Un pellizco te saca de la somnolencia.
-No te duermas, chico. Nunca bajamos la guardia.
Tu madre te dirige una mirada reprobatoria, que rápidamente se suaviza al ver tu turbación. El referirse a ti como "chico" es algo que suele hacer cuando se dirige a ti como la guerrera que un día fue, la que todavía sale a flote de vez en cuando en su personalidad. Habitualmente, suele ser para soltar alguna crítica o comentario reprobatorio, o para enseñarte algo por la vía dura. Sin embargo, es en esos momentos cuando más aprendes... Y también, quizás, cuando más la admiras.
El sol, todavía presente en el horizonte, aunque cada vez más bajo, arroja sombras alargadas sobre el campamento ya montado, alrededor del cuál patrullan varios de los hombres de la expedición.
Parpadeo rápido y somnoliento, aún con los ojos entreabiertos miro a mi alrededor, era como estar en una pesadilla. No estaba seguro de donde estaba y ni cuanto tiempo llevábamos ahí, en el campamento, aun posiblemente ni siquiera me lo habrían dicho siendo apenas un infante en una de sus primeras misiones fuera del hogar. Hasta ahora apenas había participado en unas cuantas partidas de caza, aunque ya había superado varios duros inviernos.
Me agacho y cojo algo de nieve para frotarla con mi cara para refrescarme y desperar el sueño, estaba un poco desorientado.
- Lo siento madre, no estoy acostumbrado... ¿Como ya llamaba este sitio? ¿Cuanto llevamos aquí? Me parece que llevásemos haciendo guardia días.
Una descripción de la zona o campamento porfi plis. Algo breve si quieres, pero para hubicarme un poco.
Freya pone los ojos en blanco.
-Pues solo llevamos una semana fuera. No me avergüences delante de los otros, ¿eh? Recuerda: Nosotros no mostramos debilidad. Unos días de marcha y un poco de lluvia no es justificación para dormirse nada más terminar de acampar.
Al incorporarse, la silueta de tu madre se recorta contra la luz del sol. Es en realidad una mujer fascinante, y a pesar de su edad y de sus partos, una guerrera sorprendentemente competente. Te ofrece una mano para ayudarte a incorporarte, aunque sin perder la dureza en su tono de voz.
-Además, piensa que ya estamos en la frontera. Esos cabrones de los Yormef podrían caer sobre nosotros en cualquier momento.
Es un flashback, en estos me suelo tomar muchas licencias poéticas, y tú también deberías. Si te faltan detalles invéntatelos y ya me adapto yo. No te preocupes que si desvarías demasiado ya te edito yo.
Con admiración me quedo mirándola un segundo a la cara, luego mis ojos siguieron su brazo hasta acabar en la mano para finalmente cogérsela y reincorporarme. Tenía toda la razón, que fuera la primera vez que defendiera la frontera no quiere decir que me tenga que ser débil.
A fin de cuentas esto es como una cacería ¿verdad? - O eso me gustaba pensar.
Nunca había matado a nadie, nunca había estado en una misión de campaña, pero eso estaba ahí, para aprender todo lo que pudiera, al fin y al cabo solo tenía 16 años. Para algunos era pronto, para otros tardío, pero mi padre insistió en que tenía que acompañarles en esta misión para aprender a ser un guerrero y hacer la guerra, después de todo Thuriz estaba con nosotros, o eso decía mi madre.
- Claro madre, estoy deseando matar a todos los yormef que vengan. Aunque nunca maté a nadie... - estas últimas palabras suenan cada vez más bajas. En realidad era un aspecto que me preocupaba ¿Sería capaz de hacerlo...?
El tono de tu madre se suaviza.
-No encuentres placer en la matanza, Resmit. Esos cerdos merecen morir, pero ayudar a que dicho destino se cumpla no es más que un trabajo que debemos realizar. El verdadero guerrero no encuentra placer en la muerte, sino en la batalla. La diferencia es sutil, pero existe. Ven, vamos con el resto.
Al acercaros al grupo al que se refiere Freya, distingues a tu padre, sentado junto al resto alrededor del montón de madera que dentro de unas horas se convertirá en fogata. Al verte, inclina la cabeza levemente y luego vuelve a girarse hacia el hombre que habla. Parece que debe de estar contando algún chiste, porque antes de que os sentéis todos estallan en carcajadas. Cuando las risas cesan, el mismo hombre que estaba hablando te mira, sonriente.
-¿Y tú qué, eh Resmit? ¿Cómo estás llevando tu primera expedición seria?
Miro al guerrero, le había visto muchas veces con mi padre, era un buen amigo suyo y habían luchado mucho, siempre era bueno conmigo y era casi como un tío para mi.
