleccionaba recuerdos de su vida: monedas de acuñación gondoriana en Linhir, Pelargir, Umbar o Harondor, de acuñación arnoriana en Arthedain, Cardolan y Rhudaur, libros escritos en sindarin y en adûnaico... Pero también coleccionaba momentos de su vida, en un pequeño cofrecillo de madera chapada.
En ese cofrecillo se encontraban las cartas de amor que escribió a su esposa cuando estuvieron separados por tanto tiempo, él en Harondor y ella en Lossarnach. Los títulos que le otorgó el Rey de Gondor en persona por su servicio. Los documentos de la boda de su hija... y de la muerte de su hijo. Los documentos de las defunciones de su mujer y su hija, y el del nacimiento de su nieta.
Eren era todo lo que quedaba para él. Y una ciudad como Linhir era algo que le venía muy grande.
La chica era una soñadora, tenía que reconocerlo. Apenas tenía 30 años, era mayor de edad pero aún así seguía siendo un poco ingenua. Siempre al aire libre, cantando, bailando y con la música a vueltas. Como su único familiar vivo, Berephar trataba de mantenerla siempre cerca suyo, o de lo contrario sabía que moriría solo.
Resultaba que a Eren se le había metido entre ceja y ceja hacerse juglar y trovadora, y viajar. Había tenido acceso a estudios superiores, y prácticamente ella estaba más interesada en Sil Auressë que su abuelo. Pero el viejo dúnadan estaba en lo cierto en cuanto a Linhir... si la muchacha seguía allí, se daría por completo a una rutina que apagaría su llama de la juventud.
Por ello, sacó del cofre la carta de Gildûr otra vez, y la releyó. Después, desde su escritorio de Linhir, escribió con una negra pluma de cuervo finos garabatos sobre el papel:
Linhir, el día 22 de Gwaeron de 1644 de la Tercera Edad
Estimado y distinguido Hîr nin Gildûr, mi amigo y pariente;
Largos años han pasado desde que mi hija, vuestra esposa y madre de vuestro amado hijo, nos dejara. Todavía su marcha pesa sobre mi corazón. El tiempo no hace sino acrecentar la sensación de soledad.
Soledad sin embargo interrumpida por mi nieta Eren, quien se mudó a vivir conmigo tras la muerte de mi esposa. Es la hija de mi hijo Araphant, y sólo nos tenemos el uno al otro, pues su padre murió en el Desastre de Pelargir.
Ahora ya soy un hombre viejo, pero mi mente continúa siendo ágil. He iniciado los preparativos del viaje hacia Sil Auressë para ayudar a Girion, si tal es mi deber. Lo cierto es que ahora, aunque mi lealtad sea con Gondor, no he de mantener más trabajo en mi jubilación. Mi deseo es seguir siendo de utilidad hasta el final de los días.
He de confesar que mi nieta está más emocionada que yo por la oportunidad que nos brinda este viaje. Tiene un espíritu endemoniadamente joven y aventurero. Tardará poco en salir de Linhir, así que hemos decidido marcharnos a vivir a Sil Auressë (sin vender todavía nuestras propiedades aquí). Mis huesos necesitarán algo de reposo y por lo que me cuentas de allí parece el lugar indicado para terminar mi libro y mis días.
Como reflexión final simplemente diré que un hombre cansado de la vida encuentra la paz en la muerte, pero un hombre cansado de la muerte espera encontrar la paz en la vida.
Sabréis de mi próximamente.
Siempre a vuestro servicio,
Berephar
La historia de Berephar sigue en: 11.9.3. De Camino a Tharbad