22 de julio de 1999 - 18:35
Ariadna había acudido a Blois tras varios días de ausencia. El Conde se encontraba en su habitación, le dijeron los criados. Tras avisarle, le dieron permiso para subir. No había habido muchas novedades sobre el estado de Marjolaine, pero Axelle había estado en el feudo con ella y había ayudado bastante.
Lothar estaba esperando a Ariadna sentado en un sillón en su alcoba, que era lo suficientemente espaciosa como para ser también un comedor. Sonrió al verla, complacido.
-Dama Ariadna, hacía tiempo que no os veía. Pasad y tomad asiento.
Ariadna entró en la habitación cabizbaja. Oteó la sala con cierta añoranza unos instantes y avanzó hasta donde estaba Lothar. Vestía una túnica blanca sin apenas ornamentación con el pelo suelto cayendo por sus hombros que, junto a la palidez de su piel, le daba un aire triste y ligeramente enfermizo. Tampoco portaba en su cintura esa espada que le daba aspecto más regio y de la que no parecía separarse nunca.
-Gracias -respondió, devolviéndole una sonrisa cordial-. Pero preferiría no hacerlo, mi señor. No quiero robaros mucho tiempo.
Él se levantó. A pesar de las malas noticias de los últimos días, Lothar estaba resplandeciente. Feliz, orgulloso y digno, a diferencia del melancólico y dolido sidhe que había conocido antes.
-¿Por qué? ¿Qué es lo que queréis decirme?
Se dignó a mirarle a los ojos, como mínimo.
-No deseo seguir con mi puesto en el Consejo.
Lothar ladeó la cabeza, confundido.
-¿Qué? ¿Por qué?
La Gwydion se movió cambiando el peso de una pierna a otra, incómoda.
-Ya os lo dije... No como debería ni con los modales que se esperan de mí. No puedo confiar en vos, y como no puedo hacerlo tampoco voy a realizar mi trabajo como es debido.
Lothar negó. Avanzó hacia ella e hizo ademán de ponerle una mano en el hombro, pero decidió no hacerlo.
-Pero, ¿por qué? ¿Por qué os cuesta ahora confiar en mí y por qué no antes? ¿Por qué aceptásteis el puesto y ahora lo desdeñais? ¿Qué es lo que ha cambiado? Las cosas ya estaban como estaban cuando os fuisteis con Lady Marjolaine y me prometisteis... Y yo os prometí... ¿Qué es lo que os ha ocurrido para que cambieis de opinión?
Aguantó que se acercase, pero sus pies retrocedieron en cuanto hizo ademán de levantar la mano.
-Nada. Sencillamente no puedo cumplir con mis obligaciones, así que no merezco ese puesto.
El Gwydion frunció el ceño, cada vez más desesperado por sacarle una respuesta.
-¿Es por Lady Marion? Me dijo que en vuestra conversación en los Cedros no lograsteis un entendimiento. Pero ya habéis oído que dudamos que se trate de un vampiro. Lady Marion no ha tenido ninguna culpa.
Ariadna hizo un gesto de angustia.
-Lady Marion es una buena mujer. Os ama, os hace feliz y lo daría todo por defenderos, más que nadie en este reino. No tiene nada que ver con ella.
-Sabéis que lo que me decís no es verdad y que puedo sentirlo. ¿Por qué no me sois sincera? ¿Qué pensáis de ella? Sí, ya sé, es Oscura y Eiluned, todo lo que los Gwydion desdeñamos. Pero no es menos leal por eso... -Lothar suspiró. Se veía que estaba sufriendo por su insinceridad y que no comprendía lo que estaba sucediendo.
Ariadna dejó caer la cabeza hacia adelante, rendida.
-No quiero estar aquí. No quiero hablaros de lo que se me pasa por la cabeza. ¿Qué más da lo que piense de ella? Con ser feliz debería bastaros después de tanto tiempo.
-Ya veo.
Lothar le dio la espalda, abatido.
-Si queréis iros, marchaos. Como bien decís, soy feliz. No os necesito.
Ante aquellas palabras, la Gwydion se dio cuenta de que estaba comportándose como una niña cabezona, y que si se iba por la puerta el poco aprecio que le quedaba se desvanecería. Dudó durante segundos que se transformaron en eternidades.
-¿Po qué...?- murmuró. Tomó aire, avanzó hasta donde esta Lothar y apoyó la frente en su espalda. Cuando habló, su voz sonó suave y dulce, igual que al cantar-. ¿Por qué me ofrecísteis el puesto, me jurásteis que me protegeríais, me besasteis y me arropasteis con vuestros brazos y luego ni siquiera tuvísteis la... decencia de comunicarme que Adele estaba muerta? ¿Por qué me advertisteis de que no debía confiar en Oscuros y al volver os encuentro con una? Mi padre me advirtió de que lo haríais, y me insistió en que debía conquistaros antes de que lo hiciera Marion. Pero no quise porque decíais que jamás podríais recuperaros de la pérdida de Mariona... Y yo no quería ser una sombra que os hiciera sonreír sólo por cantar. Ahora pienso que fui idiota y demasiado orgullosa, como siempre. No sé si no puedo o no quiero confiar en vos, pero cuando os conocí vi un caballero derrotado angustiado por qué dirección iba a tomar su reinado. Por eso decidí ayudados. Ahora veo un hombre feliz que apenas ve lo que ocurre a su alrededor, que no se da cuenta de todos los murmullos que genera, y me pregunto que hombre veíais en el futuro cuando aceptasteis el puesto y qué hombre veis ahora al miraros en el espejo. Yo no me veía así. Por ello no quiero seguir.
