Partida Rol por web

La carga de los milicianos logró rodear a los huargos, y Khôradur se unió a sus hombres blandiendo su cimitarra. Los animales estaban acorralados, y los soldados mataron a dos e hirieron a un tercero gravemente. Dos huargos huyeron en dirección opuesta al resto de su manada, que se retiraba a una distancia más prudencial del castillo de Sil Auressë. Allí se les unieron más huargos y enemigos que llegaban a la meseta al oeste del castillo, y los murciélagos no cesaban de sobrevolar la zona.

Quedaban dos animales tumbados en el suelo, heridos e inconscientes, junto a los cadáveres de los huargos abatidos. Estos eran de carne y hueso, y sus cuerpos mutilados y ensangrentados no desvanecían como había sucedido con el que había atacado a Sir. Los hombres no dudaron, y dieron muerte también a los huargos inconscientes y heridos¹.

Uno de los milicianos había sufrido una fea herida en la pierna, pero incluso él sonreía satisfecho ante la primera prueba de fuego de los milicianos adiestrados. Eran obreros, carpinteros, panaderos, granjeros… Pero el duro entrenamiento había dado sus frutos. A continuación, se retiraron hacia el interior de la muralla junto con el resto de los soldados que acompañaban a los recién llegados. Sacaron dos camillas para transportar a Sir y a Denelloth, mientras Russef podía andar a duras penas. Caäniza les acompañó a todos a la sala de la Academia habilitada por Ionell para curar a los heridos.

Khôradur contempló con agrado como sus hombres acababan con los lobos, pero no había tiempo que perder, había heridos a los que atender y el tiempo corría en su contra.

-¡Vamos, ocuparos de los heridos, rápido!.

Corrió junto a sus hombres y tras envainar la espada ayudó a Denethor a ponerse de pie mientras seguía con la mirada a la pobre Sir y a Russef. Dió las oportunas órdenes para que los hombres se replegasen y los vigías estuviesen atentos a los enemigos que huían y por si había nuevos ataques.

Tras dejar los heridos a cargo de sus hombres y de manos más expertas que las suyas en el arte de la curación, se dirigió a los hombres que le habían acompañado al exterior.

-Habéis realizado una gran labor, os habéis mantenido firmes y habéis acabado con la amenaza de los lobos, ¡mi enhorabuena!, estoy orgulloso de vosotros, pero no os confiéis, habrá pruebas más duras que atender.

Estaba inquieto, había sido un ataque directo, tal vez algo desesperado, que encerraba un misterio aún mayor, ¿que interés tenían por la niña?

Detrás del Lugarteniente, en lo alto de la torre de la entrada, una solitaria bandera roja ondeaba al viento. La habían izado para avisar a la aldea de que el castillo estaba siendo atacado, y el Jefe de Guardia Walec se encargaría de redoblar la vigilancia. Los lobos se habían retirado, pero aún no era seguro caminar entre el castillo y la aldea.

Subió hacia las murallas del castillo y se quedó allí, mirando en dirección de dónde habían venido los enemigos, mientras su mano apretaba con fuerza la empuñadura de su espada.

La tormenta está cada vez más cerca...