El pendiente, en tu mano, emite destellos azulados al incidir la luz de la luna en su superficie. El canto de los grillos acompaña tus pensamientos.
Si quieres que Saga de marcha atrás, be my guest. Aunque sea un flashback, sigue siendo tu pj.
Apretó el labio superior con los dientes, vacilante. Azul como el hielo. Azul como el cielo. Azul como la infinidad de un mar que nunca había visto.
No.
Con el inminente terror a que todo aquello fuese un truco, Saga soltó el pendiente y echó a correr fuera de aquel callejón con una creciente sensación de advenimiento que se clavaba en su piel.
I'm your guest
Corre, corre, corre. Aléjate de ese mundo sin sentido, de ese peligro desconocido, de esa luna titiritera. Busca la seguridad de tu hogar, el abrazo de una madre, el calor de unos leños encendidos. Cruza los caminos, vuelve sola a través de campo y tierra, barro y charcos, maleza y arbustos, bosques laberínticos. Tus pies se mueven solos, tus jadeos acompasan los pensamientos que se agolpan en tu cabeza. ¿Qué era esa tienda? ¿Qué abría el colgante, la llave? ¿Acaso no era más que un simple juego, una trampa para engañar a una boba como tú? ¿O quizás el peligro acechaba detrás de la tela? El mago, los bailarines, los montículos de harina... ¿Quién se oculta al otro lado?
Casi crees oír una voz, en la lejanía, llamando tu nombre... Pero son solo imaginaciones. La imaginación de un niño, sin embargo, puede obrar maravillas.
Te detienes a mitad de camino, para tomar aire. Tu casa está a menos de quince minutos. Un par de curvas, y aquel mundo de locos desaparecerá de tu vida.
No se dio cuenta de cuánto había corrido hasta que empezó a sentir cuchilladas en el costado. Paró en seco, casi desplomándose, apoyando las manos en las rodillas. 'Los que persiguen la luna acaban por volverse lunáticos...' Casi podía escuchar la voz de aquel tipo como un susurro desde detrás de su oído. Y le daba rabia y bronca. Y cometió el error de mirar atrás en vez de hacia adelante.
Casi podía escuchar a sus hermanos mayores riéndose y llamándola cobarde. A su madre regañándola por volver tan tarde y... ¿Qué habría dicho su abuelo? ¿Qué habría hecho el escalda goldariano?
Supo mientras caminaba de vuelta a casa que aquel fuego, aquel mago de trabalenguas imposibles ocuparía un lugar importante en su memoria. Uno al que quizá no acudiese con mucha frecuencia... sólo en las noches largas en los que uno termina por preguntarse qué habría sido de si...
La posada está en silencio cuando llegas al patio delantero. La puerta está abierta de par en par.
Silencio. Un silencio lento, frío y sinuoso cual reptil que parecía tan fuera de lugar como un sol asomando por el norte. La inocencia, sin embargo, se resistía a creer, a admitir que una brecha se había abierto entre el mundo de pesadillas y aquel resquicio de tierra en Hendell.
Nunca, ni siquiera en las inhóspitas noches invernales le había parecido ver aquel lugar tan terriblemente desolado. Con la punzada del dolor y la incredulidad acrecentándose a cada paso, Saga recorrió con pasos cortos el trecho entre la seguridad de una infancia dulce y la dolorosa verdad que cambiaría la línea de su vida para siempre.
Lo pongo así porque imagino lo que viene. Si ahora gritan sorpresaaa, va a ser un poco lol
Lo primero que llega es el olor. Un olor fuerte, cargado, dulzón, intenso, metálico. Se introduce en tu nariz como un veneno, te rodea y te embriaga. Te aterra. Un hedor que solo aquellos que han presenciado la muerte conocen. Un olor terrible, nauseabundo, inhumano. O muy humano, según se vea. El olor de la sangre.
Luego llega el frío. Un frío que cala hasta los huesos, un frío que no parece de este mundo. La ropa se llena de escarcha, la piel se pone morada. Los ojos se secan, los labios se cuartean. Los músculos no responden, no quieren responder. El propio cerebro nota que algo no marcha bien, y parece desconectar las principales funciones motoras, como si al hacerlo conservara el calor corporal.
Justo después, los ruidos. El ruido de tus pisadas, acompañado por cierta succión pegajosa, al andar sobre un suelo cubierto de... No quieres pensarlo. El ruido de algo, más allá, monótono e incomprensible, el ruido que hace una mandíbula al cerrarse sobre un pedazo de carne, para luego abrirse y cerrarse otra vez. Tragando, devorando. El ruido de la locura. Lo peor, sin embargo, no son los ruidos que se oyen si no los que dejan de oírse. Ni el zumbido de las moscas, ni los gemidos de dolor, ni los grillos que cantan fuera. Todo ha enmudecido, excepto las pisadas y aquella sinfonía de terror...
