Partida Rol por web

Saga soltó a Thorir y se pasó los dedos por el pelo asiéndolos a la raíz.

-Vamos a ver. Ellos no han incendiado el granero. Einar piensa que sí, y si los ve los va a matar injustamente. Son las leyes y el honor del norte, entiendo que eso sea demasiado complicado para tu sesera sureña. Pero te diré esto: si no han sido ellos, ¿quién crees que ha sido? Alguien que sigue allí, entre esa gente. Alguien que no sabemos quién es y que está aprovechando el despiste. Yo prefiero estar con quien sé que no acaba de carbonizar todas las provisiones de un pueblo entero cuando el Invierno ya está aquí. ¡Por la misericordia de Mannaz, niña! ¡Despierta de una vez, esto es el norte!

Y con sus palabras, como si reclamase al espíritu salvaje de aquellas tierras, una ráfaga de viento se levantó a su espalda arrastando los copos de nieve y haciendo crujir la arboleda que se adentraba en la oscuridad.

Dicho aquello, Saga agarro la capa de Thorir para tirar de él.

Bedelia valoró la respuesta de Saga, y sólo después de considerarlo bien decidió dar la vuelta, recoger las cosas y dirigirse de hacia la norne.

Aunque todavía sentía un resquicio de duda.

-¿Ves? No era tan complicado explicarme qué está pasando aquí-Dijo, mientras empujaba a Thorir desde la espalda para alzarlo-Quizás para ti esté todo muy claro, pero yo estoy ayudando a escapar a tres desconocidos en medio de una cacería. En el norte o en el sur esta situación es extrema.

Miró a Saga a los ojos, mientras terminaban de alzar a Thorir y ponérselo en los hombros.

-Drunfo está...¿muerto?

-Prácticamente. Demasiado grave... -explicó entre jadeos por el esfuerzo de arrastrar al norteño. Después de todo Saga apenas entraba en la media de estatura y peso-. Intenta... Intenta mantenerlo con vida. Evita que sangre más mientras...

Ni siquiera terminó de decir la frase. Se arrodilló junto al norteño alcanzando los materiales que había podido recabar y se puso a trabajar en ello como pudo. Decidió que, después de todo, se iba a tomar el tiempo que hicese falta para al menos sacar a uno de los dos de aquel agujero...

Bedelia frunció el ceño, preocupada. No sabía nada de medicina, y menos como para hacer que aquel hombre dejase de sangrar.

Apartándose de Thorir, llegó hasta Drunfo y rebuscó en su mochila algún trozo de tela con el que poder presionar la herida.

-No se cómo parar una hemorragia-Escupió, sin dejar de presionar, la única cosa que el instinto le aconsejaba-He visto a Ashe hacerlo, pero no puedo imitarla.

Saga cortó parte de las ropas de Thorir para poder limpiar bien la herida, usando tanto la nieve fría, que ayudaría a coagular y limpiar, como aplicando los ungüentos que Ashe había preparado. Le bastó olerlos o saborearlos ligeramente para saber qué clase de medicinas eran. También le pidió a Bedelia que le acercase su mochila para usar la ropa ya desgarrada del día anterior para rematar los vendajes. Aun así no pudo estar segura de haberle salvado la vida. Habría que esperar. Habría que rezar para que su alma fuese tan fuerte y tozuda como su carácter.

Tras varios minutos, largos y angustiosos en los que la norne no dejó de murmurar para sí, determinó que ya no podía hacer más por él. Colocó la mano cerca de su boca y notó el aliento cálido del norteño. Al menos seguía en aquel mundo. Antes de limpiarse, pasó las yemas por el estómago de Thorir y con la misma sangre fresca dibujó una runa en su frente, apretando con el pulgar a la vez que susurraba una plegaria en arkés antiguo junto a su oído. Aquello era todo.

Con calma se levantó, aunque al girarse hacia Drunfo no pudo evitar que un escalofrío le trepase hasta la nuca, susurrándole junto al oído verdades ocultas entre los árboles. Parecía cansada aunque algo más dueña de sí misma.

-He hecho todo lo que he podido... Vamos a necesitar caballos si tenemos que movernos -informó. Después dejó que el silencio se apoderase de la escena un segundo, dubitativa-. Si puedo salvarle... Tendremos que arrastrarle a algún lugar.

