7 de junio de 1999 - 18:05
Le dijeron que el Conde estaba en su alcoba, a solas. Solía pasar mucho tiempo encerrado allí, sobre todo desde que Ariadna se había marchado. Lo que hiciera era un misterio, pero la mayor parte de la gente pensaba que pasaba las horas sumergido en llanto.
La verdad es que fuera no se escuchaba ningún ruido propio de un lloro. La puerta de madera permanecía cerrada, hermosamente labrada.
Dudó al llegar ante su puerta. Miró a ambos lados del pasillo, se puso la caja de costura que traía debajo del brazo y golpeó la tabla de madera con los nudillos, un poco incómoda por llegar sin anunciarse.
-Su Excelencia -llamó.
-Adelante.
Cuando la Eiluned abrió la puerta se encontró una amplia habitación, tanto que parecía tanto una salita de estar como una alcoba. En la entrada había una mesa y varias sillas, un tablero de ajedrez, varios mapas y muchos libros en estanterías atestadas. Había varios armarios llenos de ropa, excepto uno entreabierto en el que se veía una armadura montada sobre un maniquí. La armadura era de color morado y blanco, con filigranas de plata y oro.
Lothar no se encontraba muy lejos. Sentado en una silla, con una espada de gran tamaño entre las piernas, limpiaba y engrasaba cuidadosamente la hoja, tan clara que parecía cristal. La vaina reposaba cerca de él, de cuero rojo y oro.
El Conde levantó la mirada con desánimo, pero al encontrar a Marion frunció el ceño y luego sonrió.
-Ah, Lady Marion. No os esperaba...
Cerró la puerta tras ella y respondió al saludo con una reverencia un poco temblorosa, agarrando con fuerza la caja como si fuera a protegerla de, por ejemplo, la espada del Conde.
-Buenas tardes, Conde. Siento presentarme sin avisar, pero tengo que hablar con vos, urgentemente.
Lothar envainó de nuevo la espada con suavidad y le indicó que se sentara en la silla que tenía al lado.
-Parecéis nerviosa. ¿Os ocurre algo? -preguntó el sidhe.
-Se trata del asunto del vampiro. Yo... sé algo. La conocía.
Puso la caja de costura sobre la mesa y retiró la tapa corredera, mostrando las cenizas que había dentro y encogiéndose en actitud contrita.
Lothar la miró como si no comprendiera. Sus ojos bajaron hasta las cenizas y llevó una mano hasta ellas, pero no las tocó. Levantó la vista y frunció el ceño, enfadado.
-...Edith. Vos sois Edith. Ese es vuestro nombre mortal, ¿verdad? -El tono iba aumentando en volumen-. ¿Qué significa esto? ¡Me convirtió en un despojo sin valor! ¡En una piltrafa! Atacó a Ariadna y la mordió. Y durante días temimos que se hubiese contagiado. ¿Vos la trajisteis aquí? ¿Es que estáis loca?
Escuchar su nombre mortal en labios del Conde le produjo un vuelco en el estómago. ¿Hasta dónde la había empantanado Adéle? ¿Cuánto había que no sabía?
-¡Por eso la maté! Me tenía subyugada, sometida a su voluntad con sus Artes corruptas. No podía hacer nada contra ella. Vos mismo comprobasteis de lo que era capaz, y aunque no sé qué os hizo, seguro que sólo os mostró una pequeña parte de su poder. Sólo al saber que os sabía atacado... entonces saqué fuerzas de donde no las tenía y acabé con ella.
Suspiró y se colocó unos mechones detrás de la oreja.
-Yo no la traje hasta el castillo, al contrario. Esperaba que mientras me tuviera a mí no buscaría a otros duendes. Fui ingenua. Lo siento.
-Ella sabía que estábamos allí. Nos buscaba.
Lothar cerró los ojos, dolido, pero se puso en pie.
-Vos me hablasteis de traiciones. Me dijisteis que me ayudaríais a desenmascarar traidores. Y vos misma estabais colaborando con el enemigo más banal. Una amenaza para todas las hadas y el Ensueño. ¡El feudo! ¿Qué hubiese pasado si lo hubiese encontrado? ¡Lo habría Deshecho!
-Buscaba la sangre. Era el único motivo de su existencia maldita desde que me encontró y me hizo suya por medio de sus poderes y sus amenazas. Habría mordido a todos los que estuviesen en el Castillo. Ya no podrá hacerlo. Al saber lo que había hecho, yo... no podía permitir que encontrase el feudo, que os volviese a poner la mano encima. Os defendí. Tarde y mal, pero las Artes no funcionan bien contra las criaturas banales y soy una bruja, no una guerrera, y era mucho más fuerte que yo. Por cobardía os puse en peligro, a vos y al feudo, pero por devoción os defendí cuando os humilló -levantó la mirada, con las lágrimas amenazando con acudir a sus ojos en cualquier momento-. No os pido nada salvo perdón, y no espero escapar de mi vergüenza. Era sincera cuando dije que deseaba ayudaros, cuidar de vos. Estoy en vuestras manos.
-Yo no os quiero en ellas.
El Conde se sentó de nuevo en la silla y recogió la vaina de su espada. La sacó de ella con un movimiento de muñeca. Por un momento sus ojos se centraron en Marion y podría parecer que pensaba partirla en dos con ella. Pero en lugar de eso la colocó sobre sus piernas y siguió limpiando la hoja. Como si nada hubiera pasado.
-Dejad las cenizas aquí y marchaos de mi alcoba. No hableis de esto con nadie. Y no volvais a venir sin anunciaros.
Ya no parecía enfadado, sino triste. No quería mirarla.
-Esto no ha ocurrido.
Se levantó despacio, como si le doliera al moverse o esperase que el Conde cambiase de idea, y se quedó un instante junto a la silla. No pensó que tuviera mucho sentido seguir disculpándose, y sentía la tristeza y el desprecio del Conde como una cuerda apretándose alrededor de su garganta.
Separó los labios para decir algo más, pero al darse cuenta de que sólo iba a salir un lamento, los cerró y se marchó con los ojos cargados de lágrimas.