Partida Rol por web

Detrás tuya, el sonido de ajetreo y conversaciones lejanas. Frente a ti, nieve, soledad y bosque. Destierro. Observas las retorcidas ramas de los árboles, que se retuercen en forma de manos que parecen darte la bienvenida. Como si entendieran tu situación y quisieran sustituir a las personas que dejas atrás: "estas solo, Resmit, ahora somos tus nuevas compañeras de viaje, te guste o no".

Al menos te dejaron quedarte hasta que las heridas cicatrizaron. Sin embargo, el veredicto es claro: una vez recuperado, debes abandonar esas tierras, y no regresar jamás. Tus crímenes son demasiado graves para el perdón, aun sabiendo que no fuiste tú el culpable. Una sentencia especialmente piadosa, teniendo en cuenta que ni tú mismo puedes asegurar que la oscuridad que yace en ti esté controlada al fin. Y, sin embargo, llevarla a cabo es mucho más duro de lo que hubieras podido imaginar. Es aceptar que eres peligroso. Aceptar que te tienen miedo, o incluso te odian, en algunos casos. Aceptar tu culpa.

Carnicero, te llamaban, allá por las tierras donde creciste. Asesino, fiera, destructor. Siempre te enorgulleciste de dichos calificativos. Demostraban tu fuerza, tu coraje, tu habilidad. Trágica ironía, teniendo en cuenta la situación actual.

Así que allí estás, en la linde del pueblo, observando el camino que se abre ante ti. Un camino que deberás hacer solo. Sólo debes de dar el primer paso, y los demás seguirán.

Una voz suena a tus espaldas.

-Resmit.

Doy el último paso antes de pararme, el crujido de la nieve bajo mis pies suena como el croar de una rana. Miro la oscuridad y la espesura del bosque, hasta hacía unos días era impensable internarse en él y mucho menos solo. Tal como llegué al pueblo me iba a ir de este lugar, solo que con la sensación de que había hecho un gran mal a esta gente. Tomo una gran espiración y suelto el aire poco a poco. Había hecho muchas cosas en Sultünge y esta etapa de mi vida había acabado, debía buscar refugio en invierno para después ir a visitar a los chamanes que criaron a Saga, mi objetivo ahora era distinto, debía dominar y vencer a Baklar. Apenado por los últimos días de estancia en el pueblo me dispongo a desaparecer entre los árboles sin nadie que se despida de mi.

Por que lo harían, aquí soy un monstruo...

Pero una voz me llama por detrás, giro sobre mi mismo y miro primero de reojo para ver quien proclamaba mi nombre. Para mi sorpresa es Thaldein, aquel me ha esquivado durante todo este tiempo y del que pensaba que no iba a saber más, que guardaría rencor durante el resto de nuestras vidas, pero aún así, el que me trató como a un hermano después de tanto tiempo sin sentir algo similar.

- Thaldein... pensé que no querías hablar conmigo después de tantos días.

Thaldein sostiene tu mirada, aunque se nota que le cuesta.

-No quiero. Pero tampoco quiero que te vayas así.

- Amigo - le digo mientras pienso que quizás no tuviera derecho a llamarle así. - Yo... no tengo justificación. No lo sabía, no era yo. La persona que atacó a tu gente no soy yo, es... Baklar, aunque eso no me quite culpa. Has confiado en mi desde que llegué, has enfrentado a tu jarl por mi, ibas a dejar el pueblo para seguir mi alocada aventura... Ojala, hubiese sido distinto. Llevaba un año bagando por las montañas, viajando de pueblo en pueblo, en busca de un fantasma, una sombra que no estaba más lejos de mi que mi propia mente. Y al llegar a Sültunge... te conocí, me brindaste la amistad y confianza que tanto llevaba sin sentir.... - le miro directamente a los ojos, aliviado de ver al rubio que tantas ganas tenía ver desde mi vuelta y que ya pensaba que no volvería a ver por que el que pensaba que era mi amigo me odiaba, aun más de lo que yo desprecio a una parte de mi.-  Lo siento, siento haber traicionado tu confianza, no, no quería. - digo mientras contengo una lagrima de pena y felicidad. - Pensaba que me iría soportando tu odio y sin verte.

Thaldein baja la mirada, con expresión sombría. El silencio se alarga lo suficiente hasta resultar incómodo, pero al final habla.

-Yo... No puedo perdonar lo que has hecho. Pero el peor veneno que tiñe el corazón del hombre es el odio. Así que no voy a odiarte.

Alejándote ya, entre los árboles, sus últimas palabras resuenan en tu cabeza.

"Demuestra que eres el hombre que vi en ti, y no el que todos creen".

¿Qué sendas caóticas toma el destino? ¿Quién puede asegurar que dos almas no volverán a cruzarse de nuevo? Viniste como extraño, calaste como amigo, te vas como un traidor. Solo los dioses saben lo que serás si algún día vuelves a ver a Thaldein.

Pero esa es otra historia.