-Hola. ¿Puedes oírme?
-...
-Parpadea si puedes oírme.
-...
-No es difícil. Espera, dame un segundo. Tardarás un poco en generar una proyección de tu cuerpo, pero puedo acelerar el proceso. He descubierto que normalmente os resulta más fácil comunicaros cuando partís de vuestras percepciones originales. Vale, ya está. Ahora, asiente si me oyes.
-...
-Bien. Intenta hablar.
-... Eeaah...
-¡Bien! Venga, no es tan difícil. Intenta decir tu nombre.
-Aaaeeii... Ooooe... No...
-¡Eso es!
-No... Sé...
-Sí, como esperaba. No te preocupes, es normal que estés desorientado, os pasa a todos. A veces alguno retiene pequeños retazos de memoria, pero la mayoría queda demasiado afectado por la experiencia. No te preocupes, en unas horas todo estará más claro. Intenta seguir hablando.
-Yo... ¿Por qué... cuesta?
-Porque no tienes garganta. La sensación será un poco extraña al principio. En realidad proyectas tus pensamientos en forma de sonido, pero por ahora tú imagina que estás hablando. Será más fácil.
-¿Qué ha pasado?
-Que has muerto.
-He...
-Muerto, sí. Acostúmbrate.
-... ¿Cómo?
-Ya te acordarás. A veces es el primer recuerdo que llega, el de la muerte. No es que sea el más agradable.
-... Drunfo. Me llamo Drunfo.
-Oh. Interesante.
-¿El qué?
-Lo bien que te has tomado lo de tu muerte. Otros lloran, o gritan, o ríen histéricos.
-...
-Y sí, sé que te llamas Drunfo. Al igual que sé otras muchas cosas sobre ti que tú ahora mismo no recuerdas.
-¿Quién eres?
-¿Yo? Oh, considérame un amigo.
-Lo dudo.
-Sí, entiendo tu escepticismo. Uno no debe confiar en un extraño, en nuestra tierra, y mucho menos de los que se presentan como amigos. ¿Qué tal un benefactor, entonces?
-...
-Bueno, chico, dame algo con lo que trabajar. Tampoco es que estés en una posición de exigir nada, que digamos.
-Dime tu nombre, al menos.
-¿Oh, de veras? Quizás quieres reconsiderarlo. No hay nada más inútil que un nombre.
-Tú sabes el mío. Es lo justo.
-¡Ja! Buena elección de palabras. Y sí, coincido: no puedo negarme ante la evidencia. Has de saber, sin embargo, que los nombres son abstracciones caprichosas. En mi caso, supongo que la respuesta dependería de la persona que preguntara, pues se me ha conocido de muchas maneras distintas, a lo largo de los últimos siglos.
-¿Siglos?
-Milenios, en realidad. Cyo, Teiws, Tiu... Hubo una región que me llegó a conocer como "l que brilla", y muchos me siguen llamando "el Manco", como si lo único destacable de mí fuera que me falta una mano. Probablemente hayas oído el nombre con el que se me conoce más popularmente hoy en día. Por ahora vamos a dejarlo en Ziu, que es como me presenté a las sureñas.
-¿Y qué quieres de mí, Ziu?
-¿Tú qué crees?
-...
-No es que seas muy parlanchín, ¿eh?
-¿Por qué no me respondes?
-Relájate un poco, Drunfo. Como he dicho antes, no estás en condición de exigir nada. Tranquilo:tendrás respuestas. Pero antes, concédeme este pequeño placer. Así funcionan las cosas: tú me das algo, yo te doy algo. Es un juego. En esta ocasión, lo que quiero es saber lo que piensas.
-...
-Podría averiguarlo de otras diez maneras distintas, créeme. Pero quiero que me lo digas tú. Como gesto de buena voluntad.
-Creo que quieres utilizarme.
-Oh, por favor, Drunfo. No te intentes escapar con obviedades. Quiero algo más específico. Mójate un poco.
-Quieres... Usar mi sangre.
-¿Tu sangre?
-Mi legado maldito.
-¡Ah! No, no, no. Bueno, no es una mala respuesta, pero no, no es eso por lo que te quiero. La mancha de Kraeghul estaba ligada a tu cuerpo, no a tu alma. Al morir, has quedado libre de esa carga.
