Partida Rol por web

Turno 3

El huargo escuchó los gritos del sacerdote pidiendo auxilio, pero no se movió. Era un huargo verdadero, un espíritu maligno que en los Días Antiguos había entrado al servicio de Morgoth. Su fána, o su forma física, se asemejaba a la de un lobo pero era más grande y más corpulento, y la oscuridad parecía moverse a su alrededor. Existía en el Mundo de las Sombras, y desde allí se proyectaba a este mundo. Desde su posición cerca de la Piedra dominaba la escena.

Detestaba a los sucios orcos, y los hombres torturados y mutilados no eran más que ganado para el Gran Huargo. Si alguna vez había tenido nombre, se había perdido en las brumas del tiempo. Stâzari le llamaba el sacerdote oscuro que le había ofrecido la alianza para la Gran Oscuridad, y entonces con algunos huargos espectrales de menos poder el gran huargo había reunido a los lobos malignos de la región.

Y ahora, en el momento de la verdad, los inútiles orcos se habían visto sorprendidos por un grupo de intrusos. Entonces, vio una luz brillante aparecer enfrente. Y supo que había llegado la razón de su presencia aquí. El cometido para el que el Abismo le había rescatado de sus insondables profundidades. En medio de aquella luz, había un Guerrero como los de los Días Antiguos y con él estaba la gracia de los valar. Ambos caminaban en el mundo invisible, y el huargo supo que los orcos no iban a poder herir a este nuevo guerrero. Pero sus fauces sí, pues desgarraban tanto lo visible como lo invisible. La batalla eterna entre las criaturas que se habían aliado con Morgoth y los que servían a los demás valar se iba a revivir una vez más. Luz contra Oscuridad. El huargo se incorporó, y no apartó su mirada del Guerrero Onírico que ahora luchaba contra los orcos.

Turno 3

El joven discípulo entregó la daga ceremonial a Norión, quien la agarró con firmeza. En ese instante, escuchó algunos gritos de su maestro ciego, pero antes de que pudiera atenderle, una flecha voló y pasó por delante de sus ojos. Le impactó en el brazo del nigromante. -¡Norión!, gritó y le agarró con fuerza la mano. ¿Estás bien?

La voz de Norión pareció calmarle, y el joven se recompuso. Sin apartar la mirada de los ojos que le observaban por debajo de la capucha, le dijo: -Estoy contigo, Hijo de las Sombras. Se colocó delante del sacerdote para protegerle con su cuerpo, y se agachó para coger el cayado, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

Turno 3

-¡Tranquilos!, ordenó uno de los prisioneros a los demás que estaban encadenados. Parecía el de mayor edad, y estaba posicionado en el lado opuesto a Ferrim. Observaban cómo el enano trataba sin éxito abrir la cerradura de la cadena. –Quedaros sentados, están disparando flechas, añadió.

-Los chamanes orcos tienen llaves de los candados, le dijo al enano.

Turno 3

El guardia orco^O3 se giró al escuchar ruidos, y trató de moverse para atacar al intruso. Pero su ataque resultó flojo para Russef. No obstante, el chamán al que protegía el guerrero orco clavó su daga en el pecho del hombre de Saralainn. Aunque no logró penetrar el peto de cuero, le hizo ver que su vida corría peligro y perder la inercia de su ataque.

RESOLUCIÓN TURNO 3

La oscuridad había caído sobre el claro del monolito. El enemigo había revelado su poder, pues contaban con un huargo espectral y algo aún más terrible. Norión, el compañero y amigo del grupo parecía haberse unido a ellos. El disparo de Girion era el reflejo de la rabia que sintieron, y del miedo que se apoderaba de ellos. Pero no estaban solos, pues el Guerrero Onírico había llegado. Llenó de coraje los corazones de los Guardianes de Enila, y la voz de Denelloth resonó en el lugar, poniendo en palabras un desafío a la noche que se avecinaba.

- ¡Aurë entuluva!

Un nuevo día iba a llegar, aunque tal vez alguno de ellos iba a perecer en esta terrible noche que había caído sobre el mundo.

Eben avanzó con la flecha preparada, apuntando al chamán orco que se movía con el prisionero. Denelloth acabó con un orco herido, y Russef atacó al chamán, pero el ataque no salió bien y entonces se vio luchando contra dos en el flanco derecho.

En el centro Benaldamat golpeó con furia a los dos orcos^O5-O6 que tenía delante. El primero sufrió el golpe del alfanje rúnico debajo del brazo, y cayó con fuerza al suelo. Además, el metal de su pierna su fundió y una luz brillante pareció atraparla. No volvió a moverse. El otro sufrió un golpe duro en las costillas, y no pudo responder al ataque porque la poderosa aura del elfo le quemaba el brazo.

