El thing se reúne de nuevo a mitad de la tarde. El hecho de que esta vez sea en el salón del jarl es bastante fortuito, ya que la ventisca ha decidido arremeter de nuevo contra las puertas de Sultünge. Ni siquiera la chimenea encendida parece frenar el frío que entra de fuera, prácticamente insoportable cuando se tiene que salir durante más de diez minutos. El ambiente es gris y triste, y la desesperación parece haber enganchado sus garras con ahínco en los corazones de los habitantes de Sultünge. La simple preocupación del día anterior había mutado lentamente en una sensación de peligro y abandono, que ahora se ha convertido en un murmullo cercano al pánico. Al fin parece que las buenas gentes de ese pueblo empiezan a darse cuenta del verdadero peligro que corren sus vidas, y si bien es cierto que ayer Sultünge no era más que un animal adormilado, todavía incapaz de asimilar lo ocurrido, hoy se parece más bien a un nido de avispas, dispuesto a estallar al mínimo golpe.
El contraste se percibe no solo en los rostros de la gente, sino también en el aspecto del lugar. Y es que lo que antaño fuera el gran salón de Einar, iluminado, alegre y lleno de bullicio, ahora no es sino una gran jaula de madera, una tumba abierta que apenas si puede contener a los fantasmas del invierno que pugnan por entrar. Las risas y cánticos de la noche anterior aún pueden oírse incluso, como lejanos ecos de una vida pasada, pero el sonido no parece sino una risa espectral, un recuerdo nostálgico de tiempos mejores, distorsionado y corrompido por el oscuro destino que parece esperar a la vuelta de la esquina. Sin embargo, cuando Thaldein se levanta y da unos pasos hasta situarse en el centro del círculo, incluso aquellos murmullos del pasado parecen unirse al unánime silencio que toma el control de la sala, un silencio solo interrumpido por el triste crepitar de los troncos y el ocasional suspiro de alguno que ha contenido el aliento más de lo debido.
Thaldein se aclara la garganta, visiblemente nervioso. Sin embargo, al hablar lo hace con tono firme y seguro, intentando transmitir una impresión que él mismo no parece creerse. La exposición de su solución no es la más inspiradora que habéis oído en vuestra vida. Sus palabras no son todo lo claras que debieran ser, su voz no transmite la confianza que debería. Pero su mensaje queda bien claro, y parece hacer efecto en sus congéneres: Debéis permanecer unidos. Solo la manada, y no el lobo solitario, sobrevivirá al invierno. Y este invierno será el más duro de todos.
Parece que ha meditado su plan con detenimiento. Para empezar, planea formar grupos de cazadores, tres en concreto, que salgan a diario a intentar reponer las pocas provisiones que le quedan al pueblo. Cada grupo estaría formado por tres personas, y saldría durante el día, que es cuando la criatura parece estar inactiva, intentando aprovechar lo poco que queda de tarde una vez termine el thing para las primeras partidas. Según dice, parece ser que la criatura es vulnerable al fuego, por lo que los grupos llevarían antorchas preparadas, si bien solo las encenderían en caso de que existiera peligro, pues no hay mejor manera de espantar a los animales que con el fuego. Por supuesto, los grupos volverían antes de que cayera el anochecer.
En cuanto a las mujeres y los niños, ayudarían a preparar las defensas de Sultünge ante un posible ataque de la criatura, durante los primeros días. Construirían empalizadas alrededor de la casa del jarl, prepararían trampas y antorchas, tendrían siempre listos varios fuegos, por lo que pudiera pasar. Más adelante, cuando Sultünge estuviera lista, podrían recorrer las afueras del pueblo en pequeños grupos para intentar recolectar los pocos frutos y comestibles que pudieran quedar, siempre con antorchas a mano. Toda la comida será racionada por Ashe, y solo se comerá lo estrictamente necesario.
Uno de los puntos clave en los que hace mayor hincapié es en el de dormir todos juntos, en ese mismo salón en el que estáis ahora. Según dice, separarse es darle a la criatura la posibilidad de ir acabando con cada familia, una tras otra, en el silencio de la noche sin que los demás se den cuenta. Vigilar y proteger a un solo grupo de gente es más fácil que hacerlo con muchas casas alejadas entre sí. También implica destinar menos esfuerzos y hombres a hacer las guardias, algo importante teniendo en cuenta que durante el día deben de estar en buenas condiciones para conseguir más presas.
Por último, revela la parte del plan que todos esperaban: Cómo piensa enfrentarse a la bestia. Rápidamente asegura que, a pesar de que todavía no está del todo seguro, hay varias pistas que merece la pena seguir, y que podrían revelar una posibilidad de acabar con la criatura. Menciona a las dos forasteras, que dice podrían tener conocimientos suficientes como para investigar al respecto. Es por ello, admite, que es necesario que se las deje libres para que, junto a un pequeño grupo de personas, investigue el lugar donde ayer atacó la criatura. Esta revelación levanta varios murmullos de protesta, como era de esperar. Sin embargo, Thaldein recalca la importancia de trabajar unidos, incluso a pesar de su traición, pues la necesidad está por encima de todo lo demás. Lo que inevitablemente desemboca en el tema de los Yormef.
