Con manos temblorosas, Bedelia empezó a cortar las cuerdas que aprisionaban a aquel hombre, sin pararse a pensar en ningún momento que podía ser una trampa. Cuando la tensión se aflojó sonrió satisfecha.
-¡Bien! Ahora Genara y Petronio.
Entonces es cuando te das cuenta de que Petronio no está allí. La única que sigue atada a la viga es Genara.
-No creo que capturaran a tu otro compañero -dice el hombre-. Vamos, desátala. Vigilaré por si vienen.
No te cuesta mucho liberar a Genara, que cae a un lado, inconsciente. Como habían mencionado los dos hermanos, su herida no tiene buena pinta... El hombre se acerca a ella y la coge en brazos.
-Vale, ahora... -mira hacia la ventana, que obviamente es demasiado pequeña para que quepáis por ella. Luego a las escaleras-. ¿Qué hacemos?
El dilema está claro: si subís os descubren. Aunque se ve que el hombre sabe combatir, os encontráis en clara desventaja.
Frunció el ceño, pensativa. Giró sobre si misma buscando alguna otra opción, y finalmente se encaró hacia el hombre.
-Les atraemos. Si subimos jugarán con ventaja, pero si les hacemos bajar y les esperamos junto a la puerta la ventaja será para nosotros.
Acto seguido, buscó algo grande y ruidoso. Cuando encontró un trozo de roca desprendido sonrió y se colocó junto a la entrada, de tal forma que no podía ser vista hasta que no se encontraran a su lado. Confiaba en que la oscuridad del sitio y la urgencia de entrar les ayudaran, porque no podía disimular cierto temblor en las manos.
El hombre parece dudar, pero al final asiente. Agarra una silla y se coloca al otro lado de la puerta.
-Espera -dice, cuando ve que estás a punto de hacer ruido-. Antes de nada, dime tu nombre. Si vamos a luchar juntos...
Una sonrisa temblorosa se instaló en el rostro de la mujer.
-Bedelia. Me llamo Bedelia, ¿y tú?
-Bedelia -repite, sonriendo-. No es muy común. Me gusta.
Sin esperar a que respondas, da un golpe a una estantería cercana, causando que el contenido caiga al suelo con gran estruendo. Arriba la discusión se detiene, y se Philena suelta una maldición.
-Si salimos de esta, te invito a unas cervezas.
Los pasos descienden por la escalera, a toda velocidad, acercándose a vuestra posición. Y, sin embargo, aquel tipo se permite el lujo de pronunciar una última palabra.
Su nombre.