El efecto de la aparición de Benaldamat unido al descontrol general y los gritos confusos del anciano sacerdote hicieron dudar a los orcos. Algunos^O13-O14 avanzaban hacia los prisioneros tratando de mantener las distancias con el huargo. Otros se movieron hacia la piedra. Pero en su mayoría estaban confundidos.

Mientras todo eso sucedía, Ferrim se peleaba con la cerradura de los candados. Cada prisionero tenía unas cadenas en los tobillos que iban con clavos, y otra diferente con un candado que le sujetaba las manos delante. Y una cadena iba de la cerradura hasta las piernas, haciendo prácticamente imposible el movimiento. Los orcos habían contado que los iban a sacrificar uno a uno, y ante tal panorama iban a luchar por sus vidas.

Turno 4

La flecha le había clavado el brazo en el cuerpo, y tuvo que soltar el cayado. Pero antes Norión había logrado lanzar el hechizo para calmar al discípulo de Gothdush, quien además se puso ahora a sus órdenes.

Turno 4.a

Turno 4.a (parte 2)

Turno 4.b

Finalmente lo había logrado, tenía en sus manos la daga ceremonial, el sacerdote podía sentir el poder concentrado en él. Era un artefacto capaz de atravesar cualquier carne y drenar su vitalidad. Todo parecía encausarse hacia dónde el anamarta había guiado los hechos, todo marchaba según lo que se había propuesto. Los gritos de Gothdust sin embargo indicaban lo contrario, algo había cambiado. De repente un profundo dolor se hizo sentir un su brazo que lo hizo trastabillar, al principio Norión pensó que se trataba del efecto del objeto maldito pero luego sintió la humedad de la sangre debajo de su túnica y se llevó la mano libre hacia la herida.

Se topó con una flecha, pero no era de orco... ni de enano, ni de mediano, ni de elfo... reconoció su confección de su adolescencia, cuando había sido entrenado para usarlas... era una flecha dúnedain. El dolor del cuerpo no se comparaba con el que el alma podía sentir. Denelloth? Girion? Eben? Russef? No importaba, si una flecha había sido lanzada contra él, eso implicaba que el resto estaba de acuerdo. La amargura se mezcló con la confusión. La pierna con la cojera se debilitó y dio otro paso atrás.

Todo se estaba moviendo y Norión no podía detenerlo, no podía controlar las fuerzas que se desataban. Sentía la presencia de los Valar en el guerrero de Irmo tanto como la presencia del abismo en el Huargo, ambos a punto de comenzar un enfrentamiento ancestral e inevitable. Sentía los gritos de orcos y humanos. Sentía el creciente poder del monolito y un dolor mas allá de sus huesos que lo doblegaba. Dio otro paso hacia atrás buscando equilibrarse.

Escuchó las palabras del chamán pero apenas las comprendía. Hijo de las sombras... Volvió en sí por unos segundos - Alza tu voz en mi lugar, que tus gritos alienten a estos orcos y fortalezcan a la criatura de las sombras, que tu voz se aleve en una plegaria de victoria, reza con fuerza un cántico al señor oscuro!! - dijo justo antes de dar otro paso más hacia atrás. Esta vez su cuerpo se estabilizó y su espalda se apoyó en el monolito.

Sintió un frío cosquilleo en su cuerpo al contactar con la piedra, la poca sangre que manaba de la herida era rápidamente consumida por el monolito. Esto es el castigo de los Valar o del abismo? Sus amigos ya lo habían condenado y al igual que su orden antaño, quien más ahora alzaba su juicio contra él? Su espíritu parecía pasar lentamente hacia la piedra, su sangre distaba de ser tan fuerte como la de Sir, pero el vestigio de esencia que fluía dentro de aquél que había nacido bajo el signo de Namo era mucho mayor que el que había en todos los prisioneros juntos, y en cada gota de sangre que se derramaba la sed de la piedra se saciaba y hacía mas cercano el fin del ritual. El abismo pedía un sacrificio, y el destino se burlaba del anamarta, poniéndolo a él como víctima. Cerró sus ojos.

Carece de sabiduria presionar al destino, primero sigan los signos sagrados, el poderoso pilar quedará rodeado por la noche. Luego vendrá el fin, y terminará toda esperanza, su ser se hundía en el dolor y en sus propios pensamientos mientras el monolito comenzaba a consumirlo.

