Apenas habían nacido los primeros rayos de luz, zigzagueando entre las nubes del cielo, cuando Saga se plantó junto a la puerta. Aún dudó varios segundos antes de llamar.
-Soy yo. Saga -anunció en latín.
Los días desde la batalla pasaban lentos y atragantados, cada cual ensimismado en sus propios dilemas y demonios. El pueblo había decidido partir, pero los heridos necesitaban recuperar fuerzas. Tenían que organizarse, lo que les daba una ventana de tiempo para sencillamente ser y dejar que todo lo que había ocurrido se asentara en sus corazones. La nieve seguía cubriéndolo todo con un baño de luz clara y acogedora, pero el frío no daba tregua. Nada daba tregua.
La hedense era consciente de que Bedelia estaba sola, tan sola como ella lo había estado alguna vez. Sencillamente, no sabía cómo hablarle o qué decirle. No después de que de sus labios hubiesen nacido aquella sentencia. Por eso, quizá, y por otras cosas, había tardado demasiado en acudir a ella como lo hacía aquella mañana. O quizá es que las pesadillas se habían vuelto tan intensas que necesitaba encontrar paz en algún lugar o en alguien más. Andrel era un fantasma y Will lidiaba con otras verdades. E Ingur era Ingur, que ya era decir mucho. Y, en verdad, Saga necesitaba dar la cara frente a la mujer que había sido su compañera en todo aquello y a la que había prometido que iba a estar ahí.
-Quiero enseñarte algo -insistió.
La puerta se abrió completamente para dar paso a la figura de Bedelia. Su aspecto seguía siendo malo en general, pero había mejorado comparado con aquella noche. En su rostro no había rastro de lágrimas pero si unas ojeras perpetuas y la seña del cansancio. Estaba vestida con algo de abrigo (la cabaña no era especialmente calurosa) y agarraba una camisa con la mano. En el interior flotaba el aroma de un incienso fuerte y dulzón.
-Hola, Saga.
Pese a que el saludo no había sido frío tampoco resultaba tan efusivo como ella acostumbraba. La miró con cierta curiosidad y después se giró un instante hacia la cabaña, valorando si eso que quería enseñarle compensaba el esfuerzo de dejar aquel lugar. Al final pareció que si, porque colocó la camisa con cuidado sobre la silla, recogió el estoque y cerró la puerta.
-Vamos.
Saga esperó paciente en el umbral, envuelta en una tupida con una tupida esclavina entre la que escondía la nariz de vez en cuando, resguardándose del frío. Al salir, puso la mano con temple sobre la espalda de la sureña. Después echó a andar hacia el bosque siguiendo el mismo camino que había tomado aquel día en el que había terminado todo y en el que había nacido a su vez mucho más.
-Sabes que puedes acomodarte en mi cabaña, si quieres -ofreció. Que no era la primera vez, pero en esa ocasión estaba dispuesta a insistir.
Bedelia asintió con la cabeza.
-Lo se, y lo agradezco, pero quiero estar sola. Necesito...ordenarlo todo. Y centrarme en lo que vendrá.
Emitió un gruñido bajo, más para sí misma que para Saga, y guardó silencio unos segundos. Después se giró hacia la norne sin dejar de andar.
-¿Dónde vamos?
Eso podía entenderlo, compartirlo e incluso respetarlo. Después de todo, Bedelia había acudido al norte sola por su propia cuenta y riesgo.
-A un lugar. -Y nada más decirlo fue consciente de lo evidente y estúpido de la frase. Frunció el ceño-. Es difícil de explicar, pero será de ayuda. Te dará paz.
La sureña esbozó una sonrisa ácida, muy distinta a sus habituales.
-Ah, paz. Nos vendría bien a todos. Sólo un poco, una pizca...
Y en ese momento Bedelia se dió cuenta de que no había vuelto a ver a Saga desde aquella noche. No habían hablado , pero allí estaba. La miró en silencio unos segundos, fijamente. Quiso decir bastantes más cosas de las que finalmente pronunció.
-Me alegro de que estés viva.
Por una fracción de segundo pensó que ella no se alegraba, que las noches se le hacían largas y eternas entre idas de unos y venidas de otros. Supuso que aquel sentimiento se asemejaba al echar de menos un hogar, pero como hacía demasiado que no tenía uno, no supo bien a qué achacarlo.
-Yo también me alegro de que tú lo estés.
Se esmeró por sonreír y mirarla, aunque fuese de reojo. Le seguía doliendo todo aquello hasta límites que desconocía y que no tenía ganas de conocer más íntimamente. Por eso se fue por otros derroteros sobre los que había estado meditando en solitario.
