No muy convencido, pero sin ganas de oponerse, Lothar accedió a la petición de Marion. Lento y poco seguro, el sidhe se acercó a su prometida. Tragó saliva antes de enseñarle la mano. Estaba pelada en los nudillos y tenía los dedos meñique y anular doblados hacia dentro como si hubiera una falange extra. El índice no presentaba un aspecto mucho mejor. Se empezaba a hinchar y probablemente dentro de una hora se pusiera muy fea.
Se mordió el labio, angustiada, y se restregó los ojos con el dorso de la mano para limpiarlos de lágrimas.
-No es nada. Vamos a buscar un sanador.
Le cogió del codo sano y le condujo con delicadeza a la puerta. Estaba temblando de los pies a la cabeza, pero no trató de dominarse. Abrió la puerta lentamente y se asomó, buscando alguien que pudiera ayudarles.
-No -dijo Lothar rotundamente-. Están con Sir Aster. Cuando acaben con él, entonces sí.
El Conde volvió sobre sus pasos y buscó una silla para sentarse. Después de reposar en ella, levantó la mirada hacia Marion para decirle:
-No vuelvas a llevarme tan lejos. Jamás. -Bajó la cabeza y se miró la mano-. Esta podría ser la tuya. O podría haberte matado. No vuelvas a hacerlo.
Le siguió hasta la silla y se arrodilló a su lado para poder mirarle a la cara.
-No me importa Aster. Lothar, escúchame. Mírame. Si esto vuelve a... Si... Si alguna vez se trata de hacerte daño o hacérmelo a mí, hiéreme. Mátame. Pero no te hagas daño nunca más. No puedo soportarlo. Necesito que me lo prometas. Por favor.
Por primera vez hubo silencio, y Evonne no supo muy bien si eso era bueno o no. Miró de soslayo al guardaespaldas y se mordió el labio inferior, todavía preocupada.
-Si vuelve a haber gritos, sácala de ahí -ordenó señalándo a Stenn con el dedo de forma acusadora.
Resopló echando el aire por la nariz y se alejó de aquella sala a cualquier otro lugar. Quizá lo más sensato hubiese sido marcharse junto a Sarianne, en vez de quedarse con aquel loco. Pero Marion era su amiga, no la dejaría aunque creyese que estaba cometiendo una gran estupidez. Ese hombre se la estaba jugando. Mucho.
-Si te hubiera hecho daño, me habría cortado la mano -afirmó Lothar con convicción-. No me pidas que te prometa eso porque no lo haré. Sólo... no juegues con mi genio. He estado a punto de... -Apretó los dientes-. No lo hagas más. Por favor.
Puso su mano sana sobre la cabeza de Marion y su gesto duro e innaccesible se quebró.
-No sé qué va a pasar.
Aquella quizá fuese su manera de decir que no sabía qué hacer ni cómo arreglar lo que había estropeado. Lothar era orgulloso y jamás admitiría que había fastidiado cualquier opción pacífica con la corte de Sarianne. No iba a pedir disculpas por ello, pero no dejaba de pensarlo...
Cuando Lothar le puso la mano en la cabeza Marion suspiro como si se tratase de la caricia más placentera que le hubiesen hecho. Apoyó la frente en la rodilla del Gwydion y cerró los ojos.
-Pensaremos en algo. Lo solucionarás. Antes de que nos demos cuenta ya se habrá pasado todo.
Ojalá pudiera creérselo.
Axelle observó impasible como la Condesa dejó el salón y después miró a su alrededor. Podía ver las caras de los presentes, dispares en formas y expresiones. Pero parecía haber más de desaprobación y confusión que de aceptación. Sin embargo aquello, como otras muchas cosas, no le importaba absolutamente nada a la Canciller, quien se alejó siguiendo los pasos de Marjolaine. En su camino y justo antes de darle la espalda miró amenazantemente a Jorggen, a quién procuró acercarse para causar más efecto.
-Así os pudráis y matéis entre vosotros... -murmuró al salir de forma inaudible haciendo referencia a los condes y a sus amigos y amantes más cercanos. En definitiva a los que servían de más intriga a la corte.