Turno 4.c

El monolito drenaba su vida mientras el dolor le imponía una agonía letal. Su cuerpo se estremecía, el malestar de su brazo superaba al de su rodilla, pero no podía compararse al que sentía su espíritu ahora que los pocos hombres en los que había confiado le habían disparado. Se lo merecía? Quién podía juzgarlo?  Norión estaba solo, aún más solo cuando cuando había partido de Tyrn Gorthard, y la muerte que solía respetarlo, incluso obedecerle, ahora se atrevía a abrazarlo y amenazaba con no soltarlo jamás.

Cuando cerró los ojos viajó en un instante al borde del abismo, al oscuro lugar que había divisado minutos atrás. La nada no tenía forma, no podía expresarse en conceptos mortales, sin embargo Norión la comprendía, así como comprendía la oscuridad que lo rodeaba en ese momento. Un fuego siniestro se mezclo entre las sombras, una profecía que amenazaba con devorarlo todo, la destrucción que antecede a la nada, y todo ello estaba allí para ser tomado por él, incluso su sangre se mezclaba con esa realidad. Había caminado entre dos mundos toda la vida, pero ahora era parte de ambos, como el guardián y el huargo que estaban a pocos metros, él también era parte de muchas realidades a la vez. No había vuelta atrás, el juicio caería sobre él, implacable como el de los dúnedain que lo habían acompañado. 

La mirada acusadora de los antiguos sacerdotes de Namo se hacía cada vez mas lejana y el vacío cada vez más seductor. Demasiada fuerza para un mortal, demasiada oscuridad para que la luz se manifieste. El fin estaba allí, y pocas cosas lo ataban a la vida. Finduilas. La dama oscura había cruzado ese umbral y había vuelto sumergida en poder y locura. Ayla no había tenido el valor de hacerlo, y Gothdust sin duda lo había hecho para nunca volver. Él estaba allí, tan a punto de cruzarlo como de morir. Su cabeza era un torbellino, en parte por el dolor que sentía, en parte por el poder que tenía delante, y en parte porque estaba frente a perspectivas que superaban lo que un mortal podía digerir.

Todo tenía un precio, hiciera lo que hiciera, pero valía la pena pagarlo? Que era lo que Norión valoraba más en su existencia como para justificar el sacrificio? En ese momento le vino a la memoria una frase que vio cuando entró a Sil Auressë:

Sikil Kaluva Tielyanna

Una promesa de luz, el anhelo de una elfa que había sido un faro para él al igual que para Finduilas y para muchos en la aldea. Esa promesa ante semejante oscuridad parecía una broma de mal gusto, Norión no encontraba la fuerza para aferrarse a ella, era una vela tenue frente a una noche infinita. Norión, el hijo de las sombras, era reclamado por ellas para acabar con la tierra media. Norión, el guardián de los muertos, carecía de la fuerza para doblegar lo que había frente a él. Nada podía hacerle frente.

Se alegró de haber salvado la vida de Sir, al menos algo de luz iluminaría el fin de los tiempos. Recordó la sangre derramada de las decenas de prisioneros, que al igual que la suya, alimentaba ese monolito, al que había intentado proteger y que ahora le ofrecía poder y muerte por igual. En cada uno de ellos había una gota de la llama imperecedera. Norión se había adentrado en su propia oscuridad, en la noche mas profunda para encontrarla, y solo había hallado vacío, destrucción y muerte.

Namo...

Ese Valar lo había elegido desde su nacimiento, y había conducido sus caminos hasta allí. Había sido su fortaleza, su esperanza y su guía hasta horas atrás. Su silencio sin embargo se hacía sentir. Recordó las historias sobre su morada, como el juez sabio custodiaba a Melkor en la prisión de Mandos. Recordó que si bien la luz no podía contra esa oscuridad, la muerte podía con todo, y él había sido el guardián de los muertos... un fiel anamarta... había dado su alma por una batalla perdida desde el principio,... se había entregado a una causa pura sin importar el precio,... se había sumergido en la mas profunda oscuridad para hallar una llama eterna y victoriosa...

Namo, aún sigues conmigo?

Las últimas páginas del libro de su vida se escribían, que contenido quería el anamarta que llevaran escritas? Se atrevería a dar el paso? Y de hacerlo, que dirección tomaría?

