5 de agosto de 1999 - 11:14
Horch y Lady Marion charlaban sentados en una mesa de metal, en el exterior de la Estrella Caída. A la sombra de los árboles el intenso calor veraniego era más fácil de capear. El sátiro tenía un rato libre entre sus tareas. El feudo de Lord Quent se regía por una intensa rutina con sus tiempos muy bien marcados, que nadie podía desobeceder. Aprovechando que Stenn tenía que realizar unos favores para el Barón, Lady Marion había acudido para interrogar sutilmente al escriba sobre el estado de Lady Sarianne, que tanto frecuentaba el feudo.
Le estaba costando trabajo parecer entera. Volvía a sentirse débil, sin fuerzas, como cuando Adéle se alimentaba regularmente de ella, sólo que ahora la luz del sol no la aliviaba. Tenía que contenerse para no mirar en todas las direcciones en busca de una cámara o un espía. Se volvió hacia el sátiro, todo lo casualmente que supo.
-Hace un día maravilloso, ¿no te parece?. En lo alto de ese peñasco, en Hoja de Hiedra, siempre hace un calor espantoso o un frío horrible. No es de extrañar que Lady Sarianne viniese tanto de visita. Y eso que últimamente apenas se la ve en público. ¿Sigue viniendo a menudo?
-Oh, sí. Lady Sarianne y Lord Quent son grandes amigos -respondió el sátiro con un tono que dejaba pensar que amigos significaba amantes ocasionales.
Los arbustos cercanos a la mesa de recreo se movieron, como si algo acechara desde el otro lado.
Miró de reojo al arbusto, y el corazón le dio un brinco. No era nada. Se dijo que no había nadie en los arbustos. Un animal, o la brisa de verano, o la molesta nieta de Horch correteando por ahí habían movido las hojas.
-Supongo que ahora vendrá menos. Es peligroso atravesar el bosque con todo lo que está pasando -dijo, refiriéndose al asunto de Lady Marjolaine.
-Llevo días sin verla. Precisamente el otro día...
Del arbusto salió una niña que correteó hasta la mesa. Era la nieta de Horch, aquella boggan risueña de la que tanto hablaba Stenn.
-¡Mira, abuelo! He encontrado una rana -reveló la niña, mostrando que tenía al batracio retenido entre sus manos regordetas.
Aunque era una de las posibilidades que se había planteado estuvo a punto de levantarse de un salto cuando la pequeña boggan salió del arbusto. Se reprendió a sí misma por estar tan nerviosa, y miró a la criatura. Sintió ganas de decirle que sólo era una estúpida rana, y que si la encontraba tan fascinante es que ella no le andaba muy a la zaga en ese aspecto. Consintió, sin embargo, que le mostrase el animalito a su abuelo sin decir nada.
-Qué bien, cariño. Es muy bonita. ¿Por qué no vas a enseñársela a Stenn? -preguntó. La niña se fue de buen grado, y el sátiro miró a Lady Marion como diciendo "críos"-. ¿Qué decía? Ah, sí, Lady Sarianne. El otro día estaba dando un paseo con Lord Quent cuando le llegó un mensaje urgente de Gwenhael, la joven Eiluned, y la Condesa se fue rápidamente a su encuentro. Desde entonces no se la ha vuelto a ver por aquí.
-Qué raro. Gwenhael no parece la clase de persona que tiene urgencias -comentó la Eiluned, relamiéndose por dentro. Aún no estaba hecho, pero aquella noticia prometía. Decidió cambiar de tema, y adoptó un tono más confidencial-. Y hablando de personas a las que no se ve, ¿qué sabes de ese sátiro, Gastón?
-No, no lo parece... -contestó el sátiro encogiéndose de hombros-. Sobre ese revolvedor, poco sé. No lo he visto mucho, pero al parecer suelen reunirse en El hogar. El Barón ha dado orden de detenerlo para interrogarlo si se le ve, pero... Bueno, ya sabéis, las alimañas no son lo que se dice fáciles de cazar.
Marion volvió la vista hacia el paisaje, decepcionada.
-Qué raro. Pensé que un veterano como tú, que compartiste su causa con tanta devoción, al menos seguiría sus avances.
Horch se atragantó con su propia saliva.
-Hum... Pero yo no he seguido por ese camino, mi señora. Soy un humilde servidor al servicio del Barón, lo prometo. Ya he pagado mi deuda con la sociedad... -El sátiro de pronto parecía tener mucho calor-. Aunque... podría averiguar un par de cosas... para probar mi fidelidad.
No cambió el tono casual, aunque sus ojos se giraron hacia el sátiro otra vez. Hacía tiempo que no tenía una reunión tan provechosa.
-Sin duda estaríais prestando un gran servicio al condado. -Y a mí, pensó la Eiluned-. ¿Te encuentras bien? Pareces acalorado.
-Bueno, hay algunas cosas de mi pasado que me acaloran. Y podrían acalorar al Conde si lo supiera. Vos... vos sois su amante, ¿verdad? Pero sois buena, ¿a que sí? Si hago un pequeño favor para vos, quizá podríais... Los Gwydion detectan la mentira, pero si no os pregunta directamente...
-Oh, pero yo jamás te haría algo así. Levantar sospechas sobre ti sería una estupidez: todo el mundo sabe que eres un fiel servidor de Lothar y del Barón. Ahora ayudas a tus señores.
Cualquiera que lo oyese hubiera tenido claro que se incluía entre ellos.
-Oh, sí, sí, sí -dijo el sátiro servilmente.
-En ese caso no veo motivo de preocupación.
Centró su atención en la preciosa mañana estival. Al cabo de unos momentos hizo algún comentario amable acerca de Gretel, con la intención de iniciar una conversación amistosa. Desde que había empezado a escuchar a Stenn se sabía mil anécdotas de la chiquilla. Su mente no estaba ahí, desde luego. Estaba pensando en el bosque y en Hesperia.