-Os voy a ser completamente sincero... A mí me hace tan poca gracia como a vosotros. Pero en estos momentos, cuando nos encontramos al borde del abismo, cuando debemos demostrar que somos mejores que ellos. Los dioses nos observan, y ni yo ni vosotros somos quién para tomarnos la justicia por nuestra mano. Ese derecho corresponde al jarl, que en unos días se encontrará en condiciones de presidir el juicio. Sin embargo, que ofrezcamos esta clemencia no implica que debamos actuar de forma estúpida. No solo se les inmovilizará de forma adecuada, para evitar que puedan intentar escapar. Tampoco se les dará comida, pues debemos guardar la poca que tenemos para los nuestros. Después del juicio ya les incluiremos en el reparto, si es necesario.
Su tono no deja lugar a dudas: Es dudoso que sea necesario. Esto hace que varias personas asientan, satisfechas. De hecho, a excepción de algunas discusiones puntuales, que Thaldein consigue sobrellevar de forma más o menos indolora, nadie, ni siquiera aquellos que esta mañana se enfrentaron a él, parece oponerse al plan. Lo que no implica que estén de acuerdo. Simplemente, a nadie parece ocurrírsele nada mejor.
Saga observó con cierto desagrado cómo el salón se iba aglomerando de gente, emborronando y finalmente sustituyendo el suave ajetreo y la calma que se había respirado durante toda la mañana. Permaneció junto a Bedelia, como había hecho desde la noche anterior, con la certeza de que contaba con su apoyo y el respaldo de una mano amiga. Y a su lado escuchó cómo Thaldein recitaba algunas de sus ideas, resaltando la necesidad de colaborar. Sintió esa agradable satisfacción que nacía del orgullo propio; una pequeña victoria en todo aquel caos.
Cuando todo quedó dicho, esperó varios segundos antes de alzar la voz.
-Disculpadme, mi señor. -La norne se adelantó un paso, mirando a Thaldein en busca de su aprobación para intervenir aunque sólo fuese por pura formalidad. Después miró al pueblo de Sultünge-. Me gustaría añadir algo que quizá pueda salvar vidas, en caso de que no sea de dominio público todavía. Hay un signo muy claro y muy evidente de que la bestia se acerca y es el frío. No el frío del invierno, no. Es un frío sepulcral que se cuela bajo la piel y lo inunda todo. Sé que varios de vosotros sabéis de lo que hablo y los que no, por favor, no subestiméis este detalle porque podría marcar la diferencia entre vivir o morir.
La tradición escalda de Saga se percibe en su forma de enunciar su advertencia, pues rápidamente capta la atención de todos los allí presentes. Su definición del frío, si bien corta y concisa, es lo suficientemente misteriosa y severa como para que el miedo aparezca reflejado en los ojos de muchos de los allí presentes. Su tono, grave y serio, produce escalofríos.
-Dice la verdad -Dice Thaldein, frunciendo el ceño-. Yo lo sentí, anoche. Resmit también. No tiene nada que ver con lo de allá afuera.
La comparación con la ventisca exterior, que ya es suficientemente insoportable de por sí, causa una nueva oleada de silencio.
Había permanecido callado mucho tiempo, el plan de Thadein parece bastante sólido, asegurar la comida del pueblo para un mes sería una prioridad, eso garantizaría la supervivencia. Sin embargo la seguridad del pueblo también es prioritaria, y las medidas que propone no son disparatadas, construir defensas, las cuales desde el momento en el que llegamos a Sultünge ya se veían necesarias - ¿Como habría aguantado tanto tiempo ese lugar sin asegurar la zona? - Los Yormef estaban mejor encerrados y más después de la conversación que tuve con ellos. Saga y Bedelia sin embargo son nuestra mejor baza para descubrir alguna debilidad de la criatura, por tanto, cuando Thaldein termina de hablar sobre el frío de la bestia pido la palabra:
- Tienen razón, en un principio pensé que fue algo que solo sentí yo, un miedo helado que recorrió mi espalda, enfrentarme a algo desconocido... pero no es así, el frío, al igual que el invierno, es la señal de su llegada, cala hasta los huesos y te hace temblar. No obstante, Saga tiene razón, saber esto puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, pero no os preocupéis, iré con ellas, volveremos a donde nos atacó la otra noche y buscaremos algún punto débil de la criatura para que muera lo antes posible. Los dioses nos ponen a prueba y nos observan, es hora de que vean lo que valemos.
Bedelia permaneció en silencio y asintió levemente cuando Thaldein terminó de intervenir. Gracias a Saga se estaba tomando en serio el problema, y, por tanto, todo Sultünge también.
Lanzó una fugaz mirada hacia la ventana. Casi sin pretenderlo se les había pasado la mañana y parte de la tarde, lo que les dejaba un margen de tiempo muy estrecho para investigar. Las cosas que podían hacer se reducían y si eso tenía que comer atacaría con la ferocidad de una bestia hambrienta. No era un buen augurio.
Por suerte le habían devuelto todo, incluyendo el estoque que descansaba a su costado. Tenían que pensar rápido, tenían que actuar rápido...y necesitaban toda la ayuda posible, incluyendo a los Yormef.
No, aquello no iba a ser fácil. Pero tampoco era imposible.