De repente una fuerza increíble manaba de su interior. Se había encontrado. Siempre había sido él. Un dúnedain, un sacerdote de Namo, un anamarta y un nigromante. El guardián de los muertos y el hijo de las sombras. Así había nacido desde que había sido concebido. Pero no era lo que traía consigo lo que lo definía, sino lo que elegía ser. Nada podía borrar lo que había presenciado, pocos mortales habían visto tan de cerca a los Valar y al abismo, eso era él, un hombre entre dos mundos al que los secretos le eran revelados. Y en el momento final, frente a su propia muerte, en el umbral del vacío insondable descubrió la última verdad. El don de Illuvatar no moraba mas allá de las sombras, pero había que llegar a ese límite para encontrarlo. El regalo de Eru, la llama imperecedera, moraba en lo mas profundo del corazón de los hombres, y Norión la había encontrado, se había encontrado, y la presencia de todos sus ancestros estaba ahora con él.

Su cuerpo se renovaba y su espíritu se ennoblecía. El abismo lo sabía, pero aún así lo respetaba, de algún modo el nigromante era también su hijo, al igual que el sacerdote era el hijo de los Valar. Namo se hizo presente en esa noche, tal vez el único Valar que perdonaría sus crímenes, pero el más sabio y el mas grande a fin de cuentas. La llama de Eru ahora estaba a su alcance, la verdad era clara y firme a los ojos de Norión, no había fuerza en todo arda mas poderosa que la que había inspirado la música de la creación, y si bien estaba al alcance de todo hombre, Norión la había encontrado y no iba a soltarla jamás. 

El Guardián de los Muertos, el Hijo de las Sombras, ahora era también el Custodio de las Llaves del Abismo, y había decidido que no era tiempo que esa puerta se abriese.

TURNO 4

Eben se había tomado su tiempo apuntando al Chaman Orco ^Co1, contuvo el aliento un instante y disparó su flecha.

De alguna manera omitía la orden de atacar a Norion... había, de momento, blancos de sobra. Esperaba que no hubiera enfrentamiento final.

Una vez disparada su flecha, tomó una nueva, tensó su arco y preparó un nuevo disparo. En la visual tenía a su objetivo anterior y a un chaman humano que estaba al lado de Norion (Ch2).

Turno 4

Denelloth maldijo entre dientes al chamán orco que arrastraba a un prisionero hacia el centro del claro. Hacía un momento que estaba alí, ¿cómo podía haberse movido tan deprisa?

Lanzó un rápido vistazo a su alrededor, ansioso. Benaldamat derribaba adversarios con facilidad, envuelto en una clara luminosidad que el montaraz nunca había visto. El horrendo y enorme lobo del centro del claro había fijado en el Guardián su mirada, y ambos parecían atraerse o complementarse de alguna forma que no se entretuvo en observar. Vislumbró apenas cómo el disparo de Girion alcanzaba casi milagrosamente su objetivo. ¿Sería suficiente? Intentó ver de nuevo a Norión, como para asegurarse de que su amigo no estaba realmente allí, que todo había sido un mal sueño que el proyectil de Girion había disipado; pero lo vio de nuevo, detrás de uno de sus secuaces, apoyado en el maldito monolito. Sin embargo, no pudo cruzar su mirada con la del anamarta.

Vio partir la flecha de Eben* hacia el chamán orco que había salido de su propio alcance, y la acompañó con plegarias para que abatiese a su objetivo. Ambos arqueros estaban seleccionando perfectamente sus blancos. Ferrim luchaba con las tenaces cerraduras, uno de los prisioneros indicaba dónde hallar unas llaves, y Russef se enfrentaba en solitario a dos enemigos.

Resolvió sus dudas en un abrir y cerrar de ojos, de forma casi automática. El Guardián parecía destinado a enfrentar al huargo, y seguramente el orco que tenía delante no supusiese un gran desafío para él; bien podría esperar unos instantes antes de recibir su apoyo. Le inquietaron dos orcos que se aproximaban por su izquierda, pero más le preocupó todavía la precaria situación que Wrings mantenía en el flanco derecho. El saralainn había prácticamente salvado la vida de Denelloth unos días antes (aunque ahora le parecían años). Además, aquel segundo chamán guardaba la clave para liberar a los prisioneros.

-Cuidado por la izquierda -dijo, sin dirigirse a nadie en concreto, mientras descargaba su espada sobre el taimado chamán que intentaba apuñalar a Russef. Pero, ay!, el destino no quiso guiar el golpe del montaraz como él hubiera deseado...

El combate ocurría a su alrededor como una tormenta, y Ferrim no atinó con aquel tosco grillete. Un mecanismo simple como el más simple de los juguetes mecánicos de un niño de los khazad, y él, un maestro ingeniero, no fue capaz de desmontarlo. Los hombres podrían morir a su alrededor, la Oscuridad podía ganar aquella batalla, y él, Ferrim, hijo de Ferric, no era capaz de aquello.

