Partida Rol por web

25 de Noviembre, año 990 D.C.

Bosques oscuros y montañas nevadas.

A decir verdad, y por mucha nostalgia que te diera el regresar a las tierras que te vieron crecer, has de reconocer que los Yermos no son un viejo amigo que te reciba con los brazos abiertos. Desde que regresaste, lo único que has encontrado es eso: Bosque oscuros y montañas nevadas. Ahora que llega el invierno, incluso los bosques están nevados. Nada que ver con las tierras de los hauf, desde luego, pero no por ello un trayecto fácil. Acostumbrado a las gélidas montañas de Haufman, la primera vez que pasaste por aquí la experiencia fue casi agradable. Pero una vez se viaja a las tierras del sur, uno acaba acostumbrándose a otro tipo de clima. Y volver siempre conlleva sus dificultades.

Pero es tu hogar. Y, aunque son duras con los débiles de espíritu, los las tierras del norte saben recompensar a sus hijos predilectos.

Repasas las últimas semanas, en la cordillera de Miürenheim. Tus pasos te llevaron a distintas aldeas en donde las leyes de la hospitalidad te granjearon un reposo más que agradecido a cambio de un poco de trabajo por tu parte. Pero parece ser que, desde hace unos días, tus provisiones se han visto ligeramente reducidas, y la suerte ha dejado de sonreírte. Dormir a la interperie es duro, y el tiempo perdido en reunir leña y buscar refugios para protegerse contra el frío del invierno ha hecho que el ritmo de tu caminata descienda considerablemente. Parece que esta no es la zona más poblada de Goldar, desde luego.

Es pronto todavía cuando llegas a una encrucijada. Dos caminos, uno que sube y parece dirigirse a una colina lejana, y otro sendero más pequeño que continúa a través del bosque, hacia una parte algo más frondosa. El primero, en dirección este. El segundo, hacia el norte.

Sonrío, llevaba mucho tiempo sin ver estas montañas, sin sentir la nieve del norte del mundo bajo mis pies, sin notar el verdadero viento glaciar colarse entre mis pieles. Me quito el casco para observar con detenimiento el paraje que se encuentra alrededor de la encrucijada de caminos. 

El viento azota el pelo gris del chico mientras se agacha y toma un poco de nieve en sus manos. Sus dedos tardan pocos segundos en perder la sensibilidad de aquel frío, mientras que la nieve se muestra impasible dejando claro que ni el fuego podría derretirla. 

Aquella colina parece tentadora, desde arriba podría ver lo que me deparan los yermos. Pero lo que busco está aún más al norte. 

Envolviéndose en sus ropajes, Hadar empieza a andar en dirección al bosque.

El sendero continúa durante varios kilómetros, cada vez menos visible debido a la nieve y la vegetación. No debe de ser un camino muy transitado, pues ni siquiera hay marcas que te indiquen que estás yendo por la dirección correcta. Tras unas horas de viaje, empiezas a plantearte que te hayas perdido. Es probable que no, y más con tu experiencia a la hora de orientarte, pero nunca se sabe. La verdad es que ese camino bien podría ser alguna senda natural por la que transiten habitualmente animales, en vez de un camino hecho por el hombre. Quizás no lleva a ninguna parte.

Decides sentarte para meditar unos instantes y descansar unos minutos de la dura caminata. La luz mortecina de un sol cubierto por las nubes produce sombras fantasmagóricas entre los árboles nevados, dando al lugar un extraño ambiente de irrealidad, como si acabaras de iniciar el camino hacia otro mundo. El frío se te mete entre los huesos, como si tuviera voluntad propia, y una nube de vaho intermitente se perfila constantemente frente a tu rostro, al expirar.

Entonces lo ves. Allí, frente a ti, a varios metros del camino. Un extraño montículo de nieve, que resalta apoyado junto a un árbol. No tiene pinta de ser una roca, ni tampoco un arbusto. Tiene una forma un poco extraña, la verdad...