Bedelia suspiró y cerró los ojos. Empezaba a notar cómo el nerviosismo hacia mella en ella y la dejaba agotada, pero no podía relajarse. Tenía que volver a acercarse al poblado, idea aterradora teniendo en cuenta que el fuego se había apagado y los lugareños estaban más alerta.

-Iré a por los caballos mientras te ocupas de Drunfo, a no ser que tengas una idea mejor...

Miró el cielo, desde allí la luna brillaba con fuerza. Aquel cielo no se parecía en nada al que podía ver en el sur, y por primera vez desde hacía tiempo echó de menos estar en casa, a salvo, con Fredrick.

Suspiró y se recompuso al tiempo. No debía perderse en pensamientos de aquella manera. No era sensato, dada la situación.

-Hay cuerdas en la mochila, traeré dos caballos para poder huir. ¿Necesitamos algo más?

"Algo más a parte del sentido común que has perdido", pensó, sin llegar a verbalizar nada.

Saga despegó los labios, todavía a cierta distancia. Después los volvió a cerrar sin haber dicho nada, el ceño fruncido como si tratase de hacer esfuerzos por recordar algo importante. Entonces chascó los dedos y miró a Bedelia de nuevo.

-Capas o mantas. Habrá que hacer un cabestrillo o algo... No sé si seremos capaces de subirle encima de una montura. Y... No te acerques deprisa a los caballos. Acaríciales el morro, despacio, júntales con una cuerda para que se sientan acompañados y guíalos con calma -explicó con rapidez-. Y si te descubren o sospechan... No les debes nada a ellos. Ni a mi. Tu vida va primero.

-Mantas también hay en mi mochila, las cogí de casa de Frigda.

Bajó la cabeza y apretó los labios, era evidente que aquello no había sido agradable para ella. Después se levantó y cogío cuerda de su mochila.

-Volveré lo antes posible, pero si tardo demasiado simplemente salid de aquí como podáis.

Dedicó un instante a pensar en el comentario de Saga, "tu vida va primero". Eso significaba que la norne no esperaba arriesgarse por nadie si las cosas se ponían feas. Lógico, Bedelia ni siquiera entendía por qué estaba haciendo todo aquello. Lógico, pero también algo desolador...

Dio media vuelta y comenzó a andar lo más rápido que pudo sin llegar a correr. No llevaba consigo nada más que su estoque y cuerda. Creía poder justificar los dos objetos con facilidad.

Su mirada se perdió con ella en la penumbra. Volvía a estar sola entre muertos y moribundos... Como siempre le había parecido estar; ida... Rodeada de cosas que no alcanzaba a comprender y que jamás podría dejar atrás. 

Dio un paso adelante, valiente, decidida, pero las rodillas le temblaron y en vez de quedarse junto al gigante tuvo que apartar la mirada con un quejido, cubriéndose el rostro con las manos como si aquello fuese a evitar ver lo que no quería ver. Su mente susurraba 'no puedo... no puedo...' Pero tenía que poder. De alguna manera tenía que poder.

Alcanzó la mochila de Bedelia y cogió una cuerda con la que sujetar a Thorir. Después, con calma, se acercó al caballo del norteño con gestos cortos y suaves. No le costó llevarlo hasta Thorir y lograr que se tumbase. Lo complicado fue estabilizarlo y asegurarlo con las cuerdas lo suficiente para que cuando el caballo se aupase, el bastardo no se fuese de cabeza al suelo. Otra vez. Le costó, pero logró al menos que se mantuviese sobre la grupa. Después, tras echarle una manta por encima, ya no encontró más excusas para no hacer lo que debía hacer...

Recogió los ungüentos y se acercó todavía tambaleante hasta quedar junto a él. Rojo y blanco. Sangre maldita. La sangre lleva a la sangre... musitó contemplando aquellas garras carmesíes que se extendían sobre la pureza del suelo.

-Cállate -espetó, para ella y para nadie. Se dejó caer de rodillas junto a él y hundió las manos en la nieve para limpiarlas.

