4 de junio de 1999 - 10:25
Lord Lothar condujo a Ariadna hacia la fuente del centro del jardín. Unos pececillos quiméricos jugaban entre los adornos de mármol, disfrutando del sol primaveral.
El Gwydion se giró hacia la joven Dama con una sonrisa que podría hacer tambalear un castillo. El pelo oscuro y ligeramente morado tenía reflejos añiles gracias al sol, y sus ojos chispeaban esperanza.
-Queríais hablar conmigo. Adelante.
Ariadna sonrió con gentileza embelesada por la belleza de Lothar. Avanzó hasta él y se sentó en el borde de la fuente, jugueteando con la mano en el agua. Era complicado saber cómo empezar, pues toda la bravura que había reunido parecía haberse desvanecido con el viento. Se permitió unos segundos de paz acompañados de un suspiro antes de empezar.
-Quería pediros disculpas por mi comportamiento estos días. Ha sido cobarde e inapropiado... -Agachó la cabeza ligeramente. De forma instintiva llevó su mano hasta la empuñadura, haciendo que gotas de agua resbalasen por el metal-. Sigo sintiéndome confusa e insegura, como la otra noche. Me cuesta pensar que las cosas irán bien después de todo lo acontecido, por ello le pedí a la Dama Axelle que me enseñase a pelear con su fiereza. Lo siento... por todo.
Levantó la cabeza, expectante. Había tenido miedo de volverle a ver, aunque ahora dudaba de si su temor era volver a sentirse arrollada por aquella inusual atracción que le producía hormigueo en cada parte de su cuerpo o la ausencia de esta.
-Nunca os llamaría cobarde, Dama -dijo el Conde negando con la cabeza-. Vos disteis un paso adelante para defenderme mientras yo me retorcía en el suelo por las Artes de esa cosa. Y vuestra respuesta ante la debilidad es buscar el medio para fortaleceros. ¿Cobarde, decís? Nunca.
Se inclinó hacia delante y susurró unas palabras.
-Sin embargo, tened cuidado con Axelle y los oscuros. Preparan algo, lo sé.
Las palabras del Gwydion la hicieron esbozar una breve sonrisa. Su causa parecía mucho más noble vista desde su punto de vista. Y entonces, ¿por qué se sentía tan mal consigo misma?
-No podría ser de otra manera. Es mi deber, lo que se espera de mí -contestó con convencimiento.
Pero cuando Lothar se inclinó hacia delante el recuerdo de sus labios la abordó haciendo que fuese capaz de escuchar sus propios latidos. Negó con la cabeza fijando la vista en sus pies y le volvió a mirar.
-No. No me dejaría embaucar jamás por ellos, mi Lord. Carecen de honor y todo aquello que se merece mi respeto, no me fío de su palabra ni de la de nadie prácticamente. Pero agradezco vuestra advertencia. Sentaros, por favor. Hay algo que me gustaría pediros –ofreció con un gesto.
En su mente todo se había desarrollado en un lugar mucho más particular y de forma diferente, aunque empezaba a acostumbrarse a que sus reuniones con el Conde pareciesen otra cosa.
-Es… complicado –se excusó tras abrir y cerrar los labios varias veces, incapaz de comenzar. Se giró hacia él para tenerlo frente a frente-. No me siento cómoda aquí, en la corte. Me he sentido defraudada por aquellos que me rodean, quizás pecando de ingenua o simplemente porque no me sé manejar. Todo es cuestión de aprender, pero no creo poder hacerlo al ritmo de las circunstancias. Con esto no quiero decir que abandone, Lothar. Eso jamás. Juré aconsejaros y protegeros y es lo que voy a seguir haciendo. Serviré en el puesto que me otorgasteis como vuestra consejera, pero para hacerlo debería conocer mejor a vuestros Barones y sus cortes. Por ello me gustaría pasar un tiempo con cada uno de ellos… lejos de aquí. En mi ausencia estoy segura de que estaréis bien protegido y asesorado gracia a Sir Albert -intentó suavizar.
Sus ojos, tristes, hablaban con la verdad, aunque no con toda.
Las palabras de Ariadna borraron la sonrisa de su boca y la esperanza de su rostro. El Conde frunció el ceño.
-¿No os sentís cómoda? -Cerró los ojos y entrelazó las manos-. Sí... quizá haya sido mi culpa. No me he preocupado de haceros un lugar en ella, pese a daros el puesto de Consejera.
Abrió de nuevo los ojos y suspiró.
-Si eso es lo que deseáis... No diré que me place, pero por vos os daré permiso para que vayáis a otra corte. Quizá... Lady Marjolaine. La conozco poco. Sé que es Luminosa, pero no está mal saber lo que va a hacer. ¿Iréis allí, por mí? Os acogerá, lo sé. ¿Me contaréis lo que averigüéis de ella?
