18 de mayo de 1999 - 17:35
Dos días después de su último encuentro en privado, Lord Lothar había mejorado algo su ánimo. No es que fuese lo más alegre del lugar: el dudoso premio recaía sobre la pooka infantil, que hacía cabriolas donde a nadie le apetecía mirar. Pero al menos ya no parecía al borde del llanto todo el tiempo.
El Conde había citado a Lady Marion en el jardín para pasear. Los rayos de sol se filtraban entre las hojas de los árboles, acariciando la piel de la Eiluned suavemente. El Gwydion se retrasaba, pero era habitual en él. Tuvo tiempo para pensar en sus cosas y en el curioso hecho de que Sir Cedric hubiese estado ausente en la corte desde hacía dos días.
Finalmente llegó Lord Lothar, vestido con una túnica ligera para capear el calor primaveral.
-Buenas tardes, Lady Marion. Lamento el retraso.
Estaba de muy buen humor. Después de dos días un poco alejada de la corte, ocupándose de asuntos mortales e inmortales, Lady Marion se alegraba de estar de vuelta. La invitación del Conde no la había sorprendido, sobre todo después de saber que Sir Cedric no había estado en la corte últimamente, y no estaba impaciente. Todavía estaba un poco fatigada y disfrutaba del sol mientras esperaba. Lo había echado de menos en las últimas cuarenta y ocho horas.
Sonrió cálidamente al ver acercarse al Conde y espero a que la alcanzara para saludarle con una inclinación más formal.
-Buenas tardes, Su Excelencia. No os preocupéis, he disfrutado del buen tiempo mientras esperaba.
-Yo diría que os hace falta algo de sol. Estáis muy pálida, Baronesa -observó el Conde con tono suave, pese a la rudeza con la que podía interpretarse su comentario-. ¿Volvéis a estar enferma?
Lothar no parecía tan triste como dos días atrás. En cierto modo, lucía animado. Era extraño que se preocupara por las cuitas de alguien que no fuese él mismo. En ocasiones, los demás parecían ser sólo sombras que danzasen a su alrededor cumpliendo sus deseos. Pero ahora miraba a Lady Marion y la veía de verdad.
-Estoy un poco cansada. No es nada. Sois muy amable al preocuparos por mí -respondió, e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto-. Pero si es sol lo que me recomendáis un paseo en buena compañía es justo lo que necesito.
Así dio Marion por zanjado el tema sobre su salud, y empezó a andar esperando que el Gwydion caminara a su lado. El Conde parecía un hombre diferente sin el manto de tristeza que habitualmente le cubría. A Marion le gustaba ese hombre más que aquel otro que sólo se lamentaba, aunque había despertado en ella el deseo de consolarlo.
-¿Cómo os encontráis hoy? Os veo más animado.
-Sí, lo estoy. Ayer hablé con Sir Cedric. No hay nada que temer, Lady Marion. Tiene una buena explicación para cartearse con Normandía. Sigue siendo fiel a mí. -Lothar sonrió-. Agradezco vuestro interés al respecto, pero ya no debo preocuparme por ello. Sir Cedric es mi secretario y amigo, y así seguirá.
Sonrió ampliamente para ocultar su decepción y fijó la vista en un seto, dándose un momento para recuperarse. No creía que Lothar lo notase; los Gwydion no estaban acostumbrados a que les mintiesen, después de todo. No estaba igual de convencida que Lothar de la fidelidad de Sir Cedric. Pensaba que el Conde estaría dispuesto a creer casi cualquier cosa antes que aceptar la traición de otro vasallo. Claro que tampoco conocía los motivos del Fiona.
-Me alegra oírlo. Siento curiosidad por esa explicación de la que habláis, aunque supongo que es asunto de Sir Cedric y la Duquesa Hiver. Pero viendo lo mucho que os alegra comprobar la lealtad de vuestros vasallos tendréis que disculparme si me acerco a vos en el futuro con una conspiración inventada, con tal de sacaros alguna sonrisa -bromeó, buscando abandonar un tema para el que no se sentía preparada.
Si Sir Cedric tenía realmente una buena explicación para cartearse con Normandía, no pasaba nada. Pero si no, ahora estaba sobre aviso, y la Duquesa también. Y tal vez se hubiera mencionado su nombre.