Empezó a maniobrar como pudo, pero no podía. El menor crujido hacía que saltase y el aullido del viento emulaba las voces del más allá. No parecía un mal tipo, maltrecho, pálido y a punto de reunirse con su familia... No lo parecía pero... el reflejo del más allá chillaba como un eco lejano, retorciéndose en lo más profundo de su mente, y cada vez que posaba la manos sobre su tibia piel luchaba ante la imperiosa necesidad de retirarla.

Cuando terminó todavía respiraba, pero no podía asegurar que aquello fuese a ser suficiente...

Quiso llorar.

-Algiz, portadora del Hielo Eterno y luna menor de Jera, guíanos en la ceguera de esta noche eterna. Escucha en el viento la desesperación y el llanto de tus hijos. Bebe la sangre de sus heridas y el terror de sus labios. Ellos luchan y se aferran a tu corteza, atravesando las garras del invierno en busca de una verdad que les ha robado su nombre... El nombre que Mannaz nos susurra a todos al nacer de los árboles. -Igual que con Thorir, pero esta vez en su pecho, Saga dibujó la runa de la diosa que protegía a todos los hombres-. No les olvides. No nos olvides... en esta noche eterna que se cierne sobre nosotros.

Bedelia dejó el vé con una sensación horrible. Estaba segura de que todo aquello les explotaría en la cara de una manera u otra. Además, todavía no acababa de confiar en la versión de Saga, aunque tenía sentido, más o menos. Lo que le había dicho a Ashe era cierto, no ponía la mano en el fuego por Drunfo y Thorir, pero no le parecían aquel tipo de personas.

Entornó los ojos y recordó la conversación con Ashe en el gran salón, mientras curaba las heridas de Renmo. Ella sabía dónde estaban y por qué les habían atacado, y por ende estaba al tanto de las órdenes que había dado Einar, al menos desde la versión de Saga.

Se masajeó las sienes, aquello resultaba demasiado confuso y sospechar de todo el mundo no ayudaba en nada. Suspiró, estaba llegando otra vez al poblado cuando cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde encontrar los caballos. Mordiéndose el labio se preguntó dónde debía ir primero, y volvió a sentir la agobiante presión del tiempo. Debía haber un lugar donde se guardaran, algún sitio cerca de la entrada o el gran salón...

Esas serían sus primeras opciones. Suspiró, se abrazó y siguió caminando.

Puede que no hayáis estado mucho rato en el vé, pero parece ser que los habitantes de Sultünge son más eficientes de lo que puede parecer, pues cuando llegas al centro del pueblo el fuego ya está casi extinguido. El granero, como era de esperar, se ha venido abajo, pero no todo está calcinado. Aunque dudas que haya sobrevivido algo de comida, lo cierto es que tenía peor pinta de lo que al final ha sido. De hecho, a excepción de algunos focos rebeldes, la mayor parte de la estructura, o lo que queda de ella, está ya libre de las llamas, y hay partes del edificio que, a pesar de estar rotas o ligeramente quemadas, todavía podrían ser reutilizadas como leña o base para una nueva construcción. En realidad, aquel infierno estaba condenado a devorar todo desde el principio, y que hayan conseguido salvar todo eso es, en cierto sentido, admirable. Probablemente la combinación de un buen líder y unos subordinados habilidosos. Estos últimos, que no son otros que el grueso de la aldea de Sultünge, sin distinción de edad, sexo o tamaño, se turnan para acabar el trabajo, aunque algunos, posiblemente los que más se esforzaron antes, se están permitiendo el lujo de reposar o empezar a reunirse frente al salón del jarl.

En lo que respecta al líder, es una incógnita. Sin el jarl y sus hombres presentes, y con Ashe ocupada de los heridos... ¿Quién ha sacado adelante a esas buenas gentes? ¿O, pudiera ser que, por una casualidad del destino, por una voluntad común o quizás por intervención divina, no se haya necesitado líder? ¿Pudiera ser que, frente a la adversidad y la amenaza de un final aterrador para todo lo que aman, aquellas gentes hayan trabajado como un único cuerpo, una única alma, un único ser?

No hay tiempo para esas divagaciones. Los caballos.

