-Cuidar el afecto de la Reina significaría abandonar el compromiso contigo y pedir la mano de Aldara. ¿Deseas eso? -inquirió el Conde con tono malhumorado.
Ante el mal humor de su prometido, Marion se tomó un momento para animarle antes de volver a la cargar. Bajó la mirada y su tono cambió, a medio camino entre los celos y la zalamería.
-Claro que no. Hazlo y tendré que retar a Aldara a un duelo. Y también a la Reina. Aldara te pedirá que seas su campeón, y si yo no encuentro ninguno tendré que enfrentarme a ti con las manos desnudas. A esa espada nueva sólo podré oponer besos y caricias.
Tomó una mano de Lothar entre las suyas y le besó los nudillos y buscó su mirada, aparentemente segura de sus posibilidades si llegara a tener lugar ese duelo.
-Jamás te haría daño -dijo Lothar acariciando sus mejillas-. Ni por la Reina, ni por Aldara, ni por nadie. Eres un tesoro demasiado valioso.
-Lo sé... Pero hay gente que sí, que nos hará daño a los dos. Los vampiros. La Bruja. Enemigos ocultos. Y si para no perder a una protectora tenemos que agachar la cabeza y mostrarnos humildes, disculparnos y esperar que baste para aplacar a su Majestad... Ése precio estoy dispuesta a pagarlo.
-Disculparnos -se quejó Lothar en tono orgulloso-. ¿Disculparnos por estar enamorados? ¿Por querer ser felices? ¿Por tener algo que ella no tiene? El día que me disculpe por algo así será el día en que abandone mi puesto.
Marion hizo una mueca que evidenciaba su opinión del orgullo de los Gwydion.
-Disculparnos -interrumpió, armándose de paciencia- por ignorar el protocolo. Por no haber contado con ella, que tanto ha hecho por este Condado, en una decisión tan importante. Tú has ignorado sus deseos, pero no va a enfadarse contigo. Va a culparme a mí, Oscura y Eiluned, de hechizarte y utilizarte para conseguir una posición, de tratar de alejarte de ella. Y cualquier locura que hagas en mi defensa sólo servirá para convencerla de que te tengo bajo alguna clase de encantamiento. Así que debemos hacerle entender que aunque vayamos a casarnos sigues de su lado, no sea que decida que debe protegerte de mí.
-No me gusta la idea de doblar la rodilla -se quejó una vez más-. Y menos por ti. No tengo que darle explicaciones a nadie de lo que hago o dejo de hacer. Pero... -Volvió a mirarla y suspiró-. Tienes razón. Ya pensaré en ello. Es sólo que... no tienes ni idea de lo que es sentirte vigilado por todo el mundo. Todo lo que hago... a todo el mundo le parece mal haga lo que haga. Yo sólo quiero ser feliz y que tú lo seas.
Lothar le acarició la nuca.
-Gracias por el regalo, mi amor.
Marion suspiró y se contuvo para no torcer el gesto. Lothar no debía verla desanimada. La necesitaba fuerte, necesitaba poder apoyarse en ella. Le dedicó una breve sonrisa, que fue más bien triste, y le acarició la mejilla. Tenían unos meses muy largos por delante.