Reunido el pueblo, al ocaso, frente a una inmensa pira funeraria.
Todos han puesto de su parte. Los que no han sido capaces de enfrentarse a ello, reuniendo madera y montando la estructura. Los que sí lo han sido, reuniendo algo mucho más desagradable y tapándolo luego con telas y pieles para evitar que se vea. Ahora todos, frente a frente, hombro contra hombro, se reúnen en un semicírculo, esperando el momento de la despedida final. Porque necesitan cerrar de una vez ese capítulo tan horrible de sus vidas. Porque los caídos merecen una última muestra de respeto, para que si bien no pudieron encontrar la paz en vida, al menos sí lo hagan en su muerte.
Ulam, el hijo de Thaldein, que marchó hace tres meses hacia Hermagor, pero que nunca llegó. La primera víctima. También Brunhi, la esposa de Godwin, que hace un mes decidió salir a recoger bayas a primera hora de la mañana. Todos pensaron que le había abandonado, pero el norteño apenas si puede encontrar consuelo al descubrir que no fue así. Quizás hubiera preferido que lo hubiera hecho, si de esa manera hubiera evitado tal funesto destino. Además de ella, también se encuentran allí los restos de Jorik, que nunca encontró en las gentes de aquel pueblo el calor de un amigo, y murió solo en la nieve. Solo Saga sabe que, desde lo lejos, su espíritu contempla el funeral en silencio.
Pero también está Jontüm, el hijo de Fredrick, que tuvo la mala suerte de salir a cazar el mismo día que los forasteros llegaron al pueblo. Y Halki y Poika, que cayeron frente a los Yormef, unos rivales más peligrosos de lo que nunca podrían haber llegado a sospechar. Y Olfar, que vigilaba el granero la noche de la fiesta, y cuya muerte supuso el desencadenante del incendio. Y Rolf, cuyo único error fue separarse del grupo más de lo debido. Y Viggo, asesinado a traición por un mal oculto incluso a su portador. Y Svik, acompañado por su familia, cuya traición y cobardía han sido ya perdonadas por sus antiguos amigos, pues... ¿De qué sirve el rencor tras la muerte? ¿Y es que acaso podrían juzgarle por intentar proteger a los suyos, por intentar escapar del horror?
Por último, Rorar y Einar. Perro y amo, dirían algunos. Jarl y vasallo, dirían otros. "Hermanos", murmura Ashe por lo bajo, tan bajo que nadie la oye. Y frente a la muerte, el primero parece al fin en paz. Quizás su lealtad, incluso después de haber muerto Einar, se vio recompensada. Quizás ahora los dos brindan juntos en la otra vida.
Hjalmar da un paso adelante, y habla.
-Contemplad, oh dioses, a los caídos. Contemplad, hermanos y hermanas, a los que nos abandonan. Nuestros amigos, amantes e hijos. Esto es lo que el invierno nos quita. Lamentaos si así lo deseáis, pues los huecos que dejan nunca podrán ser llenados por otros. Llorad su marcha, sí, pero no desesperéis, pues quizás algún día volvamos a reunirnos, en el gran salón de los dioses.
Una a una, varias personas van acercándose a la pira y depositando cosas sobre ella. Baratijas, tallas de madera, trozos de tela, utensilios del hogar o incluso algún juguete. Nada de mucho valor, pues dichos objetos deben ser conservados para poder intercambiarlos por provisiones en el duro invierno que espera. Pero sí objetos personales y preciados, posesiones a las que quizás nunca dieron mucha importancia en vida, o que fueron muy preciadas para ellos y para los que les amaban, y que ahora les acompañan en la muerte. Muchos lloran en silencio, pero otros consiguen mantener el temple. Cuando la singular procesión termina, Hjalmar vuelve a hablar.
-Contemplad, oh dioses, pues no solo ellos arden en esta pira. Nosotros ardemos con ellos.
Acto seguido se acerca y coge la antorcha. Un minuto más tarde, el pueblo contempla, en silencio, como las llamas reducen todo a cenizas, lentamente.
Podéis estar presentes o no (Resmit desde cierta distancia, eso sí). Si nadie quiere decir nada, cierro el epílogo mañana. Si alguien quiere decir algo entre medias de lo que he descrito, que me avise y reordeno posts. Si alguien quiere poner algo pero no le da tiempo, que me avise y dejo la escena abierta.
Durante todo el día había visto las idas y venidas de gente desde la cabaña, arrastrando madera y amontonándola. No era la primera vez que veía este tipo de ceremonias, por desgracia eran más habituales de lo que me gustaría.
No tenía para echar al fuego y guiar a los muertos en su viaje, tan solo podía hacer acto de presencia y desear que a esta buena gente no se le volviera a repetir una situación similar, que sus penas amainaran lo antes posibles, ya que eran sentimientos temporales que pierden peso con el tiempo, aunque siempre pesan.
Le pedí permiso a Ashe para poder asistir, aunque de forma comprensible me pidió que mantuviera las distancias, las gentes me tenían miedo, algunos odio, otros incluso asco por la traición que inconscientemente realicé. Desde que volví apenas había hablado con nadie, tan solo con Saga, que accedió a visitarme en la cabaña, Add, Ahmel, Jostein y a duras penas Ashe. Fredrick y Thaldein, los dos guerreros y personas a las que más respetaba en el pueblo apenas podían dirigirme la mirada, cosa que llenaba de pesar, aunque antes de irme debería hablar con ellos.
Como prometí, me mantuve distante, observando la pira como ardía mientras las sombras de las llamas se reflejaban en mi rostro. La pila tenía un gran tamaño, digna de los difuntos que se iban con ella. Entre ellos, el hijo de Thaldein. Aún recuerdo cuando en el bosque se derrumbó en mis brazos, antes de que el Jijin lo hiriera, pensando que su hijo, que partió tres meses atrás, podría estar entre las victimas de la bestia. Como luego supimos... así fue.
Ojala pudiera estar contigo amigo... seguro que tu hijo que un gran hombre, igual que su padre.
Miradas indiscretas se giran de cuando en cuando en mi dirección, acompañados de susurros que no me pasan desapercibido, aun que dada la situación era lógico que sucediera. Permanezco impasible observándolas las llamas, haciendo oídos sordos de las palabras que ni siquiera me llagan por la distancia, tan solo oigo el murmullo y el crujir de la madera incandescente.
Otra de las razones por las que estaba allí era para disculparme con Viggo y Rorar, ya que soy directamente culpable de su muerte y presentar mis respetos hacia ellos. Viggo apenas tuvo oportunidad conmigo, mientras que Rorar, aún con el desprecio que le tenía, nunca hubiese querido su muerte, pero lo que sí demostró fue ser un rival honorable, además de valiente.
Maldito Baklar... ¿Por qué tienes que existir? ¿Por que tienes que ser... parte de mi...?
Escucho la ceremonia y observo la quema de objetos con los brazos cruzados. Era un momento realmente triste, pero al menos así las almas de los difuntos al fin podrían descansar en paz y proteger a los seres queridos que dejan en este horrible mundo lleno de sombras y oscuridad.
Que los dioses os guíen y os protejan. Id en paz.