11 de mayo de 1999
Axelle llegó al Aliento de las Dunas al atardecer. La luz rojiza del sol daba al feudo un aspecto realmente arábigo, hermoso. A pesar de que el palacio se encontrase en construcción, no tardaría en convertirse en una joya.
Os dejo a vosotros.
La Canciller llegó con unos minutos de retraso debido al tráfico. De camino se había mareado ligeramente por la banalidad, pero al traspasar los límites del feudo de Lord Ibrahim, una cálida corriente de Glamour le hizo recobrar el equilibrio y parar el dolor de cabeza como si se tratase de una potente aspirina. Uno de los vasallos de Ibrahim la había invitado a pasar, pues la estaban esperando, así que la Fiona se aventuró a entrar en el hall y a observar la exquisita decoración. No podía evitar que le evocara a un harén repleto de mujeres, pero por suerte nadie podía leer sus pensamientos. La Canciller se sonrió y se cruzó de brazos mientras esperaba que el Lord del feudo apareciera.
Lord Ibrahim bajó en cuanto Jan le hubo advertido de la presencia de Axelle. El Barón le había enviado una carta a través de Bastian, concertando la cita. Iba ataviado con una casaca de gasa blanca, y un pantalón de lino marrón. Unas babuchas también marrones eran su calzado, que hacía que el sonido de sus pisadas se amortiguaran contra el piso de mármol. Cruzó la sala de audiencias, y sonriendo, caminó hacia la Dama. Le extendió la mano para saludarla.
- Querida Axelle, es un placer que hayáis venido. Recibo pocas visitas por aquí, y muchas veces esto se me hace muy grande. Espero que os haya gustado mi modesto Feudo, y disculpad el jaleo de las obras...
Aquello iba a ser interesante.
La Canciller aceptó la mano del Lord pero igualmente flexionó ligeramente las piertas y se inclinó hacia delante para saludarle.
-Dudo que sea modesto el adjetivo que buscáis, mi señor -la Fiona se irguió y prosiguió-. Solo viendo como os está quedando esta sala me atrevo a decir que de aquí a unos años es probable que tengáis el feudo más extraordinario del reino. Aunque la decoración ciertamente me ha sorprendido por otras razones. Tenía entendido que nunca habíais estado en oriente...
Lord Ibrahim sonrió y asintió.
- En realidad soy medio tunecino, por parte de madre. Siempre me ha fascinado la cultura arábiga, y cuando juré el Feudo, el Ensueño lo convirtió en esto. Con un poco de Glamour, claro. - Rió tontamente. - Pero venid, por favor.
El Barón la condujo a una mesa de madera blanca, con una gran losa de mármol, y varios mosaicos de estilo persa, de forma octagonal. Se sentó y la invitó a que la imitara. Pidió a Jen que les sirviera vino de Arabia, y luego volvió a mirarla.
- Espero que os guste el vino. Es lo mejor que tengo para ofreceros. Lo cierto es que siempre me habíais parecido una mujer fascinante, Milady, pero hemos tenido tan poco trato, que ví esta invitación casi como una necesidad...
Axelle recogió el vino que el pequeño copero le había servido y se lo acercó a la nariz para respirar su aroma. Después miró a Ibrahim por encima de su copa.
-Sin embargo en la recepción de la Dama Ariadna no parecíais muy cómodo con mi presencia -la dama se permitió continuar la frase del Lord con cierta ironía-. Pero no os preocupeis, no tengo nada contra vos. Solo me ha parecido un contraste curioso.
Con la ceja del ojo inservible alzada, se animó a probar el aromático nectar.
Ibrahim sonrió.
- Lo sé, yo tampoco nada contra vos... Simplemente me pareció que Ariadna debía relacionarse con gente de su propia Corte antes de dar el siguiente paso. Es muy joven para entender la Danza Sidhe. Ya podrá bailar ella solita entre los Oscuros cuando llegue el momento. Hasta entonces, alguien debe advertirle, ¿no?
El Barón congeló su sonrisa, amable, pero con tintes cínicos, antes de darle un sorbo al vino.
