El sol asciende en el horizonte, en su lenta ascensión hacia el mediodía, iluminando el paisaje nevado en toda su gloria. Una luz que trae la esperanza a una gente que lo ha perdido todo, y que ultima los preparativos para la partida. En una hora aquellas casas estarán vacías al fin, y la naturaleza reclamará el pequeño reducto de civilización hasta que las nieves desaparezcan. Casi pareciera que el mismo pueblo hubiera decidido ofrecer un cielo tan despejado, un regalo de despedida para sus hijos, como si quisiera ofrecerles una última vista del lugar que les vio crecer. El ajetreo es considerable, y todo el mundo va de un lado para otro, intentando dejar preparado hasta el más mínimo detalle. Al fin y al cabo, un pequeño fallo de cálculo puede resultar mortal allá afuera...
Sin embargo, entre todo el alboroto existe una pequeña isla de tranquilidad. Un hombre que, apoyado sobre la madera del trineo improvisado, observa el bosque en silencio, ignorando los ruidos de su espalda. En cierto momento, al acercarte por un motivo u otro, percibe tu presencia y esboza una de sus habituales sonrisas sarcásticas... Aunque has llegado a conocerle lo suficiente par interpretar que, en realidad, se alegra de tu presencia.
El día había llegado, por fin, y Saga miraba aquel cielo y su luz con un calmado asombro que hacía vibrar sus sentidos. Era hermoso y pacífico, y a la vez implacable. Dejó un par de mantas que le habían dado sobre el trineo y después observó a Ingur un momento antes de volver la vista hacia el bosque.
-M-hm. -Asintió levemente, cruzándose de brazos pensativa. Había estado poco habladora toda la mañana, ensimismada en lo que iba a venir, quizás. La claridad del día casi volvía sus ojos azules-. La vida sigue.
Se descolgó la mochila para posarla junto al trineo. Había perdido el resto de pertenencias en el asalto, pero lo esencial, lo importante, seguía con ella.
-Estoy deseando perder de vista este pueblucho.
Suspiró largamente todavía sin decir nada. No creía que ninguno de ellos, de los extranjeros, fuese a echarlo mucho de menos. Todos habían conocido horrores que merecía la pena poner a dormir cuanto antes. Y para los habitantes esperaba que los buenos momentos le ganasen la batalla al resto. No entendía bien como algunos de ellos seguían queriendo quedarse, pero, de nuevo, no todo el mundo estaba hecho a los caminos y la incertidumbre.
-¿A dónde vas a ir? -preguntó, y entonces recordó que tampoco sabía de dónde venía-. Creo que no te he preguntado de dónde has salido.
Ingur se encoge de hombros.
-De un pueblucho en la frontera -sonríe-. Los hombres que venían conmigo, ¿te acuerdas? Veníamos de hacer un... Trabajito. Imagino que nuestro benefactor ya se habrá olvidado de nosotros. ¡Je! Ese cabrón no necesita excusas para olvidarse de pagar. Y tampoco es que pueda obligarle, a estas alturas.
Da un par de golpecitos en su pierna, de buen humor.
-Así que no sé, la verdad es que no tengo nada pensado. Supongo que tendré que conseguir una pata de palo, o un par de muletas, y acostumbrarme a andar como bien pueda. Luego iré a donde tenga que ir. Uno tiene que aprovechar las oportunidades que se le presentan... Quien sabe, quizás volvemos a vernos en Hendell. O en la Costa de Comercio. En lo que a mí respecta, estas tierras se pueden quedar con mi pierna y mis recuerdos: ya he tenido suficiente de ellas.
-Hm.
El corazón del hombre anhelaba, pero eran los Dioses quienes decidían, pensó. También pensó que no tenía ganas de divagar sobre las intenciones de estos, y menos con Ingur, así que escuchó sin decir nada al respecto, la vista todavía fija en el bosque. Se había despedido de Xeir temprano aquella mañana, mientras despuntaba el alba entre las hojas con destellos dorados. Le había recordado su don, que los Dioses le habían regalado el poder de ver y que para que una sombra se proyectara debía existir luz. Entonces lo miró de soslayo un instante, todavía de brazos cruzados, y eso fue todo.
-Quizás.
Ingur suelta una risotada que suena más bien como un bufido.
-Estás habladora esta mañana, ¿eh? ¡Alégrate, mujer! Mira qué día hace.
Señala al cielo despejado, por si no fuera evidente ya con la luz que ilumina el blanco reluciente del bosque.
Saga resopló con hastío sin llegar a estar muy segura de por qué lo estaba encontrando particularmente irritable aquella mañana.
-Precioso.
Decidió tras escasos segundos que no tenía que ver con él sino con ella misma, así que se esmeró por sonreír brevemente, levantando la mirada hacia el cielo y entrecerrando los ojos por la claridad. No dijo lo siento ni nada más, pero descruzó los brazos y se esmeró por suavizar el tono y la actitud.
-Si me echas de menos pregunta en Karlsrude -bromeó-. Es como mi parada frecuente. Tengo algunos conocidos que suelen saber más o menos dónde ando. También es donde Will recibe cartas de su familia, en el Roble Negro. Pero ten cuidado, igual los bastiones están demasiado al norte para un sureño como tú.
Mission accomplished - llamar a alguien de goldar sureño.
-Quizás -responde Ingur, tras unos segundos, imitando tu tono de voz con una sonrisa traviesa-. Y hablando de sureños... He oído lo que hizo tu amiguita, la maestra acróbata.
Saga le miró de soslayo, pero al final pasó por alto el comentario.
-Voy a tener que hacerme Lady de algo a este paso.
-Oh, tú ya eres mucho más "Lady" que la mitad de señoronas que he conocido. El título es lo de menos.
No lo dice como un cumplido, ni como una crítica. Más bien parece que se hubiera limitado a enunciar un hecho, como que es difícil mirar al sol con los ojos abiertos o que las hormigas trabajan en grupo.
-Y no es la única que se viene contigo, ¿no?
Había veces que soltaba cosas como esa, casi sin venir a cuento o como si no tuviesen tanta importancia, y le daba la sensación de estar caminando sobre tablas sueltas.
-No. Bedelia quiere acabar con la criatura, la que lo empezó todo, y Thorir necesita aprender cómo ganarse lealtades si algún día quiere sentarse en el trono de su padre y que no le acuchillen por la espalda.
Y yo necesito espadas y gente en la que confiar, pensó sin dejar que trasluciera.
-Eskol quería que me quedara aquí.
-¡Je! Sí, ya imagino lo que querría. Casi siento empatía por el chaval, con la que tiene por delante.
Está a punto de añadir algo, pero al final parece decidir que ya ha hablado suficiente, y vuelve a mirar en dirección al bosque, sonriendo ante alguna broma no pronunciada.
-A qué viene esa sonrisa socarrona tuya -añadió, señalándole.
Ingur no deja de sonreír, pero notas que su respuesta es algo brusca.
-¿Qué quieres que te diga? Hace un día espléndido y me falta una pierna. No podría estar más contento. ¿Y a ti qué mosca te ha picado?
No le miró de inmediato, y cuando lo hizo no pareció ver lo que esperaba, si es que alguna vez había esperado algo. Quizás fuese el sol y el buen humor, todo en un contexto totalmente diferente en el que ya no caminaban al borde del abismo. O al borde de la nada. Demasiados días a la sombra. Pero no supo qué decir y, en el fondo, no quiso decir nada.
-Nada. Disfruta del día -respondió sin acritud ni mala saña, inclinándose para recoger la mochila. De verdad esperaba que lo hiciera, pues los días venideros no iban a ser fáciles para nadie.