Tan pronto como me percato del montículo me llevo la mano a la espalda y agarro con fuerza el escudo. No creo que se trate de nada peligroso, pero toda precaución en los yermos es poca. Me pongo en cunclillas e intento levantarme lentamente. No soy ningún experto en discreción, pero la nieve amortigua mis pisadas mientras me acerco al montículo. Cuando estoy a una distancia prudencial lo examino, y si no hay ningún movimiento intento desenterrar lo que oculta la nieve. 

Un poco de nieve cae a un lado cuando tocas el montículo con el borde del escudo. Unos dedos esqueléticos quedan desenterrados, torcidos en un gesto agónico. La piel y la carne ha sido arrancada, pero aún hay pedazos de cartílago y músculo congelado que los mantienen unidos.

Es una mano humana.

Ugh...- La arcada hace me hace retroceder y caigo de culo en la nieve con la mirada fija en la mano desenterrada. Había visto en mas ocasiones cadáveres pero en esta ocasión no se lo esperaba. Busco algunas ramas e intento colocarla en forma de cruz como advertencia en el montículo, así podría evitar otros sustos a los viajeros aun que no creo que haya muchos por la zona. 

Miro al cielo en busca del sol, no sé cuantas horas de luz me quedaran pero debo seguir avanzando y encontrar algún tipo de refugio antes de que caiga la noche. Hacía unas semanas había leído en unos manuscritos algo que atrajo su curiosidad en una pequeña biblioteca del sur de Goldar, en el texto se hablaba de la existencia de unas pequeñas aldeas más al norte de su propio pueblo y de un lugar oculto entre la nieve en el que los antiguos habitantes de los yermos habían escondido parte de su sabiduría en libros y documentos de épocas antiguas. Llevaba casi un año fuera de su poblado y llevado por la curiosidad y por la nostalgia había emprendido el viaje de vuelta a Haufman... sin esperar al verano. Ahora estaba perdido y solo le quedaba avanzar hasta el próximo pueblo esperando hacer honor a la tradicional hospitalidad de sus compatriotas. 

Busco mis lentes en uno de los bolsillos de cuero endurecido de mi cinturón y me las pongo, el frío contacto del metal en mi cara me incomoda por lo que me tapo con las pieles la boca y la frente dejando libre solo mis ojos y las lentes. Echo una ultima mirada al montículo  y al cruz antes de emprender el camino, nunca he sido muy religioso y hasta ahora solo me he creído lo que he visto con mis propios ojos pero quizás él si lo era, no es una cuestión de religión sino de respeto. 

Un par de horas más de camino, y tus lentes captan algo nuevo: Una columna de humo, que sobresale a cierta distancia. Probablemente un asentamiento, alguna aldea o algo por el estilo. Por la distancia, dirías que te queda un día de camino, así que es dudoso que, incluso apretando el paso, llegues hoy. Podrías arriesgarte, pero quizás no es lo más sensato, ya que te pillaría la noche...

Y la verdad, empiezas a notar un vaho preocupante que no deja de salir de tu boca. Hace un rato que te notas algo entumecido, y probablemente la cosa vaya a peor. El sol no asoma entre las nubes, y está empezando a nevar. Ayer era más tolerable, pero el tiempo no deja de empeorar... 

Qué suerte la tuya.

Desecho rápidamente la idea de apretar la marcha para llegar al origen del humo, nada me asegura de que es un poblado o un lugar de descanso, además podría encontrarme con dificultades en el camino y tener que caminar por la noche. Nada aconsejable. Continuo la marcha durante un rato y busco por mis alrededores un lugar cobijado, con el hacha corto algunas ramas de arboles o arbustos para poder improvisar un techado cuando encuentre un buen lugar, además también busco algún material que me sirva como combustible fósil e intento encender una hoguera en cuanto me asiente. 

Escogiendo la opción prudente, decides empezar a explorar la zona cuando la luz empieza a atenuarse, al atardecer. La visibilidad es buena, pero en un par de horas empezará a oscurecer y es mejor ser precavidos. Tras dejar tus cosas escondidas en un punto apartado del camino, para ir más ligero y reposar la espalda, recorres los alrededores y, tras media hora, repasas los tres posibles lugares en donde poder pasar la noche. Ahora solo te queda decidir uno de los tres y empezar a preparar el campamento.