- No es que tenga yo prejuicios contra los Oscuros, pero seamos sinceros, Dama Axelle... Si el propio Conde y la Condesa tienen sus diferencias, ¿cómo no vamos a tenerlos el resto? La desconfianza es una enfermedad que se extiende muy rápido...
-En mi caso yo me meto en camas de luminosos y oscuros por igual -contestó la Canciller sin ningún reparo-. Y no me ha hecho ningún mal...
La sidhe acompañó su frase levantando una mano y, con un ligero movimiento, le quitó importancia al asunto. Era cierto que en el pasado había tenido algunos encontronazos con ciertas personalidades y changelings no tan conocidos, además de haber vivido algo que muchos considerarían una tragedia. Sin embargo nunca había tenido ni un solo problema por culpa de las cortes:
-Al fin y al cabo, hablando desde la experiencia, un sidhe deja de ser oscuro o luminoso cuando se le cae la ropa -Axelle volvió a digirir su artera mirada a Ibrahim.
Ibrahim sonrió (sonrisas, siempre sonrisas) con frialdad ante el comentario provocador de Axelle. Era su oportunidad.
- Efectivamente, Milady... En los juegos de cama da igual la Corte, sólo queda la persona, la esencia. Os entiendo perfectamente, y me alegra tremendamente que disfrutéis del sexo con tanta libertad. Claro que, para disfrutarlo hay que estar vivo...
El Barón chasqueó la lengua y miró al suelo, en falsa compasión.
- Pobre Lord Gilhem... Era buen hombre, con ese porte tan galante. Me caía en gracia, la verdad. - Volvió a clavar la mirada en Axelle. - Supongo que no supo meterse en la cama adecuada. Cuando se quitó la ropa dejó de convertirse en Oscuro o Luminoso. Se convirtió en un cadáver.
Las cartas ya estaban sobre la mesa.
Axelle mantuvo una expresión firme preservando su sonrisa, pero algo cambió en el brillo de su único ojo. Estaba claro que aquel comentario no le había agradado, aunque no se podía predecir de que manera la había afectado. En la sala se hizo el silencio por su parte, el característico y engañadizo silencio duro y afilado que siempre precede a una explosión. Con un movimiento de mano, la Canciller barrió la mesa con su antebrazo tirando gran parde del vino sobre el torso y el rostro de Lord Ibrahim. Tras lo cual se levantó provocando que la silla cayera al suelo con un golpe sordo.
-No sabéis jugar a este juego, Lord Ibrahím. La primera regla es no meterse con los muertos -la Canciller golpeó la mesa con uno de sus puños y las copas volvieron a moverse en semicírculos por la mesa debido a la vibración-. ¡Por mi honor que os voy a retar a un duelo!
Lord Ibrahim sonrió. Tal como lo había esperado.
- Si tanto os ofende que se hable de los muertos, Dama Axelle, es porque vos también tenéis un par de esqueletos en el armario. - Siguió hablando haciendo caso omiso del reto, de momento. - ¿O es que me negaréis que la conveniente desaparición de Syrielle poco después de la muerte de Gilhem es mera casualidad? - Tomó la copa de vino de nuevo en la mano y sonrió divertido. - Quizás es que no podíais soportar la idea de que vuestro amante se viera más atraído por una plebeya que por vos. La eterna historia de la pasión Fiona. Se os fue de las manos y tuvisteis que tomar medidas. Jamás aceptaríais que fue vuestra culpa y os fue más fácil quitar de en medio a la Sátiro y urdir un majestuoso plan para salvaros, por el que verdaderamente os aplaudo. Pero claro, como todas las acciones tienen consecuencias, eso dejó a una de mis vasallas más queridas, Helène, destrozada y magullada. ¿Creéis que podéis manejar todo sin tomar cargo de vuestros errores, querida Axelle?
El Barón se inclinó hacia delante, sonriendo, pero su sonrisa se había convertido en afilada como una daga en el costado de la Fiona.
- ¿Me habláis de honor? Si yo fuera vos, empezaría por definir la dignidad, querida. - Y tomó un gran sorbo de vino que le supo a victoria.
