No pudo contener más las lágrimas. Apretó las manos de la ninfa y cayó de rodillas, suplicante.
-Protégele, Hesperia -rogó, llorando-. Te lo suplico. Protégenos. Por ese Juramento, por... por lo que quieras. Por favor, no dejes que le hagan nada, por favor, te lo ruego.
-No puedo protegerte, tampoco a él. No puedo salir de esta foresta. Estoy atada a este árbol y lo único que puedo esperar es a que pase el tiempo para observar el Condado. Algo se acerca, algo oscuro y frío como el hielo. Está aquí, aguardando. Está en ti.
La ninfa se arrodilló junto a ella.
-Creí que Earil haría algo. Él ya sabe lo que está ocurriendo, aunque no todo. Pero no ha regresado. No puedo ayudarte, Marion, sólo puedo contarte lo que sé.
Marion lloraba, agarrada a aquella mujer como si fuera lo único que la salvaba de su destino. Sólo quería seguir suplicando, suplicar hasta convencerla. Pero sabía que no iba a servir de nada. Sólo se le habían prometido respuestas. Pasaron largos instantes antes de que recuperase suficiente control sobre sí misma antes de volver a preguntar, temblorosa.
-¿El qué? ¿Qué es?
-La Bruja está haciendo algo. Está utilizando mis poderes para provocar una vorágine vital en todas las zonas de bosque del Condado. Los animales, las plantas y los humanos se reproducen como locos cuando estan aquí. La pasión y la urgencia se multiplican. Lo sabes bien. Lo has utilizado y lo has sufrido.
¿Por qué querría hacer eso La Bruja?
La Bruja. La había oído mencionar junto a otro nombre... Earil. La quimera enloquecida, que pasaba a través de las Nieblas. No le hubiera sorprendido saber que en realidad se trataba de algún conspirador.
-¿Quién es La Bruja?
Alejarse del tema de la violación de su mente la ayudaba.
-La Bruja es una quimera que Earil logró derrotar, pero no matar. Es la quimera de un Fomoriano, la leyenda hecha leyenda. Traerá el Invierno y la desgracia si consigue reponerse. Pero es estéril y Earil la dejó moribunda. Tras comprobar que no tendría una descendencia, decidió reencarnarse. Está trabajando en ello.
En la mente de Marion saltó una alarma, una terrible sospecha.
-¿Cómo?
-El aura de fertilidad. La Bruja necesita un humano con sangre feérica donde establecerse. Será una posesión como la que usaron los sidhes de la Guerra cuando llegaron aquí. Intenta provocar el nacimiento de kinain como sea. Cualquier relación sexual que se produzca en esta foresta tendrá como resultado un embarazo.
Durante un momento pensó que iba a vomitar. La sensación desapareció de inmediato, dando paso a un mareo que auguraba un desmayo. Se acordó de la madre de Lothar, que preguntaba por sus nietos como si lo supiera, como si se estuviera riendo de ella.
-No. Nonono. Por favor, no -suplicó, negando con la cabeza y mirando a Hesperia como si ella pudiera cambiarlo.
-Hay una manera de evitarlo.
Hesperia se alejó un momento y tomó un fruto del arbusto invernal que había allí. Volvió con él. Era rojo en lugar de dorado, rojo como la sangre. La ninfa se arrodilló frente a Marion.
-Este fruto surgió el día en que Sarianne y Gwenhael se encontraron en el bosque. Es un fruto de muerte. Si te lo comes, evitarás tu embarazo. Pero si lo haces, es probable que nunca jamás vuelvas a quedarte embarazada. Matará tu capacidad de engendrar vida. Además, quizá te haga enfermar. Depende de la persona. Pero si le das un mordisco, lo que tanto temes no ocurrirá.
Cogió el fruto y lo examinó, le dio vueltas, lo apretó. No poder quedarse embarazada no la preocupaba. Tal vez a Lothar sí, y le daba un mordisco sería su hijo el que estaría extinguiendo. Y dada la tarde que estaba teniendo no se sentía capaz de tomar una decisión racional. Nunca.
-Hesperia -dijo, tratando de aplazar el bocado, la decisión-. Si nos ayudas... Si haces algo, lo que sea, para ayudarnos, me encargaré de que la Bruja muera.
Era un trato inútil el que proponía. Pero necesitaba hablar, decir algo.
-Ten cuidado con los no muertos -dijo Hesperia-. Quieren tu sangre y la de Lothar, quieren hacerte sufrir. Si dan con vosotros te torturarán más de lo que puedes imaginar. Ármate contra ellos: es todo lo que puedo decir. Mi tiempo se acaba aquí. Debo volver al árbol.
Llévate el fruto, y también este -cogió un ejemplar dorado y lo puso en la mano de Marion-. Te daré el mismo consejo que le di al Adivino: ve a casa, llévaselo a Lothar. Comed de él, haced el amor, disfrutad del Verano, pues el Invierno se acerca y esta vez no tendrá final.
Quiso protestar, pedirle que se quedara, hacerle más preguntas. En vez de eso se limpió las lágrimas y aceptó la segunda fruta. Pensó que siempre podría volver, con más regalos y más suplicas, pero sabía que no lo haría. Asintió y vio a Hesperia marcharse. Se quedó sola. No, no estaba sola. Estaba rodeada de enemigos, por todas partes. Incluso en su vientre. Apretó las frutas contra su pecho y esperó a que el mundo terminara de derrumbarse antes de emprender el camino de vuelta.