8 de marzo de 2000 - 12:35
Axelle y Marjolaine fueron llamadas a la presencia de la Condesa Sarianne, pero a juzgar por los pasos dados y los silencios, la reunión era privada y tenía lugar en alguna parte oculta del castillo.
-Bienvenidas. Lord Quent ha terminado su trabajo -informó la Condesa-. ¿Podéis explicarle su funcionamiento, Barón?
-Sí -dijo la voz del Dougal-. Elevad la mano, Axelle.
Cuando la Fiona lo hizo, el Barón le puso un objeto redondo y frío en la mano, como de metal.
-Vuestro ojo nuevo. Puede ponerse y quitarse a voluntad. Necesita cuerda y su duración es de seis horas. Entre ese periodo y otro deben pasar al menos dos horas para que el mecanismo siga funcionando de manera óptima. Es decir, tendréis seis horas de visión por cada ocho. Dejad que os lo muestre.
Lord Quent guió los dedos de Axelle hasta el mecanismo del ojo metálico y le indicó cómo dar la cuerda. Luego le quitó la venda de los ojos y le colocó el ojo en la cuenca vacía. Marjolaine le tendió el parche para que se tapase la cuenca inexistente, que siempre era una visión desagradable.
Axelle vio a la Condesa y al Barón en una sala pequeña y oscura. Marjolaine se hallaba a su lado, sonriendo tensamente.
La dama pasó las yemas de los dedos por la superficie de metal dibujando la imagen del ojo en su mente. El ojo no era perfecto, pero Axelle tenía tantas ganas de volver a ver que no pensaba en los defectos de aquel artefacto: ver seis horas seguidas ya era todo un milagro.
El Dougal la ayudó a colocárselo y Axelle aguardó unos segundos antes de abrir el ojo. La sensación en su cuenca era algo incómoda: el metal estaba frio y rígido, muy diferente a un ojo de verdad, pero no importaba; tampoco le importaba ver a Marjolaine en una tonalidad dorada.
Axelle se miró las manos antes de tocar con ellas una pared para ver que tal se le daba calcular las distancias. La pared estaba más lejos de lo que su nuevo ojo quería darle a entender, pero pronto se acostumbraría.
-Es perfecto. Muchas gracias, Lord Quent, habéis hecho un trabajo estupendo -dijo Axelle sin dejar de mirar a su alrededor.
Marjolaine sonrió ampliamente al observar cómo Axelle empezaba a moverse por su entorno con libertad. Volvía a ser tuerta, pero aquello bien valía la pena. Lord Quent se cogió las manos tras la espalda.
-Me alegro de que os guste -murmuró el Dougal-. Pero no es un regalo.
-Se que no lo es, Quent -dijo sin sorprenderse. La dama se volvió hacia su interlocutor-. Se que ahora estoy en deuda con la Condesa y se lo que eso supone, así que agradezco que vayáis al grano. Cuanto antes nos dejemos de rodeos mejor.
-Sin rodeos pues. Ha llegado el momento de arrancar a Lord Lothar del trono -dijo Sarianne-. Ya no podemos influenciarle más. Las últimas acciones de Lady Marion han resultado funestas para todos, y permitir que gobierne a través de él es un grave error. Es por eso que vamos a eliminarle.
La Condesa estaba muy serena al decir eso. No sonreía, pero no mostraba emoción alguna.
-Lady Marjolaine, debido a que sois la Baronesa más allegada a Lord Lothar y una de sus más férreas defensoras, os encomiendo la tarea de anular a sus vigilantes. Aunque creo que eso ya está hecho, ¿verdad?
-¿Matar a Lord Lothar? -preguntó Marjolaine, entre preocupada y asqueada-. Pero... Eso es una locura. Además, él no ha hecho nada. La culpable es Marion, mi señor no...
-No vamos a matarle -dijo Sarianne-, descuidad. Queréis vengaros de Lady Marion, ¿verdad? Eso será lo que haremos. Le causaremos a ella un daño tan terrible que Lothar no será capaz de seguir gobernando. Y por si acaso esto os infunde miedo, os recuerdo que habéis hecho un Juramento. Me debéis lealtad.
La Dama no pudo ocultar su regocijo. Aquella conversación entre la Condesa y la Baronesa le hizo sonreír ampliamente y de una manera un tanto cruel, pero cualquiera que la viese con su ojo de metal, su parche y su aspecto demacrado entendería que no sonriera de otra forma.
-Lothar nunca ha gobernado, lo correcto sería que dejaría de ser la tapadera de Lady Marion -apuntó Axelle-. Es hora de que la condesa recoja al fin los frutos de su codicia y egolatría. -la dama se volvió hacia Sarianne-. ¿Y qué he de hacer yo?
-Vos tenéis que afilar vuestra espada y preparar vuestro brazo. Recuperad la forma perdida, pero que nadie se entere. No deben saber quién os ha dado ese ojo ni por qué. Ni siquiera deberían saber que podéis ver. Es mejor que sigan ignorantes.
Lady Sarianne torció la boca en una sonrisa desagradable.
-Tengo dos armas a mi disposición de las cuales Marion no sabe nada. La primera es un contingente plebeyo al que influyo a través de un contacto. Están esperando el momento propicio para atacar el status quo. Después de que intentasen matarme a mí, me ocupé de controlarlos para que no volviese a pasar. Ahora es el momento de que lo vuelvan a intentar, sólo que no me atacarán a mí, sino a Lord Lothar. Os necesitaré en forma para ayudar a los plebeyos a librarse de la guardia del Gwydion y permitir que lo secuestren. Es probable que crucéis espadas con Sir Morgan. ¿Es eso un problema?
-Ninguno -dijo Axelle, que aún recordaba la presión que las fuertes manos de Sir Morgan habían aplicado sobre su cuello. Las marcas de sus dedos tardaron días en desaparecer según le dijo Marjolaine.
La dama llevó una mano al la empuñadura de su espada por puro instinto y acarició el frío metal del pomo. Llevaba tiempo deseando utilizarla, aunque su objetivo no era Morgan, ni tampoco Lothar. Axelle esperaba que la Condesa no se interpusiera en su camino o se vería obligada a romper su juramento para pagar cobrar deuda de sangre.
-¿Y que hacemos con Lothar una vez lo hayamos sacado del feudo?
-Oh, no lo sacaréis de Torres Negras. Quiero que lo dejéis sin sentido para que deje de ser una molestia. Entonces esperaréis a mis otros amigos... y a que Marion venga a buscar a su amado.
Sarianne sonreía. Marjolaine, no.
-¿Otros amigos? -preguntó. Axelle no tenía ningún problema en esperar a Marion, pero cada vez había más gente en ese plan.
-Son personas que odian a Marion más que yo o más que vos. Pero no voy a adelantar acontecimientos. Una vez Marion esté en sus manos, deberéis dejar que hagan lo que tengan que hacer sin inmiscuiros. Os lo advierto, Axelle. Lo que hagan con ella no es cosa vuestra. Participando en esto os estáis vengando y produciéndole un dolor mayor que el que haya sentido jamás. Tendréis que contentaros.