El primero es una zona relativamente recogida, cerca de un río medio congelado. El río baja por una pequeña cascada en miniatura, y las rocas cercanas a esta ofrecen cierto refugio ante las inclemencias del tiempo. Aunque puede que la humedad no sea del todo agradable.

El segundo es una pequeña oquedad, en la tierra, junto a tres árboles frondosos que ofrecen cierta cobertura frente al viento. El lugar está un poco expuesto, quizás demasiado para la fama de estos bosques, pero si logras cubrirlo bien te dará protección contra el frío bastante aceptable.

El tercero es un pequeño terraplén, repleto de arbustos, en el que podrías hacerte un hueco si antes cortaras y apartaras un poco el follaje. La protección natural de la ladera, que se encuentra en la cara opuesta al viento, y los arbustos te ofrecerán cierta protección contra las bestias y el frío, aunque parece un lugar incómodo y repleto de bichos.

Tras cortar varias ramas, improvisas un refugio de aspecto acogedor, o al menos todo lo acogedor que puede resultar un refugio improvisado en medio de un bosque nevado. Dedicas más tiempo del necesario para asegurarte de que te protege bien del frío, pero habiendo sacrificado algo de camino a cambio de la seguridad de poder aprovechar las horas de luz, este tiempo adicional no supone una gran pérdida. Resguardado del viento y la nieve, también frente a una posible ventisca, es conclusión de tus años de experiencia durmiendo en el camino. Te permites un par de minutos para contemplar tu obra, satisfecho, y luego vuelves a ponerte manos a la obra.

La hoguera no resulta tan sencilla. Para empezar, no hay madera seca, por lo que tienes que conformarte con los pocos troncos y ramas que no están del todo cubiertos por la nieve, y que aún podrían llegar a prender, con suerte. Por desgracia, estos no prenden con facilidad, aunque utilizando tu pedernal consigues iniciar una pequeña llama, que poco a poco va extendiéndose a otros troncos. Consigues mantenerla el tiempo suficiente para que la hoguera se mantenga estable, si bien esta no llega a ser muy grande.

Confías en que, a pesar de todo, consiga mantener alejados a los depredadores, que no suelen sentir mucho afán por el fuego. Por si acaso, marcas el territorio alrededor del refugio, para asegurarte de que ningún lobo hambriento decida acercarse a mirar.

Ya ha caído la noche cuando das buena cuenta de una de tus raciones. Luego te acuestas, con el estómago lleno, y poco a poco el sueño va atrapándote. Esa noche, el frío ataca con fiereza, y solo el refugio que has montado consigue mantenerte protegido de lo que podría considerarse el inicio de una ventisca invernal. A pesar de todo, cuando despiertas tu ropa está cubierta de copos de nieve.

Puede que no hayas dormido cómodo, pero al menos has podido descansar. Con fuerzas renovadas, recoges tus cosas y te poner en marcha, de camino a la columna de humo que viste el día anterior. Si es un poblado, será interesante acercarte a mirar. Y dormir con un techo encima, junto a una chimenea, es una idea demasiado tentadora...

Cuando abro los ojos compruebo que el techado que había hecho tiene alguna abertura pero ha resistido, sonrío y vuelvo a cerrar los ojos durante unos minutos antes de levantarme. La noche es lo más peligroso en los yermos, puedes dormirte y no volver a levantarte si no te has protegido del fuego previamente. Quito la nieve de mis pieles e intento secarla todo lo posible antes de volver a ponérmela y emprender el viaje. 

La nieve cubre el sendero como a lo largo del camino y podría ser fácil perderse de no ser por la columna de humo que se mantiene inmóvil en la lejanía. Intento apretar la marcha para llegar lo antes posible al origen de la señal pero soy precavido, podría tratarse de algún tipo de trampa para viajeros que no conocen la ferocidad de estas tierras por lo que cuando llego a las inmediaciones me acerco lentamente y observando el terreno utilizando mis lentes.