Partida Rol por web

Girion avanza junto a sus compañeros hasta la linde del bosque que delimita con el claro donde se encuentra el monolito. Sus nervios están a flor de piel, pues la cercanía del enemigo se hace más presente que nunca debido a los tambores. Aun así, el joven dunadan hace acopio de valor y se centra en el objetivo y no en los posibles percances.

Al llegar el joven se asomó y miró lo que estaba sucediendo en el claro del monolito.

Eben se encontraba bien. Avanzaba seguro de sus pasos y atento a todo lo que le rodeaba. La presencia de la fuerza era intensa pero no le amilanaba. Tenía el arco preparado y en tensión mientras observaba la reacción de sus compañeros ante la fuerza a la que se enfrentaban.

El sonido que se escuchaba en la lejanía procedía del mismo infierno. Pareciera que el aire se hubiera viciado de maldad, un aura maligna que se metía por los oídos sin poder evitarlo. Por suerte, Russef consiguió mantener la compostura y apretando el hombro de Ferrin lo animó a acelerar la marcha y no quedar rezagados.

Hay que darse prisa y alcanzar a los demás. No debemos perderlos de vista Ferrin! dijo con convicción y apretando fuertemente sus hachas.

En las proximidades del claro, el bosque era más espeso, y las ramas de los árboles encorvados les bloqueaban el paso. Pero siguieron adelante. Tres delante, y Russef y Ferrim un poco más lejos pero sin perderlos de vista.

Entre los árboles vieron el brillo de las antorchas, y también movimiento. Hombres ataviados con túnicas, y otros arrodillados que estaban siendo vigilados por orcos. También vieron dos senderos nuevos, marcados con cadenas doradas.  Y en medio, dominando la escena, el gran monolito. No lo pudieron ver en detalle aún. Pero aguardaba la llegada del grupo.

Denelloth se vio bloqueado. Recuerdos de su anterior visita, de lo que le había pasado entonces, le superaron por completo. Necesitaba recobrar fuerzas, y se detuvo.

Entonces vieron algo extraño en el cielo. El Sol de la tarde brillaba con fuerza en el cielo despejado, pero de repente una franja negra había surgido de la nada, y ahora parecía devorar poco a poco la luz del mundo.

Los orcos lo guiaban en silencio y con cierto temor, el anamarta se sorprendió de esa actitud pero no los juzgó, probablemente su aspecto reflejara la oscuridad que ahora habitaba en él, y si así fuese quien podía cuestionar su miedo. Bur-Zum. El eco de las malditas palabras invocando un abismo que no tardaría en llegar lograba que la tensión en el cuerpo del dúnedain se tornara en un éxtasis, leve pero creciente a medida que avanzaba. Viento daba pasos cortos, lentos, pero firmes, el espíritu del caballo aún estaba en calma, pese a todo.

Supo de algún modo que lo estaban esperando. La oscura presencia que estaba decenas de metros delante de él no podía ser de otro. Gothdust. El maligno sacerdote no había ido a Sil Auresse como Finduias esperaba, no había ido a buscar a Sir.. aún. Por algún motivo había elegido quedarse allí.

Eso no era nada bueno para el anamarta, complicaría la misión si tenían que enfrentarse a ese servidor de la oscuridad, y dudaba que tuviesen el poder para vencerlo.

Eso no era nada bueno para el sacerdote de Namo, porque los Valar eran enemigos declarados del abismo y sus seguidores, y el enfrentamiento sería inevitable.

Eso, sin embargo, era lo que el Hijo de las Sombras estaba esperando. Las puertas de la oscuridad estaban abiertas de par en par y la noche lo cubría en pleno día*, protegiéndolo. 

Por primera vez Norión se dio cuenta que ya no estaba en el límite entre los vivos y los muertos, ni en el límite entre la luz y la sombra. Había cruzado. Los espectros lo acompañaban con respeto susurrando su nombre, los orcos lo custodiaban temerosos, el abismo lo llamaba y el sumo sacerdote lo esperaba a pocos metros. Una sonrisa se dibujó en el rostro de aquél hombre, una verdad que los Valar nunca le habían revelado estaba frente a él, un poder que ni en sueños había imaginado.  

En las proximidades del claro, el bosque era más espeso y las ramas de los árboles encorvados convertían el camino ceremonial en casi un túnel. Solo de vez en cuando, Norión pudo ver el sol de la tarde brillar con fuerza en el cielo despejado. Y en esos momentos vio cómo de repente una franja negra había surgido de la nada, y ahora devoraba poco a poco la luz del mndo. Entonces comprendió que la Gran Oscuridad prometida para el ritual no estaba marcado en los atros, sino en el astro rey.

El avance por el camino que conducía al corazón del bosque transcurría lento. Era como si cada paso fuera una sentencia, un firme propósito sin posibilidad de retroceder. Paso a paso las sombras se hicieron más profundas, los susurros espectrales más audibles, y el Abismo más presente. Paso a paso Norión también recordó otros pasos. Los que había dado en su vida hasta llegar a este punto de no retorno. De algún modo, siempre había pensado que un momento así iba a lelgar. Era su destino. Una encrucijada, una elección entre dos caminos. Le había resultado imposible visualizarlo, pues el manto de la oscuridad era impenetrable. Pero ese camino oscuro siempre había estado allí, esperándole. Llámandole. Y siempre había considerado que llegado el momento, una parte de él iba a querer huir. Dar la vuelta. Rechazar la llamada. Buscar otra ruta. Desde que era capaz de recordar, el anamarta se había imaginado en una lucha de voluntades en ese instante definitorio de su existencia. Pero ahora, llegado aquí, no hubo nada de eso.

Ni un solo instante para contemplar el camino que dejaba atrás, paso a paso, mientras el sol se apagaba lentamente. Ni una duda. Porque ahora lo comprendía por fin. Nunca hubo otro camino para él. Solamente este túnel oscuro y solitario.

Y encima de su cabeza, el sol era devorado lentamente por la oscuridad. La Naturaleza se quedó en silencio. Incluso los espectros acallaron. Los orcos repetían Fha-Burzum, pues sabían que la hora estaba próxima. Y entonces, Norión escuchó el urular de un búho...