Partida Rol por web

28 de febrero de 2000 - 13:26

El trino de dos ruiseñores alertó a Evonne y a Lothar de que Marion llegaba. La puerta se abrió y las aves se fundieron en una. En compañía, no necesitaban un recordatorio cada uno.

La cama donde dormían Marion y Lothar tenía la colcha removida. Uno de sus jarrones favoritos estaba en el suelo, hecho añicos. Lothar miraba aterrorizado a la Eiluned desplomado sobre su sillón de lectura y Evonne, hecha un ovillo junto a la ventana, tenía marcas de llanto en las mejillas y de dientes en el cuello.

El Conde miró a Marion con el rostro desencajado, sin atreverse a hablar.

Marion había tenido tiempo de recomponerse y volverse a romper cien veces por el camino. Por su aspecto, se diría que acabase de escapar del campo de batalla, o del mismísimo infierno. Sólo escuchaba el canto de los pájaros. Trató de no ver la habitación, pero no pudo. Trató de no ver a Lothar, pero empezó a sangrar por dentro.

Se dirigió a Evonne con la voz rota, sin mirarla.

-Marchaos. Quedáis confinada en Hoja de Hiedra. El castillo será vuestra cárcel y vuestro refugio, el único hogar que podréis tener, y el único mundo que conoceréis a partir de ahora. Cada paso que deis fuera de él serán miles de puñaladas en vuestros pies, como las que me habéis dado en el corazón. El aire más allá de sus terrazas no podréis respirarlo, de la misma manera que habéis arrancado el aire de mis pulmones. El sol hará arder vuestra alma, la luna os hará enloquecer, y las estrellas serán cien mil agujas clavándose en vuestros ojos y en vuestro rostro, si permitís que su luz os alcance fuera de la protección de los muros del castillo. Mientras no se repare la traición, sólo esos muros os mantendrán a salvo. Que mi dolor sea vuestra prisión.

Sin atreverse a mirarla, sintió como sus palabras penetraban en su alma como cuchillas, ahogándola todavía más en su dolor. Su Glamour se aferró a su corazón encarcelándolo, castigándolo y cubriéndolo con un velo oscuro que le impediría volar más allá de los muros de piedra de Hija de Hiedra. Sería presa, esclava de la agonía y el deseo hasta que encontrasen la manera de solucionarlo... Si es que existía.

Todavía encogida, se apartó de la ventana haciendo verdaderos esfuerzos por sobreponerse al incesante temblor y moverse. El Geas también la animaba a ello, tirando de su alma para regresar al lugar al que ahora pertenecía.

-Marion, no -dijo Lothar levantándose e interponiéndose entre Evonne y ella-. Por favor, no hagas esto. Sabes que ella no ha tenido la culpa. He sido yo.

El sidhe estaba muy agitado y buscaba las palabras sin encontrarlas, porque no había.

-Lo siento, lo siento, lo siento... -El Gwydion intentó tocarla, abrazarla...

-No... Es culpa mía, Marion. Me lo han hecho a mi también... -dijo con un hilo de voz.

No podía contener las lágrimas ni la vergüenza. Sólo quería desaparecer de allí. Esquivó a los Condes y se marchó de la habitación tan rápido como le permitían las fuerzas.

-¡No me toques! -chilló. Se apartó de Lothar bruscamente, y pareció por un momento que fuera a abofetearle-. No te acerques a mí. En... en lo que he tardado en darme la vuelta... Tanto honor y tanta...

Marion también tenía problemas para formar una frase completa, y notaba cómo su respiración volvía a apresurarse.

-Solo podía con ello -dijo Lothar-. Pero no si ella...

El Conde se llevó las manos a la cabeza con desesperación y se tiró del pelo, soltando un grito. Jadeó y saltó hacia el armario donde guardaba su armadura y sus armas. Sacó su espada, la que Marion le había reforjado, y se la puso a ella en las manos. Con ojos suplicantes. Con la mandíbula apretada para no sollozar.

Fue extraño sostener aquella espada. Se la había regalado como un símbolo, una manera de decirle que iba a arreglar todo lo que estaba mal en su vida, todo lo que le causaba sufrimiento. Se le escurrió de entre las manos y cayó en la alfombra.

Le abofeteó con fuerza. No podía decirlo, no había manera de que aquellas palabras pudieran abrirse paso a través de la traición y el dolor, pero la muerte de Lothar terminaría de matarla.

Lothar recibió la bofetada sin pestañear. Le parecía más grave que dejase caer la espada. La recogió y volvió a ponérsela en las manos, esta vez sujetándola entre las suyas.

-Por favor -suplicó.

-No. No te lo mereces.

Se soltó de las manos de Lothar y se apartó varios pasos de él en dirección a la puerta, pero siguió sosteniendo la espada, baja, rascando la alfombra con la punta del filo.

-Pensaba que me querías más -espetó, tratando de sonar fría-. Más de lo que deseas a Evonne. Pero veo que con una sola zorra Oscura no te basta. Ahora ya sabes dónde está y puedes ir a visitarla cuando quieras. Siempre disponible, siempre preparada para ti. Disfrútala.

Tiró de la manilla y salió de la habitación a toda prisa, deseando alejarse todo lo posible antes de volver a romperse en pedazos.

-¡Sabes que eso no es verdad! -chilló Lothar tirando de su muñeca para retenerla-. No hay nadie a quien quiera más que a ti.

La atrajo hacia él y volvió a cerrar la puerta, manteniendo el brazo estirado para que no pudiese abrirla otra vez.

-Si no vas a matarme no te vayas, porque si no lo haces tú lo haré yo -amenazó, muy serio.

-¡Suéltame he dicho!

Forcejeó para poner distancia entre Lothar y ella otra vez y le miró de arriba a abajo.

-¿Así piensas retenerme? Haz como si no hubiera pasado nada o me mato. Seguro que eso hace que lo olvide todo. -Le señaló con la empuñadura de la espada y trató de serenar su voz. Fue otro intento fallido-. Apártate, Lothar, y haz lo que te de la gana. Pero si te matas ten por seguro que yo iré justo detrás. Tú verás si estás dispuesto a darme el golpe final.

-¿Qué vas a hacer? ¿A dónde vas a ir? -preguntó él, tembloroso.

-No lo sé. A-ahora mismo no puedo verte.

Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra y bajó la espada. Empezaba a agitarse otra vez y si no se marchaba iba a derrumbarse.

Lothar empezó a llorar suavemente.

-Lo sé. Soy una persona horrible. Nos he deshonrado a los dos. A Evonne también.

Marion cerró los ojos para no ver las lágrimas de Lothar, y notó cómo la furia y la histeria empezaban a disiparse.

-Quiero irme -pidió suavemente-. Me voy a casa. Por favor.

Ahora que Marion lo decía con aparente calma, Lothar se dio por vencido. Se hizo a un lado y la dejó salir. Pero mientras cruzaba el umbral, el sidhe dijo algo más:

-Te quiero.