El Conde sacó del bolsillo de su pantalón una cajita envuelta en terciopelo oscuro. En el interior había un anillo de oro blanco con una perla negra. Tomó la mano tensa de la rodilla de Marion y colocó el anillo en su dedo anular.
-Lady Marion, nada me haría más feliz que poder casarme con vos.
Dejó que Lothar le pusiese el anillo, y sus manos se relajaron. Examinó la perla negra, a medio camino entre el terror y la fascinación. Cogió la mano de Lothar y la apretó entre las suyas. Era muy pronto, pero escuchaba entre las flores una canción que le decía que esperar no servía de nada.
-Y nada me haría más feliz que ser vuestra esposa -respondió, con la voz rota por la emoción.
El rostro de Lothar se iluminó. Se levantó y antes de erguirse del todo besó a Marion en los labios mientras le acariciaba la nuca con una mano. La Eiluned podía notar su temblor y escuchar su corazón galopante. Aquel beso parecía no querer acabar nunca, pero el Conde terminó por romperlo, sin aliento.
La miró y no hicieron falta palabras. Mientras se miraban a los ojos, el ruiseñor quimérico cantaba. Ni siquiera la Banalidad de aquella casa había podido derrotarlo.