Partida Rol por web

La carta está llena de tachones, y escrita con pulso tembloroso.

"Espero no me desprecies por hacer esto por carta. Nunca he sido capaz de decir estas cosas en persona, ya lo sabes. Me pongo nerviosa y aparto la mirada, la voz no me sale. Y necesito que sepas lo que pienso, esta vez, sin que mi cobardía sea un impedimento.

He estado pensando mucho sobre lo que me dijiste. Sobre lo que significó conocerte, sobre lo que ha significado viajar contigo durante todo este tiempo. Sobre lo que fui antes, cuando vivía con mis padres en Phaion, y sobre lo que soy ahora, perdida en el norte del mundo, entre bosques nevados y demonios blancos. No ha sido un viaje corto: he cambiado. He visto lo que hay tras el velo de seguridad con el que crecí y aprendí a mirar el mundo, y he roto los tabúes que nunca creí fuera a romper. Tengo sangre en mis manos, y me cuesta conciliar el sueño por las noches. He perdido el miedo a lo desconocido, y veo a la gente de manera distinta. He podido contemplar la forma que adoptan las historias que me contabas, sobre espíritus y monstruos mitológicos. Me ha transformado. Esta tierra. Y tú también.

Quizás todos cambiamos, constantemente. No tiene por qué ser algo malo.

Tus palabras me han atormentado durante estos días. No tiene sentido ocultarlo durante más tiempo: la amistad y admiración que sentía por ti hace ya tiempo que mutó en algo más, pero durante meses y meses me he intentado engañar a mí misma. Supongo que debo darte las gracias, en parte, por servirme como espejo. Por obligarme a enfrentarme a esa verdad que nunca he querido ver. Y ahora que sé que mis sentimientos no serán correspondidos, al menos no en la manera en la que yo desearía, no puedo seguir aplazando esta decisión.

Podría volver a mi hogar, como dijiste. Volver a la seguridad que me ofrece mi familia, olvidarme de esta historia de venganza que persigues. Alejarme del norte helado, volver a las costas de mi patria, en donde el sol es benigno y los dioses bondadosos. ¿Qué diría eso de mí, sin embargo? ¿En qué me convertiría, si solo hubiera viajado contigo por una razón tan egoísta? ¿Acaso no sería como aceptar que todo este viaje no ha sido más que un error?

No. Me niego a creer que ha sido un error. Me niego a creer que soy una víctima; no seré tan injusta: si te he acompañado hasta el fin del mundo, no ha sido solo por lo que siento hacia ti. Acusarte de algo así sería tan fácil... Pero no sería verdad. Si estoy aquí, es tanto por mí como por ti. Yo fui la que decidió marchar hacia el norte, alejarme de mi zona de confort. Yo fui la que decidió protegerte, y lo hice porque sabía que al hacerlo me protegía a mí misma. Porque quería cambiar, aprender, descubrir el mundo, y tú eras mi salvoconducto para hacerlo. Porque sabía que tú podías enseñarme a ser una persona diferente.

Te amo, Saga, y espero que entiendas lo difícil que ha sido escribir esas dos palabras. Y el hecho de que dicho amor no vaya a ser correspondido como a mí me gustaría no cambia nada. Porque antes que tu compañera, siempre seré tu amiga. Y antes que tu amiga, siempre seré tu sklamo. Si el futuro nos depara peligros, que así sea: escojo este camino por mi propia voluntad, y te libero de cualquier responsabilidad. Porque si vuelvo a Phaion, ahora mismo, todo lo que he hecho, todo lo que he vivido, no habrá significado nada. Puede que sea egoísta, cargarte con mi compañía, pero es mi decisión, y soy consciente de todo lo que ello implica. Mi hogar está contigo, ahora.

Te estaré esperando en el vé, al atardecer. Si no vienes, entenderé que vuelves a rechazarme, y emprenderé mi camino. No sé a dónde iré, pero no volveré al sur. Tampoco es que eso importe, en realidad. Si esa es tu decisión, no te guardaré rencor".

Al atardecer, una figura permanece, inmóvil, junto al vé. El sol proyecta su sombra, alargada, contra la nieve. Espera en la distancia, mirando en dirección al bosque, en silencio.