-... Así que era cierto.
-Eso me temo. Lo siento.
-Pero entonces... ¿Por qué te intereso?
-¿Cómo que por qué? ¡Por eso mismo! Con la maldición, no eras más que un desgraciado, una crisálida que podría haber germinado en un mal poderoso y antiguo, pero conocido. Era lo que se había vaticinado, al fin y al cabo.
-¿Lo que se había vaticinado?
-Oh, sí. Aunque bueno, en retrospectiva... Quizás interpreté mal esa parte. Ese maldito ciego siempre usa palabras enigmáticas para sus profecías. "El portador de la sangre maldita abrazará su verdadera naturaleza, aceptando al final su destino"... Claro, se puede leer de las dos maneras. Cabrón retorcido... A estas alturas ya debería olerme estas cosas.
-Su verdadera naturaleza...
-Sí. Pensé que significaba lo obvio, ya sabes, que acabarías comiendo carne humana y desatando a la bestia latente. Pero el ciego nunca se equivoca, así que... No sé. Quizás tu destino fue siempre negarte. Pero tenías potencial, podrías haberte convertido en algo muy poderoso. Y ya sabes como funcionan estas cosas: siempre que alguien tiene alguna fuerza latente interior, acaba por despertarla. Si no, las leyendas no tendrían gracia. Pero mira, esta vez no ha sido así. Supongo que a veces pasa.
-¿Y qué era lo que tenía yo dentro?
-Oh, eso no importa ahora. Lo que importa es que te juzgué mal, y eso no suele ocurrirme a menudo. Tu "verdadera naturaleza".
-Todavía no has respondido a mi pregunta.
-Sí, ya llegamos. No seas impaciente. Lo que quiero decir es que yo venía a observar con teorías propias sobre lo que iba a pasar, y casi todas han resultado ser ciertas. Excepto tú. Tú me has sorprendido gratamente. Así que he decidido darte una oportunidad.
-¿De qué?
-De servirme. Normalmente el ciego se queda con todos los que se ganan el derecho a trascender, y el resto va al Olvido. Pero hay excepciones, y yo tengo algún que otro privilegio, de vez en cuando. He decidido aprovechar para hacer uso de ellos en esta ocasión, y estoy reclamando tu alma para mis huestes privadas. Si aceptas, claro.
-No lo entiendo.
-No, ya sé que no. Entenderás. Pero antes de seguir, quiero que me respondas: ¿por qué? ¿Por qué rechazaste la carne, ignorando lo que te exigía tu legado? ¿Por qué aceptaste la muerte, a pesar de saber que era algo injusto, tras todo lo que habías vivido?
-Yo... No sé. Está todo borroso.
-No me mientas, chico. No es tarea fácil, y estoy empezando a cansarme.
-... Puede... Puede que no lo decidiera. Puede que fuera el azar.
-¿El azar?
-Sí. O... No sé. Quizás habría comido, en otro momento.
-Vaya. No es una respuesta muy interesante.
-Es lo que hay.
-Bien. Hablemos entonces del trato que te ofrezco. Y que conste que no te estoy obligando a nada, ¿eh? Debes tomar esta decisión por tu cuenta. Si decides rechazar la oferta, me iré. Con algo de suerte, el ciego te acogerá en sus salones. Si no, al Olvido. Que no está tan mal como te lo han pintado toda tu vida, créeme. Pero a mí no volverás a verme, y no tiene por qué ser algo malo. No te estoy ofreciendo un paseíto por el campo. ¿Comprendes?
-...
-Tomaré eso por un sí.
-¿Y qué pasa si voy contigo?
-Que te entrenaría y te enseñaría a moverte por esa nueva existencia. Que te entregaría alguno de mis dones, y con el tiempo, quizás te convertiría en uno de mis campeones. Y que, llegado el momento, te unirías a una antiguo conflicto, una lucha contra el mismo mal que lleva contaminando estas tierras desde la Gran Guerra contra la progenie maldita de Jera. Y luego...
-¿Qué?
-Luego, Drunfo, tendrías que matar a tu hermano.