-Tengo asuntos que atender en el clan Thurizung. Está como a una semana de Hermagor, la ciudad a la que nos dirigiremos. Creo que Thorir me va a acompañar. Quiere aprender de política y hacer alianzas. Y Will, claro, si no se arrepiente antes. -Hizo una sentida pausa-. No sé si quieres volver a Togarini, pero siempre puedes acompañarnos hasta que termine el invierno. Imagino que en primavera tendré que volver a Kalsrude, la capital de Hendell. Trabajo para el rey, Erick Sterki.
Bedelia negó en silencio, varias veces.
-No, no voy a volver todavía. Quiero acabar con ello, destruirlo, erradicarlo. Quiero que no quede nada. Nunca más-No hacia falta especificar qué y, a pesar del contenido, el tono era sorprendentemente neutro-.Pero antes tengo que aprender todo lo que pueda y prepararme. Y creo que eres la más indicada para eso.
La miró y reparó en su última frase.
-¿Trabajas para un rey?
Saga suspiró. Después volvió a sonreír, divertida.
-El rey de Hendell, sí. Está estableciendo alianzas aquí. Quiere reestablecer el antiguo reino de Haufmarsormen que se dividió hace siglos en lo que conoces como los principados de Goldar, Hendell y Haufman. Y después quiere conquistar el mundo, como todo rey que se precie. Supongo que sé lo suficiente de ambos lugares como para establecer un terreno neutro donde comenzar alianzas hasta que alguien más versado e instruido me reemplace. -Guardó silencio un momento, pensativa-. Es una parada, hasta que pueda retomar los estudios. Creo que todos necesitamos descansar de esto.
Bedelia guardó silencio unos segundos.
-¿No te resulta curioso que el mundo siga totalmente ajeno a lo que nosotros hemos vivido aquí? Que siga como si nada, con una normalidad frustrante. Los reyes con sus juegos de poder, la gente yendo a trabajar, durmiendo, comiendo como si una criatura capaz de transformar a la gente en bestias no estuviera suelta y rondando el mundo. Es...extraño. Tres días lo han cambiado todo, pero sólo aquí.
La miró largamente con la tristeza impresa en el rostro. Al final apartó la mirada ante un recuerdo punzante de demasiadas cosas.
-Hay... gente que nunca tendrá que sufrir algo así y podrán vivir en paz el resto de sus vidas. Y otros que lo sufrimos demasiado. Me gustaría decirte que se pasa, que se va. Que se olvida. Habrá periodos en los que todo se vuelva aburridamente rutinario y sin sentido. Años, si tienes suerte. Pero siempre queda ese recuerdo, esa certeza de que el pasado va a volver un día sombrío llamando a tu puerta.
A ella le quedaban las pesadillas y los fantasmas, que ya eran suficientes como para que uno perdiese la cabeza. Esperaba de verdad que para Bedelia, y también para Dag, todo fuese más llevadero. La sureña era una mujer hecha y derecha, entera, con experiencia. Pero al pequeño le quedaba todavía demasiado por delante.
-Lamento muchísimo que nos hayamos tenido que conocer en estas circunstancias, Bedelia. No sabes cuanto.
Bedelia la miró. Apreciaba sus palabras y creía en ellas. No había olvidado a su hijo, a pesar de ni siquiera tener una cara que recordar, no había olvidado la muerte de compañeros más o menos cercanos y no olvidaría la muerte de Fredrick. Las cicatrices del alma eran invisibles, pero dolían mucho más que las del cuerpo.
-Cuando fui a bosque vi a Ziu. Me preguntó que cuál era mi destino, pero poco antes de eso lo sentí tejiendo, trayéndonos a todos aquí. Tal vez no nos hayamos conocido en un mal momento, tal vez era el único momento en el que podríamos habernos conocido.
Apretó los labios, formando una línea muy fina, y no hizo falta mencionar lo que opinaba de aquello.
-Pero yo también siento que haya sido así.
Se acercó sin dejar de caminar, pasándole la mano por la espalda en una especie de abrazo inconcluso.
-Todos teníamos un papel que encarnar -musitó, recordando lo que le había dicho la primera noche en la cabaña de Yngrid. Claro que no para todos había sido el mismo ni había terminado igual-. Ziu... O sea que estaba dentro del círculo. Pensaba que no quería entrar, o eso me dio a entender Will.