Se enfureció, pero no se dejó llevar por la ira. Era un enano, era pragmático. Respiró profundamente. Decidió abstraerse de lo que ocurría a su alrededor y centrarse en el grillete. Observó su mecanismo, su funcionamiento. Era un grillete sencillo, elemental, útil. Cumplía su función y nada más, que era mantener preso a un hombre normal. No se le pedía más de él. No era un grillete de las prisiones enanas o elfas. No tenía complejidad. Era suyo.

Asintió para sí, manejó las herramientas con delicadeza y... clic. Eso era.

Girion miró al anamarta tendido en el suelo con su flecha clavada en el brazo. Por poco su disparo no fue lo suficientemente preciso para abatir a su antiguo maestro. El joven apretó los dientes y sacó rápidamente una flecha y preparó un nuevo disparo. Pero esta vez se interponía el chaman entre él y Norion. Apretando los dientes, Girion optó por disparar al chaman. 

Con las prisas por volver a disparar la flecha salió muy desviada de su objetivo, cosa que enfadó al joven. 

Es hora de pasar a jugarse el todo por el todo - pensó el joven dunadan al ver que los enemigos se acumulaban y que pronto dejaría de ver al chaman y a Norion entre la marabunta.

Así decidió soltar el arco para seguidamente sacar las armas de mano, su espada larga y su main gauche.

Turno 4

La suerte estaba echada; ya practicamente estabamos todos en combate, y aunque había más orcos lejos aun de la batalla que pronto acudirían, también teníamos el factor  a favor de poder desencadenar a los prisioneros y que se unieran a la contienda.

Entre todo el caos me vi sorprendido por dos sucias criaturas que me obligaban a defenderme. Por suerte para mí, Denelloth se dio cuenta que estaba en inferioridad y se acercó unos metros en mi ayuda.

Sin tiempo para pensar demasiado y acosado por los dos orcos, solo pude defenderme en el siguiente envite. Defenderme y dar unos pasos para situarme espalda contra espalda del motaraz, así sería más dificil que pudieran flanquearnos estos u otros orcos que pudieran llegar a nuestra posición más adelante.

Incluso en el fragor de la batalla no pude esbozar una sonrisa cuando me situaba tras Denelloth y gritarle unas palabras;

- Pensaba que te dirigías al huargo!!, le dije con ironía al tiempo que observaba a la criatura sin poder evitar que el vello de nuca se erizara instantaneamente. Aunque siempre es bienvenida una espada amiga.

Turno 4

El Guardián dudó un instante. El huargo le había visto, y ambos se habían cruzado una mirada. El desafío había sido lanzado, y el enfrentamiento era inevitable. Pero ninguno tenía prisa en hacerlo. A su derecha vio a varios orcos^O9-O10, y su primer impulso fue ir allí para abrir camino. Denelloth ya corría hacia la posición de Russef. No obstante, el resto del grupo estaban aún detrás de los prisioneros, que seguían encadenados. Y dos orcos se acercaban por la izquierda^O13-O14. Las palabras de Denelloth le pusieron sobre aviso, y tomó la decisión. Dejó al orco que quedaban en el centro^O6 y cargó hacia aquel flanco. Pero la mera presencia del guerrero onírico causó una descarga de energía que dejó anonadado al orco y no fue capaz de actuar.

Benaldamat atacó con su klavir al orco más próximo^O14 y le abrió una herida en el pecho que le hizo retroceder. Además, su brillante aura hizo que la armadura de malla se fundiera con la piel orca, y el enemigo gritó de dolor mientras se caía al suelo. El que se encontraba detrás^O13 notó de repente como saltaron chispas de sus brazaletes.

Turno 4

El discípulo de Gothdush vio cómo la flecha le impactó a Norión, y cómo éste a pesar de agarrarle del brazo perdía el equilibrio hasta acabar dándose con la piedra del monolito.

Alza tu voz en mi lugar, que tus gritos alienten a estos orcos y fortalezcan a la criatura de las sombras, que tu voz se aleve en una plegaria de victoria, reza con fuerza un cántico al señor oscuro!

Pudo sentir el poder del Abismo, notó como la oscuridad se adueñó de su hijo predilecto. Y le dijo: -¡Hijo de las Sombras! Yo seré tu Voz, como Khathog lo es de su señor en el Este. ¡HA LLEGADO LA HORA! ¡CONTEMPLAD EL CIELO! ¡EL SOL SE MUERE!

Y así era. El eclipse era ya total, y un círculo negro tapaba el sol encima de los árboles del bosque, dejando solamente un débil franja blanca en forma de círculo.