SIL AURESSË
Cada nuevo día reforzaba el espíritu de los habitantes de Sil Auressë. En la terrible oscuridad, se había forjado su inquebrantable voluntad y se había avivado la llama que ardía en su interir. En silencio, sus almas gritaban con furia para preservar la luz cuando ésta parecía con menguarse. Iban a luchar para perseverar a pesar de los tiempos aciagos de aquel reino perdido. No se iban a rendir en la larga noche del olvido.
No querían conquistar nuevos territorios ni fundar poderosos reinos. No buscaban la riqueza ni el poder. Solo un lugar donde poder desarrollar su vida en paz. Un lugar donde labrarse un futuro, y donde poder soñar con algo más que sobrevivir.
La guerra había terminado. El otoño de aquel año 1644 de la Tercera Edad se preveía corto, pues al caer el sol el aire era ya frío cuando no soplaba desde el sur. Se habían perdido muchas vidas en las contiendas. Las granjas habían sido arrasadas y las cosechas quemadas. Los lobos se habían dado un festín con las ovejas dispersas por las tierras altas de la región. Quedaba mucho por hacer de cara al invierno, y mucho que reconstruir. No obstante, cada mañana el sol les iba a recordar desde el cielo la fuerza que residía en la simple esperanza cuando ésta anidaba en los corazones de los hombres.
SIL AURESSË - ALDEA
Abajo, en la aldea, Barendil se sentaba en la silla de su pequeña tienda de campaña junto vado. Er un puesto estratégico, o lo había sido cuando la amenaza de los orcos se cernía sobre la aldea. Ahora no tenía mayor relevancia, pero le permitía ordenar sus ideas.
Las palomas de Echorion necesitaban un lugar…
En realidad, Barendil comprendía que la situación que se había creado en Sil Auressë iba mucho más allá de un puesto de control. Los sucesos de aquellos días habían dado un golpe seco y fuerte al ya de por sí inestable tablero político de Cardolan. Un auténtico puñetazo en la mesa que había hecho saltar por los aires las fichas de aquella partida.
Escuchó unos pasos fuera. Era Melechtor, al que había hecho llamar. Le habían informado de que los jinetes que habían cabalgado con él iban a celebrar una reunión. Tanto los que eran leales a Echorion como los otros. Saludó al capitán, y aunque técnicamente no era su superior le agradó ver cómo Melechtor se puso firme en su presencia.
-Capitán Melechtor. Acerca de tus hombres, y los que te siguieron en batalla. Qué descansen y qué disfruten. Se lo han ganado. No lo dudo. Pero vigila a los tuyos. Que no se acostumbren demasiado a las comodidades de Sil Auressë. Pronto los necesitaremos.
Dando la reunión por terminada, se quedó mirando la pequeña mesa vacía.
SIL AURESSË - CASTILLO
Curudae tenía su despacho habitual en la Casa del Comercio de la aldea, pero cuando la aldea fue evacuada se había visto obligado a trasladar su lugar de trabajo al castillo. Contaba los días para volver a su sitio, pero para eso necesitaba a Khoradur al mando aquí arriba.
El Senescal pensaba en Barahir, y en Echorion. Y en más cosas. Norion había regresado, y encima de la mesa de Curudae estaban sus cartas. Una sin abrir, dirigida a la Dama Finduilas. Todo el tema de la niña Sir y las profecías antiguas le aterraban incluso más que las huestes orcas.
Agarró en la mano una ficha de ajedrez. Un peón blanco. Con cuidado, la puso encima del tablero vacío.
SIL AURESSË - TODOS
Una mañana, Seinwin se encontraba sentado en una almena, mirando hacia el interior del castillo. Buscaba en lo alto de la torre el lugar donde había muerto su hermana.
No te olvidaré, Milriel, dijo el soldado de Echorion. Su hermana Milriel había sido la persona más valiente que había conocido. El destino quiso que él acabara entre las filas del Príncipe Desterrado, y ella buscando su oportunidad como mercenaria en Metraith. Le habían contado cómo Milriel había viajado con un joven llamado Ragi desafiando a los huargos y a los enemigos, y cómo habían traído de la forja de los enanos el artilugio que emitía aquella luz blanca. Durante la guerra, se había usado para avisar a los aliados. Para poder ponerlo en marcha se habían enfrentado a murciélagos gigantes en lo alto de la torre, y ella había encontrado su muerte.
Hemos ganado, hermana, dijo con lágrimas en los ojos. –Tú has ganado.
Entonces vio a un grupo numeroso acercarse por el camino. Y reconoció a Abel, y a los hermanastros Menegor y Egnadan. Se levantó para mirar mejor. Junto a ellos iba un elfo, y otro hombre de menor estatura con capucha. Y un muchacho al que varios lugareños reconocieron como Ragi. ¡El que había estado con su hermana en sus últimos momentos! Pero había algo más. Otro hombre de aspecto fuerte, y dos caballos que tiraban de dos camillas.
Rápidamente, Seinwin bajó para ver mejor. En el patio del castillo ya se congregaba una pequeña multitud.
Rashat sujetaba las riendas del caballo para subir el último tramo de la cuesta. Su mirada recorría los muros en busca de algún peligro. No podía evitarlo. Pero ya estaban a salvo. Había llegado a su nuevo hogar.
-Va por ti, Hrom, dijo con una extraña sonrisa en los labios. –Aquí voy a fundar nuestra taberna. Y se llamará el Descanso del Guerrero.
Miró a Aeldric que caminaba a su lado. El elfo era algo taciturno, pero también lo había sido otro compañero que había tenido anteriormente, también de los Primeros Nacidos. –Me recuerdas a Alerian, amigo. Tendrás barra libre en mi taberna.
El veterano guerrero tocó el portón del castillo para dar las gracias a los Poderes. Abajo en la aldea le habían informado de que Theon ya se encontraba aquí. Además Aelloth le había puesto al día. –Vamos Menegor y Egnadan. Cuidado con las camillas. Luego avisó a Anael, el hombre de Tharbad, para que se ocupara de los caballos.
Pero no era necesario avisar, pues el joven Ragi estaba más que pendiende de la persona que iba en una de ellas. En realidad, no se había separado de ella en ningún momento.
La niña Sir agarró la mano de Ragi, y con cuidado se incorporó de la camilla. Estaba en el puente a punto de cruzar el umbral y entrar de nuevo en el castillo. No pudo reprimir las lágrimas, y con la otra mano agarró la del elfo que iba tumbado en la camilla. Un elfo cuyo pelo blanco y piel pálida le conferían un aspecto más que llamativo. Algunos del lugar le habían visto antes, pero pocos en persona. Para muchos él había sido una proyección de otro plano, un espectro que había acudido a ayudarles en el momento de mayor necesidad. El Elfo Blanco. El Guardián de Enila.
-Ya hemos llegado, tío Ben. Estamos en casa.