-Espero que no lo hagais. El condado me da suficientes quebraderos de cabeza ya, como para preocuparme de las conspiraciones inventadas. Pero no sabéis cuánto agradecí que me lo contárais. A pesar de lo duro que fue, digo. Es bueno saber que hay alguien prestando atención a esas cosas con la fidelidad necesaria para contármelo.
Lothar no pareció entender la broma. Hablaba demasiado en serio como para haberlo hecho.
-Sois mi señor, Su Excelencia. Y este condado es mi hogar. Considero que debo cuidarlo.
-Sí, desde luego. En eso tenéis experiencia, ¿no, Baronesa? En destapar conspiraciones. ¿Cómo fue la historia de vuestro nombramiento exactamente?
Hizo una mueca y se encogió como si tuviera frío.
-Así es, pero... preferiría no recordarlo. Mi mentor estaba implicado. Es un asunto que me tocó cerca del corazón, os podéis imaginar. Como veis, yo también he saboreado la traición, y no quisiera revivirlo. La Duquesa Sagitta os lo podrá contar, si lo deseáis.
-No quisiera haceros revivir algo doloroso, Lady Marion. He oído rumores y habladurías, pero pensaba que sería mejor si vos misma me lo contábais. Aunque no es necesario. Puedo esperar.
Se detuvo en una curva, aparentemente fascinada por un seto.
-Agradezco vuestra comprensión -suspiró profundamente-. No hay mucho que contar, siendo honestos. No fue muy diferente de cuando acudí a vos para hablaros de Sir Cedric, salvo porque tardé en decidirme a actuar. Se trataba de mi mentor y amigo, Sir Uriel ap Eiluned. Algunas de sus actividades me... preocupaban. Al final descubrí pruebas de una conspiración contra la Duquesa Sagitta, y lo denuncié. No fue fácil. Ésa es la historia. Abandoné el Leopardo Rampante y vine a vuestra corte antes de que emitieran sentencia contra Uriel. Debía estar durante el juicio, pero al menos eso pude ahorrármelo.
-Faltando a vuestro deber como testigo... -reprochó el Conde, poniendo las manos tras la espalda.
-Os he dicho que falté a la lectura de la sentencia. Testifiqué, aunque no fuera fácil -respondió Marion, levantando la mirada ofendida-. De cualquier modo, la palabra de un Eiluned no vale mucho ante un juez Gwydion. Como si la situación no fuera bastante dolorosa, me vi en la obligación de Jurar. En contra de mi mentor.
No se había inventado nada, pero había retorcido o exagerado algunos detalles importantes. La ofensa era real, desde luego. Le dio la espalda a Lothar para disimular una mirada enfadada que sabía que no podía competir con la mirada iracunda de un Gwydion.
-¿Ya habéis satisfecho vuestra curiosidad o queréis seguir hiriéndome, Conde?
Lothar arrugó el gesto. La tristeza regresó a su rostro.
-Lo siento, mi señora. No quería ofenderos.
Dio un paso adelante y acercó una mano vacilante a su hombro.
-Soy demasiado brusco a la hora de hablar, pero no pretendía juzgaros. Habéis sido buena conmigo. Permitid que lo sea yo con vos. ¿Qué puedo hacer para compensaros?
Sintió que a su pesar se ablandaba, y le disgustó. Aunque el enfado casi se había disipado, el orgullo hacía que fuese difícil desprenderlo de sus facciones. Cuando lo logró se volvió y su hombro chocó contra la mano de Lothar, pues no se esperaba tenerlo tan cerca. Se apartó de la trayectoria de sus dedos y su expresión se suavizó.
-Podéis seguir paseando conmigo. Ofrecedle el brazo a una mujer cansada y con eso me considero más que satisfecha.
Lothar sonrió. Se quitó el pelo de la cara y lo colocó tras la oreja para ofrecerle el brazo. Cuando la Eiluned lo tomó, el sidhe echó a andar de nuevo.
-Y decidme, Lady Marion, y espero no ser entrometido. ¿Hay alguien en vuestra vida? ¿Alguien a quien améis o que os ame?
Caminaba apoyándose en el brazo del Conde, y con la mano libre jugueteaba con sus collares.
-No, Lord Lothar, ningún corazón late por mí -respondió suspirando, y después titubeó. Temía que invocar a Lady Mariona le sumiese de nuevo en la melancolía.
-Me cuesta ver el por qué -respondió el Conde, distraidamente.
La pareja continuó su paseo, dando mucho de qué hablar a los cortesanos. Era la primera vez que Lothar hacía algo así desde la muerte de Mariona.