Partida Rol por web

Nada que ver con Ahmel Bal’Karim, no se ha explayado mucho, esperaba una historia algo más... interesante. Bueno, no todo el mundo tiene el don de contar historias.

Su quejido me hace pensar que el alcohol no hace lo suficiente como para que el dolor desaparezca, es un hombre fuerte cualquiera estaría llorando por la perdida y el dolor.

- Ya te acostumbraras, es difícil al principio, en la guerra contra los yormef vi cosas similares y los hombres salieron adelante. - cojo la botella y doy un trago para después dejarla de nuevo frente a Ingur. - Por si te interesa, en mi viaje he oído historias de curanderos bendecidos por los dioses que hacen milagros, no pierdas la esperanza aún, ni la confianza en los dioses. Eres valiente y un buen guerrero, aunque al principio un poco desagradable, pero ellos te guiarán. Por desgracia son solo historias, no vi a ninguno.

Ingur se ríe con sequedad.

-Sí, yo también he oído cuentos. A la gente le gusta creer que somos los niñitos queridos de Mannaz, pero lo cierto es que, si los dioses existen, entonces son unos grandísimos hijos de puta. Dudo que les importemos una mierda, y menos un cabrón como yo.

Vuelve a dar otro trago y luego te mira, esbozando una mueca burlona.

-Aunque dudo que tú les seas tan indiferente, ahora que lo pienso. ¿Qué coño fue lo que hiciste antes con los rayos?

Miro a Ingur devolviéndole el gesto pero conteniendo la carcajada, en cierto modo tenía gracia, pero la situación no era propicia para risas. El estado de Thaldein aun me preocuba y lo tenía presente en mi cabeza, pero con lo que había pasado estos días era de agradecer un momento como este.

- Tiene gracia, la gente de mi pueblo dijo esas mismas palabras cuando descubrieron mi capacidad. - Tomo un trago del cálido brebaje, al menos así me mantenía caliente. - Cuando era pequeño yo no creía demasiado en los dioses, mi madre se encargo de inculcarme sus enseñanzas, pero con todas las cosas que pasó mi pueblo, especialmente haciendo frente a los yormef, yo pensaba igual que tú. No fue hasta el día de su muerte que descubrí este... "poder". Me hallaba perdido en la montaña, solo, pasando frío, sin comida y apenas sin esperanzas. Solo me quedaba pedir ayuda a los dioses, y fue entonces cuando por primera vez, en medio de una tormenta, que salieron a relucir. - Tomo unos segundos de silencio recordando esos amargos momentos. - Los dioses me salvaron y me guiaron de vuelta con los míos y poco después se dieron cuenta de que tenía algo especial y me preguntaron los mismo que tú. No sabría como contestarte, solo sé que hay ciertas fuerzas que nos acompañan y nos guían. Desde entonces sé que los dioses nos observan y están pendientes de nosotros, ya sea para lo bueno y lo malo. Llevo un año viajando y cada pueblo que he visitado tenía una legenda, cuento o mito que ahora me parece mucho más real y posible. He oído historias de curanderos que hacen milagros, de chamanes que invocan tormentas, de guerreros que parten montañas, de hombres que resucitan a los muertos, de marineros que han vista un calamar con tentáculos como árboles y cuando venía hacia aquí con Thaldein a cuestas, vi un hombre crear llamas negras.

Asique dime ¿Crees que los dioses no existen y no nos observan después de lo que has visto?

Ingur, que ha podido dar un par de tragos más durante tu monólogo, contesta con voz indiferente.

-Menudos rollos que sueltas. En cuanto a los dioses, no he dicho que no existan, ni tampoco que no nos observen. Estoy seguro de que les encanta jodernos la vida para matar el tiempo.

-Es posible que encuentren entretenimiento en ponernos obstáculos los cuales superar, mas no harías tú lo mismo si tuvieras juguetes como nosotros, ver de que son capaces por vivir un día más. Algunas veces es cierto que sus trabas pueden ser una putada, pero eso nos hace más fuertes. -sonrío- Quien sabe, igual mañana se fijen en ti y tengas un poder como el mío jejeje.

Ingur se ríe ante tu comentario.

-Ya me imaginaba yo que tú eras de esos. Mira, que le jodan a los dioses -deja la botella a un lado y apoya la cabeza contra la pared, con el rostro encarado hacia el techo y los ojos cerrados-. No necesito sus putas limosnas. Si cambian de opinión conmigo y mandan a Verdal a recogerme cuando la diñe, le enseñaré mi polla y le soltaré alguna guarrada. No les debo nada.

Hace un nuevo gesto de dolor, como si la propia Verdal hubiera decidido hincar su dedo en el muñón como castigo por aquella blasfemia.

Río por lo bajini y bajo la mirada a la mesa un momento antes de contestar.

- De verdad le harías eso a la que te llevará al otro barrio, igual al ver lo poco que calzas te deja aquí jejeje. Pero yo no tengo prisa por verla, aún tengo cosas que hacer, entre ellas matar mañana al monstruo que te hizo eso.

-Brindo por ello.