Partida Rol por web

3 de agosto de 1999 - 17:55

Marion había recibido una carta escueta pero clara:

Reuníos conmigo en el café D'Arc hoy a las 18:00.

El papel era de trasgo, así que tan pronto lo leyó, ardió hasta las cenizas.

A Marion no le gustaban las cartas sin remite. Al menos, cuando no las enviaba ella. Así que había acudido a la cita de mala gana, que era el peor humor del que era capaz desde hacía días. Ni siquiera Sir Bastien y Olive habían logrado que dejase de canturrear todo el día la canción de su ruiseñor.

De cualquier manera, allí estaba, sentada delante de una limonada y metiendo cada pocos minutos la mano en el bolsillo de la falda para palpar el anillo. Se había decidido a no hacer conjeturas acerca de quién era el remite, pero tenía sus sospechas. Dio un sorbo a su vaso y miró alrededor, nerviosa.

A las seis en punto hizo aparición en el café una figura que Marion desconocía. Se trataba de un joven desgarbado, tan delgado que podría esperarse de él algún trastorno alimenticio. Tenía el pelo negro y seco y una cara vulgar, tanto como sus ropas. Pero en su semblante féerico, Marion reconoció los rasgos que hacía tiempo que no veía. La cara chupada, los ojos hundidos y negros y la extrema palidez, de un tono similar a la leche cortada.

Se sentó en su mesa sin decir apenas palabra y cruzó los nudosos dedos.

-Hola, Baronesa.

Se incorporó al notar que alguien se sentaba en su mesa. Le miró de arriba a abajo, aunque no había mucho que ver. No estaba contenta con su interlocutor. A lo mejor se trataba de un emisario, pero de cualquier modo, no estaba contenta.

-Muy bien, aquí me tienes. -Se recostó en el asiento, cruzólos brazos por debajo del busto y frunció los labios-. ¿De que se trata?

-Seré breve. Sabemos lo que hiciste. La pregunta es, ¿quieres que él lo sepa?

El sluagh la miró sin sonreír. Sus ojos recordaban a pozos de brea burbujeando maldad.

Notó que se saltaba un latido, y se esforzó por no reaccionar. Un chantaje no le preocupaba, si lo que querían era dinero, pero la posibilidad de que Lothar se enterase de... de...

-Vas a tener que ser más específico.

-¿Cuántas Rapsodias haces al mes, para que se te olvide? -inquirió el sluagh.

Aquello sí que la hizo reaccionar. No cambió de expresión, pero se puso tan pálida como el sluagh. Adéle estaba muerta. Había acabado con ella inmediatamente después de lo del cuadro. ¿Cómo era posible que...? Salvo que alguien la estuviese vigilando. Reunió fuerzas y se incorporó en la silla. Sus ojos relampaguearon.

-Te dirigirás a mí con propiedad, sluagh. Dime quién eres y de qué estás hablando.

-No te debo ningún respeto. No necesitas saber nada de mí. Lo que sí necesitas saber es lo que vas a hacer si no quieres que el Conde sepa de tus andanzas.

El sluagh le sostuvo la mirada sin miedo ni reconocimiento. Estaba tan seguro de sí mismo...

-Hay un troll en una mazmorra. Se llama Grenn. Seguro que sabes de lo que hablo. Sácalo de allí y déjalo libre. Nada de trucos, nada de Geas, nada de trampas. Sé buena y nosotros seremos buenos contigo.

-Ah. ¿Eres un amiguito de Gastón, entonces?

Marion podría obligarle a hablar, pero... Uriel. Uriel habría obtenido todo lo que necesitaba de él y después le habría hecho olvidar. En ese momento lamentó no haber seguido sus enseñanzas. O al menos, no haber esperado a aprender todo lo que podía de él antes de entregarle.

-Supongamos que lo que dices de mí es cierto. ¿Cómo podríais demostrar una cosa así? ¿Cómo podríais hacer que el Conde creyese que yo he hecho una cosa semejante?

Al escuchar el nombre de Gastón, el sluagh sonrió, pero no tardó en ponerse serio de nuevo.

-Podemos ser muy convincentes. Vosotros los sidhe no sois de este mundo, y a veces olvidais lo que puede llegar a hacer la tecnología. Sin embargo, en caso de que el Conde no nos creyera, ¿crees que es algo que uno simplemente olvida y descarta? Él no confía en ti. Te lo dijo, ¿no es cierto?

Tomó aire.

-Incluso aunque lo desechara por quién sabe qué motivo, no lo olvidaría. Le daría vueltas como una llaga en la encía, sólo empeorándolo y empeorándolo. Nunca sería lo mismo. Ni aunque te perdonase.

Puso un dedo sobre sus labios cuarteados.

-Pero... incluso aunque eso no fuese así. Incluso aunque Lord Lothar hiciese oídos completamente sordos a lo que podemos contarle... incluso entonces... Debes saber que Adèle no estaba sola. No era el único vampiro sobre la Tierra. Y te aseguro que cualquiera querría vengarse de la molesta hada que mató a una de los suyos.

Podría hacerle suplicar. Podría llevarlo a su feudo, encerrarle y sacarle todo lo que sabía. Había dicho que nada de Geas, pero no había mencionado nada de metal al rojo vivo. Se recreó un instante en esa imagen, la de sí misma marcando a ese sluagh como una pieza de ganado, para no sucumbir al pánico al saberse vigilada.

-Entonces, ¿me vigiláis? ¿A todos los nobles, o debo sentirme halagada?

-Hay unos cuantos hombres y mujeres escogidos que tienen nuestra atención, por lo que podrías sentirte halagada. Ahora bien, no he venido a hacerte sentir importante. Creo que te ha quedado claro todo lo que tienes que hacer. Te doy dos semanas.

El sluagh se levantó.

Alzó la voz para detenerle.

-¿Y qué garantías tengo? Digamos que me las apaño para liberar vuestro amigo. No sé de qué serviría, de todas maneras. Está Confuso más allá de cualquier remedio. Pero digamos que lo hago. ¿Qué garantía puedes darme de que cumpliréis vuestra parte del trato? ¿O de que no apareceréis dentro de un mes, pidiendo otro favor?

-No la tienes. Pero es mejor acceder y esperar a que respondamos con buena fe que dejarlo correr y permitir que quien no debe saber sepa.

El sluagh se encogió de hombros.

-Es un mundo cruel.

Estaba segura de que podría vencer al Ensueño, si le daban un poco de tiempo. Podría hacer gritar a ese sluagh.

-Sin duda -dijo, aún escudándose en fantasías crueles, y sacudió la mano en un gesto claro. Que se marchara.