Ariadna bajó la cabeza mientras Lothar hablaba, avergonzada.
-Por supuesto, haré lo que deseéis - respondió con un amago de sonrisa-. Estoy aquí por vos.
La Gwydion suspiró y miró alrededor por si había alguien demasiado cerca. Entonces alargó la mano hasta rozar con sus dedos la del Conde. Sus mejillas se ruborizaron.
-Yo... No me incomodarían los rumores ni las habladurías si fuesen verdad, Lothar. Pero no lo son, y no sé si quiero que lo sean. Cuando llegué a la corte y os conocí me fascinasteis, supe que necesitabais de alguien bueno y de corazón que os ayudase, pero apenas me prestasteis atención hasta que no me oísteis cantar. No fue un gesto muy... -Apartó la mirada, azorada-. Os admiro, no dejáis de deslumbrarme cada vez que os miro y ahora que estáis alegre vuestra sonrisa parece iluminar el cielo. Sólo os conozco desde hace un mes, es muy poco tiempo y sé que no me haríais ningún mal, pero a pesar de ello necesito alejarme de aquí, de las habladurías... Vos sabéis que mis intenciones no son alcanzar poder, pero el resto no y no podría... Yo...
Su voz se hizo apenas un tímido susurro. Le miró de soslayo mordiéndose el labio inferior.
Lord Lothar la miró con tristeza.
-Vuestras palabras no pueden ser más sinceras. La verdad me hiere, pero más lo haría la mentira. Sí, es cierto, os ignoré. Quizá os ignoré deliberadamente. Vos no sabéis, espero y deseo, lo que es este sentimiento. Cuando te arrancan a tu Amor Verdadero de un modo tan cruel nunca... nunca consigues olvidarlo. -El Conde tomó una de las manos de Ariadna entre las suyas-. Ni siquiera ahora, cuando estoy feliz, me siento realmente contento. Siempre está ahí, en el fondo de mi corazón. Han sido muchas las que han intentado sacarme de mi apatía y creía que vos seríais otra más. Otra mujer ambiciosa con ganas de manejar el Condado mientras yo languidezco. Pero al escucharos cantar vi vuestra pureza, Ariadna. Por eso, sólo por eso, salí de mi armadura. Sólo por eso estoy aquí hablando con vos.
El Gwydion negó con la cabeza.
-En ocasiones la tristeza me convierte en un mal hombre.
Su primer impulso fue abrazarse a su cuerpo, pero se quedó paralizada bloqueando aquel pensamiento. Quizás si hubieran estado a solas no se hubiera refrenado, pero el hacerlo le dio tiempo para meditar. Por muy triste que fuese su historia, si Lady Mariona había sido su Amor Verdadero y no podría olvidarla jamás, ¿en qué lugar la dejaba a ella si su corazón siempre iba a estar asolado por la pena?
La joven dama apretó sus manos en un gesto protector, como si quisiera transmitirle todas sus fuerzas. En realidad estaba viendo como todas las flechas apuntaban hacia el mismo lugar: marcharse y dejar pasar aquella locura y capricho infantil. Él jamás le correspondería de igual modo y dolía.
-Lothar… -susurró-. En ocasiones, hasta las almas más puras se vuelven seres horribles. Soy incapaz de imaginar algo semejante, algo tan puro. Espero poder vivirlo algún día. Pero aun así lo lamento de todo corazón. Nadie merece sufrir tal dolor, nadie. Pero en el mundo siguen quedando resquicios de bondad, pocos, pero existen. Deben cuidarse con mimo para que no se pierdan y hay que prestar atención para poder verlos. Os prometo que algún día podréis sonreír de nuevo con ganas, y haré lo que esté en mi mano para ello.
No estaba segura de poder lograrlo, pero no iba a dejar que se sumiera de nuevo en la oscuridad de su sufrimiento. El mundo estaba lleno de cosas bellas, y él era una de ellas.
-Me gustaría cantar para vos una vez más antes de irme, mas sólo si lo deseáis y prometéis esforzaros para sonreír en mi ausencia. Meditadlo bien, pues no es un trato cualquiera -añadió con una sonrisa dulce y sincera.
El Conde negó con la cabeza.
-No, no lo hagáis. No me siento digno y no sé si podré cumplir mi parte del trato. Cantad cuando estéis lista para regresar.
Tomó la mano de Ariadna y la besó suavemente. Luego se levantó y se dispuso a regresar al castillo.
Ariadna no dijo ni hizo nada cuando Lothar le dio una negativa. Se sintió triste, quizás incluso algo vacía al ver que el Conde no tenía mucha predisposición a salir de aquella tortura, a sí como ella se había armado de valor para salir de su habitación y seguid hacia adelante. Le siguió con la mirada hasta perreros de vista, y sólo rato después, cuando el sol del mediodía comenzaba a hacer justicia, se levantó para buscar un mayordomo que la ayudase a hacer las maletas.