Partida Rol por web

Para Ayla había transcurrido una eternidad desde que abandonara Rivendel la última vez que vio a su hermano. Kaldor era todo lo que quedaba de la infancia de Ayla, de la niñez de Ayla, lo que quedaba de su inocencia. Lo que parecía una eternidad deseando volver a reencontrarse con su hermano, y ahora escuchaba sus palabras.

Miró por un segundo a Morannar, y en ese momento por qué a la vez eran tan iguales y tan diferentes. Un calor comenzó a recorrer el cuerpo de Ayla, un fuego intenso corría por las venas de la Dama, la ira se habría paso hasta lo más hondo de su ser. La marcha de su hermano no podría soportarlo. Muchos habían sido los sacrificios, muchos eran los amigos caídos y ahora no tenía fuerzas para perder a nadie más.

Ayla buscó comprensión en la mirada de Morannar, buscó guía en su última maestra. Y ésta con una mirada volvió a darle una lección…

El tiempo no transcurre de igual manera para los hombres que para los elfos, y tampoco comparte el mismo destino. Ayla había vivido entre dos mundos, había aprendido de los dos mundos, y había compartido los destinos de los dos mundos. Pero hace tiempo ella eligió una vida inmortal, su destino se separaba del de los hombres que la habían acompañado, y pasaría a compartir el destino de los elfos.

Entendió que la marcha de Kaldor no era un final. Entendió que Kaldor se iba a encontrar con Zelene, con su amada después de tantísimo tiempo. Entendió que todos estaban aquí en este momento para derrotar al Cazador Oscuro, y para liberar a Zelene. Era el tiempo de encontrar el descanso para quienes tanto habían dado, tanto habían enseñado y tanto habían sacrificado…

El fuego de la sangre de los mortales, desapareció de golpe como si nunca hubiera existido. Algo la había abandonado justo en ese momento. No sabía si volvería a sentir las emociones con la intensidad con la que lo sentían los hombres. Sintió pena por sí misma.

La mirada de Ayla se volvió a llenar de amor y cariño, y entonces se atrevió a volver a mirar a su hermano a los ojos. Se acercó a él, y sujetando el Orbe con una mano le acarició la mejilla con la otra.

Ve con ella hermano, sé feliz. I lúme utúlie.

Esta vez Ayla no derramó lágrimas. Sabía que volverían a encontrarse en otro momento, en paz…

Como en un sueño, las imágenes se sucedían en la mente de Ayla. Las ruinas de la forja, el adiós de Kaldor mientras una plataforma le bajaba hasta las profundides, con Hilde Sikelion y la esfera oscura… Todo aquello lo vivió Ayla como lo hacían los noldor, abrazando la eternidad. Los sentimientos de los Primeros Nacidos fluían en el incesante pero lento vaivén de los años, mientras los mortales vivían de presos de las tormentas de las pasiones.

Durante el trayecto de regreso hacia la puerta, el eco de las últimas palabras de su hermano resonaba en la mente de Ayla.

-No es el final. Es tan solo un giro más de la rueda. El destino me ha reservado el reencuentro que me espera, pero solo gracias a ti puedo recibir este don de la felicidad. Y al mismo tiempo, de algún modo imprevisto, no te pierdo a ti, Ayla. Tú seguirás en el mundo, y Zelene regresará. Las dos sóis ahora entes diferentes.

-Intenté enseñarte lo mejor que pude, guiarte en tus primeros pasos. Mas ahora, cuando nuestros caminos se separan, me doy cuenta de que he aprendido de ti tanto que me llevará una nueva eternidad asimilarlo. Mi gratitud, y mi amor velarán por ti desde el firmamento en tu nueva andadura, y una estrella brillará para recordártelo. Namarië, Ayla.

Salieron del edificio, y con cuidado volvieron a cerrar las puertas del Hogar de los Gwaith-i-Mirdain.

El golpe de la puerta cerrándose les sobresaltó en medio del silencio de Ost-in-Edhil. Fue Ringlin el primero en hablar.

-Mi cometido termina aquí, dijo el místico noldo. –En el ocaso definitivo de los noldor de Eregion, y en los albores de un nuevo horizonte para Ayla, fuera del alcance de todos nosotros. Un nuevo amanecer, lleno de luz pero también de sombras y de peligros, donde los destinos dibujan líneas incomprensibles e imprevisibles, incluso para el Vidente de Ceber Fanuin.

Ringlin se despidió brevemente de todos, y se fue con paso firme por el puente, sin mirar atrás.

-Se ha cumplido lo que estaba escrito, pero de un modo diferente a lo esperado. El viento del destino a veces nos lleva por sendas imprevistas, por fugaces brisas en la calma de las edades. Al final, somos aquello de lo que nos despedimos, pues el recuerdo de lo vivido da forma a nuestro espíritu.

El noldo se acercó a Ayla, y le dio un beso en la frente para sorpresa de Fëamire y de Moranar.

-Ahora hemos de regresar a Amon Lind. Una última vez. Y será un nuevo adiós en este tiempo de despedidas.

Se quedó mirándole a Ayla, esperando ver en sus ojos violetas la respuesta a si les iba a acompañar, aunque ya intuía que la respuesta.

-Ella no vendrá, contestó Feamirë. La emoción era evidente en su rostro, pues él más que los otros sentía las cosas de un modo intenso. –Ayla ya forma parte de Amon Lind, pero ahora su corazón anhela ir hacia el oeste, donde le espera el Amanecer de la Luz. Le necesitan allí, y ella necesita estar allí.

-Ayla, tu cometido aquí ha terminado. Ahora ve veloz hacia tu hogar. Nosotros iremos detrás en breve, pues nos espera un último viaje. Volveremos a vernos.

Moranar dio unos pasos hacia Ayla, y su mano enguantada se acercó a la cara de ella, pero sin tocarla. Aún así, se podía sentir el poder y la fuerza de la Guardiana del Fuego. –Una última cosa… No he venido sola. Me ha traído alguien muy querido para ti, y te espera para llevarte hacia Sil Auressë… con un pequeño regalo que te ha preparado Teletasarë.

-Gwannach o innen ului, Ayla.Ú lû erui, ului¹