12 de agosto de 1999 - 12:20
Lady Marion se había recuperado de su enfermedad y tenía cosas de las que hablar con Ariadna. La citó para ello en Hoja de Hiedra, donde sabía que no eran escuchadas por nadie. El clima del feudo estaba bastante tenso debido a la detención de Sir Bastien; nadie olvidaba que había sido el líder durante unos meses y que no lo había hecho demasiado mal.
Antes de la charla con Sir Aster.
Recibió a Ariadna en sus aposentos. Había una pequeña maleta sobre la cama, pero la mayor parte de las cosas que había traído se quedaban en el feudo. Cuando vio a la Gwydion suspiró, en apariencia aliviada de verla.
-Ariadna. Me alegro mucho de veros. Venid, sentaos. Cerrad la puerta, por favor.
Se sentó en un sofá de dos plazas y palmeó el cojín para invitar a Ariadna.
Ariadna, que ya de por sí apreciaba poco estar en aquel lugar, tras la detención de Bastien lo hacía todavía menos. Había salido con apenas un rasguño de la reyerta, y triunfante por la efectividad de su tesoro y sus artes para desenvolverse en la batalla. Todo un logro para ella, la verdad.
-Me alegro de que os encontréis mejor, Lady Marion. ¿Os marcháis? -dijo observando la habitación con extrañeza, antes de tomar asiento a su lado.
-Sí. De eso tenía que hablaros. Voy a trasladarme a la Flor de Piedra, con Lothar, durante un tiempo. Y quisiera que vos os ocupaseis de Hoja de Hiedra durante mi ausencia, como mi Canciller.
La Gwydion parpadeó sosteniéndole la mirada unos instantes.
-Pero... Eso es mucha responsabilidad -objetó, todavía perpleja por las palabras de Marion-. Seguro que tenéis a alguien de mayor confianza en quien depositar ese cargo.
-No voy a obligaros a aceptar un cargo que no queráis, pero me veo en la obligación de dejar Hoja de Hiedra en manos de alguien, y no hay nadie mejor preparado que vos. Habéis recibido la educación de una gobernante, después de todo.
Cogió una de las manos de Ariadna entre las suyas y le dio un suave apretón.
-Están pasando cosas, y tengo que intentar solucionarlas. He sabido que a Lothar y a mí nos buscan unos vampiros que desean vengarse de lo que le hice a Adéle; vos también deberíais tener cuidado, pero más cuidado aún al decidir con quienes contáis. Mucho me temo que confiar en otros no es sabio. Aquellos a quienes creemos nuestros amigos tienen intereses ocultos, y me temo que los vuestros no son una excepción.
Marion se volvía a cada palabra más retorcidamente misteriosa, logrando que su ser se llenase de desconfianza. Primero la atemorizaba con aquellos seres y después le pedía precaución respecto a las compañías que llevaba, como si todo el Condado estuviese teñido de un oscuro velo. Casi sonaba irónico viniendo de ella.
-¿De qué habláis, Marion? –preguntó manteniendo las serenidad en el rostro pero con un deje de preocupación en la voz-. Habláis como si se tratara de un complot y… Con más razón he de dudar el aceptar ser vuestra Canciller. Me dejáis sola en un lugar donde han respaldado a un ser monstruoso, uno al que yo misma di caza, y hacéis hincapié en que vigile a mis amigos. ¿En quién se supone que he de confiar entonces? Y habláis de vampiros de nuevo. Esas criaturas son horribles y poderosas. Vos lo sabéis mejor que nadie, que estuvisteis bajo su influjo. ¿Cómo pretendéis resolverlo sola? ¿Lothar está al tanto?
-Está al tanto, pero prefiere ignorar la amenaza. No pretendo lanzarme a la caza de vampiros, sólo convencer a Lothar de que se proteja. Tampoco son los seguidores de Bastien quien deben preocuparos. Es más fácil vigilar a nuestros enemigos que a nuestros amigos, porque al menos sabemos quiénes son. Decidme, sois amiga de Sir Cedric, ¿verdad? ¿No andaba persiguiéndoos? Hasta dio aquel lamentable espectáculo en el cumpleaños de Lothar.
-¿Ignor…? –musitó negando con la cabeza. ¿Cómo podía Lothar obviar algo así? ¿A caso su felicidad le volvía tan incauto que había olvidado el incidente en el bosque?
La mención de Cedric hizo que se moviese incómoda en el sofá y apartase la mirada, avergonzada.
-Sí, lo dio. Pero aquel asunto quedó zanjado esa misma noche. Últimamente coincidimos menos de lo acostumbrado. ¿A caso ha hecho algo?
Desvió la mirada un instante hacia la puerta.
