La expresión de la dama se relajó cuando Marion rompió su collar; la visión de la condesa le producía ahora la misma sensación que le causaría un rayo de glamour atravesándole el pecho. Axelle se agachó para coger el virote y miró al vampiro durante un breve instante antes de clavarle la punta de metal en el corazón. Cuando el trabajo estuvo hecho, dejó de apretar el proyectil y se quedó en el sitio. La dama volvió la vista hacia Marion con sangre en las manos, aún prendada por su belleza.
Levantó la cabeza para comprobar que Matthieu estaba paralizado.
-Ahora córtale la cabeza. Con cuidado de no herir a Lothar.
El Gwydion cambió de posición y facilitó a Axelle que decapitase al vampiro.
Axelle no podía negarle nada a Marion, así que se limpió la sangre en la ropa, levantó la espada y le cortó la cabeza al vampiro llenando a Lothar de sangre.
Al ser decapitado, el vampiro cayó al suelo convertido en un cadáver seco y podrido que poco a poco se fue convirtiendo en cenizas. Lothar se apartó asqueado, y aun así se manchó la ropa.
-Deberíamos salir de aquí antes de que vuelvan -dijo Lothar-. ¿Puedes andar?
Su tono era severo y desapasionado.
Volvió la vista hacia sus rodillas y se encogió sobre sí misma. Sabía que no podía andar y no creía que fuesen a llegar muy lejos heridos y encadenados.
-No lo creo -musitó.
Lothar se agachó junto al cuerpo de Sarianne y rebuscó entre sus ropas. Obtuvo una llave corta de metal. Probó con los grilletes de sus pies y resultó que los abría. Hizo lo mismo con los de Marion y esperó a que ella le desencadenara a su vez para ofrecerle apoyo y salir de allí. El sidhe se encogía con su contacto, y la única razón que parecía haber para no negárselo era el miedo a que volviera alguien para matarlos.
Los dos Condes, seguidos por Axelle, bajaron al piso inferior. De camino encontraron alguna quimera defensora masacrada y algún cuerpo inconsciente. Lothar cogió de éstos una espada. No era comparable a la que Marion había hecho imbuir en Glamour para él, pero servía para que no se sintieran tan indefensos.
-Estamos solos -dijo Lothar.
Tan pronto estuvo libre se llevó la mano al muslo y palpó la herida con cuidado por encima del vestido. Liberó a Lothar con la vista fija en los grilletes porque no se atrevía a mirarle, y aún así le costó acertar con la llave. Ordenó a Axelle que tirase la espada y les siguiera en un susurro y dejó que Lothar la ayudara a moverse. Cada paso era un latigazo de dolor. La pierna le fallaba. Y aún así hubiera querido salir corriendo. Pero aunque la rompía por dentro sentir a Lothar rechazándola, no hubiera podido soltarle.
Bajaron las escaleras y Marion no dijo nada. Estaba a punto de romper el silencio, no sabía cómo, cuando Lothar habló. Fue bueno, porque no sabía qué podía decir. Se interrumpió y bajó la mirada.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó.
No sabía qué podían hacer a continuación. No sabía dónde estaba Evonne o si estaba bien, no estaba segura de cuánto tiempo llevaban atrapados. Se sentía tan rota por dentro que no estaba segura de hacia dónde estaba la izquierda y hacia dónde la derecha.
-Vamos a marcharnos de aquí -anunció el Conde-. Ordenale a Axelle que se quede aquí. Eso nos dará tiempo. O mátala también si es lo que quieres. Tendrías que haberlo hecho antes en lugar de crearnos otra enemiga.
Se hurgó en los bolsillos con suficiencia.
-No tengo dinero para un taxi, pero podemos parar en mi casa y pagaré allí la carrera. Deberías ir al hospital. No me gusta esa herida.
Lothar había tomado el control. Nunca había sido así con ella; al contrario, siempre esperaba a que Marion tomase las decisiones para cogerle la mano y seguirla ciegamente. Ahora, el Conde parecía realmente un Gwydion: severo, déspota y seguro de sí mismo. Si bien las dos primeras condiciones eran parte de él, la tercera resultaba nueva y algo estremecedora.