28 de febrero de 2000 - 11:40
Sir Earil había acudido a Torres Negras para llevarse consigo a Marion. Sus investigaciones habían terminado determinando que el único modo de romper el bloqueo en los cantrips de Lothar y en lo que ocultaba a las mujeres embarazadas era acudir al bosque y hablar con Hesperia.
-He intentado averiguarlo por mí mismo, pero ni con el báculo soy capaz -se disculpó Earil mientras se encaminaban al bosque-. Es magia muy avanzada.
Lothar estaba seguro en el castillo. Había prometido que no se movería de allí hasta su vuelta y, dado que el primero que temía romper sus votos era él, Marion podía confiar en su autodominio. Stenn los acompañaba. Si los rumores eran ciertos, el Adivino y el troll habían acabado siendo amantes. Podía estar segura de que se emplearía a fondo para evitar que nada malo les ocurriera.
No estaba contenta con la situación. Confiar en Earil había sido una pérdida de tiempo y horas de sueño. En el bosque era frío y sabía que pronto vendría el deseo, si es que el encantamiento de fertilidad aún tenía algún efecto en ella. Y además le inquietaba la idea de ver a Hesperia. Se arrebujó en su abrigo y dejó que el Adivino dirigiera la expedición, a una distancia prudente de los dos.
-Está bien, Sir. Esperemos que esto nos de alguna respuesta.
Caminaron hasta el corazón del bosque sintiendo aquel aura de lujuria un poco más débil de lo acostumbrado. Quizá fuese por los recientes sucesos, que habían blindado el corazón de Marion a la infidelidad, o que el desinterés manifiesto de Earil por nadie que no fuese Stenn hacía que el aire circulase mucho mejor entre ambos, pero lograron llegar hasta Hesperia sin sobresaltos.
La ninfa los recibió con tristeza invernal. Su árbol había perdido gran parte de las hojas y ella tenía un color amarronado, terroso, y los ojos llenos de pesar.
-Se acerca, el Invierno se acerca -musitó con voz dolida-. Eso que intentáis detener va a ocurrir demasiado pronto...
La ninfa tenía una pinta horrible. No sabía si era un ciclo natural ligado a las estaciones o cosa de la Bruja, pero la ponían demasiado nerviosa las advertencias de Hesperia, que no resultaban de ninguna ayuda. De cualquier modo, recordaba la primera vez que se había encontrado con ella, el aspecto que tenía, y le entristecía verla así ahora.
-Hesperia. Estás desmejorada. ¿Sabes por qué hemos venido?
-Es el invierno y el Invierno -contestó ella-. Y sí, lo sé. Estáis buscando a la mujer que va a dar a luz al hijo del Invierno. Estáis buscando el modo de romper el hechizo que pesa sobre el Conde Lothar.
-¿Y puedes ver algo a través de las Nieblas? Tenemos los nombres de las mujeres a quienes Morgan ha podido dejar embarazadas.
Era mentira; Morgan no se había molestado en recordar los nombres de algunas de ellas.
-El toque de la Bruja está en ellas. No puedo. Tendrás que preguntarlo vos misma. Pero puedo ofreceros algo de mi sabiduría sobre otros asuntos.
-¿Sobre Lothar? ¿Puedes darme alguna pista sobre quién lo ha hechizado?
-Pertenece a la Corte Oscura, pero duerme en cama Luminosa -dijo Hesperia-. Pero no puedes atrapar el mar con las manos, Marion. Si quieres conservar la vida, tendrás que buscar al sluagh. Eso querías, ¿no es cierto? Observa en tu corte. Hay más traidores de los que piensas. Y la muerte de Danielle se produjo porque lo supo. Hay una mujer plebeya y enamorada que no debe lealtad más que a su corazón.
Frunció el ceño. No era de eso de lo que quería hablar. No le importaba nada el corazón de una plebeya, no en ese momento. Se volvió, dándole el perfil a Hesperia, y dejó que Earil le preguntase lo que quisiese.
Hesperia era una inútil redomada. Ella misma encajaba en la descripción que había dado. Sarianne también, pero se había tomado mucho trabajo para que Lothar y ella estuvieran juntos. ¿Tal vez ya no le resultase conveniente? Olive y Ardelis, las dos, eran miembros de la corte Luminosa en apariencia, y también podía ser que la información que le daba Hesperia no fuese literal, sólo innecesariamente críptica. Y también estaba Axelle, que suponía que seguía visitando el dormitorio de Marjolaine. Pero Axelle no tenía ningún motivo para vengarse, salvo que recordase lo que había pasado. Si había logrado ver con su ojo muerto a través de las Nieblas que había conjurado tenía motivos para desearle mal. Merecía la pena al menos preguntar para quitarse esa preocupación. Se giró bruscamente hacia la ninfa.
-Hesperia. Nublé los recuerdos de Axelle. ¿Los ha recuperado? ¿Sabe lo que... Axelle sabe algo de lo que pasó?
-Lo sabe. Y no te quiere bien -respondió Hesperia.
De repente, Marion sintió un hondo dolor en el pecho. La realidad a su alrededor se resquebrajó y olvidó quién era. ¿Qué hacía allí, en mitad del bosque? ¿Quiénes eran aquellas personas que la rodeaban?
La confusión tomó sentido cuando Marion distinguió un ruiseñor en una rama cercana. Su Juramento. Parpadeando, volvió a su ser. Era Lady Marion ni Eiluned, Baronesa de la Corte Oscura. Y aquel era el ruiseñor quimérico que su amor le había regalado. Pero era distinto.
Sir Earil volvió la cabeza hacia él cuando empezó a cantar, así como Stenn. Y de su pico surgió la melodía más descorazonadora y triste que jamás hubiese escuchado. Tan frío como la Banalidad que acababa de acuchillarla era el conocimiento de que su Juramento estaba roto. La traición resonaba en el aire y Marion no era la única que podía oírlo.
Hesperia se volvió hacia Marion con los ojos llenos de lágrimas.
-Lo siento.
No había tenido tiempo de felicitarse por sus progresos cuando su mundo se rompió en pedazos. De todos sus temores estaba viendo el más grande hacerse realidad ante sus ojos. Quiso llevarse la mano al corazón, pero no estaba segura de dónde estaba.
No veía nada. No estaba respirando. No quedaba aire suficiente, no quedaba nada. Se ahogaba. Intentaba devolverle la vida a su pecho, no morirse, pero era imposible. Después de varias horas de canción empezó a boquear, tratando de acaparar aire como un náufrago hundido en el mar que acabase de alcanzar la superficie, y se agarró a un brazo o una rama, un trozo de madera flotante en cualquier caso, para no caerse.
-Que se calle, no, hazlo callar -suplicó, ahogándose en lágrimas, hasta que fue incapaz de formas palabras y quedó reducida al llanto, buen acompañamiento para la canción del ruiseñor.
Los intentos de Earil de espantar al pájaro dieron su fruto durante un breve periodo de tiempo, pero más temprano que tarde, el ruiseñor regresó. No se iría tan fácilmente. Ese era el castigo de los amantes traicioneros... y el de los traicionados. Todo el mundo sabría que su Juramento se había roto.
Stenn, tragando saliva, se acercó a Marion y le pasó el brazo por el hombro. Earil había dicho algo de marcharse, pero Marion no podía oírlo. La sacaron de allí despacio, porque la Condesa no podía moverse apenas. Y antes de salir, divisó una manzana negra y podrida surgiendo del suelo, escupida por la tierra.
Un punto de Banalidad Permanente