- Es la primera vez que estoy en la frontera y tan lejos de casa, pero me adapto bien. Llevo entrenando toda mi vida para este momento. - levanto el puño cerrado en señal de fuerza - ¿De qué os reís tanto?
-De Olgaf -señala a otro de los que están allí sentados, que le responde con una mirada funesta-. El pobre cree que el bosque está embrujado.
Olgaf se apresura a interrumpir.
-Podéis reíros todo lo que queráis, pero os digo que hay algo más que pinos y ciervos en este lugar. Algo nos observa desde hace días, y todos sabemos quién es.
-¿Y quién es, según tú? -interrumpe uno de los hombres, con una sonrisa burlona.
-La muerte salvaje. Baal, el lobo.
Varios se ríen. Algunos se miran, confusos. Olgaf baja el tono, y sus palabras te producen un escalofrío.
-Dicen que probó la carne humana hace más de diez años... Y, desde entonces, no ha parado de cazarnos. Es una bestia inmensa, mucho más grande y fuerte que un lobo normal. Viaja solo, porque cualquier otro animal que se atreva a seguirle como parte de su manada acaba devorado por él. Dicen que ha matado a grandes guerreros, y que su cuerpo está lleno de cicatrices debido a los cortes y golpes que estos le consiguieron propinar antes de perder la vida...
-Sí, y también que lanza insectos por la boca, y fuego por el culo.
El círculo se llena de risas, mientras Olgaf baja la mirada con actitud lúgubre.
Río con los demás, aunque en mi interior mi estómago se retuerce. Entre las carcajadas siento un pinchazo en el cuello, como alguien me clavara un alfiler. Miro a mi derecha, pero no hay nada, tan solo unos arbustos fuera del campamento que se mecen ligeramente por la brisa, y que van trepando a medida que se alza la vista en la montaña, aunque acaban desapareciendo entre la oscuridad según se interna la vista entre los árboles nevados. Paro de reír, tenía el presentimiento de que el lobo estaba justo detrás de los matorrales, pero no se veía nada, era como si nos acechase.
Yo sabía que no era más que una historia que se habían inventado para intentar asustarme, no sería la primera vez.
Esos cuentos no existen. Solo pretenden acojonarme. Cabrones...
- No puede existir un monstruo así jaja - Digo casi sin creérmelo. - No creas todas esas historias tan fantásticas Olgaf. También decían que cuando mi abuelo golpeaba con su martillo sonaba un trueno. Apenas le conocí , pero creo que simplemente exageraban la historia para asustar a sus rivales, aunque desde luego era muy fuerte. Espero ser tan fuerte como él y mis padres para proteger al clan. Esos malditos Yormef desearán no haber nacido. - Choco mi puño con la palma de mi otra mano.
De repente, suena un cuerno. Todas las sonrisas desaparecen.
-Quizás tienes tiempo para probar tus palabras, muchacho -murmura uno.
A cierta distancia, en el borde del campamento, varios hombres corren hacia vosotros. Rápidamente, todos se levantan y empiezan a buscar, frenéticos, sus armas. La calma que se percibía hace unos minutos ha desaparecido por completo. En el borde de la colina, entre los árboles, allá donde se perfila la línea del cielo, aparecen varias figuras.
Yormef.
Me sobresalto con la oída del cuerno, que parece que abre el cielo, dejando salir un rayo de luz rosado de entre las nubes iluminando lo que será el campo de batalla. Miro a mi alrededor en busca de los enemigos, pero aún no veo a nadie, mi respiración se agita y comienzo a hiperventilar mientras busco a mi madre. La situación me asusta, me saco la maza que cuelga del cinturón y con la que tanto he practicado, esperando este momento, pero por alguna razón, no estoy tan preparado como creía.
Madre ¿Dónde estás? ¿Por donde vienen?
Gritos surgen de lo alto de la colina, y al mirar varias figuras aparecen. Intento tranquilizarme, mi madre siempre me ha recordado que los dioses nos amparan. Siento una mano el hombro, es mi madre que va en busca de su arma. Doy un grito envuelto en furia para desahogarme y me reúno con los demás. A medida que avanzan las figuras parecen más y más, lo que no calma la situación y hace que me tiemblen ligeramente las piernas, esperando el inminente momento.
Los Yormef sueltan gritos de batalla. Los tuyos responden con lo propio. Lográis establecer una línea defensiva en el borde del campamento, y mientras esos bastardos descienden por la ladera, aullando como bestias, os colocáis todos codo con codo, preparados para responder al ataque. Tu madre, junto a ti, esboza una sonrisa.