Axelle continuó mirando con el mismo semblante al Lord, pero según este fue formulando su discurso sus músculos se relajaron hasta el punto en que la sangre volvió a fluir por sus agarrotados puños. La mirada que la Canciller dedicó a Ibrahím no se podía descifrar, aunque podía confundirse con desconcierto, o al menos en un principio. Sin embargo, cuando el barón terminó de hablar y miró a la Fiona con aquel rostro de autocomplacencia, la Canciller explotó. En un segundo la sala se llenó de la genuina risa rota de Axelle, quién incluso lloraba por el esfuerzo.
-Por Arcadia, no podéis estar hablando en serio... -consiguió vocalizar con esfuerzo mientras secaba una de sus mejillas con el dorso de la mano-. Quizá deberíais limpiar un poco vuestra bola de cristal, Adivino, me da que contempláis algo turbias vuestras visiones...
La fiona se agachó para levantar la silla.
-Ahora quizás debería irme, al igual que vos quizás deberíais elegir a un campeón... A menos que engañéis y debajo de esa túnica haya un buen duelista. Sea cual sea el caso, pronto recibiréis una nota con una hora y un lugar. Invitad a quién queráis, os recomiendo que haya testigos -Axelle se echó la melena hacia atrás con un ligero movimiento de su mano-. Y siento que vuestra sirvienta esté deprimida. Si me acuerdo la enviaré un ramo de flores.
Cuando Ibrahim escuchó la risa de Axelle, sonrió ampliamente, acompañándola. Pero cuando vio que la intención de Axelle era irse, se levantó también.
- Todavía no he terminado, Dama.
Dio un par de pasos hacia ella, pero dejando aún una distancia prudencial.
- Os seré franco. No tengo nada contra vos, y para nada quiero inculparos de un crimen, aunque tenga pruebas suficientes para relacionaros con la muerte de Gilhem. Mis propósitos son muy distintos.
Por primera vez en el encuentro, la sonrisa del Barón cayó y su semblante quedó gélido.
- Quiero saber el paradero de Syrielle. Si está viva, o muerta, y dónde está. Sé que vos lo sabéis, así que sed sincera y no os envolucraré en todo esto. Claro que si no queréis colaborar... No tendré más remedio que llevaros frente a los Condes. No me mintáis, porque os juro por el Ensueño que lo sabré.
-Si lo supiera no os lo diría -declaró la Fiona-. ¿Quién os creéis? ¿El gendarme jefe del reino? ¿El consejero? Limitaos a hacer vuestro trabajo al igual que yo me dedico a hacer el mio.
Axelle frunció el ceño respondiendo así al semblante de Ibrahim. Al principio la conversación prometía, luego le hizo gracia; pero ahora el barón se estaba exceciendo demasiado.
-Deberíais seguir mi consejo y no meteros donde no os llaman, milord. Solo os traerá problemas... ¿O no recordáis la tormenta que cayó sobre el condado cuando os tomásteis ciertas libertades respecto a la Dama Ariadna? -Axelle señaló al barón con el dedo índice y volvió a golpear la mesa-. Llamad a los Condes, entonces veremos que pruebas tenéis contra mi.
El Barón apretó los dientes. Todo se complicaba. Y odiaba el tono de Axelle dándole consejos de cómo podía ejercer sus competencias. Maldita Fiona.
- No, no llamaré a los Condes. No os daré el placer de saber cuándo y cómo os acusaré. Viviréis con ese temor de ahora en adelante. - Se giró y comenzó a caminar a la escalinata de su torre. - Sea el duelo, y que sea pronto. Iros, Axelle. Es una pena que hayáis actuado así.
Y subiendo por la escalinata, el Beaumayn desapareció.
Axelle también se había girado cuando el adivino comenzó su dramática ascensión por la escalinata y salió por la puerta cuando acabó. De todas aquellas tonterías que se habían dicho también habían surgido dos cosas buenas. La primera es que llevaba tiempo esperando tener otro duelo. La segunda era que aquellas manchas de vino no se iban a ir facilmente de las delicadas ropas del barón.