La Leanhaun esperó a que él terminase de recitar el Juramento, notando como el momento se volvía más y más importante a cada palabra, quizá por efecto de la magia. Asió sus manos sin apartar la mirada y tomó aire para proceder.
-Me ofrezco a vos como regalo. Tomadme libremente; libre es la oferta, y para siempre la he de mantener. Te prometo mi amor y te entrego mi mano. Que aquellos que protegen el amor protejan este juramento y a quienes lo mantienen, y que nunca cometamos falta alguna a sus ojos.
Sus palabras generaron un estallido de Glamour y una bola de plumas azuladas se convirtió en un ruiseñor quimérico que se posó a su lado y trinó una alegre melodía de amor. Morgan sonrió y apretó las manos de Evonne. Los dos sintieron una poderosa corriente de Glamour que los mecía como las hojas en la brisa, como si sus corazones se hubiesen acompasado y sus almas se hubieran unido hasta tocarse.
-Puede que todo vaya bien -dijo Morgan en un susurro.
-Irá bien -aseguró la Leanhaun, embriagada por aquella agradable sensación.
Todo había acabado, al fin, y supo que aquel sería un nuevo comienzo. No estaba segura de lo que duraría ni de lo que el destino les deparaba, pero en aquel instante no importaba demasiado.
Morgan le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra su costado. Frente a ellos quedaba el trono vacío. ¿Quién lo ocuparía? Probablemente no estuvieran allí para verlo, pero era lo mejor. Al fin y al cabo, todos sus males habían pasado por los Condes y Condesas y lo mejor para evitarlos era alejarse de la política. Pero eran sidhes, después de todo, y en su sangre iba el gobierno y el poder. ¿Seguiría trinando ese ruiseñor en los meses venideros de un modo tan alegre?
Quizá sí.