Cuando terminó, respiró hondo y abrió los ojos. Sentía como si alguien le hubiese quitado una losa de encima, y ese alivio hizo que una débil sonrisa se dibujase en sus labios.
Lothar no se giró para contestar.
-No os dije nada sobre la muerte de Adéle porque... es complicado. Las circunstancias de su muerte me hicieron sentir traicionado en su momento, por más que ahora lo comprenda. Cuando Marion me confesó que había tenido contacto previo con ella, que su nombre real era Edith... Me sentí profundamente traicionado. Marion siempre me había ayudado. No quise saber más. Le pedí que no volviera y que no me lo mencionara de nuevo. No quería recordarlo. Ya estoy cansado de tantas traiciones.
Se dio la vuelta y se retrasó para poder mirar a Ariadna a los ojos.
-¿Sabéis lo que es descubrir que se ama a la persona a la que no habrías imaginado amar, a la que no es recomendable amar? ¿Sabéis lo que es enfrentarse a los propios prejuicios? Por supuesto que no. Vos sois una Gwydion Luminosa, hija de un Duque respetable. -Se sonrió-. Por supuesto que vuestro padre os instó a conquistarme rápido. Como la reina instó a Lady Aldara. Como a muchas otras antes. Nadie quería verme destrozado. Eso no era útil. Era mejor enamorarme de nuevo y darme una esposa como Mariona, pero mejor situada políticamente. Pero, ¿sabéis qué? Que ya no soy el mismo de antes. No necesito a una Mariona. No quiero a una Mariona. Porque si tengo a alguien tan virtuoso y puro, tan perfecto, no podré olvidarla. Al principio no me di cuenta, por eso intenté con todas mis fuerzas conquistaros y amaros. Vos sois muy parecida a ella, Ariadna. Pero eso no es lo que necesito. Lo siento si jugué con vos, pero lo intenté y fallé.
Se separó más y anduvo hasta la estantería, donde se giró de nuevo.
-Todos créeis que estoy ciego a lo que ocurre. Nada más lejos de la realidad. Sé perfectamente lo que se dice en los salones y en las tabernas. Pero, ¿sabéis qué? Que por una vez quiero ser feliz. Estoy enamorado de Marion. No es perfecta ni virtuosa, pero tiene la medida justa para mí. Con ella me siento bien, arropado y seguro. No es la enviada de nadie, no es el peón de ningún padre o señor. No es la imposición de un vasallo. Confío en ella porque sus intereses sólo son los suyos. Y hemos hecho un Juramento.
Ariadna sonrió, no con sarcasmo ni desprecio, sino con calidez.
-Pues entonces sed feliz –repitió con sinceridad-. No puedo decir que lo entienda, de hecho, dudo que logre hacerlo algún día o que llegue a confiar en esa mujer por más que vos lo hagáis. Todo lo que ella es, es lo que me han enseñado a evitar. Me alegro de verdad de que hayáis encontrado vuestra posición y de que estéis tan seguro de ello, me alegra veros sonreír y os animo a que luchéis entonces. Pero me duele que mis esfuerzos hayan servido de tan poco. Después de todo esto, y aunque intente enterrarlo hondo, me siento traicionada y decepcionada con vos, aunque lo intentaseis de verdad. Vine aquí para aprender, no para conquistaros, y me he encontrado con que todas esas lecciones de honor y verdad no son más que mentiras. Me falta ser un poco más lista y fuerte y bastante menos ingenua para saber sobrellevar todo esto. Sólo espero que intentéis comprender por qué prefiero no estar aquí.
-Siento haberos hecho daño, Ariadna. De verdad. Intenté que funcionase, pero sólo habría sido algo forzado. No es por vos, es por mí. No soy quien era antes.
Lothar fue a tocarle la mejilla, pero en su lugar le tomó las dos manos entre las suyas y le dio una palmada.
-Os merecéis a alguien mejor que yo, a alguien que os ame de verdad.
Ariadna asintió aceptando sus disculpas. Tras unos segundos, de forma suave, soltó las manos del Conde.
-Supongo -dijo encogiéndose de hombros a falta de algo mejor que decir. Sonrió de forma un poco forzada y decidió que ya era hora de irse. No quedaba mucho más que decir-. Gracias por escucharme. Dudo que me pasee mucho por aquí, pero si necesitáis cualquier cosa podréis encontrarme en los Cedros. Cuidaros.
Le dio un sentido apretón en la mano que se alargó más de lo debido y se encaminó hacia la puerta. Costaba decir adiós después de todo.
-Adiós, Ariadna -dijo Lothar, visiblemente entristecido-. No os olvidaré.