4 de febrero de 2000
Los Cedros estaban tranquilos después de meses de una sombra oscura atenazando el ambiente. La Baronesa volvía a salir a montar a caballo por los alrededores. Quizá no con la confianza de antes, pero al menos saliendo al mundo exterior. Sir Aster volvía a competir con Sir Morgan con la espada y el arco. Axelle, envuelta una capa para protegerse del frío de febrero, pudo observar todas estas cosas cuando regresaba al feudo después de una ausencia de varios días.
Tras saludar a Marjolaine y que ésta le prometiera un rato a solas después de cumplir con sus deberes, Axelle tuvo la oportunidad de hablar en privado con Lady Anäis. La enigmática infantil tomaba el té con gran ceremonia y no parecía sorprendida de verla allí.
-Sé por qué habéis venido -murmuró-. Venís a pedirme algo. Yo quiero saber qué podéis ofrecerme vos.
Axelle sonrión y se sentó frente a ella. Lady Anaïs cada vez era más sabia y avispada, algo que le vendría muy bien en aquel lugar.
-No esperaba menos de vos, por eso he pensado en regalaros una quimera en compensación, o quizás un tesoro... -dijo Axelle con aire enigmático-. Iría al ensueño por vos a buscar algo que deseéis con fuerza. Un objeto mágico, un animal extraordinario...
-El amuleto de Helena -interrumpió la niña-. Una reliquia de mi Casa. Se encuentra en el Ensueño Lejano. Pero aún no irás por él. No hay prisa. ¿Qué quieres de mí?
Axelle se quedó pensativa. No recordaba ningún amuleto que se llamase igual, pero tampoco tenía razones para desconfiar de Lady Anaïs, así que asintió.
-Iría a cualquier lugar por vos, mi querida amiga -dijo-. Lo que quiero es algo muy sencillo. Necesito que ocultéis unos cantrips. Os prometo que no os traerá problema alguno.