La observaba desde hacía largos minutos, apostada entre dos de las casas envuelta en su capa. Había empezado a temblar del frío que calaba bajo las ropas, pero le pesaba más el miedo y la incertidumbre que la necesidad de moverse. En la diestra, escondida entre los pliegues, aferraba la carta que había leído y releído hasta casi aprendérsela de memoria. Todavía no sabía qué iba a decir, pero sabía que no la podía dejar marchar sin más. De modo que caminó cada paso con la urgencia reprimida de correr hacia ella y abrazarla y decirle que lo sentía de verdad. Pero no hizo nada de aquello; se acercó en silencio hasta que el sonido la delató y se encontraron de frente.

-Will -dijo.

Siempre le había gustado más llamarla Mina. Y menos, Willemina. Pero a Will, Mina le recordaba a su familia y a su pasado en el sur, a cuando era más ingenua y feliz, y una noche hacía ya mucho tiempo, entre risas y chistes y miradas cómplices, Will se había levantado por sí misma para defenderse de algo que no le gustaba. Saga no la había vuelto a llamar Mina. No tenía intención de hacerlo. La respetaba por haber tenido el coraje de hacerlo, igual que la respetaba por haberle escrito todo aquello.

La sureña da un respingo, y al girarse hacia ti ves que está visiblemente nerviosa.

-Espera -dice, antes de que hables-. Solo quiero una palabra, Saga: ¿aceptarás mi lealtad?

Saga frunció el ceño, parada en el sitio y sin decir nada. Le chocó lo directa que había sido y durante unos largos segundos de incertidumbre no supo cómo responder. Había esperado titubeos y explicaciones, enzarzarse en otra discusión sobre lo que había escrito y lo que ella misma había dicho varios días atrás. Pero no, Will lo tenía claro.

Se recompuso, irguiéndose, la barbilla recta y la mirada serena:

-Sí, Will. Acepto tu lealtad.

Will suspira, aliviada. Luego asiente y, con actitud solemne, se desata el estoque de la cintura y te lo entrega.

-Toma. Hagamos esto como corresponde.

Acto seguido se coloca frente al vé y empieza a entonar, de memoria. Según avanza, su voz se va volviendo más firme y sonora.

-Soy Willemina, hija de Harrie, nieta del honorable Valentijn, el cuál obtuvo gloria y poder allá en las tierras sureñas. Regreso de la batalla en la que, sin dudarlo por un instante, me enfrenté a un demonio blanco surgido del hielo más negro, que cayó muerto bajo nuestros aceros. A lo largo de los Yermos Gélidos, pasando por las Tierras Oscuras y la Costa del Comercio, he derrotado a enemigos poderosos y rufianes sin escrúpulos, y aquí me encuentro para contar dichas hazañas. Mayores gestas aún se han de cantar sobre mí, pues mi espada será reconocida en tierras lejanas y mi habilidad temida por aquellos que osen enfrentarse a ella. ¡En este hirð su filo ha de enfrentarse a los aceros que el deber y la lealtad exijan, si su señora me concede el honor de aceptar mi juramento, ay!

Tardas unos segundos, después de que empiece a hablar, en entender lo que ocurre. Aquellas palabras, tan poco propias de ella, no son más que el inicio de un antiguo juramento Aytir, en el que una persona pasa a convertirse en el hirðmenn de otra: defensor, consejero, y leal vasallo. Un vínculo que une de por vida, poco habitual en los tiempos que corren. Normalmente el que lo acepta es un noble, jarl o gran señor.

El juramento empieza listando las hazañas del guerrero, y mencionando las que están por venir, algo que sin duda ha sido algo difícil para la modesta y reservada Will. Luego es el turno del señor que acepta el juramento para hablar.

La observó, conmovida, no sólo por el vasallaje que estaba dispuesta a ofrecerle sino por su propia valentía y entereza. Era el norte hablando, el precio de la sangre derramada, del miedo y del sacrificio, y Saga comprendía también la responsabilidad que todo ello conllevaba. Estaba dispuesta a aceptarlo.

Se deshizo de los guante y, sosteniendo la espada en horizontal, avanzó.