Lo último es la vista.
Tus padres, en el suelo. Sus vísceras, esparcidas en direcciones caóticas y opuestas. Sus ojos, abiertos de par en par, sus bocas congeladas en una mueca de terror. Sus brazos y piernas, doblados en posturas imposibles.
La cordura empieza a resquebrajarse.
Uno siempre escucha historias. Historias que, por muy reales que hayan sido, no dejan de ser fragmentos resquebrajados y distorsionados de realidades nunca vividas. Y cuando a alguien le toca vivirlas en primera persona, en ocasiones, todavía le invade más esa inherente sensación de irrealidad.
Así se encontraba Saga, como en una caída incesante entre dos realidades: una, la que se encontraba tras el umbral de la puerta. La otra, atada al brillo feroz de las lenguas de fuego y las lágrimas de luna. Y su mente no podía definir cuál resultaba más irreal.
Si les vio o llegó a reconocer, nunca lo supo. Aquel espectáculo dantesco de vísceras, sangre y el hediondo olor a muerte, se quedó anclado en lo más profundo de su mente, donde regresaría en forma de indescifrables pesadillas y sueños retorcidos en los que el silencio era lo más agradable que uno podía esperar. Pero en aquel instante en el que su vida acabó y empezó, la niña no pudo más que permanecer inmóvil y aterrada en el mismo lugar donde había contemplado todo aquel horror.
Las sombras hablan, y su voz es familiar, cercana... Moribunda.
-Saga...
Como si tirase de ellos un hilo invisible, Saga volvió los ojos hacia lo único que pudo reconocer. Parecía haberse quedado sin voz.
¿Cómo describir lo indescriptible? Hay a veces en las que existe una disonancia entre lo que ocurre y lo que uno percibe, pues los sentidos son imperfectos y proclives a error. Hay a veces en las que la propia psique decide proponer juegos mentales, exagerando o disminuyendo lo que le rodea y modificando los recuerdos del receptor como arcilla moldeada por algún niño caprichoso e injusto. Hay a veces que la realidad oculta secretos al ojo, secretos que no llegan a ser encontrados, eliminados por una consciencia incapaz de ver más allá de lo obvio.
Y hay veces que la realidad y la percepción se dividen en dos mundos distintos, independientes y, al mismo tiempo, conectados, en los que el horror de la propia mente se encuentra en conflicto perpetuo con la locura que la rodea.
¿Qué es lo que ocurrió, realmente, aquella noche? Como un puzzle incompleto al que le faltaran piezas, solo se puede entrever un atisbo de aquella carnicería, un simple vistazo por el ojo de la cerradura de una puerta que la cabeza de una niña interpone entre su cordura y una realidad que destroza, rebana, deshilacha las hebras del pensamiento racional y deja solo los caóticos desvaríos de alguien que no volverá a ser el mismo. Las palabras pueden ser fieles a los hechos, reflejando con exactitud lo ocurrido, pero se vuelven borrosas y transparentes a la hora de relatar lo que siente una niña que, indefensa y reducida a condición de mera observadora, se da de golpes con algo que trasciende la humanidad. No hay edad suficiente como para encajar dicha transgresión.
Palabras, pues, para describir los hechos: Una sombra, en el suelo, arrastrándose hacia ti. Desesperada, suplicando... ¿Qué? Qué le ayudes. Que te vayas. Que le mates. Sangre de tu sangre, compañero desde el inicio del viaje, cuando los primeros retazos de consciencia empezaron a asomar en tu persona. A veces enemigo, a veces confidente, a veces tirano y a veces apoyo. Distante, puede, quizás incluso obligado. Pero ante todo, hermano. Ahora reducido a un guiñapo en el suelo, tan insalvable como tu inocencia.
Un golpe brusco, una garra atravesando el pecho de Andrel. Su cuerpo se retuerce en un estertor espasmódico, y la sangre sale despedida. Una gota roja cae en tu mejilla. ¿Qué es? ¿Qué quiere decir? Ese muñeco no es tu hermano. Es un cadáver, un mueble inerte más que adorna la casa con mal gusto. No puede ser tu hermano. Sobre él, el asesino empieza a erguirse, proyectando una sombra inhumana, animalesca, inmensa, sobre ti. En su boca, los restos de una mano arrancada, que todavía mastica. En su rostro...
Ojos blancos.
Palabras para definir los hechos percibidos. La realidad queda sujeta a la sapiencia de un hipotético observador omnisciente. Lo que ocurre dentro de una niña no puede llegar a describirse.
Aleh, último post. El resto del flashback es tuyo.