-No, nada nuevo. Lo importante no es lo que hiciera, sino el por qué. No sé si sabéis que está en contacto con Lady Hiver. Si no me equivoco era todo un número, orquestado por la Duquesa, para distraeros de la tarea que vuestro padre os envió a hacer. Y si me decís que ha dejado de insistir... ya no tiene que manteneros apartado de Lothar, ¿no?
Ariadna sopesó sus palabras unos instantes, y casi al momento comenzó a sentirse colérica. Si era mentira Lady Marion estaba acusando a un buen amigo suyo sin apenas pruebas. Si por el contrario llevaba razón Sir Cedric había tratado de manipularla con un fin desdeñable, sobre todo teniendo en cuenta la nobleza de sus sentimientos y cómo se había resuelto todo aquel asunto.
-¿Y en qué os basáis para hacer esa acusación? –replicó-. Bien podría ser una coincidencia y que tras ese lamentable espectáculo le quedasen claras mis atenciones hacia él.
Marion se encogió de hombros. Era consciente del peligro de inflingir semejante herida en el orgullo de un Gwydion.
-Que está relacionado con Lady Hiver os lo puedo Jurar, si queréis. Yo misma he visto las cartas, aunque brevemente. Sobre lo demás... ¿es realmente tan difícil de creer? Tan pronto el Conde y yo... empezamos una relación, Cedric dejó de perseguiros. Prácticamente en el mismo instante, según parece. Y si creéis que su alma Luminosa no sería capaz de algo así... Ruego que no os ofendáis, pero vuestro padre os envió aquí con un cometido parecido.
Ariadna se levantó de repente.
-Lo sé. Y por eso le aborrezco a él y no... -hizo una sentida pausa y se volvió hacia Marion-. ¿Y qué queréis que haga ahora? ¿Por qué me lo contáis? Si ya hizo lo que debía no tendría por qué involucrarse más conmigo.
-Porque creo que debéis saber la verdad. Detrás de cada cosa que sucede en el Condado hay alguien defendiendo sus intereses. Lo menos que podemos hacer es tratar de averiguar quién tira de nuestros hilos.
Se levantó también, mucho más calmada que Ariadna.
-O si no pensad en lo que le ha sucedido a Lady Marjolaine. Sir Bastien no solamente hizo una atrocidad; también dejó a una Baronesa fuera de juego. Y los Barones tienen lealtades.
-Fuera de juego... -repitió moviendo levemente la cabeza de forma afirmativa, como si comprendiese de qué iba todo aquello-. Sé dónde están mis lealtades y vos también, Marion. El problema, entonces, es dónde están las del resto. Empieza a dejar de gustarme toda esta intrincada red de telaraña, nunca sé dónde pongo los pies y siempre parece haber más cuanto más ahondas. Dudo que pueda ayudarte, pero haré lo que esté en mi mano. Si necesitáis volver a Blois me quedaré a cargo del feudo.
-No es tan difícil de deducir. Lord Quent y Lady Sarianne son amantes, según se dice. Cierto o no, son cercanos. En cambio, a Marjolaine la colocó en su puesto Lord Lothar. La incógnita era este feudo, Hoja de Hiedra, que en la práctica era de Sir Bastien hasta que Lothar me lo concedió. Y no es secreto que Bastien no siente aprecio por Lothar.
Caminó hasta un sillón individual y se sentó.
-Por eso os pido que tengáis cuidado, y os agradezco que aceptéis ser mi Canciller y administradora. Bastien aún despierta lealtades aquí... y es probable que en algún lugar cercano alguien despierte las de Bastien.
La Gwydion la siguió con la mirada y trató de devolverle una sonrisa tranquilizadora, pero no pudo.
-Ya... Cuento con ello. Estaré atenta y trataré de... averiguar con quién me junto realmente.
Sonrió a Ariadna sin ganas.
-Maravilloso. Sólo una cosa más, Ariadna. Protegeos contra los vampiros... y si podéis, convenced a Lothar de que haga lo mismo, os lo suplico. Hablad con Pollux, le pedí que idease algún artefacto para contener luz solar. Y sé que no es necesario que os lo diga, pero cuanta menos gente sepa de este tema, más difícil lo tendrán para encontrarnos.
Cogió la mano de Marion para darle fuerzas.
-Hablaré con él y le haré entrar en razón, no lo dudéis. Y todo este asunto permanecerá a salvo conmigo. Creo que junto a vos soy de las últimas personas, y con razón, que nada desean la presencia de esas criaturas.
Tras darle ánimos una vez más, se despidió de la Eiluned reorganizando su cabeza. Tenía cosas que hacer, y cosas pendientes que resolver.