La última frase parece impactar a tu padre, que baja la cabeza, derrotado. Luego responde con susurro, casi un hilillo de voz que te cuesta entender.
-¿Qué casa, Drunfo?
El niño tuerce una mueca.
-Nuestra casa, ¿Que casa sino?
La situación empezaba a crearle una leve ansiedad a Drunfo, que empezaba a sentir una presión en el pecho.
Tu padre se levanta, y se acerca a ti en silencio. Súbitamente, te rodea con los brazos y te estrecha contra su cuerpo.
-No queda nada de aquella vida, Drunfo. Nuestra casa fue quemada, y nuestros amigos nos buscan para ajusticiarnos. Solo nos tenemos el uno al otro, hijo mío. Nuestra casa está aquí.
La terrible verdad no podia ser soportada todavia por Drunfo, apenas un niño. Entre gritos y sollozos se soltó de su padre y echó a correr.
La voz de tu padre te persigue, llamándote, pidiéndote que vuelvas... Pero tú te limitas a correr, a alejarte de aquel sentido, de aquella locura. Tu hermano, muerto... Devorado por los suyos. Sangre de tu sangre, la traición más grave, la herejía definitiva. Su rostro empieza a emborronarse en tu memoria, como si aquella oscura revelación hubiera emborronado su recuerdo.
Quizás fue ese el día en el que tu mente acabó de quebrarse. Quizás nunca llegó a recuperarse.
Bueno, pues por mí cerramos el flashback. Si quieres poner algo adelante, si no cierro la escena. En cuanto a la resolución de este entuerto, puedes narrarlo si quieres o dejarlo a la imaginación. Es de esperar que su padre le buscaría durante horas hasta encontrarle llorando junto a un río helado o algo por el estilo, una vez se le pasó la rabieta. Este tipo de heridas no cicatrizan en un momento, con discursos bonitos y abrazos paternales, sino con tiempo y muchas pesadillas.