-No tiene por qué venir a plena vista -dijo Lothar tozudamente-. Morgan puede convertirse en un animal pequeño y esconderse en mis ropajes. Y podemos reunirnos en terreno neutral, con guardias. Lo que tienes que comprender, mi amor, es que esto se ha prolongado demasiado tiempo. Si está moviendo piezas en mi contra, será mejor que lo ataje antes de que se cierre la trampa.
Soltó el colgante de la Bruja y le colocó con cuidado el pelo detrás de las orejas. No sabía hasta qué punto la joya sería capaz de ocultar la presencia del Eiluned, pero no iba a permitir que Lothar corriese ningún riesgo.
-Escúchame, por favor. ¿Qué crees que pasará si descubren a Morgan? Se lo tomará como una provocación, si tenéis suerte. A lo mejor decide pensar que intentabas asesinarla, y te detiene. O te mata. Y sin Morgan no estás protegido. -Pasó los dedos por su rotro, dibujando la línea de la mandíbula con las yemas. Su discurso se aceleró a medida que buscaba alternativas que pudiesen convencer al Conde-. Y la trampa, eso es lo que me da miedo. Aprovechará cualquier oportunidad para tenderte una trampa, y se lo estás poniendo en bandeja. Por favor, piensa. Espera a que la Reina venga de visita. Unas semanas, sólo unas semanas. En Beltaine, haz una oferta de paz en público, una disculpa. Ofrécele algo ante la corte. No rechazará un poco de poder durante el periodo Luminoso, si se lo ofreces, y no te pondrás en peligro. Hazla Canciller, dale mi feudo para su heredad...
-¿Beltane? ¡Pero faltan dos meses para Beltane! -exclamó Lothar, disgustado. Tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Negó con la cabeza y se miró las palmas de las manos-. Está bien. Esperaré.
-Prométemelo. -Le cogió suavemente de la barbilla para hacer que la mirase a los ojos e hizo una pausa para que la canción del ruiseñor le recordase a Lothar lo que pasaba cuando rompía sus promesas-. Promételo.
Lothar la miró algo dolido, pero terminó asintiendo.
-Te lo prometo.
No sabía si quedarse tranquila, pero no quería presionar más. Volvió a tumbarse, apoyada en su hombro.
-Aún tienes mucho por hacer, otros asuntos que necesitan de tu atención. Hay una plebeya que te ha traicionado. Una mujer enamorada. En tu corte, creo. Si le preguntas a Sir Earil a lo mejor puede encontrarla.
Ella, mientras tanto, tenía que ocuparse de otros asuntos.
-Veré lo que puedo hacer -respondió él con medio suspiro.
Marion se incorporó para mirar a su marido, preocupada.
-¿Sucede algo?
-No. Simplemente pensaba que podía ayudar por mi cuenta. Por una vez.
-Eres el Conde, amor mío. Nos lideras. Decides por todos nosotros. Y antes de que todo esto termine serás tú quien nos salve. Pero para que eso pase primero tenemos que ser cuidadosos, ¿no crees? Si Sarianne piensa que aún tiene tiempo para mover sus fichas, que no es necesario acabar contigo todavía... -Una vez más, Marion acarició el pelo de Lothar-. Entonces puedes actuar. Puedes prepararte para enfrentarte a ella. Y sé que lo harás.
Lothar asintió, sin mucha convicción.
-¿Y tú qué harás?
-Yo voy a estar a tu lado siempre que me necesites. En Torres Negras o aquí, donde prefieras tenerme. Donde pienses que es mejor que esté.
Lothar se lo pensó antes de contestar.
-Creo que es mejor para ambos que te quedes aquí. Por más que quiera que vuelvas conmigo, es mejor que tengamos espacio. Al menos yo lo necesito.
Marion asintió y volvió a acurrucarse en su costado.
-Tienes razón. Pero si vamos a seguir separados... Quédate un rato más al menos, por favor. Te he echado tanto de menos... Me he sentido tan sola sin ti...