Por desgracia, no hay suerte en una primera batida. Cerca de la casa de Einar no parece haber ningún establo, y tampoco encuentras ningún edificio en las cercanías del que salga ningún ruido. Los caballos son bastante perceptivos, y la luz y el calor de las llamas, aunque sea a través de las rendijas que quedan entre los tablones de una pared de madera, son suficientes para ponerles nerviosos. Debería oírse algún relincho, o el golpear de patas nerviosas ante la incertidumbre de un enemigo tan formidable como es el fuego. Sin embargo, no se oye nada. Claro que apenas si has buscado en un cuarto del pueblo. Menos, quizás, ya que no recuerdas bien la localización de todas las casas... ¿Cuántas te habían dicho que eran?

Una nueva ráfaga de viento responde a tu plegaria. Si es una señal de los dioses, una respuesta sutil a tu intento por llamar su atención, o un simple efecto climático, no acaba de quedar claro. Pero lo que sí queda claro es el frío que trae con ella. La ventisca empieza a retornar, quizás más furiosa que antes, y vuestras ropas se empiezan a quedar blancas por la nieve. El vaho que sale de las tres bocas es perfectamente visible, y solo en tu caso representa algo más que una pequeña nubecilla efímera. Su respiración es débil, y desde luego las condiciones climáticas no son las mejores. Aunque van bien abrigados, sus heridas están abiertas a la noche... ¿Pero qué alternativa hay? Ni siquiera tienes una antorcha con la que alumbrarte. Y ahora que el incendio parece haber remitido, ni siquiera las llamas de la lejanía iluminan tu posición. Estás sola en la oscuridad.

Y el invierno parece reírse a tu costa.

Bedelia apretó los dientes y volvió a maldecir en silencio. ¿Por qué todo estaba siento tan sumamente difícil? ¿Por qué no podía haber un letrero que indicara "¡caballos gratis! Llévese dos y huya de la aldea rápido"? Refunfuñó, y un pequeño remolino de vaho se perdió en la oscuridad.

Decidió seguir buscando, perdida en la ventaja que concedía la oscuridad. No era precisamente discreta, pero era mejor que pasearse por Sultünge sin un lugar exacto al que ir.

¿Y si todos los caballos se los había llevado la partida de caza? Era una posibilidad, pero debía seguir intentándolo.

La suerte o la casualidad hacen que, cuando empiezas a temer que tu misión esté perdida antes de empezar, un edificio capte tu atención, a cierta distancia. ¿Podría ser que...? ¡Sí, tiene toda la pinta de establo! Bueno, al menos, por lo poco que sabes de establos. Y de casas norteñas. Pero bueno, tienes una corazonada. Y al fin y al cabo, solo vas a echar un vistazo... ¿Qué podría salir mal?

-¿A dónde vas tan rápido, sureña?

Oh, no. Esa voz no.

Abrió los ojos, desesperanzada. El invierno regresaba como si hubiese trazado un pacto con el traidor para darle tiempo y causar el mayor daño posible. Y se reía a carcajadas como una hiena; a su manera, con el crujir de las ramas y los susurros de un pueblo que debía afrontar el infortunio con una voluntad de hierro. Quizá después de todo pensar que aquellos habían sido los culpables les ayudaba a dirigir su ira hacia un lugar soportable... O quizá no.

Con cuidado, casi con un cariño inusitado que ni ella misma sabía de dónde venía, Saga arropó a Drunfo con la manta más gruesa que encontró. Le cruzó los brazos sobre el pecho colocándole las manos bajo las axilas para que pudiese mantener el calor lo máximo posible y dejó que su cabeza descansase en su regazo. No podía hacer más, y eso le despertó una inesperada desolación. Aquella no era forma de morir, agonizando en la ventisca en los brazos de una desconocida, con dolor y sin piedad. Como un traidor y un maldito.

Ella también había pensado muchas veces que la magia oscura había caído sobre ella, permitiéndole ver los horrores que ningún humano debía ver. Una tortura o un castigo para el que jamás había encontrado respuesta. ¿Y si él también se había sentido así de perdido, desterrado y abandonado?

Al final resultaba daba igual porque aquel era su mundo, su tierra y su invierno, y el reino con el que tanto había soñado. Haufmarsormen; el reino de Holst. El mismo reino frío e inhóspito que estaba a punto de arrebatarles la vida... Si lograba aniquilar sus fervientes ganas de vivir.