-Sí, pero no las tuyas. Y me has acariciado con ellas. -Lothar suspiró y cerró los ojos-. No puedo dejar de sentir que eres una extraña... o aquella que siempre conocí pero nunca quise. No sé si puedo seguir aquí, Marion. Es superior a mí. No sé lo que debo hacer, pero no creo... supongo que esto ha cambiado para siempre. Tú, yo.
Marion se acercó otro poco más, sin dejar de mirar a Lothar, implorante.
-Soy yo. Las cosas que he hecho no son... Era lo que había que hacer para protegerte, pero no son yo. No puedo perderte, no puedo. S-si hubiese alguna... Si pudiera...
El nudo que tenía en la garganta le impidió continuar. Se tapó la cara con las palmas de las manos y las presionó contra los ojos, como tratando de aliviar el ardor de las lágrimas que no terminaban de aparecer.
-¿Puedes borrar las cosas que has hecho o el efecto que han causado? -preguntó, a medio camino entre la tristeza y el reproche-. ¿Puedes hacer que todas las mentiras en mi vida sean una verdad? Lo siento, Marion, ahora mismo no soy capaz de seguir mirándote. Hablaremos más tarde.
Lothar le dio un apretó en el hombro a falta de otra muestra de afecto. Ceñudo, el Gwydion salió de la habitación y se dirigió a la terraza. Poco después llamaron a la puerta. Evonne y Morgan habían llegado.