Saga pudo notar la tensión inicial de Bedelia. Sin embargo, y tras la duda inicial, terminó colocando la mano en su cadera, uniéndose en aquella suerte de abrazo.
-Tal vez puede entrar y salir a voluntad. Cuando hablé con él me dio a entender que no podía responderme con libertad, por "las reglas". No se a qué se refería, pero llegados a este punto ni siquiera me sorprendería que no fuera humano.
Hizo amago de encogerse de hombros, o de decir algo más. Pero terminó por guardárselo. Después de todo lo que había ocurrido y lo que habían visto, desde la bestia hasta las artes de Resmit, cualquier cosa le sonaba plausible. Sólo tenía claro que quería descansar, salir de aquel lugar, llegar a Hermagor y poner su mente a trabajar en otras cosas más mundanas y, en cierto modo, también menos complicadas. Pero primero tenían que salir de allí, dejar atrás aquello, y para eso necesitaban paz, especialmente Bedelia, y eso era lo que quería ofrecerle. Era el lugar que le había proporcionado la serenidad suficiente durante aquellos días como para descansar, y si alguien de entre todos ellos se merecía ese descanso era Bedelia.
esperando a ver qué dice Kyra
Cuando llegáis al altar de rocas, percibís la diferencia respecto a las primeras visitas. Ante la ausencia de la ventisca, el cambio resulta menos notable y sutil, aunque todavía se puede advertir cierta sensación de calma y serenidad que inunda el lugar. Una sensación poco clara, que podría ser atribuida a cualquier causa natural de no ser por lo que ya sabéis.
Be my guest
Xeir aparece poco después de llegar. Te dirige una sonrisa.
-Hola de nuevo. ¿Venís a despediros?
Puedes narrar por encima la conversación con Xeir. Es capaz de imbuir una sensación de calma y paz en Bedelia con su magia, más acentuada que la que viene por defecto. Puede ayudar, aunque no hará que el pesar desaparezca del todo. Pero Xeir añadirá algo así como "esta es una batalla que, a la larga, tendrá que luchar sola, y ninguna magia que yo conozca podrá ayudarla en dicha tarea".
Saga había hecho de sus visitas a aquel lugar algo casi rutinario, no tanto por la calma, aunque había empezado de tal manera, como por la presencia de Xeir. Se respiraba paz, tranquilidad, pero había algo más que andaba buscando, saciar una curiosidad infinita que la acompañaba desde que tenía memoria.
-Dame un segundo -le pidió a Bedelia, dándole un suave apretón en el brazo antes de alejarse unos pasos hacia el altar de piedras.
Sonrió con familiaridad hacia la nada, lo que siempre era extraño de observar y escuchar. Era un lenguaje peculiar aquella que hablaba, una lengua entre silbidos y sonidos guturales que no parecían tener orden. Y en aquel lenguaje del más allá le dijo que se irían pronto, que quería pedir un favor. Que sí, lo sabía, era consciente de que ninguna magia podía erradicar ese dolor, pero que era una buena persona. Lo merecía. Quería que pudiese descansar al menos un día.
Y de todo aquello, por supuesto, Bedelia no entendió una palabra. Pudo intuir que Saga la mencionaba, repitiéndole su nombre al viento. Cuando terminó de hablar, la hedense la miró sonriendo levemente, triste en la mirada, y Bedelia pudo notar como el peso de su corazón se aliviaba sin llegar a desaparecer del todo, pero dejando el hueco suficiente como para sentir una cálida tranquilidad.
-Oh.
Media hora antes habría asegurado que aquello era imposible, pero lo estaba sintiendo. Si bien no una pausa si un ralentí de su dolor, un hueco en el que lamerse las heridas. Cerró los ojos y respiró profundamente, en ese instante la única preocupación a la que prestaba atención era cuánto duraría. Saga se lo había prometido y Saga se lo había dado sin pedir nada a cambio. Se acercó hasta la norne y, por tanto, hasta el círculo de piedras.
-Gracias. Yo...es...gracias.
Y se dirigía a las dos, la que podía ver y la que no. Sin embargo, sólo podía abrazar a una y así lo hizo. Tal vez ni ella misma fuera consciente de cuánto había necesitado aquello.
La estrechó en sus brazos y acarició su pelo con ternura, como a una hermana o a una amiga querida. Como a alguien con quien había compartido demasiadas cosas de las que pesan en el alma. Dejó que el silencio las envolviera de lleno antes de aflojar el abrazo.
-Sigue habiendo luz -musitó-. Te ayudaré a llegar al final de esto, Bedelia. Seguimos en esto juntas.