-Disfruta de este momento, hijo mío.
Al mirarla de forma interrogativa, ella se limita a sujetar su lanza y observar la carga del enemigo.
-Saboréalo como tu último, pues aquí es donde se encuentra el sentido de nuestras vidas.
Hay cierta belleza en ella, como un baile hipnótico que acabara inevitablemente en muerte.
-El conflicto... El combate, el desafío.
Sus pies retumban en el suelo, con un estruendo ensordecedor.
-La superación. Sobrevive, renace en este campo de batalla.
Ves un brillo de euforia en sus ojos. El trance de la lucha le posee, a ella y al resto de tus compañeros.
-Y recuerda...
Los Yormef ya están casi encima de vosotros. Sus armas afiladas, sus ojos asesinos...
-Un Solvgilftanden vuelve victorioso...
Y esta vez responden todos los que están junto a vosotros, con un grito tan poderoso que retumba en todas las montañas.
-... ¡O NO VUELVE!
Los ejércitos chocan. El infierno se desata.
Acompaño el grito de guerra Solvgiftanden junto con el resto, estoy muy nervioso viendo como se acerca el enemigo. Aprieto la maza con fuerza, aquella que me dio mi padre para los entrenamientos. Todos comienzan a golpear sus escudos al unísono mientras esperan la inminente batalla. Miro a mi madre para intentar calmarme. Aprieto los dientes y no paro de repetir en mi cabeza:
Los Solvguiftanden vuelven victoriosos o no vuelven... Los Solvguiftanden vuelven victoriosos o no vuelven...
Entonces cuando todos gritan con fuera comienza la carga con los escudos por delante, avanzamos varios metros hasta que se produce el choque. Yo desde la segundo línea sigo a la melee pegado a ellos.
Empujo, empujo, empujo los soldados de delante para que la melee no retroceda y que sigamos actuando como un bloque. Los guerreros de delante empujan con los enormes escudos redondos mientras golpean con sus armas. Entre alguna idas y venidas de las armas, salpican sangre hacia atrás cayéndome una gota en la mejilla de la espada del que tengo delante. Los que se encuentran a mi lado algunos llevan lanzas, que no dudan en emplear por encima de la primera linea.
Una tremenda nube de polvo y nieve lo cubre todo, y los gritos que antes eran de para asustar al enemigo se convierten en llantos de dolor por parte de ambos bandos. Durante unos segundos solo se oyen gritos, golpes de choque de metal contra metal y los sonido sordos como si fuesen de tambores de los escudos repeliendo golpes; hasta que por fin dejamos de movernos.
En ese momento sentí alivio, pensé que la batalla había terminado y yo solo había estado empujando. - Que facíl a sido...- nada más lejos de la realidad. Los gritos y golpes de espadas y escudos continuaban pero la melee ya había echo su función.
Las filas se rompen y los enemigo comienza a atravesar la linea permitiendo que uno cruce por mi lado. Asustado, le golpe con mi maza casi sin darme cuenta en la cabeza, deteniéndole y permitiendo que los de mi alrededor los ensarten con sus espadas y lanzas. Me quedo perplejo viendo como cae al suelo ensangrentado. Mi respiración se acelera y el miedo comienza a desaparecer, deseando acabar con los enemigos que han venido a invadirnos, agarro mi maza y estoy atento al siguiente que se acerque, podría venir por cualquier lado. Pero mi madre sigue junto a mi, no podíamos perder.
Luchas. Esquivas la muerte una y otra vez, por habilidad a veces, pero casi siempre por pura suerte. La sangre te mancha la cara, los gritos de dolor inundan tus oídos. No se puede describir con palabras lo que siente uno al estar en el epicentro de la carnicería. Todas las historias de gloria y honor, todas las leyendas norteñas... Cuentos engañosos que enmascaran una verdad mucho más sucia, brutal y horrenda. Ningún ser humano está preparado para esa abominación. La muerte ofrece su rostro más salvaje, y lo único que evita que caigas en la más profunda locura es el instinto de supervivencia.
Con los años, un guerrero se hace más fuerte. Los que sobreviven endurecen sus corazones, se escudan contra los horrores de la guerra. Intercambian sus dudas y empatía por cientos y cientos de pesadillas que les acompañarán durante el resto de sus vidas. Pero el novato, aquel que nunca ha presenciado aquel baile macabro, siente como todas esas imágenes entran, desbordadas, en sus retinas, grabándose a fuego. Y nada podría haberle preparado para aquello. Algunos huyen, aterrados. Otros quedan inmóviles, incapaces de reaccionar. Y luego están los últimos, entre los que te encuentras: aquellos que han nacido para prosperar en el ojo de la tormenta. En su caso, el instinto toma el control, y cualquier rastro de racionalidad queda eclipsado por la bestia.
