Partida Rol por web

25 de Noviembre, año 990 D.C.

De nuevo en el camino. Otro día más, vivo. Otro día más que agradecer.

Tus pasos te guían por la espesura, en dirección a ninguna parte. Escapando, como siempre, sin quedarte quieto, sin dejar que te atrapen. No has tenido ningún encontronazo desde hace meses, pero los años te han enseñado a ser cauteloso: El enemigo podría estar en cualquier parte, a la espera, acechando. Tu vida siempre ha colgado de un hilo.

Hace unos días que dejaste atrás la cordillera de Miürenheim, y aunque aún ahora sigues divisándola a no mucha distancia, alzándose como una sierra que arañara el cielo nublado, no tienes muchas ganas de volver. Demasiadas leyendas oscuras en torno a su figura, demasiadas historias sobre bestias hambrientas. Como si el frío no fuera poco. Que aquí también hace frío, pero la baja altitud lo hace algo más soportable, al menos.

Te sientas en una roca, para descansar. Bebes algo de agua para reponerte, y masajeas tus pies doloridos por la marcha. No sabes qué hora es, pero todavía no debe haber llegado el mediodía. El bosque está tranquilo, aunque tú bien sabes que los bosques de tu tierra siempre guardan más de lo que aparentan. Pero sí, este parece un buen lugar para descansar. Quizás comes algo, para reponer fuerzas.

Hace unas horas que decidiste dejar el sendero, y la marcha se ha vuelto más trabajosa, cruzando la espesura. El "atajo" que has tomado te ahorrará un par de horas de camino a cambio de un mayor desgaste físico, pero tú tienes buen aguante, y el tiempo en los Yermos Gélidos es un bien muy preciado. Con algo de suerte, antes de que el sol empiece a descender deberías haber encontrado de nuevo el sendero, y antes de que anochezca deberías haber llegado a algún asentamiento. A menos que no tengas suerte, y te toque montar un refugio para pasar la noche.

El invierno ya está entrando, y entra fuerte. Así que esta última opción no te atrae demasiado...

Han pasado ya varias horas desde que dejé el sendero y la idea de que quizás me haya perdido empieza a cobrar fuerza en mi cabeza. No seria agradable dormir una noche más a la intemperie pero cualquier cosa es mejor que no viajar al sur.

Huir de este invierno asesino ha estado entre mis planes desde hace mucho tiempo, el único que quería permanecer en estas tierras era mi padre, pero desde su fallecimiento no he hecho más que viajar al sur en busca de una vida más tranquila. Es duro huir de tu patria, pero no hay nada que me ate a este lugar.

La noche está entrando, el sendero sigue sin aparecer asi que será mejor sentarse un rato a descansar y orientarse mejor.

Tras unos minutos de mirar a tu alrededor, acabas decidiendo que lo mejor para encontrar el sendero otra vez sería continuar por donde estabas yendo. Por allí parece que el bosque es menos frondoso, y hay zonas elevadas que te permitirán encontrarlo de nuevo.

Sin embargo, cuando guardas tus pertenencias y te dispones a retomar la marcha descubres algo que te llama la atención: Un par de pisadas recientes de pezuñas, probablemente de algún ciervo o venado. El rastro aún está fresco, y al mirar más detenidamente descubres más pistas que parecen indicar a una dirección diferente a la que habías decidido previamente. Sin embargo, no te costaría mucho, o eso crees, dar un rodeo para seguir el rastro durante unos minutos y ver si al otro lado hay buenas noticias. La verdad es que la posibilidad de cenar carne fresca esa noche, asada en una buena hoguera, es tentadora...

Pero más tentador es encontrar un pequeño poblado donde todavia no me conozcan, además, encender una hoguera en plena noche atraería demasiada atención.

Permitiré a ese PUTO venado continuar viviendo un día más, mi principal objetivo es encontrar ese sendero. Ya tendré tiempo de llenar el estomago más adelante.

La promesa de un lecho caliente y cómodo, e incluso de la compañía de un extraño, te resulta demasiado atractiva como para aplazarla, así que ignoras el rastro y continúas por la espesura. No tardas en encontrar el sendero, y ahora gracias al atajo habrás ahorrado algo de tiempo. El sendero parece llevar en la dirección correcta, y no te cuesta mucho seguirlo ya que, aunque no está muy bien señalizado, estás acostumbrado a reconocer las marcas típicas del camino.

