-No puedo permitir que un violador campe a sus anchas por mi Condado. Con pruebas o no, debo emitir una orden de arresto contra él. No será popular... pero es lo justo. ¿Algo más que debáis contarme? -preguntó el Conde.
Se preguntaba quién detendría a Sir Bastien. Sus propios hombres no, desde luego. Otro desastre en potencia. Negó con la cabeza, pensando en Lady Sarianne, Olive, Grenn y ese tal Anton. Más adelante.
-Vamos a ocuparnos de Lady Marjolaine. Habrá tiempo para hablar de lo demás.
En ese momento un escalofrío recorrió a Marion desde el coxis a la base del cráneo. Sintió deseos de vomitar mientras un frío intenso se arremolinaba en su estómago, calando su pecho y su vientre. Casi de inmediato notó que algo se fundía dentro de ella. Con un espasmo doloroso se vio obligada a doblarse hacia delante.
Lothar se arrodilló en la cama junto a ella, blanco de miedo.
-¿Marion? ¿El fruto?
Se encontró de pronto encogida y con las manos en el vientre. Soltó un alarido de dolor y sorpresa. Cuando quiso soltar otro tuvo una arcada que la dejó sin respiración. No era eso lo que había dicho Hesperia. Dijo que enfermaría, no que moriría, que la manzana liberaría lava ardiendo en sus entrañas. No hizo ningún ademán de responder a Lothar. Se dejó caer de lado; estaba ahora tumbada en posición fetal, encogiéndose sobre sí misma y con los ojos cerrados con fuerza.
-Marion... ¡Marion! -Lothar se alteró al verla caer. La sostuvo con un brazo mientras palpaba su cuello, como si buscase su pulso-. ¿Esto tenía que pasar? ¿Marion?
Otra nueva punzada hizo que Marion soltase un grito. Lothar empezó a temblar. La Eiluned notó que algo resbalaba entre sus piernas. No le hizo falta mirar para saber que se trataba de sangre, oscura y densa, que bajaba en goterones similares a los de la menstruación. Sólo que esta vez no estaba menstruando.
-Lothar -sollozó sin lágrimas.
Abrió los ojos y miró. Miró la sangre, y recordó el torbellino de Adéle. Marion se había manchado de sangre aquella vez por sí misma, igual que ahora. Aquel era el precio que Lothar decía que había que pagar. Levantó la mirada, llena de miedo y dolor, buscando la de Lothar. Un fruto de muerte, había dicho Hesperia. Intentó incorporarse, pero un nuevo latigazo de dolor se lo impidió. Lo más que logró fue apoyar la cabeza en la rodilla del Gwydion.
-Estoy bien. No debéis preocuparos. Estoy bien -susurró.
Pacto o no, cualquier Gwydion hubiera podido ver a través de aquella mentira de Eiluned.
Lothar negó con la cabeza.
-No... No puedo dejar que te ocurra nada.
El Gwydion saltó de la cama y se puso los pantalones, cosa harto difícil cuando los nervios hacían que le temblase todo el cuerpo. El dolor empezó a remitir para Marion, pero no la sensación de debilidad.
-Voy a pedir ayuda.
Fue a cruzar la puerta pero antes se dio la vuelta y escondió el fruto en uno de los cajones de la mesita de noche.
No quería quedarse sola. Tampoco que aquello saliese de la alcoba de Lothar. Le llamó, con una nota de pánico en la voz.
-¡No! Quédate conmigo. -Levantó la mano tratando de detenerle-. Por favor. Por favor, quédate conmigo, quedaos, no os vayais.
El Conde miró hacia la puerta mientras se mordía el labio con tanta fuerza que parecía dispuesto a arrancárselo. Frunció el ceño y cerró de nuevo, gateando hasta Marion. Su piel estaba muy caliente comparada con la de ella, que parecía haberse quedado como la de un vampiro. Pero no, ella respiraba, su corazón latía. No se había convertido en uno.
Lothar la rodeó con los brazos sin dejar de temblar.
-Marion... No sé lo que te ocurre. Tengo que ir a por un sanador. Yo no puedo curarte. No... no puedo dejar que te pase nada. No quiero perderte, a ti no... -Lothar ahogó un sollozo-. ¿Tenía que ser así? ¿Qué te dijo la quimera?
Se dejó abrazar, mucho más tranquila. Lothar le impedía ver las sábanas manchadas. Le dio unas palmadas tranquilizadoras, flojas y torpes.
-Ya me encuentro mejor. De verdad. Ya casi no duele. Acabo de abortar. No iba a ser agradable. Lo sabía. Pero voy a ponerme bien, lo prometo. Sólo tengo que descansar un poco.
Marion nunca había abortado, pero sabía que había sido más que eso. La manzana la había destrozado por dentro, había hecho heridas que no iban a sanar. La había mutilado. Y mientras Lothar lloraba a su falsa Mariona.
-Yo no sabía... no me imaginaba... -balbuceó el Gwydion-. Todo parecía mucho más limpio... Lo siento. Perdóname, amor...
Marion vio que el sidhe hacía esfuerzos por contenerse. Le conocía lo suficiente como para saber que estaba aterrorizado. Se decía que los Fiona sólo sentían miedo cuando un amante estaba en peligro. No sabía cómo era, pero debía de parecerse mucho a aquello.
Por su parte, la debilidad empezaba a entumecerla. A pesar del calor veraniego, comenzó a tener frío. Tenía la carne de gallina, más aún por el contraste con el cuerpo de Lothar, que exhudaba vida y calidez. La cabeza le daba vueltas y el sueño la invadía. Al menos ya no sentía el horrible dolor que había sentido antes.
-Ya está. No pasa nada. Yo tampoco sabía.
Quiso decirle que tenía frío, pedirle que la arropase, pero no se atrevió. Sólo le asustaría más, y no quería asustarle. Sin embargo, se delataba tiritando. Reunió fuerzas suficientes para dibujar una sonrisa apagada y acarició la sien de Lothar mientras caía lentamente en la inconsciencia.
-Creo que voy a descansar un poco, ¿sí? No pasa nada. Estoy un poco mareada, es por el susto.
El sueño era para Marion la manera de escapar de aquella sensación horrible, un alivio para su mareo. Si cerraba los ojos a lo mejor el mundo dejaría de dar vueltas. No quería luchar contra él, no quería seguir despierta. Quería dormir y dejar aquel rato terrible atrás, de manera que cerró los ojos, trató de ignorar el frío y se rindió.