No sabes cuánto dura la batalla. Pierdes la cuenta de tus heridas, y de las veces que la muerte te saluda de cerca, en las que solo un último giro de la fortuna evita que se te lleve con ella. ¿A cuántos matas? No muchos, pero tampoco sabrías decirlo. Más de uno. Menos de cinco. Quién sabe. Una vez en el fulgor de la batalla, no hay memorias ni recuentos. Lo engulle todo.
Hasta que empieza a perder fuerza. Y entonces un retazo de racionalidad regresa a ti, cuando te das cuenta de que el final se acercan. Apenas unos pocos compañeros quedan a tu lado, luchando contra una masa de Yormef que no parece reducirse nunca. Algunos, los más cobardes o sensatos, han huido. El resto yacen muertos a tus pies, y sus caras te son familiares. Has bebido con ellos. Ahora ellos beben con los dioses.
Tu madre, herida y cubierta se sangre, se gira hacia ti.
-¡Corre, Resmit! ¡Regresa con los nuestros! ¡Hazles saber lo ocurrido!
Y te das cuenta de lo que planea. Porque no hay escapatoria, no para todos. Han cortado vuestra retirada ya en dos ocasiones, y una tercera sería el equivalente de enseñarle la yugular al lobo. No: solo uno puede escapar. El resto, apenas media docena, contendrá a los Yormef el tiempo suficiente para que el bosque le acoja en su seno. Y hay algo en lo que todos parecen coincidir con tu madre: tú eres el elegido.
El sonido del metal contra el metal rebota en mis oídos, resuena como un eco que atrae la muerte mientras vamos retrocediendo. Salpicados en sangre los yormef no acaban y están empezando a rodearnos. El suelo está cubierto de cadáveres de ambos bandos, pero lo que ha quedado claro es que estamos perdiendo la batalla. Entre el polvo blanco de la nieve solo consigo ver a los otros cinco compañeros que me están cubriendo, sin dejarme avanzar para ayudarlos y es entonces cuando lo entiendo.
¡¡¡¡DEJADME LUCHAR!!!! Yo también quiero una muerte gloriosa para que los dioses me lleven al cielo. - Pienso como una grito ahogado mientras retrocedo con paso lento con lagrimas que comienza a brotar de mis ojos arrastrando la sangre de mis mejillas y con los ojos inyectados en sangre por la ira e impotencia. - Padre... - No conseguía verle entre los supervivientes, por lo que sería imposible encontrarlo entre el mar de cadáveres que cubre el terreno. - Madre... he venido aquí para luchar con vosotros, para demostrar mi valía...
Ya había perdido el miedo a la muerte, el terror que inicialmente tenía de arrancar la vida a alguien desapareció sustituyéndose por una sensación de satisfacción al acabar con los enemigos, de furia desatada que me permite desahogar el ferviente calor de mi corazón que late a una velocidad como nunca había hecho, como si pretendiera explotar y salir por la boca. Pero cada golpe que asestaba lo paraba durante un segundo, dando esa sensación de satisfacción, que nuevamente desaparece y arma de ira mi cuerpo. Tenía una sensación de calor, por la sangre que bombea en mi cuerpo, y de frío, por la brisa helada que golpea mi piel como si quisiera arrancármela a tiras.
Es entonces cuando veo el rostro ensangrentado de mi madre, haciendo que se quedara grabado en mi mente para siempre. Sus palabras me bloquean por un segundo, sintiendo gran pena en mi interior, todo estaba muy claro, solo yo iba a sobrevivir a el combate, por la sencilla de que era el más joven. Mi madre y mis amigos iban a dar su vida por mi y alguien debía avisar al clan. El tiempo se paró mientras veía los últimos golpes que se repartía en el combate, mi respiración agitada por un momento se detiene, llegando incluso a asfixiarme.
Levanto mi brazo para limpiar las lagrimas con la manga, sin que sirva de mucho ya que siguen saliendo; asiento a mi madre con la cabeza y trago saliva antes de darme la vuelta. - QUE LOS DIOSES OS AMPAREN EN SU ABRAZO. - Y salgo corriendo en la única dirección posible, al bosque.
Te persiguen. Oyes sus pies tras de ti, pero controlas el impulso de mirar hacia atrás. Así que corres, directo al bosque. A lo salvaje, a lo desconocido.
A Baal.
Cerramos aquí. Ya haremos la "segunda parte" del flashback en el futuro, si procede.