Tras unas horas caminando, sin embargo, el trayecto empieza a hacerse pesado. La subida constante hace que se te carguen los gemelos, y tus pies se hunden en la nieve. Empieza a hacer más frío, cada vez, según se acerca la noche. Hace un rato que no se oye nada, solo el sonido de tu propia respiración, y tampoco has visto más rastros de animales desde el atajo. Una luz mortecina de un sol oculto por las nubes ilumina el lugar, cada vez más tenue según avanzan la tarde. El bosque, blanco por la nieve, parece contener el aliento. Y hace cada vez más frío.

De repente, el crujido de una rama.

El sonido de la rama que irrumpe en el silencio que llevaba horas escuchando, tan solo acallado por el de mis pisadas, hace llevarme instintivamente las manos al mango del mandoble a la vez que me vuelvo hacia su origen.

Intentas ubicar el origen del sonido, pero no tienes suerte. ¿Te lo has imaginado? No, lo has oído, estás seguro...

Las ramas trazan un baile de luces y sombras a tu alrededor. El vaho sale de tu boca, perfectamente visible debido al frío, cada vez más insoportable... ¿Hacía tanto frío hace unos minutos?

Lo oyes, de nuevo, pero esta vez es distinto, como algo arrastrándose por el suelo. Giras la cabeza y lo ves.

Allí, a muchos metros de distancia. Una silueta, entre dos árboles, acechándote. No distingues su forma, ni sus facciones.

Pero sí sus ojos, que brillan blancos como la nieve.

Automáticamente me viene a la mente aquella bestia. Fue hace mucho tiempo, pero el recuerdo del asesino de mi hermano perdura en la retina como el sol que deslumbra de mañana. Aquel tamaño descomunal, aquellos colmillos y aquella agilidad casi antinatural para un ser de sus dimensiones, pero lo que más inquietaba eran sus ojos. Aquellos ojos penetrantes y blancos que podían dejar petrificado al más bravo de los guerreros con solo mirarlos. Aquella bestia no era natural, aquella bestia era un monstruo del frío infierno.

Pero no, no pueden ser esos mismos ojos, mi padre dio muerte al monstruo, ¿Acaso podría haber otro ser igual de temible? Daba igual, aquellos pensamientos no deberían estar ahora en mi mente.

Vuelvo en mi, desenvaino lentamente sin quitar mi vista de aquellos ojos brillantes. El acero sisea de la vaina. La adrenalina empieza a actuar, ya no siento el frío. Los pies están inmóviles en la nieve, parece que he pasado una eternidad en aquella posición hasta que, involuntariamente, grito.

-¡Vamos! ¡Ven a por mi de una puta vez! 

El eco de tus palabras resuena en todo el bosque, devolviéndote el desafío con tu misma voz.

Nadie te responde. Los ojos no están, ni tampoco la silueta. No hay nadie más que tú en el bosque. Por un momento, dudas que te lo hayas imaginado todo. Un crujido en la lejanía añade una nueva incertidumbre: ¿Ha huido? ¿Acaso era real? Es como si la nieve se lo hubiera tragado.

El frío parece hacerse algo menos intenso, pero la sensación de estar siendo observado no desaparece.

Me despejo los ojos con el puño. ¿De verdad había algo ahí? No puedo haberlo imaginado.

Hago acopio de todo mi valor y me dirijo al lugar entre esos dos arboles donde hace nada había jurado ver aquellos ojos. Debe de haber algún rastro en la nieve...

No hay criatura, ni rastro, ni señas de que allí hubiera habido nada más que tu imaginación...

Puede que haya sido el cansancio acumulado de los últimos días. Al fin y al cabo, el frío y el esfuerzo físico no son buenos compañeros. Quizás has cogido algo de fiebre. Te llevas la mano a la frente, pero no está caliente. No, dudas que estés enfermo. Pero si no es una alucinación... ¿Qué es?

Recuerdas las historias que contaba un viejo, hace unas semanas, frente al hogar de una familia que tuvo la bondad de acogerte a cambio de ayudarles con la cosecha. Historias de espíritus de la nieve, criaturas que se alimentan del calor de los vivos y que moran en la cordillera Miürenheim...

Pero los cuentos de brujas nunca te han quitado el sueño. Probablemente no ha sido más que una mezcla de la luminosidad ambiental, tu cansancio acumulado y la mala visibilidad.

Estoy empezando a cansarme de este viaje, y de este frío. Solo quiero encontrar un asentamiento lo antes posible y despejar la mente. Empiezo a sentirme agotado mentalmente y eso no es bueno para sobrevivir.

Olvido todo este asunto y me dirijo de nuevo en dirección a ese maldito sendero.