Su mirada cayó brevemente, encontrando todavía sentimientos contradictorios sobre la ayuda que les había ofrecido a los Yormef y sobre el puñal que no le había clavado a Drunfo. Aquel maldito momento...
-Traté sus heridas y me consta que fueron los 'ganadores'. Sólo puedo imaginar el resto... Aunque duela, creo que fue lo necesario. Ser jarl o Rey o gobernante es más que ser un líder bueno y justo. Las cosas rara vez son blancas o negras -añadió, y mientras su mirada divagaban ligeramente por el lugar con aquel destello audaz, su mente cavilaba.
Le hizo un gesto para que la acompañase mientras empezaba a caminar hacia afuera. Lo siguiente que dijo lo hizo en confidencia, asegurándose de que el tono era el justo y necesario y con la mirada detenida en los ojos de Eskol.
-El alto. Hay algo en él; una oscuridad profana que no debería existir. No sé qué es, todavía, más allá de que yace en su interior. Ashe tiene ya demasiado sobre sus espaldas, pero alguien debería estar al tanto.
- Sí, es una buena idea eso de la zanja, pero creo que sería mejor hacerlo fuera del perímetro de seguridad que ofrece la empalizada. A final de cuentas es nuestra forma de estar seguros, no hace falta meter un monstruo dentro arriesgando su interior. Por eso creo que es mejor hacerlo fuera. Pero sí, medítalo y comentaselo a Ashe, con suerte cuando volvamos estará todo preparado. A lo mejor hasta podemos hacer el rito del loco ese. - Apoyo la mano en su hombro unos segundos mientras la otra se la ofrezco para chocarla. Debería prepararme antes de partir.
Eskol parece poco sorprendido por tus palabras.
-No me cuesta creerlo. Fue él el que me hizo esto.
Aparta un poco el cuello para mostrar las vendas que rodean todo su torso.
-Quizás deberíamos haberle ejecutado. Para serte sincero, estuve a punto de hacerlo...
Thaldein asiente, dándote la mano.
-Dudo que terminemos tan pronto. Pero ya veremos. Mucha suerte, amigo.
Recordaba sus heridas, haberlas recorrido con los dedos. Iban a ser cicatrices dignas para la posteridad si sanaban con propiedad. Pero no fue eso lo que se quedó con ella sino aquella duda, el casi pero no que había vuelto a dejar a Drunfo con vida, y estuvo a punto de confesar que había estado en la misma situación. Incluso despegó los labios con las palabras en la punta de la lengua... pero se detuvo.
Eskol era Jarl y había estado en el poder de hacerlo. Ella no. Lo suyo habría sido algo completamente diferente, aunque las razones fuesen incluso más justificadas. Pero lo dejó intuir de una forma que el lenguaje enmascaraba y que seguramente iba a pasar por alto. Los hombres (como término general) solían ignorar los matices del lenguaje que tan esclarecedores resultaban a veces.
-Si obramos mal... espero que podamos enmendarlo a tiempo. -Le mantuvo el tipo, siempre con la barbilla ligeramente alzada más por su estatura que por orgullo, aunque su mirada no decía lo mismo. Y decidió cerrar la conversación que sus mismas palabras-. Volveremos a hablar.
No tenerlo no era una opción, pensó. Iban al bosque donde estaban, por lo menos, dos de las criaturas además de Él. O Ella. O lo que fuese. La primigenia. La que lo había empezado todo... Pero primero tenía que cambiarse de ropa, que un vestido no era lo más apropiado para pasear por el bosque, y ver a Andrel. Esperaba que estuviese allí, al menos.
Ya equipada para la expedición, te diriges hacia la casa en la que dejaste a Andrel. Incluso antes de entrar ya puedes sentir su presencia, fría e incómoda al tacto pero al mismo tiempo familiar, casi reconfortante en cierto sentido. Andrel ha descendido hasta el suelo, y permanece hecho un ovillo, como un niño asustado que se escondiera bajo las sábanas. Sus ojos cerrados, su silueta borrosa, como si estuviera desdibujándose. Aun así, la sensación de peligro ha pasado: Ya no queda nada de la escarcha que le rodeaba, y a pesar de su aparente inconsciencia, su rostro parece apacible y sosegado... O, al menos, todo lo apacible y sosegado que puede parecer el rostro de un muerto.
Tras un par de intentos de contactar con él, te das cuenta de que no reacciona. Probablemente esté todavía recuperándose de sus heridas, en lo que sería el equivalente al sueño para un espíritu. Un estado casi catatónico, pero por lo poco que sabes de su naturaleza, no definitivo: Un fantasma es incapaz de entrar en coma. O bien son destruidos por completo, o bien despertarán tras un tiempo indefinido, cuando su esencia se haya recuperado. La primera alternativa parece descartada, por suerte... Aunque es difícil asegurar cuanto tiempo más permanecerá así. Quizás unas horas, quizás un día o dos. Con muy mala suerte, semanas. Y has leído que, en casos extremos, la esencia puede permanecer aletargada durante años... Dudas que ese sea el caso. No podrías aventurar la gravedad de los daños, aunque una vocecilla optimista en tu cabeza repite que podría haber sido peor.
Saga imaginó que aquello debía ser muy parecido a como Will velaba por ella durante las noches. Había poco que uno pudiera hacer cuando no podía adentrarse en lo desconocido, ya fuesen los sueños o pesadillas que acechan en la noche u otro plano alejado de la consciencia humana. Pero verle reposar de forma tan apacible le trajo confort de una manera que rara vez experimentaba. Andrel solía flotar con palabras enrevesadas y desconcertantes. Siempre tenía esa mirada perdida y ajena, ese tono hueco, vibrante y lejano al hablar que en nada reflejaba la persona que había sido en vida. Pero ahora... casi parecía sencillamente dormir.
-Andrel -susurró, como habría hecho para no despertarle. E incluso posó de forma imaginaria la mano sobre su cabello-. Tengo que irme y gracias a ti sé dónde.
No era mucho pero era algo.
Entonces se descolgó la mochila y sacó aquel pesado volumen que había pertenecido a su abuelo cuando todavía vivía. El libro que contenía historias y leyendas de Goldar y los Yermos. En muchas familias se heredaban espadas, escudos y armas legendarias. Objetos que portaban la esencia de lo que uno era. Ella, sin embargo, poseía algo mucho más valioso; poseía palabras que daban vida a los recuerdos. Palabras en las que vivía la tradición, la esencia de un pueblo cada vez más roto, perdido y descompuesto. Un lugar en el que ella, secretamente, seguía creyendo como cuando era niña.
Igual que creía en aquel momento que su voz, de alguna manera, era capaz de cruzar barreras.
-Si no vuelvo, haz que alguien que lo merezca lo encuentre.
Rescató de su interior la misiva sellada por el Rey Sterki, la que le había llevado hasta allí, y escondió el ejemplar entre los maderos que había apilados para el fuego. Y sin sentirse preparada y tras un último vistazo, se dirigió a encontrarse con el resto.