-Yo, Saga Olrik, hija de Olreen, nieta de Erländ ‘lengua de plata’, eskalda del clan Ygnling, quien viajó hacia el norte llevándose consigo las memorias de una tierra lejana y olvidada. Historias de las cual soy yo señora y protectora. Historias que cobran forma a nuestro paso dando vida a horrores que jamás debieron existir, y a las que juro perseguir hasta mi último aliento. Yo, Saga Olrik, hija de tradiciones y sibila de espíritus, ante la mirada de los dioses escucho tu llamada, Willemina, hija de Harrie, nieta del honorable Valentijn, y acepto tu plegaria, tu espada y tu valor.

Clavó la espada en la nieve para después hacerse con su daga entre los pliegues y cortar un mechón largo de su pelo, el cual rizó y ató a la empuñadura. Después, mientras seguía hablando, mirándola, hizo una incisión en su mano y dejó que la sangre manchase el metal. Porque Will había jurado sangrar por ella, y su señora debía estar dispuesta a hacer lo mismo.

-Juro que mientras quede aliento en mi boca siempre habrá un lugar para ti junto a mi chimenea, que los manjares de mi mesa serán también los tuyos, y que no pediré de ti ningún servicio que te deshonre. Que los dioses sean testigos.

Cogió de nuevo la espada, sosteniéndola en horizontal para entregársela a su protectora.

Will posa su mano derecha en la empuñadura, mientras se arrodilla. Luego pronuncia su juramento.

-Yo, Will, juro esto: que siempre me encontraré en la vanguardia de la batalla, luchando al lado de mi señora y amiga, si es que la llamada de la guerra reclama que porte mi espada. Y cuando el cuerno de guerra no resuene en las montañas, no solo no olvidaré su generosidad, sino que le ofreceré mi sabio consejo y leal apoyo cuando ella decida aceptarlo. Que antes caeré muerta en la tierra que permitir que le acontezca daño; y si a pesar de ello es derribada por la punta envenenada o el filo envejecido, entonces no cederé un solo centímetro de terreno, avanzando directamente hacia el ejército enemigo, luchando hasta el último aliento o hasta su completa aniquilación, para vengarla. Y por el hacha de Thuriz y el fuego de Sowilo, la bondad de Fehu y la determinación de Algiz, y por la eterna sabiduría de Anzus, señor de los dioses, que esta misma espada que ahora sostengo sobre mis manos me arranque la misma vida, que su hoja se retuerza y se vuelva contra mí, si alguna vez fallo en preservar este juramento. Por mi honor, lo juro. Que los dioses sean testigos.

Acto seguido pasa su mano izquierda por el filo, cortándose voluntariamente y dejando que su sangre se mezcle con la tuya.

-Yo, Saga Olrik, he escuchado tu juramento y así lo han hecho los Valdyr. Escucha ahora mis votos: de mi oro escarlata yo te otorgaré regalos, honrando así tus méritos, cediéndote de mis manos anillos dorados a las tuyas; entre mis hermanos y hermanas tendrás lugar en el festín y con hidromiel llenarás tu copa. Si eres llamada ante la ley, entre enredos y nudos, entonces yo y todos mis consejeros y familiares estaremos a tu lado con juramentos de protección si así lo necesitas. Y por último, mi espada se interpondrá entre tú y tus enemigos, mi fuerza y astucia estarán siempre de tu lado sin dudarlo, pues desnudo se encuentra el hombre que no cuenta con hermanos leales. Que Anzus, el Padre de Todo, Dios de los Juramentos, escuche. Que Fehu me mantenga fiel. Que Uruz y Gebo sean testigos de mi palabra. Que Algiz tenga este juramento en su memoria y que Thuriz, Dios Todopoderoso ¡consagre esta plegaria!

Le entregó la espada, como mandaba la tradición, su tradición, y colmó el gesto poniendo sobre su cuello el colgante que llevaba: un collar de tres piezas talladas en madera, la principal luciendo el dragón y las dos siguientes representando a las hermanas gemelas, Kenaz y Hagalaz, en runas. Sonrió para si misma y para ella viéndola alzarse sobre aquel manto blanco, los rayos muriendo lentamente en el horizonte con haces rojizos y dorados, ante los ojos de los mismos dioses, y pensó que quizás Will no fuese norteña de nacimiento, pero se estaba consagrando como tal.

Y así, estrechándola entre sus brazos, cerraba el juramento que ahora las unía para siempre.