Ladeó la cabeza mirando al bastardo y se encogió de hombros.
-Me gustan las historias y la historia y los Yermos. Kaldtneve y Kalthensyns son dos reliquias por las que muchos matarían. Me sorprendió verlas y reconocerlas, y más en tan extrañas circunstancias. Uno nunca termina de sorprenderse.
Thorir sonrió, -Vaya...- lanzó un chasquido, -Estas espadas son lo único que me queda de mi padre, es lo único que me importa de ellas- guardó unos segundos de silencio, -¿Quien mas sabe esa información?-
-Nadie. No creo que haya alguien aquí que sepa lo suficiente como para reconocerlas -Aunque tan pronto lo mencionó, recordó algo-. Bedelia. Me preguntó por ellas, pero su historia significa poco para ella. O cualquiera que desconozca el reino perdido de Holst, en realidad.
Guardó un momento de silencio.
-Son una verdadera obra maestra, Thorir. La memoria de un reino olvidado y los orígenes de un pueblo cada vez más oprimido y asfixiado y dividido. Sé que vas a odiar escuchar esto y espero que sepas que no lo menciono con ningún tipo de maldad, pero también son herencia de Resmit, en cierto sentido. Los clanes Yormef y Solvgilftanden solían ser uno. Igual que Goldar, Hendel y Haufman fueron un Imperio alguna vez. -Chascó la lengua, decepcionada-. Pero todo eso es sólo historia y cuentos para extranjeros. Lamentablemente.
Los ojos de Thorir se volvieron oscuros por un instante, escuchar aquel comentario sobre la "herencia" de Resmit le hizo enfurecerse en sus adentros, pero como quien controla un caballo desbocado sujetó la ira en sus adentros.
-Saga, estas espadas llevan en mi familia siglos, y han pasado de generación generación, hace tiempo si que fuimos un solo clan, pero ahora, ... - apretó el puño, -Ahora no somos nada, ahora somos enemigos, es posible que no sepas nada de esto, o sólo lo que hayas leído en tus libros, pero yo he estado allí, he visto a mis amigos morir, he visto como rodaba la cabeza de un hermano de escudo mientras un Solvgilftanden reía orgulloso, y lo que es peor, he visto niños quemados y mujeres destrozadas en incursiones del Clan de Resmit- hizo una pausa para retomar el aliento, y de paso rebajar el tono -Estas espadas son las que protegen al Clan Yormef de esos malnacidos, y mis antepasados juraron sobre ellas defender a nuestra gente, por este motivo, por este vínculo estaría dispuesto a morir-, dijo esto llevándose la mano a una de ellas, como si la acariciara, -Alabo tus palabras de paz y antiguas uniones, pero la sangre vertida es muy difícil de borrar-
-No habla de paz, Thorir, sólo del pasado -pronunció Saga con calma, sin perder el temple-. El pasado está escrito a fuego y no se puede cambiar, lo sé. No soy de tu clan, ni guerrera, y jamás me atrevería a mencionar o cuestionar lo que ha pasado tu gente ni a manos de quién. No era mi intención ofender de ningún modo. Sólo mencionaba lo que fueron, y fueron las espadas de Averfgun, del clan Ardan. Ahora son las espadas de Thorir, del clan Yormef.
Thorir se recostó en el asiento soltando un largo suspiro, -No te preocupes Saga, se perfectamente que no querías ofender- dijo con tono relajado, -Es esta situación, que nos tiene a todos algo alterados, ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, y con mis espadas claro- sonrió.
Le devolvió la sonrisa y asintió, también extendiendo el gesto a Drunfo. En efecto, podía usar cuanta ayuda le ofrecieran, aunque cada cosa a su tiempo. Las espadas seguramente quedarían para zanjar el final.
-Lo mismo por mi parte. Pero procurad descansar mientras podáis, especialmente tú. -Después miró a Drunfo de arriba abajo con un peculiar interés sin decir nada-. Sois un saco de sorpresas. Hum.